jueves, 25 de febrero de 2021

Crónicas de la amistad, confinamiento fase III (38)


[Y] cuando por la calle
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita:
¿Quién me ha robado el mes de abril?
¿Cómo pudo sucederme a mí?
¿Pero, quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón […]

[J. Sabina, ¿Quién me ha robado el mes de abril?,
 del álbum El hombre del traje gris, 1988]


No solo nos robaron el mes de abril, fueron muchos, muchos más. Dentro de pocos días hará un año que venimos sufriendo reiteradas e inevitables modalidades de confinamiento. ¡Vaya atrocidad de palabra! Hemos consumido una añada yerma y estéril. Doce meses de soledades y abandonos; de retiros forzosos, destierros y separaciones; de prescritas reclusiones, encierros y recogimientos; de retraimientos obligados, de forzada incomunicación y clausura. De inducida misantropía, en suma. Un horror que comporta un elevadísimo dispendio que afrontamos en efectivo, y que financiaremos en diferido hipotecando el futuro de varias generaciones. No solo me refiero a la vertiente económica de la pandemia, como puede imaginarse. Pero… ¡basta!, como diría Pascual. Hasta aquí llega la sección de agravios, denuestos y penalidades. No voy a dedicarle al asunto una línea más porque no la merece. Cambio de tercio.

Las Naciones Unidas aseguran que las personas de 60 años o más constituimos el grupo de edad que más crece actualmente. En 2015 éramos en el mundo 900 millones, previéndose que en 2030 alcanzaremos los 1.400 y, en 2050, quienes lleguen allá engrosarán la estratosférica cifra de 2.100 millones. Obviamente, a medida que ha ido creciendo la clientela ha aumentado la atención de los suministradores de servicios asistenciales y sanitarios, y también la de los que especulan sobre las esferas del desarrollo humano. De hecho, las construcciones sociales sobre el envejecimiento que se han ido abriendo paso en las sociedades occidentales se han ido distanciando progresivamente de la teoría de la desvinculación, sustentada en la concepción de la vejez como proceso de declinación, pérdida de funciones y deterioro. Pese a todo, ese paradigma centrado en el déficit coexiste con otro emergente que subraya la importancia que tiene la disposición subjetiva para las formas de envejecer y que, a su vez, relaciona la mejora del envejecimiento con la información, la actividad y la riqueza de los vínculos y las redes sociales que tejemos las personas. 

Así pues, frente a las teorías centradas en el enfoque deficitario, sustentado en la asistencia y la protección, se imponen las visiones que auspician miradas centradas en el ejercicio de los derechos ciudadanos y en el empoderamiento de las personas mayores. Estas últimas, cuando abordan su inserción en la sociedad actual, constatan que los mayores estamos en situación de desventaja respecto a la utilización de las tecnologías digitales. Nuestro colectivo se incardina ordinariamente entre los “excluidos digitales” y/o entre los “adoptantes tardíos". De ahí que el acceso a las nuevas tecnologías se reivindique como una oportunidad para que los mayores podamos continuar integrados en nuestros referentes sociales. En este sentido la inclusión digital emerge como una dimensión transversal que responde a los principios en favor de las personas de edad que enunció la ONU en 1991 y que son: independencia, participación, cuidados, autorrealización y dignidad. Obviamente, aprovechar esa coyuntura exige políticas, programas e iniciativas que promuevan la apropiación de las tecnologías por parte de los mayores. Y si no se dan o son insuficientes no queda otra que la autopromoción, que a fin de cuentas es lo que intentamos hacer con este nuevo formato comunicativo que estrenamos ayer —es verdad que no con el éxito apetecido—que no tiene otra finalidad que favorecer y asegurar nuestra histórica interrelación y nuestra amistad, posibilitando que se expliciten los afectos que la definen.

El mantenimiento de lazos amistosos es uno de los predictores que caracterizan el envejecimiento positivo y exitoso. Compartir un pasado común de vivencias, emociones y afectos no solo hace agradables las reuniones de amigos sino que entrena la mente y la memoria. No conviene olvidar que determinadas regiones cerebrales se estimulan cuando se recuerdan hechos pasados, un ejercicio que, por cierto, dicen que mejora otras funciones que son básicas para desenvolverse en la vida diaria. Las horas que pasamos recordando anécdotas, viajes, celebraciones, acaecimientos y peripecias, incluso haciéndolo de manera virtual y accidentada, como la de ayer, nos hacen partícipes de grupos de afecto que nos dan seguridad y facilitan que nos sintamos apreciados. Y no cabe la menor duda de que ello aumenta nuestra autoestima, que es pieza crucial que alarga los años de independencia y autodeterminación y merma el tiempo que pueda esperarnos de dependencia emocional e incluso física. Lo resume bien una frase usual, llena de sentido común: “sé que me vais a seguir queriendo, pase lo que pase, porque sois mis amigos de toda la vida”. No cabe duda de que afrontar el envejecimiento personal es menos duro si se hace colectivamente. Es como tener un «grupo de apoyo» espontáneo, placentero y no forzado. Quienes saben de esto opinan unánimemente que los efectos que genera la participación en un colectivo de personas proactivas, como el que nosotros conformamos, son invaluables. Pondré un solo ejemplo: se ha contrastado que a partir de los 60 años la probabilidad de que alguien se embarque en la práctica de una nueva actividad, en aprender una nueva destreza o en emprender un viaje es un 70% mayor cuando se hace acompañado.

Esa me parece la actitud. Ahora y siempre. Algún día, cuando releáis alguna de mis crónicas, cuando cualquiera de nosotros recite un poema, cante una vieja canción o aporte alguna sesuda reflexión, debemos seguir hablando de nuestras cosas, sin desfallecimientos, como siempre. Debemos estar convencidos de que nunca nos iremos, de que simplemente estaremos al otro lado del camino. Y de que siempre quedará alguien que alzará su copa y brindará por los demás, sabiendo que le estarán acompañando para que jamás camine solo.
¡Salud y suerte, amigos!



No hay comentarios:

Publicar un comentario