El
pasado viernes estuvimos cenando en casa de unos amigos. Evitamos prolongar la
velada porque el sábado debíamos “madrugar”. Nos esperaba un día especial que mi
mujer y mi cuñada programaron hace algunos meses, cuando decidieron aumentar las
concurrencias de los integrantes de esta rama familiar. Ciertamente, ello no es
especialmente complejo porque la nuestra es una familia corta. El parentesco consanguíneo
apenas alcanza la docena de personas, y el político se cuenta, de momento, con los
dedos de una mano. Así que somos pocos y relativamente bien avenidos, aunque un
tanto desperdigados por Murcia, Alicante, Madrid y Cataluña.
Las hermanas
-siempre pragmáticas- decidieron que la Navidad era un tiempo insuficiente para
compartir los afectos familiares y acordaron incrementarlo con la aquiescencia
de todos. De modo que, hasta nueva disposición, se han previsto al menos tres
grandes cónclaves a lo largo del año. El ya instituido en Navidad y dos más,
espaciados en los meses restantes, para celebrar los cumpleaños de quienes componemos
las dos mitades en que se ha dividido la familia de acuerdo con las fechas de
nacimiento.
Para
este primer capítulo nos emplazamos en Torre de la Horadada, lugar donde mis
cuñados tienen un pequeño chalet en el que veranean y pasan muchos fines de
semana desde hace varias décadas. Un marco idóneo para estas reuniones por su
espaciosidad y su proximidad a la playa, que facilitan los preparativos de los
ágapes y la comodidad de niños y mayores, al permitir otros esparcimientos.
Allí estábamos citados a media mañana.
Por
eso, aún no eran las diez y las dos parejas que conformamos la familia
alicantina ya estábamos tomando la entrada a la autovía A7 en dirección a
Murcia. Al contrario que entre semana, la carretera estaba muy descongestionada. Una vez rebasado Crevillente, tomamos el ramal de la AP 7 hasta la salida
de Los Montesinos, desde donde nos dirigimos por la CV-941 a San Miguel de
Salinas. Tras atravesar la población y recorrer pocos kilómetros, la carretera
se adentra en algunos restos de las antiguas dehesas que han escapado de la
especulación. Su trazado sorprende a los más jóvenes, que lo transitan por
primera vez, describiendo un recorrido difícilmente atribuible a estas
latitudes, trufado de curvas y ‘contracurvas’, que acaba depositando a los
viajeros en la N-332, que ha dejado atrás la Dehesa de Campoamor y sigue
ribeteando la costa hasta el Mar Menor.
Torre de la Horadada |
Sin
apenas apercibirnos transcurrieron un par de horas, echándose encima el momento
de preparar la comida. En tanto que María Fernanda y Amalia organizaban los
aperitivos y la mesa auxiliadas por los jóvenes, Paco y yo oficiábamos
simultáneamente de pinche y cocinero. Mientras él apañaba la lumbre en el
hogar, yo freía un conejo y un pollo de corral, criados primorosamente por mi
sobrino Fernando. Una delicia de carnes que maridaban perfectamente en una
paella a leña, elaborada y condimentada mayoritariamente con productos
naturales de cosecha propia, incluidos los caracoles.
En tanto que nosotros rematábamos la faena en el fogón, el personal iba dando buena cuenta
de la ingente cantidad de aperitivos que había sobre la mesa. Una vez estuvo
lista la paella, mientras reposaba el arroz durante unos minutos, nos sentamos para terminar de despenar los entrantes. Llegó, por fin, el momento de
degustarla, cosa que hicimos todos con satisfacción, no faltando los
pequeños reparos, como no podía ser de otro modo: que si estaba un poco sosa,
que si la carne estaba poco cocida, etc. En fin, las cosas del arroz.
Acabada
la paella, llegó el momento de la tarta. En esta ocasión preparada por la
cuñada de Mari Ángeles, como Dios manda, a la usanza tradicional: con galletas María, flanín Royal y chocolate,
una receta que no falla, espectacular y suculentísima. Montaje de velitas,
encendido sorteando la brisa a base de malabarismos, cantos desafinados y
soplos de los cuatro homenajeados: María Fernanda, Amalia, Lola y Fernando.
Aplausos finales.
Comprobamos
cómo ha crecido Nerea, que habitualmente suele ser el centro de las reuniones
familiares, monopolizando la atención de todos durante las comidas. Esta vez,
como si supiese que los protagonistas eran otros, después de “marranear“ con
los aperitivos, sin que nos percatásemos, autónomamente, se dirigió al sofá, se
acostó y casi inmediatamente dormía una larguísima siesta, que nos permitió comer
tranquilamente y disfrutar de una extensa sobremesa en la que, como no podía ser
de otro modo, abundaron los chascarrillos, los proyectos inmediatos, las perspectivas
viajeras, algún deslizamiento hacia la actualidad sociopolítica y todo lo que
suele ser habitual en estos casos.
El
minúsculo reloj solar que pende de uno de los muros de la casa señalaba las cuatro
de la tarde cuando decidimos levantar la sesión. Mientras la familia murciana
se preparaba para volver a casa, nosotros, los dos Vicentes, María y Amalia, tomábamos las primeras curvas de la carretera que nos devolvería a la nuestra
recorriendo a la inversa el itinerario matinal. Aún no habíamos dejado la
nacional 332, cuando Neymar Jr. enmudeció provisionalmente al Bernabeu. No podía
existir mejor broche para la jornada.
Cuñado, has hecho una glosa genial del agradable, familiar y entrañable dia que pasamos ayer. Fue un cumpleaños colectivo para no olvidar. Esperemos que cuando nos reunamos para celebrar el de los del siguiente semestre lo pasemos igual.Un abrazo.
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