Vivimos
en el miedo. Decenas de miedos marcan el sino de nuestras opiniones, de
nuestras decisiones, de nuestras acciones, de nuestras vidas, en suma. Desde
hace muchos años –diría que casi desde siempre- una auténtica oleada de miedos
y temores nos embargan a todos. Tenemos miedo al fracaso, a la soledad y a
la muerte. Tememos la pobreza y la marginación. Nos aterran las enfermedades,
la inseguridad y la exclusión. Temblamos frente a los delincuentes y frente a
la amenaza de que nos aprisionen, como tememos a los extraños o a perder el
trabajo, la pensión o la vivienda. Tenemos miedo a casi todo. Un temor que a
menudo se asienta en el desconocimiento de las personas, las acciones o los
objetos que lo generan; y también en nuestra ineptitud para enfrentarlo. No hay
duda de que el miedo se incrementa de manera proporcional al desconocimiento del
sujeto u objeto temidos y a la incompetencia o la impotencia que se posee para
afrontarlo.
Esto
lo saben bien los gobernantes desde siempre. Por eso, el miedo ha sido y es un mecanismo
que utilizan habitualmente para lograr el control social. Y no solo ello, en
muchas ocasiones ha sido –y sigue siéndolo- un elemento que legitima la
violencia legalmente instituida e
institucionalmente organizada. Hoy, el terrorismo internacional o doméstico, las
epidemias y pandemias, los atracos, los robos y otros incontables móviles son las
fuentes del miedo ciudadano, que alimenta las diferentes esferas del poder y
justifica la existencia de las fuerzas armadas y policiales, y de las estructuras
represivas con que cuentan los estados.
Anteayer
vi de nuevo la mirada del miedo. No del miedo común, al que me refería, sino de
un miedo vetusto y añejo. En este caso, lo percibí en una mirada que dejaba ver en
el fondo de los ojos de aquella venerable persona. Allí encontré otra vez el viejo temor y la
prevención que no ha conseguido disipar el paso de los años. Anteayer vi la
mirada vidriosa, por emotiva, de una mujer enérgica, capaz, trabajadora,
estudiosa y prestigiada: Blanca Gómez Martínez, hija de Eliseo Gómez Serrano, un
extraordinario profesor que enseñó en la Escuela Normal de Alicante desde 1915
hasta su fusilamiento en mayo de 1939, que dejó una imborrable huella en sus
discípulos por su dedicación, por la calidad de sus enseñanzas y por su ejemplo
personal. Un hombre brillante, estudioso y comprometido con su tiempo y su
profesión. Un ciudadano que tuvo una innegable proyección pública como concejal
del Ayuntamiento de Alicante y como diputado a Cortes, que hizo plenamente
compatible y coherente con su práctica profesional entusiasta y comprometida
con los principios de la nueva política educativa que inspiró el proyecto
republicano para intentar compensar el secular atraso que arrasaba el país.
Blanca Gómez y Sofo en la Lonja. |
Eliseo
Gómez abrazó sin ambages, con enorme convicción y dedicación, el vanguardismo
pedagógico de su época, que abogaba por una educación comprensiva y
democrática. Optó sin ambigüedades por la ruptura pedagógica, por acabar con el
monopolio educativo de la Iglesia y por implantar una escuela única, activa,
pública y laica. Un vanguardismo pedagógico asentado en la convicción de que
los mejores momentos de las sociedades contemporáneas –particularmente en
Europa– fueron siempre periodos republicanos. Como había sucedido en la
Antigüedad clásica. Fue Platón quien estableció los principios de la educación
pública en su República, el pionero
en entender el carácter reproductor de la educación y el primero en deducir que
la educación actúa como el principal elemento perpetuador de determinados
valores e intereses sociales. A partir de él, la educación se instituyó
inequívocamente como una de las tareas primordiales del Estado. Eliseo aprendió
y se convenció de estas cosas en sus años de estancia en la Residencia de
Estudiantes, de Madrid. Desde entonces, aún antes de estrenar su profesión, no
dejó de creer en ellas y trabajar para hacerlas realidad participando en actividades
pedagógicas en contacto con la naturaleza, colaborando en revistas, impartiendo
conferencias, realizando colonias escolares, impulsando los museos pedagógicos…
Doña
Blanca, tan nonagenaria como ágil de cuerpo y espíritu, acudió a la Lonja
siguiendo la estela del proyecto que con tanta pasión defendió su padre. La Exposición 100 Artistas Solidarios. Arte y
Democracia no es sino el enésimo esfuerzo por reivindicar los valores
republicanos que tan convencidamente practicó y enseñó su padre, D. Eliseo, a
quién ofrecieron la posibilidad de huir de España cuando finalizaba la Guerra Civil
y decidió quedarse porque no había cometido delito alguno y, en consecuencia,
creía que nada debía temer de una justicia que fuera tal. Lamentablemente se
equivocó, como tantos otros. Fue detenido, sometido a un consejo de guerra sumarísimo,
condenado a muerte y fusilado en la madrugada del 5 de mayo de 1939, junto a otros
nueve conciudadanos, tan inocentes como él.
Blanca
y las miles de familias que, como la suya, sufrieron la injustísima pérdida de
sus seres queridos, que padecieron después la ignominia, el ninguneo y el
rechazo explícito de sus conciudadanos, la negación de sus más elementales derechos, la vileza y la ruindad que es capaz de exhibir la condición humana cuando es
presa de un miedo tan insuperable y fundado como el que secuestró a los
perdedores de la Guerra, merecen que no olvidemos a los suyos. Merecen que los
recordemos con vehemencia, como se recuerda a las personas de bien. Y que
exijamos el reconocimiento del conjunto de la sociedad a todos ellos, para
dignificarlos como merecen, como personas y como ciudadanos comprometidos con
la legitimidad y la legalidad de su tiempo.
Eliseo
Gómez Serrano y las decenas de miles de nuestros compatriotas, cuyos esqueletos
todavía pueblan las cunetas y los barrancos, las vallas y hasta las puertas de
los cementerios, no pueden seguir donde están, ni ser un minuto más los grandes
olvidados de la reciente historia de este país. Porque ya pasó el tiempo del
miedo y de los silencios, del silencio de los muertos y de sus familiares; de los
silencios de los prisioneros y los depurados, de los miedos y los silencios de
todos. Nada los justifica ya.
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