jueves, 4 de mayo de 2023

Crónicas de la amistad: Santa Pola (47)

«La felicidad no es una estación a la que se llega, sino una manera de viajar».

[Margaret L. Rumbeck, 1905-1956]



Pascual se inclinó hoy por la vía heterodoxa. Obvió, con fundado criterio, la faceta cultural, pues ya estaba suplida con su previa, vehemente y sabia recomendación para ver y escuchar el Concierto para Europa, que dio el pasado día uno en la Sagrada Familia de Barcelona la Orquesta Filarmónica de Berlín, acompañada del Orfeó Català y de otros intérpretes de proyección internacional. De manera que, coherentemente, decretó que nuestro encuentro se iniciaría en el bar Los Curros. Nos había convocado a las 12:30 horas y, como acostumbramos, todos estábamos allí, excepto Antonio García, al que limitan obligaciones sobrevenidas que debe atender. Tampoco llegó Elías, que pronto hará un año que se ensimismó y vive distraído en su mundo; y también en el que delimita el afecto de nuestros corazones. Domingo nos seguía telemática y atentamente desde Ibiza, ocupado en la tediosa rehabilitación de su pierna. Nos hallábamos en un establecimiento señero de la villa y puerto, situado justo detrás de la vetusta y párvula Lonja, en la playa de Levante, dispuestos a consumir las primeras cervezas mirando al mar y a Tabarca, como sugirió el anfitrión. Inmejorable escenario para desplegar este primer acto de nuestra particular comedia. Más si cabe, hoy, que amaneció un día primaveral y rutilante.

La coyuntura me viene pintiparada para ensayar un nuevo excurso —a los que, como sabéis, tanta proclividad tengo— e intentar suplir con él la omisión de la faceta sociocultural del encuentro. De modo que os daré «la brasa» con ciertas reflexiones sobre la vejez y la felicidad, asuntos ambos que nos atañen ineludiblemente. De hecho, hace algún tiempo que la primera va siendo nuestro estado natural. Y la segunda es una universal e irrenunciable aspiración de cuantos componemos el género humano.

Los argumentos que reproduzco radican en los resultados de sendas investigaciones académicas. La primera, sirvió para redactar la tesis doctoral que, en 2014, defendió una joven doctoranda en la Universidad de Granada con el título Correlatos psicosociales de la felicidad en la vejez: predictores y perfiles multidimensionales. Un trabajo referido a las vinculaciones entre la vejez y la felicidad, cuyas principales conclusiones subrayan que los niveles de felicidad de las personas mayores son moderadamente altos, precisando que las variables sociodemográficas no predicen el bienestar subjetivo, mientras que sí lo hacen otras de tipo psicosocial. Los mayores que se sienten felices tienen buena salud, se desenvuelven razonablemente en las rutinas cotidianas, disponen de recursos psicosociales para el bienestar y les afectan pocos acontecimientos estresantes. Por el contrario, quiénes tienen problemas de salud, intenso malestar emocional y alto riesgo de inconvenientes futuros, aunque estén rodeados de amigos y familiares que los apoyen, son escasamente felices. Así pues, la autoeficacia se revela como una fuente muy potente para asegurar la felicidad de las personas mayores, aunque sus efectos los maticen el apoyo social que reciben y su propio optimismo. Este último, tiene un valor nuclear, hasta el punto de que es el auténtico regulador final de los efectos conjuntos de la autoeficacia, del bienestar psicológico y de los recursos psicosociales. En consecuencia, no puedo sino proponer nuevamente la activa militancia en el radical optimismo antropológico rousseauniano.

Mayor amplitud y ambiciones tiene el trabajo sobre la felicidad, que dirige actualmente el psiquiatra estadounidense y profesor de la Universidad de Harvard Robert Waldinger. Esa investigación comenzó en Boston, en 1938, con participación de unos 700 jóvenes de diferentes estratos sociales, y todavía sigue activa. Ello ha permitido indagar en la vida de miembros de la misma familia a lo largo de más de 80 años. En total, han participado más de 2000 personas. Sus conclusiones han revolucionado el mundo de la psiquiatría y las terapias psicológicas. Relacionado con todo ello, Waldinger acaba de publicar Una buena vida (Planeta), libro que algunos consideran el manual definitivo sobre el bienestar emocional, pese a lo difícil que resulta alcanzar el consenso en estos asuntos. En todo caso, por ofrecer alguna referencia, subrayaré que su charla TED sobre la felicidad es una de las más populares de la plataforma, con 45 millones de visionados. Y precisamente, sobre este asunto, quiero compartir algunos de sus jugosos comentarios.

En una reciente entrevista para El Correo Vasco, le preguntaron al meritado profesor por el secreto de la felicidad. No dudó en afirmar que son dos: la salud y las relaciones personales, es decir, tener buenos amigos, una vida familiar satisfactoria, etc. Nada sorprendente por otro lado, más allá de la íntima satisfacción que produce saber que, si tienes buenos amigos, como es el caso, vas a gozar de una vida más saludable, envejecerás mejor y vivirás más, serán menores tus probabilidades de sufrir una enfermedad coronaria, diabetes, artritis, etc. Quién nos lo iba a decir: nuestra amistad, y la que mantenemos con terceros, nos hacen unos privilegiados, pues parece que la longevidad está muy influída por la gente con la que nos relacionamos. Y ello no debe considerarse una afirmación apresurada o gratuita, pues se trata de una constatación respaldada por evidencias científicas.

Efectivamente, está demostrado que las relaciones sociales nos ayudan a controlar el estrés. Cuando nos sucede algo desagradable, nos aceleramos: aumentamos el ritmo cardíaco y la tensión, el cuerpo entra en modo de lucha o huida…, en definitiva, hace lo que debe hacer para enfrentarse a los retos. Pero cuando se elimina el factor estresante, necesitamos que vuelva al equilibrio lo más rápidamente posible. A tal efecto, si algo nos perturba y podemos compartir con otros nuestra inquietud, bien directamente o bien por otros medios, conseguimos calmarnos. Si no es así, o no nos apetece participar el problema, permanecemos en modo de lucha o huida demasiado tiempo, con las hormonas circulando por la sangre generando mayores niveles de inflamación. Es un estrés de baja intensidad, pero acumulativo. Y nos desgasta gradualmente, afectando a muchos órganos a largo plazo. De ahí que pueda deducirse que vivir en soledad acorta la vida, porque la soledad es un detonante del estrés. Y no cabe olvidar que una de cada tres personas se siente sola.

Por otro lado, la idea de ser feliz, en tanto que aspiración vital, e incluso como una obligación, es relativamente nueva. Nuestros abuelos ni se planteaban tal asunto. Lo que les motivaba era tener una vida con un propósito, que, por cierto, muchas veces resulta el auténtico motor de la felicidad. Podemos preguntarnos si eran más o menos felices que nosotros. La respuesta es relativamente simple: cada época tiene sus propias miserias y desafíos; pero nunca es tarde para ser feliz. De hecho, cuantos más años vas cumpliendo, más consciente eres de la importancia que tiene disfrutar de la vida y hacer cosas que te hagan sentir bien. Y, por supuesto, de prescindir de las que no te satisfacen, ni te aportan nada. 

Waldinger concluye diciendo que una vida buena es una vida complicada. Una sentencia con la que concuerdo plenamente, porque es coherente con una visión compleja de las cosas, contraria al maniqueísmo y a las alternativas simplistas imperantes, que pretenden abrazar un conocimiento que no es tal. Nadie es feliz todo el tiempo, aunque tengamos esa impresión cuando encendemos la TV u ojeamos las redes sociales. La buena vida consiste en disfrutar de lo bueno y que no te hunda lo malo. Tener buenas relaciones nos ayuda a procesar mejor las emociones difíciles. Como seres sociales que somos, resulta más seguro estar en un grupo que vivir aisladamente. Estoy absolutamente convencido.

Más allá de estas disquisiciones, que no sé si son dulcificadas diatribas o bienintencionadas peroratas, lo cierto y verdad es que hoy estábamos emplazados en Santa Pola, en el inmemorial Portus Ilicitanus, en el pueblo donde alumbraron a Pascual, nuestro amigo y anfitrión. En un reciente artículo, publicado en la revista La Rella, estudiosos del Museo del Mar de esta localidad y de la Universidad de Alicante reflexionaban acerca de las nuevas investigaciones y la socialización del conocimiento sobre tan antiguo lugar. Dicen estos académicos que el Portus Ilicitanus —ancestro de la actual población— y su entorno geográfico inmediato es un ámbito que estuvo perfectamente referenciado en las fuentes antiguas. El sinus ilicitanus, identificable con la franja de mar comprendida entre el cabo de Santa Pola y el cabo Cervera, es la denominación que se dio al ámbito marítimo de influencia de Ilici en las reseñas de Plinio el Viejo y Pomponio Mela. Más específicamente, la referencia concreta al Portus Ilicitanus la hace Claudio Ptolomeo cuando menciona el Ἰλλικιτάνος Λιμήν (Ilikitanos limen).

Si bien es cierto que, en ocasiones, este asentamiento se ha identificado con los topónimos Alonís/Alonai/Allon, hoy, los investigadores mencionados consideran que está fuera de toda duda que esta localización debe asociarse con la Vila Joiosa (el poble del nostre amic Tomàs). El debate sobre la ubicación de Alonís/Alonai/Allon ha sido muy rico y extenso, pero la reinterpretación de las fuentes escritas y las recientes evidencias arqueológicas permiten descartar definitivamente la eventual identificación de este topónimo con el Portus Ilicitanus. En consecuencia, la evolución de este núcleo portuario debe relacionarse con el nacimiento y desarrollo de la Colonia Iulia Ilici Augusta, a cuyo territorium perteneció.

En alguna ocasión, Pascual nos ha ilustrado sobre la creación del primer ayuntamiento de la villa, como municipio independiente de Elche, ciudad de la que había formado parte desde tiempo inmemorial. Al amparo de la Constitución de Cádiz —y como instrumento para acabar con las prerrogativas de la jurisdicción señorial— se abrió la posibilidad de que las villas con más de mil almas pudieran constituirse en municipios y dotarse de sus propios órganos de gobierno y administración. La segregación definitiva se consiguió en 1835, tras un largo y a veces enconado proceso, en el que, finalmente, se impuso el empeño de los santapoleros a las dificultades que avivaron los munícipes ilicitanos.

Pues bien, como decía, transcurría el mediodía y nos hallábamos en lo que podría considerarse el vértice noroccidental del triángulo escaleno invertido, delimitado por los cabos de Santa Pola y Cervera, y la isla de Tabarca. Justo en el bar Los Curros, en primera línea de playa de levante. Un clásico en la villa desde hace muchos años. Allí nos han ofrecido sendas raciones y tapas de ensaladilla, pulpo a la plancha, calamares a la andaluza y «gambosí», especialidades que hemos degustado ávidamente mientras perdíamos la vista sobre un telón de fondo majestuoso: la luminosa acuarela teñida por solidísimas modulaciones de azules «segrellescos», sobre las que se recortaban las siluetas de las prolíficas edificaciones tabarquinas. Teniendo permanentemente a la vista este espléndido paisaje, hemos liquidado con codicia estas primeras cervezas y píos, entre animadas conversaciones y ocurrentes chascarrillos.

Recuperadas las fuerzas, nos hallábamos en disposición de recorrer los escasos cien metros que separan el bar del Restaurante La Cofradía, otro reputado establecimiento, casi enfrentado al primero, entre los que se interpone el inefable y varado barco museo Esteban González, nombre que corresponde a su propietario y donante, que nada tiene que ver con el ínclito y homónimo político del PP valenciano. Tras sortear el inconveniente con cierto desdén, nos hemos adentrado en el refectorio. También en este caso se trata de un lugar gestionado por buenos hosteleros, que ofrecen una cocina honesta, con predominio de los sabores de la terreta, que es lo mismo que decir una oferta gastronómica basada en los arroces y el pescado. Nos ha recibido Pedro Ruiz, el regente, un cocinero reconocido y amable. Pascual había acordado con él un menú especial compuesto por ensalada Cofradía, calamares, zeppelines, fritura de pescado, gamba blanca hervida y gambitas rojas a la plancha. De plato principal ofrecían arroz meloso de «gatet», pescado o carne. En síntesis, el aperitivo más que discreto y el arroz, excelente. La carta de postres incluía una amplia oferta, aunque nos hemos decantado mayoritariamente por la milhojas de crema con profiteroles y por la piña natural. Todo ello ha sido convenientemente regado con cervezas, un crianza Pago de los Capellanes, agua y cafés. El servicio: excelente.

Hemos desechado comer en el salón, optando por hacerlo en una terraza cerrada, que nos han recomendado con inmejorable criterio. Tras los postres nos hemos desplazado a otra adyacente para completar la sobremesa y despedir el encuentro con las ineludibles canciones. Antonio Antón había preparado una claqueta inclusiva de piezas recurrentes y otras novedosas. Ha abierto su primoroso y privativo concierto con Que tinguem sort (Llach), a petición de Tomás, a la que han seguido temas como La vall del riu vermell y Hora negra. Una trilogía de Raimon (Diguem no, Al vent, Si un día vols) ha dado paso a temas más desenfadados como Rosas en el mar (Aute) y Lalala (De la Calva y Arcusa), para rematar con la carga emocional que incorporan Qué va a ser de ti (Serrat), la Cançó de l'enyor y Vaixell de Grècia (Llach). En síntesis, hemos degustado otro excepcional e impagable concierto del nostre amic Antonio.

Así pues, hoy, como otras veces, hemos compartido una copiosa comida, aunque no menos generosa ha sido la liberalidad con que hemos prodigado momentos deliciosos, acertadas ocurrencias, alguna discusión, risas e instantes irrepetibles y abrazos irremplazables. La amistad emerge de nuevo como alimento indispensable, como la fruta, las verduras, la pasta o el pescado. Aflora desde una fuente inagotable y se revela como un nutriente esencial, casi como lo es el agua. La amistad, esa suerte de pócima que no cesa de procurarnos relaciones significativas, que no son sino las que nos permiten compartir lo bueno para hacerlo mejor, y también lo menos bueno para transformarlo en más liviano. La próxima oportunidad se nos brindará en Alacant y será pronto. Un enorme abrazo para todos.

PS
Se me olvidaba, Tomás nos obsequió a cada cual una tarta elaborada por la vilera Pastelería Maja, que está sencillamente gloriosa. Un manjar exquisito. Gracias, nuevamente, amigo.




 








2 comentarios:


  1. Magnifico escrito, cómo siempre

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  2. Muchísimas gracias. No sé quien eres, pero te agradezco mucho el comentario. Un cordial saludo.

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