jueves, 11 de noviembre de 2021

«Metaverso»

 

Si hay un neologismo que está especialmente de moda es «metaverso». El origen del término se atribuye al escritor de ciencia ficción estadounidense Neil Stephenson que en su novela Snow Crash (1992) describe un espacio virtual colectivo, un universo ficticio, que los humanos podemos experimentar como una especie de extensión complementaria del mundo real. Etimológicamente el término equivale a más allá (metá) del universo (de uno y de cuanto lo rodea). Pero esa definición es muy genérica y probablemente necesitemos concretar más su significado. Podría decirse que alude a un mundo virtual al que los humanos nos conectaremos utilizando dispositivos que nos harán pensar que realmente estamos en su interior interactuando social y económicamente con sus elementos. Constituirán una especie de avatares en un ciberespacio que se comporta como una metáfora del mundo real pero sin sus limitaciones físicas y económicas. De manera que nos estamos refiriendo a espacios tridimensionales, interconectados y persistentes, que en el futuro serán accesibles para todos (?).

Como digo, eso será en el futuro porque actualmente nadie sabe cómo será ni quien impondrá finalmente su metaverso, aunque las empresas tecnológicas pugnan enconadamente por no quedarse atrás en la desenfrenada carrera que se está librando para llevarse el gato al agua. Nadie quiere perder el paso en tan enardecida porfía. De ahí que Facebook, que ahora se denomina Meta—más allá—, ha anunciado una estrategia a medio y largo plazo al respecto y otras muchas empresas impulsan también el desarrollo de tecnologías que deben conducir a que el metaverso sea una realidad en pocos años. Es el caso de Nvidia, Epic Games, Microsoft, Unity, SoftBank, Autodesk y Google, entre otras.

Para que este universo virtual funcione (recordemos que «funcionar» en el mundo contemporáneo es sinónimo de «ganar dinero a espuertas») habrá que desarrollar un sistema de pagos, bien mediante elementos que se puedan usar en el metaverso, o bien a través de un sistema de criptomonedas o token no fungibles, las denominadas NTF (Non Fungible Token). De hecho esta tecnología ya existe asegurando el origen y la autoría de un bien virtual a través de una cadena de bloques, conocida como «blockchain». Cuando el metaverso llegue a ser una auténtica realidad, la tecnología habrá evolucionado, será más segura y permitirá hacer transacciones entre ambos universos. De modo que podremos, por ejemplo, trabajar en el metaverso y cobrar el sueldo en una criptomoneda que será susceptible de utilizarse en el mundo real para comprar alimentos o entradas para los espectáculos, o bien pagar el alquiler y los suministros, etc.

Las empresas que se mueven en este universo están convencidas de que quien controle el metaverso logrará ejercer un inmenso poder sobre el mundo real. Por otro lado, no desconocen que a la hora de desarrollar las tecnologías que lo hagan posible unas dependen de otras. Es decir, todas están posicionándose para una carrera en la que las alianzas parecen insoslayables.

Más allá de cuanto antecede nos preguntaremos qué es lo que se puede y lo que se podrá hacer dentro del metaverso. Replicando a sus creadores la respuesta es que lograremos realizar múltiples cosas, como por ejemplo jugar. Aunque ya existen videojuegos en línea multijugador y multiplataforma, los futuros juegos del metaverso serán inmersivos y estarán interconectados porque ahora no lo están. También podremos trabajar. Las empresas tendrán la opción de organizar reuniones virtuales o combinarlas con otras presenciales, de trabajar de forma colaborativa e incluso de montar negocios. De hecho Microsoft ha tomado la iniciativa en este segmento y el año 2022 lanzará Mesh, un metaverso en el que podrán usarse los propios avatares. Facebook también está trabajando en algo semejante.

Naturalmente, se podrá comprar. Las personas podremos interactuar con las marcas para comprar objetos virtuales, pero también se logrará conseguir otros productos para el mundo real. Para ello se necesitará un sistema de pago a través de criptomonedas mediante tecnología Blockchain o similar. Actualmente, en Fortnite, Roblox o Decentraland permiten la compraventa de bienes intangibles. Otra de las virtualidades que tienen los metaverso es la socialización. Al tener avatares personalizados y con capacidad para reproducir nuestras expresiones y gestos, los usuarios podrán interactuar con otros y socializar. Actualmente ya existe en el mercado VRChat, un juego gratuito multijugador que permite conocer a gente y explorar entornos utilizando gafas de realidad virtual. En el futuro se espera que dispongamos de sensores que harán más realistas estas experiencias.

En fin, el mundo virtual que nos acecha también nos permitirá disfrutar. Posibilitará que asistamos a conciertos, espectáculos y reuniones de grupo de forma inmersiva, como hacemos en el mundo real. De hecho Fortnite organizó durante el confinamiento conciertos de Ariana Grande, Marshmello o Travis Scott a los que acudieron usuarios de todo el mundo de forma masiva.

Algunas de las cuestiones que se considera que van a determinar la implementación del metaverso son, por un lado, la extensión de las transacciones sobre activos y derechos de naturaleza virtual pero susceptibles de valoración económica a través de piezas no fungibles (non-fungible token o NFT); y por otro, el desarrollo generalizado de «gemelos digitales» en la industria y los servicios, en tanto que réplicas virtuales de espacios físicos reales (fábricas, oficinas…) que pueden servir para el diseño y la experimentación en ellos. Desde el pasado junio se puede invertir en los negocios de metaverso a través de un fondo cotizado en la Bolsa de Nueva York (Roundhill META ETF). Todavía parece muy arriesgado tratar de poner un valor global a la oportunidad que supone, aunque la firma Ark Investments estima que la facturación por productos y servicios asociados al mismo en 2021 debe aproximarse a 180 mil millones de dólares, llegando a 400 mil millones en 2025. 

De modo que si atendemos a sus promotores parece que estamos frente a una plataforma idónea para usos sin ánimo de lucro e incluso aseguran que facilitará la armonía en las relaciones humanas y la defensa de valores fundamentales como la justicia y la libertad. En fin, parece que el metaverso está llamado a ser la ultimísima manifestación del genio humano que hará posible desde la cooperación que la sociedad contemporánea se aproxime a la tentación de lograr construirse a su antojo otra realidad paralela. 

No dudo que todo esto sea o pueda ser así pero tampoco logro evitar preguntarme para qué necesita el género humano construirse una realidad paralela. ¿Acaso no tiene suficientes aristas la que nos rodea: desde el cambio climático a la ineludible transición energética; desde la sostenibilidad de la economía, del desarrollo urbano y de la movilidad hasta la neutralización de las crecientes inequidades e injusticias o al aseguramiento del acceso al agua, a la electricidad y a la atención sanitaria de miles de millones de personas? O realmente se trata del penúltimo intento para imaginar una nueva utopía. 

Desde los albores de la historia hasta nuestros días han menudeado los pensadores disconformes con las sociedades en las que les correspondió vivir, que les llevaron a diseñar sistemas alternativos ideales y construir utopías que ansiaban materializar una sociedad mejor. Partiendo desde ideologías dispares casi todas las propuestas utópicas (sean la Ciudad Estado de Platón, la Utopía de T. Moro, la Atlántida de F. Bacon, la Ciudad del Sol de Campanella, el Contrato Social de Rousseau, los falansterios de Fourier, la Filosofía de la miseria de Proudhon, el marxismo de Marx y Engels, Looking Backward de Bellamy o la Utopia moderna de H. G. Wells) han recalado en temáticas comunes: el retorno a sociedades idílicas donde los seres humanos pueden desplegar una existencia plácida y feliz colmada de bienes, la desaparición de la propiedad privada y el deseo de una sociedad que comparte las cosas comunes, el rechazo al individualismo o a todo aquello que nos diferencia y nos hace originales, etc. Unos y otros ofrecen propuestas para construir comunidades al margen de las sociedades de su tiempo. La cruda realidad es que cuantas de ellas lograron experimentarse desembocaron en estrepitosos fracasos. Es más, la materialización de algunos de esos sueños se convirtieron en auténticas pesadillas. Y no puedo evitar preguntarme si tal vez el metaverso no será la penúltima e interesada versión de esa ansiada búsqueda de la utopía.


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