domingo, 21 de noviembre de 2021

«Dueñidad»

Hace más de tres décadas que Rita Segato, escritora, antropóloga y feminista argentina es conocida por sus investigaciones y reflexiones sobre la violencia de género y las relaciones entre género, racismo y colonialismo en las comunidades latinoamericanas. En los últimos años su voz resuena potente y deviene ineludible en los contextos del feminismo y de las luchas de género a nivel global. Algunos de los conceptos que ha acuñado («pedagogía de la crueldad» o «dueñidad») y sus análisis críticos sobre las distintas violencias sexuales resultan fundamentales para comprender y enfocar un fenómeno que amenaza permanentemente la vida de las mujeres en cualquier parte del mundo.

Entre sus múltiples reflexiones me parecen especialmente relevantes las que hace derivar de su análisis del mundo actual, que percibe como una realidad marcada por la «dueñidad» o el señorío, un neologismo, el primero, con el que alude a la añeja potestad, al ejercicio del dominio sobre el cuerpo, los bienes o la tierra, e incluso sobre las vidas de las personas, y muy singularmente sobre las de las mujeres y las niñas. Ahondando en esta idea, argumenta que la «dueñidad» es curiosamente la renovada forma de gobernanza adoptada actualmente por las élites, que se orienta casi exclusivamente a la acumulación del poder y de los recursos. Sus intereses los representan las derechas extremas de medio mundo que, fatídicamente, ha dejado de ser el lamentable espacio donde proliferaban las desigualdades para convertirse en el dramático territorio donde campa la «dueñidad» auspiciada por la concentración de la riqueza y el imperio de la pedagogía de la crueldad. Con esta última expresión la referida autora alude a los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a las personas para transmutar en cosas lo vivo y su vitalidad.

En enero de 2020 un informe publicado por Oxfam, justo la víspera de la celebración del habitual y prestigiado Foro Económico Mundial de Davos (Suiza), reflejaba que los poco más de dos mil milmillonarios que había entonces en el mundo poseían mayor riqueza que la que acumulaba el 60% de la población mundial, equivalente a 4600 millones de personas. Ello equivale a decir que solo diez personas poseen una riqueza y un poder de compra tan formidables que pueden condicionar a su capricho la solvencia o la ruina del conjunto de las instituciones y los estados. Y lo que es más dramático, esa aristocracia del poder ejerce un señorío discrecional sobre la vida y la muerte de las personas que habitan en cualquier territorio del planeta. 

Por otro lado, Rita Segato apunta con sus reflexiones a los nuevos modos que han impregnado la política en las últimas décadas. Como otros pensadores, asegura que es a partir de la presidencia de George W. Bush cuando se impone en el mundo la tendencia a que los grandes dueños de la riqueza empiecen a tener representantes directos en la política, cuando no son ellos mismos los que incursionan personalmente en ella, incorporándose a la primera línea. El caso paradigmático lo representa Donald Trump. Esta realidad ha provocado un giro copernicano en el actual significado de los estados y las instituciones. Emergen así nuevos escenarios en los que los operadores reales ya no manejan las tramas utilizando personajes interpuestos sino que irrumpen directamente en la primera línea escenográfica sin maquillajes ni tapujos, con su propia caracterización.

Me parece que los neologismos que aporta la doctora Segato responden bien a las exigencias semánticas requeridas por esta postrera fase del capitalismo inhumano, de esta enésima etapa en la que el enriquecimiento y la concentración obedecen al despojo descarnado que caracteriza un mercado global donde prima la negación de lo local, de la individualidad y de la propia empatía. Un espacio que impone la pedagogía de la crueldad que resulta significativamente funcional para esta fase del capitalismo. Obviamente frente a la estulticia de los menos debemos batallar por imponer la cordura de la mayoría. No cabe otra que luchar por transformar unos comportamientos sociales que nos perjudican a casi todos. Se impone generar nuevos vínculos, recuperar las relaciones interpersonales, asegurar la interdependencia.

Desgraciadamente esta guerra sorda que hoy libra la humanidad no puede ser detenida por acuerdos de paz. Es una contienda sin forma definida, sin reglas, sin tratados humanitarios. Es la guerra del capital desquiciado que obedece exclusivamente al imperio de la «dueñidad» concentradora. Ese me parece que es, justamente, el mandato que debe desmontarse para acabar con ella.


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