Hemos
llegado al ecuador de septiembre y la verdad es que estamos viviendo un mes
raro, que tiene mayor parecido con la canícula agosteña que con la templada y
plácida antesala del otoño al que lo tenemos asociado. Aunque a poco que
hurguemos en la hemeroteca, comprobaremos que ya hace algunos años que los
veranos, y sus finales, nos traen importantes accidentes climatológicos. No
solo en nuestro país, sino también en Europa. El año 2002, le tocó a la
República Checa que, en pleno mes de agosto, vivió unas inundaciones que son su
mayor desastre natural en 500 años. En junio del año pasado, unas copiosas y
persistentes lluvias paralizaron varios países de Europa central, provocando
graves inundaciones en la República Checa, Polonia, Alemania, Suiza y Austria. Este
año los aguaceros se han cebado con Croacia y el sur de Francia, acarreándoles
graves daños personales y económicos. Recordaremos, en fin, que en la mañana
del 30 de septiembre de 1997 cayó sobre Alicante una tromba que alcanzó los 156
litros por metro cuadrado, desbordando todas las infraestructuras y cobrándose
la vida de cinco personas. Tal vez empiezan a resultarnos familiares algunas de
las manifestaciones del denostado cambio climático, que parece tan imparable
como devastador resultará para la humanidad. Al ritmo que avanza la agresión
ambiental y con la perspectiva anunciada por la ONU de que la población mundial
alcanzará los 11.000 millones de personas a finales de siglo, no parece muy
aventurado prever gravísimas consecuencias en el impacto ambiental y también en
el agotamiento de los recursos naturales, en el desempleo y en la inestabilidad
social.
Panteón de la Real Basílica de San Isidoro (León) |
No
obstante, pese a la involución atmosférica, niños y jóvenes se han incorporado a
las escuelas y a los institutos apenas comenzado el mes. Algo que no sucedía en
estas tierras desde hace al menos cinco décadas. Y no parece que haya sido una
decisión acertada. Desconocemos por qué se ha empezado tan temprano y con tanto
estrépito. Tal vez se ha pretendido, demagógicamente, contentar a las familias,
hartas de aguantar niños durante el largo verano, sin recursos personales ni
institucionales con los que entretenerlos (educándolos), y deseosas de que se abriesen
las escuelas. O quizá, abundando en la demagogia, se han aumentado unos días de clase (no importa para qué, ni en qué
condiciones) solo como justificación de
que se hacen esfuerzos para remediar las insoportables tasas de fracaso escolar
del sistema educativo valenciano. Realmente, lo que han hecho estas semanas los
niños y jóvenes en las escuelas e institutos ha sido poco más que pasar mucho
calor, protestar, enfadar a maestros, profesores y padres y, lo que es peor,
perder el tiempo desde el punto de vista educativo.
Políticamente
hablando, también septiembre está siendo un mes raro en Europa. El envite de
los escoceses reclamando la independencia del Reino Unido ha puesto en vilo a
la clase política europea. Al final, no se ha producido la secesión escocesa. Todo
queda más o menos como estaba. Y todos parecen satisfechos, como suele suceder
al día siguiente de celebrarse cualquier sufragio. Los unionistas consideran
que ha primado la cordura y la lógica. Los mercados han refrendado esa
convicción, recibiendo con alzas el rechazo a la secesión. Por otro lado, los
europeístas del continente están contentos porque consideran que el no escocés
es un freno importante a otros posibles contagios que, según ellos,
obstaculizarían sacar adelante un proyecto europeo que tiene ante sí retos
importantísimos, como la recuperación económica y la mejora de las condiciones
sociales y de la competitividad en la sociedad global. Los independentistas escoceses
afirman que han arrancado a Londres mayores cotas de autonomía y han
incrementado el crédito de Escocia como país. Como se ve, todos ganan, aunque ello sea matemáticamente imposible. En España,
septiembre también se presenta políticamente alterado por la presión continuada
del plan soberanista de los nacionalistas catalanes, que están llevando la situación
a un vericueto complejo, en el que se debate entre la oportunidad de la consulta
y la oposición a llevarla a cabo, y sus consecuencias. Veremos finalmente en
qué queda todo este batiburrillo, que tal vez pudo evitarse a su tiempo, y sus circunstanciales
aderezos (corrupciones, delitos fiscales, frentismos…)
Solo
la vida política alicantina sigue ajena a estas turbulencias y a las rarezas
que asedian la actualidad nacional e internacional, y hasta las condiciones
climáticas. Aquí no pasa nada. Se imputa a la alcaldesa de Alicante por un
nuevo delito (¿cuántos son ya?) y ella, por toda respuesta, calla y se
atrinchera en su despacho del ayuntamiento. Sus congéneres ideológicos presionan
en torno suyo para que se vaya (y ponerse otro en su lugar), pero ella guarda
silencio sepulcral. La oposición mayoritaria, ¿existe? La oposición
testimonial, pues eso, dando testimonio. Aquí todo sigue igual. Ya lo decía
Julio Iglesias en Benidorm, el año 68; por cierto, también un año rarillo… en
Europa. En fin, será el “menfotisme dels alacantins”.
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