domingo, 18 de junio de 2023

No soy Juan del Álamo, aunque lo parezca



Con cierta frecuencia contrastamos que las cosas no son lo que aparentan. Mirando la fotografía de la cabecera pudiera parecer que corresponde a uno de mis libros. Al menos es lo que sugiere su faja, donde se insinúa, entre paréntesis, una suerte de seudónimo (Juan del Álamo), recurso de uso común en los regímenes totalitarios, en los que se enseñorea regularmente la censura. Sin embargo, aseguro que no soy Juan del Álamo, ni siquiera el tal Vicente Carrasco que se menciona, aunque pueda parecerlo. Si se hace una búsqueda simple en Google, se comprobará de inmediato que, hoy por hoy, el apelativo Juan del Álamo con mayor trascendencia corresponde al sobrenombre por el que se conoce en el mundo taurino al matador mirobrigense Jonathan Sánchez Peix, que comenzó su carrera apodándose Camperito siendo alumno de la Escuela Taurina de Salamanca. Pero ni este diestro es el autor del libro, ni tampoco la persona a la que me referiré.

Hoy traigo al pequeño rincón que representa este blog a mi tocayo Vicente Carrasco Illescas (Cádiz, 1917-Valencia, 1990), al que conocí curioseando los catálogos de las librerías de lance, concretamente a través del libro de poesía que recoge la imagen, publicado en Caracas, en 1970, al que me referiré más adelante. Repaso su biografía de la mano de Javier Fernández Rincón, doctorando en Historia Contemporánea en la UNED y socio fundador de Cisma Editorial y del Centro de Estudios Históricos Fernando Mora. De acuerdo con la amplia reseña que incluye la revista La Comuna (https://www.revistalacomuna.com/cultura-y-memoria/vicente-carrasco-poesia-resistencia/), la trayectoria biográfica y poética de Vicente consta de dos etapas vital, geográfica y estéticamente bien diferenciadas, separadas por el fatídico año 1936.

Hasta ese momento su vida había transcurrido en Cádiz, repartiendo su tiempo entre las actividades poéticas (fruto de una temprana vocación literaria), su compromiso sociopolítico militando en la Asociación de Estudiantes Libres y el estudio de la carrera de Medicina. Concluida esta, dará clases de Anatomía en la Universidad y opositará a diferentes puestos, llegando a ser jefe de los Servicios Provinciales de Cardiología.

Su pasión por la poesía arranca tempranamente, publicando en la revista La Esfera (editada en Madrid por Prensa Gráfica), en el Diario de Cádiz y en el semanario Atlante. En marzo de 1928, da un recital en el Ateneo de su ciudad conjuntamente con Ventura Román Nieto. Empieza a obtener cierto reconocimiento en los ámbitos culturales, asiste a tertulias literarias y publica poemas en la revista Isla (Hojas de arte y letras), fundada por el poeta Pedro Pérez-Clotet, en 1932.

José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de teoría de la literatura y literatura comparada de la Universidad de Cádiz y estudioso de la obra de Carrasco (Estructura simbólica de «El muro levantado» de Vicente Carrasco, en Archivo hispalense: Revista histórica, literaria y artística, ISSN 0210-4067, Tomo 63, Nº 192, 1980, págs. 273-292, entre otros trabajos) asegura que Pedro Pérez-Clotet dijo de él después de leer sus poemas que: «Aquí hay un gran poeta, pero le falta limar mucho». Trabajó minuciosamente su poesía hasta que Pérez-Clotet le publicó en la Colección Isla su primera obra en 1935, titulada Rectángulos, de influencias lorquianas, surrealistas y neopopulares, recibiendo muy buenas opiniones desde la crítica. Con el estallido de la guerra, Pérez-Clotet se adhirió a los golpistas, convirtiéndose en uno de los escritores afines al bando franquista, como el ultracatólico José María Pemán. En la primavera de 1936 publica su segundo poemario con el título Poemas impresionistas, editado en Cádiz por la editorial Surcos.

En julio de 1936, Vicente Carrasco disfrutaba de un viaje turístico por Europa que debía durar un par de meses. El golpe de Estado le sorprende en Basilea y decide volver a España a través de la frontera catalana. Se dirige a Valencia, pues Cádiz había caído en poder de los sublevados. La guerra no paraliza su talento. En 1938, publica Romances de la hora, en Ediciones de la Guerra. Su compromiso con la República hace que se responsabilice de los servicios sanitarios de la Guardia de Asalto. Militó en el Partido Republicano Radical Socialista hasta su disolución y estuvo afiliado a Izquierda Republicana (IR). Anteriormente militó en Acción Republicana hasta su integración en IR.

Finalmente, cuando en los últimos días de marzo de 1939 las tropas franquistas ocupan Valencia, intenta huir a Francia con intención de exiliarse a Colombia, sin conseguirlo. Lo reintenta a través de Gibraltar, fracasando nuevamente. Por último, decide regresar a Valencia desde donde pugna por embarcarse con destino a Francia, vía Argel. No lo consigue al ser detenido por la policía franquista. Se le envía a la Prisión Celular de Valencia (La Modelo), donde permanecerá recluido dos años y medio. Pese a todo, tuvo más suerte que su colega Peset Aleixandre porque eludió el pelotón de fusilamiento.

Obviamente, se le depuró y se le apartó de su puesto en la universidad y, al abandonar la prisión, sufrió un largo exilio interior en Valencia, ejerciendo su profesión en una clínica privada de medicina interna, que él mismo puso en marcha. Pese a todo, no abandonó la poesía, aunque la limitó al ámbito privado y mantuvo siempre firme su actitud disidente. Pese a todo, en 1952, su nombre aparece entre los autores recomendados en la Antología Consultada de la Joven Poesía Española (Distribuciones Mares, Valencia). También se publica su poema La voz misteriosa, del libro inédito Voces en la concordia, en la revista valenciana La Caña Gris, dirigida por José María Abad Tallada, en otoño de 1960.

En 1970, gracias a la Editorial Island, de Caracas, reaparece el poeta consiguiendo sortear la censura franquista. Le editan los dos volúmenes del poemario El Muro Levantado, con el subtítulo Poema de la Resistencia Española, a través del que le conozco. Es justamente esta obra la que firma con el pseudónimo «Juan del Álamo». Se trata de un grito desgarrado que arraiga en una España negra y huraña, expresando el dolor del exilio interior y de la muerte de toda esperanza, que apenas atisba para tiempos nuevos y lejanos. Un libro, en palabras de su autor, «beligerante, testimonial, vivo y vivido, escrito sin una concesión contra el régimen de tiranía y muerte». Vicente Carrasco Illescas falleció en Valencia, el 25 de febrero de 1990, y reposa en un nicho del cementerio de la ciudad.

No conocí a mi tocayo, pero me hubiese gustado. Hoy por hoy, escasea la gente con buena reputación profesional e inequívocas convicciones. Sirva este pequeño homenaje, que remato con dos de sus poemas, para honrar su memoria. Aunque merece un esfuerzo institucional para rescatar su obra poética del olvido y de la desidia. Sé que no corren precisamente los mejores tiempos para ello, pues un matador de toros (de nuevo, la tauromaquia), de buena familia, se perfila como el nuevo conseller de Cultura de la Generalitat. Pero, ¿quién sabe? Lo advierte el viejo dicho: «Líbreme Dios de mis amigos, que de mis enemigos me ocupo yo».

¡A ESE!

Ese es un rojo. ¡Perseguidlo!
Ese es un rojo. ¡Aniquiladlo!
Ese es un rojo. ¡No lo olviden!
Pertenece a la horda. Es de la tribu
de los alzados infrahombres.
No tiene frente de nobleza.
No tiene manos, sino garras.
No tiene boca, sino pico.
No son huellas de pasos de pisadas.
Son sus palabras alaridos.
Tienen ojos redondos de alimaña
que miran… y destruyen cuanto miran.
¡Ese es un rojo! No es un hombre
¡Ese es un rojo! Que no haya
paz a su lado nunca, nunca.
Que se le cierren todas las puertas.
Que el cielo encima se le caiga.
Que le lluevan denuncias y denuncias.
Que el dedo lo señale y, descubierto,
comparezca en el centro de la plaza.
¡Ese es un rojo! No es un hombre.
Que por su hundida frente impura
los pensamientos se retuerzan.
Que por su roto pecho, el aire
como la nieve cristalice.
Que el corazón le estalle, tenso
de endurecida sangre coagulada.
Que se le llenen de agujeros
las fugitivas plantas en su huída.
Que cuando alcance la frontera
un paredón le cierre el paso.
Que el exterminio siga y siga,
hasta en los hijos de los hijos.
¡Ese es un rojo! ¿Un rojo? ¡Alto!
¡Ese es un rojo! ¿Un rojo? ¡Muerte!

 

EL PUEBLO SOBERANO

Pero los pueblos nunca mueren
aunque la muerte los taladre,
aunque su sangre corra a ríos,
aunque su voz quede enterrada.
Así, en la banda de los mares,
nació la resistencia, y tierra adentro
fue como un árbol silencioso,
como una espuma reprimida,
como un ejército de sombra
acampado en la noche, como un río
de furia, subterráneo, como un viento
sobresaltado sobre un mar de sangre.
Miles de troncos y de ramas
cubren la noche sumergida,
y un fuego oculto los recorre
mientras la aurora se despunta.


Retrato de V. Carrasco Illescas (R. Pérez Contel)


2 comentarios:

  1. Un relat impactant i ben escrit...i amb el retrat de Pérez Contel el meu segon pare i mestre.
    Perfecte!

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