domingo, 26 de octubre de 2014

La cuchipanda.

El pasado viernes estuvimos cenando en casa de unos amigos. Evitamos prolongar la velada porque el sábado debíamos “madrugar”. Nos esperaba un día especial que mi mujer y mi cuñada programaron hace algunos meses, cuando decidieron aumentar las concurrencias de los integrantes de esta rama familiar. Ciertamente, ello no es especialmente complejo porque la nuestra es una familia corta. El parentesco consanguíneo apenas alcanza la docena de personas, y el político se cuenta, de momento, con los dedos de una mano. Así que somos pocos y relativamente bien avenidos, aunque un tanto desperdigados por Murcia, Alicante, Madrid y Cataluña.

Las hermanas -siempre pragmáticas- decidieron que la Navidad era un tiempo insuficiente para compartir los afectos familiares y acordaron incrementarlo con la aquiescencia de todos. De modo que, hasta nueva disposición, se han previsto al menos tres grandes cónclaves a lo largo del año. El ya instituido en Navidad y dos más, espaciados en los meses restantes, para celebrar los cumpleaños de quienes componemos las dos mitades en que se ha dividido la familia de acuerdo con las fechas de nacimiento.

Para este primer capítulo nos emplazamos en Torre de la Horadada, lugar donde mis cuñados tienen un pequeño chalet en el que veranean y pasan muchos fines de semana desde hace varias décadas. Un marco idóneo para estas reuniones por su espaciosidad y su proximidad a la playa, que facilitan los preparativos de los ágapes y la comodidad de niños y mayores, al permitir otros esparcimientos. Allí estábamos citados a media mañana.

Por eso, aún no eran las diez y las dos parejas que conformamos la familia alicantina ya estábamos tomando la entrada a la autovía A7 en dirección a Murcia. Al contrario que entre semana, la carretera estaba muy descongestionada. Una vez rebasado Crevillente, tomamos el ramal de la AP 7 hasta la salida de Los Montesinos, desde donde nos dirigimos por la CV-941 a San Miguel de Salinas. Tras atravesar la población y recorrer pocos kilómetros, la carretera se adentra en algunos restos de las antiguas dehesas que han escapado de la especulación. Su trazado sorprende a los más jóvenes, que lo transitan por primera vez, describiendo un recorrido difícilmente atribuible a estas latitudes, trufado de curvas y ‘contracurvas’, que acaba depositando a los viajeros en la N-332, que ha dejado atrás la Dehesa de Campoamor y sigue ribeteando la costa hasta el Mar Menor.

Torre de la Horadada
Eran poco más de las once cuando llegamos a casa de nuestros parientes, sin apenas darles tiempo a organizarse. Solo estaban allí mis cuñados, aunque casi inmediatamente fueron apareciendo los jóvenes a cortos intervalos. Mari Ángeles y Fernando con la pequeña Nerea, circunstancialmente vergonzosa y timorata; después Lola y, finalmente, Javier. De modo que, alrededor de las doce, el cónclave estaba constituido con todos sus integrantes presentes. Y empezaban los prolegómenos. Los anfitriones habían dispuesto buena parte de la infraestructura necesaria para elaborar el ágape, que hoy se componía de una multitud de aperitivos (como siempre), una paella de conejo y pollo de corral a la leña y un postre especial. Una vez estuvo todo dispuesto, se iniciaron las conversaciones distendidas, a pares, a tríos y hasta a cuádruplas, los paseos en pareja junto a la playa, los juegos en el parque infantil con Nerea, las fotos robadas y consentidas a la pequeña en el patio de la casa con su anticipado disfraz de Halloween, etc.

Sin apenas apercibirnos transcurrieron un par de horas, echándose encima el momento de preparar la comida. En tanto que María Fernanda y Amalia organizaban los aperitivos y la mesa auxiliadas por los jóvenes, Paco y yo oficiábamos simultáneamente de pinche y cocinero. Mientras él apañaba la lumbre en el hogar, yo freía un conejo y un pollo de corral, criados primorosamente por mi sobrino Fernando. Una delicia de carnes que maridaban perfectamente en una paella a leña, elaborada y condimentada mayoritariamente con productos naturales de cosecha propia, incluidos los caracoles.

En tanto que nosotros rematábamos la faena en el fogón, el personal iba dando buena cuenta de la ingente cantidad de aperitivos que había sobre la mesa. Una vez estuvo lista la paella, mientras reposaba el arroz durante unos minutos, nos sentamos para terminar de despenar los entrantes. Llegó, por fin, el momento de degustarla, cosa que hicimos todos con satisfacción, no faltando los pequeños reparos, como no podía ser de otro modo: que si estaba un poco sosa, que si la carne estaba poco cocida, etc. En fin, las cosas del arroz.

Acabada la paella, llegó el momento de la tarta. En esta ocasión preparada por la cuñada de Mari Ángeles, como Dios manda, a la usanza tradicional: con galletas María, flanín Royal y chocolate, una receta que no falla, espectacular y suculentísima. Montaje de velitas, encendido sorteando la brisa a base de malabarismos, cantos desafinados y soplos de los cuatro homenajeados: María Fernanda, Amalia, Lola y Fernando. Aplausos finales.

Comprobamos cómo ha crecido Nerea, que habitualmente suele ser el centro de las reuniones familiares, monopolizando la atención de todos durante las comidas. Esta vez, como si supiese que los protagonistas eran otros, después de “marranear“ con los aperitivos, sin que nos percatásemos, autónomamente, se dirigió al sofá, se acostó y casi inmediatamente dormía una larguísima siesta, que nos permitió comer tranquilamente y disfrutar de una extensa sobremesa en la que, como no podía ser de otro modo, abundaron los chascarrillos, los proyectos inmediatos, las perspectivas viajeras, algún deslizamiento hacia la actualidad sociopolítica y todo lo que suele ser habitual en estos casos.

El minúsculo reloj solar que pende de uno de los muros de la casa señalaba las cuatro de la tarde cuando decidimos levantar la sesión. Mientras la familia murciana se preparaba para volver a casa, nosotros, los dos Vicentes, María y Amalia, tomábamos las primeras curvas de la carretera que nos devolvería a la nuestra recorriendo a la inversa el itinerario matinal. Aún no habíamos dejado la nacional 332, cuando Neymar Jr. enmudeció provisionalmente al Bernabeu. No podía existir mejor broche para la jornada.

1 comentario:

  1. Cuñado, has hecho una glosa genial del agradable, familiar y entrañable dia que pasamos ayer. Fue un cumpleaños colectivo para no olvidar. Esperemos que cuando nos reunamos para celebrar el de los del siguiente semestre lo pasemos igual.Un abrazo.

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