martes, 30 de septiembre de 2014

Flashback.

Leo en el diario Información una tribuna que firma Emilio Soler anunciando la presentación de un pequeño opúsculo, elaborado por Mario Martínez, que lo titula Donde da la vuelta el río. Dice Emilio, amigo del autor desde casi siempre, que es una edición no venal y que cuenta algunas de las historias que Mario y sus conciudadanos vivieron en su infancia y adolescencia, allá por los años cincuenta y primeros sesenta del pasado siglo.

No he tenido la oportunidad de ojear el libro, aunque espero hacerlo pronto. Por lo que dice su glosador, parece que en él se relata un viaje placentero por un tiempo desaparecido, al que se mira con la perspectiva que dan los años. Un periplo y una óptica que me resultan familiares y de los que me parece que soy cómplice a menudo. Y me agrada conocer que otras personas practican esa actividad recurrente. Tengo la impresión de que somos más de los que creía quienes tenemos inquietud o tendencia a dejar reflejadas en páginas de papel o digitales algunas de las cosas que nos sucedieron en la vida. Tal vez porque las consideramos interesantes (a veces, creo que hasta importantes), o simplemente porque sentimos la necesidad de evocarlas y compartirlas. Quizás por eso, a ratos, me sumerjo en esa especie de viajes de regreso al pasado, matizados y tergiversados involuntariamente, en los que redescubro y reflexiono sobre los acontecimientos y las vicisitudes de mi infancia y adolescencia. Y confieso que me magnetiza volver a recorrer el territorio que ambas delinean, una especie de patria auténtica,  en la que me reconozco plenamente, como escribió Juan Marsé.

La crónica-reclamo de Emilio, anunciando la presentación del libro en Sax la tarde del pasado sábado, está salpicada de las pullas cariñosamente hirientes con que se obsequian ambos amigos cuando comparecen públicamente, a la vez que hace un recorrido expedito, y sin embargo exhaustivo, por los hitos del panorama de aquellos años juveniles en la década de los 50 y los primeros 60, que todavía compartimos tantos, en todo o en parte. Las lecturas de las novelas de la editorial Bruguera que escribían Marcial Lafuente Estefanía o Silver Kane. El tiempo de los tebeos, con las historietas americanas del Hombre Enmascarado, Flash Gordon, Tarzán o El Príncipe Valiente, y sus réplicas carpetovetónicas de El Coyote, Diego Valor, Pantera Negra o El Capitán Trueno. No faltan las alusiones a las radionovelas lacrimógenas de Doroteo Martí y Guillermo Sautier Casaseca; ni tampoco a Alberto Oliveras, la estrella indiscutible de las noches  radiofónicas con Ustedes son formidables. Tampoco se olvidan Carrusel deportivo y el circo de los Hermanos Tonetti, ni el Teatro Chino de Manolita Chen y los cines de verano, que tanto idolatra el glosador, ni las alusiones a la épica torera de El Tino y Pacorro, para concluir con las referencias musicales de Cliff Richard, Sylvie Vartan y Rita Pavone, tres de los fetiches del exégeta.

Me imagino que Mario hablará de todo ello, seguramente desde una perspectiva más elaborada, ácida y socarrona, como suele ser su prosa. Así que tengo curiosidad por ojear su libro para disfrutar lo que haya dado de sí su ágil y afilada pluma, generalmente más caracterizada por su brillantez que por su tesón. Me gustará conocer cómo enfoca el reencuentro con las vivencias pretéritas; las propias y las de los sesentones que forman la Cuadrilla de la Boina, que antaño fueron sus compañeros de viaje en Sax.

Desconozco si coincidiremos en algunos enfoques o serán parecidas las temáticas que nos inquietan. En todo caso, sé que me enfrentaré a una propuesta ingeniosa y brillante, de la que estoy seguro que aprenderé. Ya contaré mis impresiones tras la lectura, aunque diré que, antes de empezarla, ya me produce agrado imaginar la concomitancia de intereses y la compartida necesidad de dejar constancia de la pequeña historia, la que prefiguran las historias personales con nombre propio. Todas ellas, juntas e imbricadas, conforman la Historia con mayúsculas, que recogen los libros serios. No obstante, para algunos, escribir las pequeñas historias y sus intrahistorias resulta una tarea necesaria, que nos satisface. Por eso, saludo con optimismo la contribución de Mario y agradezco a Emilio su difusión. Estoy seguro que la merece.

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