jueves, 29 de junio de 2023

Crónicas de la amistad: Alacant (48)

El día de hoy, 29 de junio, brindaba una nueva oportunidad para disfrutar del sentimiento amistoso que compartimos. Esta vez nos acogía un escenario inédito: «Gran Alacant». En cierto modo podía parecer una propuesta heterodoxa e inhabitualmente promiscua —eso sí, solo desde la perspectiva geográfica—, pues se trata de un territorio donde confluyen los términos municipales de Alacant, Elx y Santa Pola. Desde otro punto de vista, también podría considerarse un guiño nostálgico al casi olvidado «Triángulo Alacant-Elx-Santa Pola», el proyecto que pergeñó el Club de Inversores de la Provincia de Alicante en los años 90 que, posteriormente, recibió el apoyo de la Generalitat Valenciana a través del poco exitoso Plan de Acción Territorial de los Entornos Metropolitanos de Alicante y Elche. En fin, proyectos mastodónticos e interesados que a veces cuajan y otras no, por mor de las vicisitudes que acompañan a la alternancia política en las instituciones de gobierno, como es el caso, aunque también los hay que nada tienen que ver con ello. En todo caso, desisto de incursionar en el análisis de unos y otros. 

Al margen de estas consideraciones, lo cierto y verdad es que en las últimas semanas Sofo y yo habíamos ido preparando el encuentro y realizando diversas gestiones para materializarlo. Tras ponderar las alternativas, acordamos finalmente negociar la comanda en un restaurante radicado en la aludida macrourbanización, que acoge a aproximadamente 11 000 personas (un tercio de la población de Santa Pola), distribuidas en esta demarcación septentrional del término municipal, que limita por el oeste con la carretera N-332 (hoy CV-92) y el Clot de Galvany, por el norte con Arenales del Sol, y por el este y sur con el cabo y la sierra de Santa Pola. Ciertamente, constituye un auténtico «distrito» municipal, que experimentó su boom en la primera década del siglo, expandiéndose aceleradamente y convirtiéndose en una zona residencial, que es destino vacacional preferente para muchos ciudadanos del norte de Europa, singularmente británicos, irlandeses y escandinavos. Las razones de su popularidad hay que buscarlas en la proximidad del aeropuerto, de las ciudades de Alicante y Elche y, cómo no, de las playas de Los Arenales y «El Carabassí». Además de los edificios residenciales, este territorio acoge amplios equipamientos y dotaciones: colegio público, centro médico, biblioteca, correos, polideportivo... Naturalmente, abundan las áreas comerciales con tiendas, zonas de ocio, bares y restaurantes, destacando entre ellas la existente a la entrada al complejo desde la carretera de Santa Pola, donde se ubica «El Olivo», justamente el establecimiento donde nuestro amigo Sofo encargó el menú para hoy. Se trata de un restaurante inaugurado en 2008, que ofrece platos característicos de la cocina mediterránea con algunos toques creativos, que componen una carta integrada fundamentalmente por arroces, carnes a la brasa y pescado de Santa Pola, que se disfruta en unas instalaciones acogedoras y funcionales.

El ágape que nos habían preparado incluía una profusión de entradas: pan con tomate, alioli y aove; cóctel de ensaladilla; calamares a la andaluza; gulas estrelladas y ensalada de brotes tiernos y capellán. Como plato principal se ofrecían diversas variedades de arroz: a banda, negro, con costillitas y verdura, o meloso de manitas de cerdo deshuesadas con garbanzos. Alternativamente, carne o pescado. De postre, dispensaban un surtido de repostería casera, acompañado de café e infusiones. Todo ello bien regado con cerveza y vino de la casa (Sendos verdejos Melior de Matarromera y Mantel Blanco de Álvarez y Díez, ambos de Rueda). La mayoría nos hemos decantado por el arroz meloso de manitas; otros han optado por los canelones de pollo con fuagrás y alguno ha preferido degustar un cuarto trasero de pollo con guarnición. Todo ello excelentemente servido en una mesa que nos han preparado en la terraza, donde Lola y sus compañeros nos han dispensado un trato afable y eficiente.

En plena sobremesa, mientras se desarrollaban los prolegómenos del remate del encuentro, esa habitual síntesis canora que lo abraza y subsume, probablemente como consecuencia del intenso disfrute amistoso, mi mente se ha desconectado de la realidad y se ha adentrado en latitudes de predominio emocional. En pocos segundos, he rememorado que, semanas atrás, Miquel Echarri firmaba un reportaje en el diario El País que titulaba Economía de la amistad: por qué los hombres tienen cada vez menos amigos, en el que alertaba de que importantes medios, como la CNN o Vox (no confundir con el Vox de Abascal), están empezando a cartografiar un extraño fenómeno que han bautizado provisionalmente como la «recesión de la amistad», o lo que es lo mismo, su preocupante declive en tanto que institución y concepto. Aluden al hecho de que el número de relaciones de afecto y simpatía, informales e intensas, parece estar menguando sin remedio entre los hombres norteamericanos, afectando especialmente a los más jóvenes. Ese síndrome de la «amistad menguante» se habría agudizado a consecuencia del cambio de hábitos y estilos de vida que trajo la pandemia: De modo que ya son más del 20% los estadounidenses que, según declaran, no conservan ningún amigo íntimo. Y ya se sabe, cuando estornudan al otro lado del Atlántico…

Sin embargo, otras voces autorizadas matizan que lo que al parecer está cambiando es la propia noción de «amistad íntima». Probablemente, en un mundo de relaciones múltiples, epidérmicas y poco significativas, vehiculadas mayoritariamente a través de las redes sociales, lo que sucede es que hemos elevado el estándar de lo que entendemos por amistad genuina. Consecuentemente, muchas relaciones sociales han dejado de estar a la altura de esa exigencia. Según dicen, es posible que se esté idealizando la amistad hasta el punto de exigirle más de lo que razonablemente puede darnos. No cabe duda de que el diagnóstico es complejo, pues son múltiples las variables en juego. Quizá, para empezar, habría que preguntar a qué se refiere exactamente ese 20% de hombres estadounidenses que se sienten huérfanos de amistades. ¿Aluden a su incapacidad para establecer conexiones sociales sólidas, o a las hermosas aspiraciones que algún día lograron materializar y se han disipado?

Algunos dicen que el ocaso de la amistad podría obedecer a la más elemental de las causas: los amigos demandan un tiempo del que ya no disponemos. Como he dicho en otras ocasiones, ciertos autores cuantifican ese intervalo asegurando que la amistad responde a la fórmula 11-3-6. Es decir, convertir a un conocido en un verdadero amigo exige completar un mínimo de 11 citas, de al menos 3 horas de duración, en un periodo de 6 meses. Estos perspicaces intentos de reducir la amistad a una simple fórmula recuerdan a la célebre regla de las 10 000 horas, popularizada por Malcolm Gladwell en la primera década del siglo actual, que no es sino el intervalo temporal que debe invertirse para conseguir la excelencia en cualquier actividad humana. Comparado con ese considerable esfuerzo, alcanzar la cifra óptima de al menos seis amigos cercanos exige una inversión mucho más modesta, de apenas 200 horas. Sin embargo, entiendo que el problema radica en que de la misma manera que las amistades se consolidan con relativa facilidad, para conservarse, demandan a posteriori una gran inversión de tiempo y esfuerzo. En este sentido, Joseph Juran sugirió que una buena estrategia para no dilapidar el capital social acumulado con tiempo, esfuerzo y dedicación consistiría en aplicar a la amistad el principio de Pareto. Según el economista franco-italiano, el 20% de las causas produce el 80% de los resultados en la mayoría de los procesos. Aplicado a la amistad, el 20% de nuestros amigos acabaría reportándonos el 80% de las interacciones sociales enriquecedoras y satisfactorias. De modo que, si no disponemos de tiempo para cultivar a conciencia todas nuestras relaciones, siempre nos quedará el recurso de identificar a una de cada cinco, las que verdaderamente marcan la diferencia, y centrarnos en ellas. Podríamos orillar el resto puesto que no aportan réditos significativos a la economía de la amistad. Sinceramente, la propuesta de Juran me parece un despropósito, e incluso hasta una cierta obscenidad. Del mismo modo, discrepo radicalmente de la traslación mecánica del principio, del concepto y de la filosofía de Wilfredo Pareto al ámbito de las relaciones amistosas.

Naturalmente, existen aproximaciones menos triviales a las diferentes facetas de la amistad, que se resisten a aceptar el declive generalizado del afecto y de la conexión entre los seres humanos. Algunas defienden, por ejemplo, que las amistades son bienes escasos, que resultan valiosos y nos duele perderlos. Sin duda, sostener los sentimientos a lo largo del tiempo constituye un reto exigente. Ello explica que muchas amistades vayan quedando atrás cuando con el paso de los años, como decía Gil de Biedma, contrastamos que la vida va en serio, o sea, que es mucho más efímera de lo que parecía. Obviamente, añorar esas conexiones íntimas basadas en la afinidad, la complicidad y la pureza de las intenciones, sentir un cierto duelo por su pérdida, forma parte ineludible del proceso vital. Tal vez esa especie de carácter corpóreo de la amistad, como tradicionalmente se ha venido entendiendo, resulta poco compatible con los estilos de vida a los que nos hemos ido acostumbrando. Igual dentro de pocos años logran que acabemos conformándonos con el sucedáneo que representan los pocos que no se han quedado por el camino y también los que han conseguido atravesar el desierto de la virtualidad. Chi lo sa?

Lo que sí sabemos es que hoy hemos gozado de otra espléndida oportunidad para disfrutar en vivo y en directo del sentimiento amistoso, sin interferencias, ni intérpretes, ni intermediarios. Y que la hemos aprovechado plenamente. Nosotros desconocemos qué son la recesión y la mengua amistosas a las que aludía anteriormente. Al contrario, seguimos paladeando, como siempre, los abrazos de bienvenida, sentimos la alegría que nos produce la ansiada reincorporación al grupo de Antonio García, nos reímos con las chanzas y chascarrillos de los más ocurrentes y con las acertadas sentencias de los más silentes. Nos apasionamos cuando comentamos, debatimos y criticamos los pormenores de la situación política del país. Nos emocionamos recordando a quienes hoy no han concurrido, bien por las servidumbres que imponen la salud y las necesidades familiares (Luis), la distancia geográfica (Domingo) o el irreversible y pérfido ensimismamiento que embargó a algún otro (Elías). Y por si faltaba algo, como colofón, hemos gozado de un nuevo remate canoro, dirigido magistralmente, como siempre, por Antonio Antón. Esta vez el repertorio ha incluido piezas clásicas de su inagotable repertorio como Lola (Los Brincos), Que tinguem sort (Ll. Llach), Palabras para Julia (J.A. Goitisolo/P. Ibáñez), Hora negra, Rosas en el mar (L.E. Aute), Qué va a ser de ti (Serrat), María la portuguesa (C. Cano) y las populares Anem a fer herbetes y Una sípia en el galló.

En síntesis, desconozco la entidad y los pormenores del hipotético decrecimiento del flujo amistoso en la otra orilla del Atlántico, aunque aseguro que en esta pequeña parcela de la ribera occidental del Mediterráneo la pulsión amistosa conserva su vigor plenamente. Y si alguien tiene dudas al respecto que nos lo diga y le daremos cumplida respuesta. Por cierto, la próxima oportunidad para comprobarlo se nos ofrecerá en La Vila, cuando llegue septiembre. Allí nos ha convocado Tomás, y allá estaremos.

Buen verano, salud y progreso, amigos.




4 comentarios:

  1. Un escrit tan reflexiu com poètic. M'encanta.
    Amistat, amics, ❤️ amors

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  2. Siempre es un placer leerte, amigo, por tus siempre interesantes reflexiones y por la belleza de su expresión.

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    1. Muchísimas gracias, querido Paco. Tenemos una pendiente. Espero que encontremos la oportunidad idónea para vernos. Un abrazo.

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