En
mi opinión, la música es el arte por antonomasia: no necesita comentaristas ni precisa
de instrucciones. Oyes una composición, da igual que sea larga o corta, popular
o clásica, conocida o desconocida, e inmediatamente te gusta o te disgusta, te
emociona o te deja indiferente. Escuchar música no requiere explicaciones
previas (aunque tampoco pasa nada si se proporcionan), ni demanda prospectos, guías
didácticas o programas de mano que pongan en situación o faciliten algunas claves fundamentales
para aproximarse y/o entender la manifestación artística que se ofrece.
Por
otro lado, la música es el único arte que nos acompaña siempre, incluso desde
antes del nacimiento. Empezamos a relacionarnos con ella escuchando el ritmo
alegre y acompasado de nuestro corazón y mantenemos ese idilio hasta que se nos
escapa el último hálito. Las demás artes, la pintura y la escultura, la arquitectura,
la literatura y la danza o la cinematografía van llegando con el paso del tiempo
(aunque no siempre lo hacen todas, ni alcanzan a todos). Sin embargo, la música
no discrimina a nadie, la conocemos desde que empezamos a crearla con los latidos
a partir de la cuarta semana de nuestra gestación.
Si
reflexionamos mínimamente contrastaremos que tiene un gran significado y una
portentosa dimensión en nuestras vidas. De hecho, la inmensa mayoría de las
personas tenemos asociadas las grandes emociones y los momentos importantes a
algún tipo de expresión musical. A poco que nos interroguen lo comprobaremos
inmediatamente. Si nos preguntan, por ejemplo, sobre las canciones con las que
nos enamoramos, sobre cuál fue la primera pieza que logramos tocar con un
instrumento o respecto a los temas que nos emocionan especialmente, apenas dudaremos
al responder. Sin embargo, si nos interrogan por conceptos o conocimientos que se
supone que pertenecen al acervo de una persona con mediana cultura, como el símbolo de un determinado
elemento químico o de un compuesto común, el nombre de las comarcas de la
provincia o el número de habitantes de la ciudad o el pueblo en que residimos, vacilaremos
bastante más.
De
modo que, si la música se incorpora a nuestras vidas casi espontáneamente y si
tiene una presencia inequívoca en la mayoría de los contextos socioculturales
del mundo, cuesta entender –y mucho más aceptar– su
limitada presencia en los currículos escolares. Creo que cuando un niño se está
formando, cuando está construyendo sus valores, cuando empieza a discriminar
entre lo que le gusta y aquello que no le agrada, la educación artística debe estar
incardinada en ese proceso formativo, salvo que nos hayamos propuesto erradicar
las humanidades de la vida de los ciudadanos. Concuerdo plenamente con algunos
especialistas que se conforman con tres cosas básicas en relación con la
formación musical. La primera de ellas es, como decía, que formación
artística tenga una presencia importante en la educación temprana; la segunda es
que se incentive y se logre que los niños canten a menudo, estrechando el
vínculo entre cerebro y laringe, entre las emociones y las palabras; la tercera
se refiere a la educación del oído a través de la buena música, que se
halla entre la clásica y entre la moderna, en la vocal y en la
instrumental, y tanto en la polifónica como en la sinfónica. Con estos tres
elementos casi bastaría para desarrollar el enorme potencial que la
música tiene en la vida de las personas.
No
puede desdeñarse, por otro lado, que mejora la empatía y ayuda a solucionar los problemas. Las mezclas,
los ritmos, las voces y los sonidos ayudan a crear conexiones y a despertar sentimientos,
independientemente de la edad que se tenga. El contacto con la música desde la
niñez, además de entretener y divertir, puede marcar una diferencia
considerable en la formación y en el desarrollo de muchas otras habilidades porque favorece el perfeccionamiento del sistema
motriz y de la actividad cerebral, a la vez que fomenta la creatividad y
la imaginación.
La música potencia la concentración, la atención y la memoria de los niños. Tan es así que los que desarrollan una formación variada y
constante tienden a memorizar más fácilmente. De ahí que tenga
estrecha relación con el rendimiento académico porque, además, la exposición
temprana a la música favorece la
actividad neuronal y agiliza la parte del cerebro relacionada con
la lectura y las matemáticas. Por otro lado, contribuye a mejorar el lenguaje, favoreciendo la
discriminación auditiva y enriqueciendo el vocabulario. Tocar un instrumento,
bailar o cantar ayuda a desinhibirse y a erradicar la timidez. La música
propicia también el trabajo en equipo y ayuda a establecer nuevos vínculos y fortalecer los existentes, así como a comunicar las ideas con fluidez. Finalmente, contribuye al desarrollo de la
creatividad y la imaginación infantil, mejorando
la capacidad de los niños para realizar cualquier otra actividad artística.
De modo que ¡viva la música!
No hay comentarios:
Publicar un comentario