martes, 7 de octubre de 2014

Capitalismo 4.0.

El capitalismo es una de tantas creaciones humanas que, deliberadamente o no,  replican los caracteres de algunos seres biológicos. Yo lo compararía con las hidras, esos animales milimétricos y depredadores que tienen un asombroso poder de regeneración y que, aunque carecen de cerebro reconocible, poseen un sistema nervioso reticular estructuralmente simple, si lo comparamos con el de los mamíferos, que, sin embargo, es tan efectivo o más que el de éstos.

Tal vez con una convicción parecida, Anatole Kaletski escribió en 2010 un libro interesante con el rótulo que encabeza esta entrada. Kaletski era entonces redactor económico en The Times of London y su obra nació influenciada por las crisis de las hipotecas subprime. La tesis que defiende se basa en la falibilidad del capitalismo, que para él no es un conjunto estático de instituciones, sino un sistema evolutivo que se ‘autorreinventa’ y revigoriza a través de crisis sucesivas. Para argumentar su opinión distingue tres estadios consecutivos, que titula con el lenguaje digital al uso.

El primero, que  denomina Capitalismo 1.0, abarcaría desde el siglo XVIII hasta la Gran Depresión. Es la etapa de la fundación de las economías de mercado y del gran despegue del comercio mundial. La lógica subyacente a este periodo seminal se resume en dejar en manos del mercado las grandes decisiones económicas para promover el comercio y la prosperidad. Esta manera de entender la economía hizo crisis con la depresión iniciada en 1929, que evidenció que los mercados podían actuar irracionalmente y destruir la riqueza con una virulencia desconocida hasta entonces.  

El segundo estadio, que etiqueta como Capitalismo 2.0, corresponde al periodo inspirado en lo que posteriormente se llamó economía keynesiana, cuya lógica es la necesidad de la intervención reguladora del Estado en los asuntos económicos. Corresponde a los años que incluyen las décadas de los 30 a los 60 del pasado siglo, época durante la que se construyeron en occidente los sistemas de protección social a base de expandir el gasto público. Algunos economistas consideran que tal expansión originó la denominada crisis fiscal del Estado, que estalló en la década de los 70 y que abrió paso al Capitalismo 3.0, caracterizado en lo político por la era Thatcher-Reagan y por la caída del muro de Berlín, y en lo económico por la emergencia de China como mercado mundial. De nuevo, se relega al Estado de los asuntos económicos y se amplia el espacio del mercado. La historia volvió a repetirse en 2008, año que alumbra la crisis en que estamos inmersos, sin que nadie haya propuesto hasta hoy reformas profundas que den un estatus propio a la nueva encrucijada, que Kaletsky denomina Capitalismo 4.0, en la que la sociedad global se debate entre dos opciones contradictorias e igualmente fracasadas: la preeminencia del mercado y el exceso de intervencionismo. Una etapa que, como alguien ha dicho, es un tiempo sin dioses, plagado de trepas y seres corruptos, en el que el capitalismo financiero, con la complicidad de los gobiernos conservadores y la pasividad de los socialdemócratas, ha ido acabando con el Estado de bienestar.

El Roto (Diario El País, mayo 2012)
En su libro, Kaletsky combate radicalmente las teorías económicas que apuestan por los mercados libres, sin regulaciones ni intervención estatal, atacando con especial virulencia el principio de las “expectativas racionales” sustentado en la “hipótesis de los mercados eficientes”. Pero es en la esfera política en la que el autor británico vuelca de manera especial el caudal de sus convicciones. Aventura que el Capitalismo 4.0 será una etapa en la que prevalecerá como valor el pragmatismo, la experimentación y el método de ensayo y error. Entiende que las ideologías deben ceder el paso al sentido común, aunque ello implique incertidumbre, ambigüedad e inconsistencia. Tal y como lo describe, el nuevo capitalismo parece una síntesis hegeliana de sus predecesores 2.0 y 3.0, aderezado con un punto de darwinismo. Asegura que el mundo encara una transición que reconoce la propensión a errar tanto de los mercados como de los gobiernos y defiende que, como esos errores resultan fatales, ambos deben colaborar. Según él, corresponde a los últimos evaluar pragmáticamente, caso por caso, la acción de los mercados, asignando diversos pesos a la regulación según las circunstancias. Esa es la apuesta del autor, con la que estoy solo parcialmente de acuerdo. El tiempo dirá.

Lo cierto es que, a la vista de la realidad socioeconómica, las viejas teorías de los padres del capitalismo, insistiendo en poner la economía al servicio de las personas y no al revés, se revelan de una candidez extraordinaria. Por otro lado, sorprende igualmente la ingenuidad de dos de los principales espejismos del siglo XX: el llamado capitalismo con rostro humano y la idea de que Europa exportaría al resto del planeta su modelo de desarrollo y de progreso social equilibrado. Concuerdo con algunos economistas que argumentan que el modelo europeo de bienestar fue posible, entre otras razones, porque se basaba en satisfacer a una minoría de los habitantes del planeta, que vivía en la riqueza a costa de la pobreza de la inmensa mayoría. Evidentemente, eso ni es viable ni es justo. Sin embargo, considero que no deberían desdeñarse las enseñanzas que ofrece este modelo, especialmente las relativas a que los poderes económicos y financieros pueden y deben sujetarse a un estado de derecho que persiga la justicia y el bien común, propiciando la creación de riqueza y su redistribución.

Desgraciadamente se ha impuesto en el planeta una mezcla de capitalismo neocon anglosajón y de comunismo capitalista chino. De seguir por este camino, todo indica que en pocos años el resultado será un mundo donde el uno o el dos por ciento de la población viva en la abundancia (no sabemos si aquí o en Marte) y el resto entre la precariedad y el miedo a perder hasta la miseria. Entiendo que no cabe la resignación ante lo que sucede. Es inaplazable combatir este capitalismo financiero, especulativo y atroz, que ni crea riqueza ni tiene en cuenta el interés de la mayoría. Y creo que ello puede lograrse con la regeneración democrática. Sólo un sistema verdaderamente democrático puede anteponer a cualquier otro objetivo la dignidad de las personas; sólo una democracia profunda puede imponerse al resto de poderes fácticos.

La mayoría de los sabios económicos que escriben libros y colaboran con los periódicos piensan que hoy ya no es posible otro sistema económico-político que el capitalismo voraz y salvaje que vivimos y sufrimos. Yo discrepo y prefiero quedarme con las palabras del entrañable humanista José Luis Sampedro, que son al mismo tiempo una seria advertencia y un reto cargado de esperanza: “el sistema está roto y perdido, por eso tenéis (tenemos) futuro”. Espero y deseo que no se equivocase.

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