domingo, 18 de agosto de 2019

¡Viva la música!

En mi opinión, la música es el arte por antonomasia: no necesita comentaristas ni precisa de instrucciones. Oyes una composición, da igual que sea larga o corta, popular o clásica, conocida o desconocida, e inmediatamente te gusta o te disgusta, te emociona o te deja indiferente. Escuchar música no requiere explicaciones previas (aunque tampoco pasa nada si se proporcionan), ni demanda prospectos, guías didácticas o programas de mano que pongan en situación o faciliten algunas claves fundamentales para aproximarse y/o entender la manifestación artística que se ofrece.

Por otro lado, la música es el único arte que nos acompaña siempre, incluso desde antes del nacimiento. Empezamos a relacionarnos con ella escuchando el ritmo alegre y acompasado de nuestro corazón y mantenemos ese idilio hasta que se nos escapa el último hálito. Las demás artes, la pintura y la escultura, la arquitectura, la literatura y la danza o la cinematografía van llegando con el paso del tiempo (aunque no siempre lo hacen todas, ni alcanzan a todos). Sin embargo, la música no discrimina a nadie, la conocemos desde que empezamos a crearla con los latidos a partir de la cuarta semana de nuestra gestación.

Si reflexionamos mínimamente contrastaremos que tiene un gran significado y una portentosa dimensión en nuestras vidas. De hecho, la inmensa mayoría de las personas tenemos asociadas las grandes emociones y los momentos importantes a algún tipo de expresión musical. A poco que nos interroguen lo comprobaremos inmediatamente. Si nos preguntan, por ejemplo, sobre las canciones con las que nos enamoramos, sobre cuál fue la primera pieza que logramos tocar con un instrumento o respecto a los temas que nos emocionan especialmente, apenas dudaremos al responder. Sin embargo, si nos interrogan por conceptos o conocimientos que se supone que pertenecen al acervo de una persona  con mediana cultura, como el símbolo de un determinado elemento químico o de un compuesto común, el nombre de las comarcas de la provincia o el número de habitantes de la ciudad o el pueblo en que residimos, vacilaremos bastante más.

De modo que, si la música se incorpora a nuestras vidas casi espontáneamente y si tiene una presencia inequívoca en la mayoría de los contextos socioculturales del mundo, cuesta entender –y mucho más aceptar– su limitada presencia en los currículos escolares. Creo que cuando un niño se está formando, cuando está construyendo sus valores, cuando empieza a discriminar entre lo que le gusta y aquello que no le agrada, la educación artística debe estar incardinada en ese proceso formativo, salvo que nos hayamos propuesto erradicar las humanidades de la vida de los ciudadanos. Concuerdo plenamente con algunos especialistas que se conforman con tres cosas básicas en relación con la formación musical. La primera de ellas es, como decía, que formación artística tenga una presencia importante en la educación temprana; la segunda es que se incentive y se logre que los niños canten a menudo, estrechando el vínculo entre cerebro y laringe, entre las emociones y las palabras; la tercera se refiere a la educación del oído a través de la buena música, que se halla entre la clásica y entre la moderna, en la vocal y en la instrumental, y tanto en la polifónica como en la sinfónica. Con estos tres elementos casi bastaría para desarrollar el enorme potencial que la música tiene en la vida de las personas.

No puede desdeñarse, por otro lado, que mejora la empatía y ayuda a solucionar los problemas. Las mezclas, los ritmos, las voces y los sonidos ayudan a crear conexiones y a despertar sentimientos, independientemente de la edad que se tenga. El contacto con la música desde la niñez, además de entretener y divertir, puede marcar una diferencia considerable en la formación y en el desarrollo de muchas otras habilidades porque favorece el perfeccionamiento del sistema motriz y de la actividad cerebral, a la vez que fomenta la creatividad y la imaginación.

La música potencia la concentración, la atención y la memoria de los niños. Tan es así que los que desarrollan una formación variada y constante tienden a memorizar más fácilmente. De ahí que tenga estrecha relación con el rendimiento académico porque, además, la exposición temprana a la música favorece la actividad neuronal y agiliza la parte del cerebro relacionada con la lectura y las matemáticas. Por otro lado, contribuye a mejorar el lenguaje, favoreciendo la discriminación auditiva y enriqueciendo el vocabulario. Tocar un instrumento, bailar o cantar ayuda a desinhibirse y a erradicar la timidez. La música propicia también el trabajo en equipo y ayuda a establecer nuevos vínculos y fortalecer los existentes, así  como a comunicar las ideas con fluidez. Finalmente, contribuye al desarrollo de la creatividad y la imaginación infantil, mejorando la capacidad de los niños para realizar cualquier otra actividad artística.

De modo que ¡viva la música!

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