viernes, 16 de agosto de 2019

La liosa Liga

Hoy se inicia La Liga con un partido de campanillas, nada menos que un Athlétic de BilbaoF.C Barcelona, en San Mamés. Ello no es asunto baladí ni para los amantes del fútbol ni para quienes no lo son. Cada año se adelanta un poco más el inicio de una competición que tiene manifiesta influencia en la economía del país. En este paréntesis estival se ha suscitado una insistente polémica sobre si habrá fútbol televisado todos los días de la semana, como en la temporada anterior, o los aficionados deberán descansar obligatoriamente los lunes. De momento el juez de turno ha determinado que suceda lo segundo, aunque no se trata de una resolución definitiva puesto que puede recurrirse. Los clubs y los gestores de la Liga ya han puesto el grito en el cielo, apelando a las cuantiosas pérdidas que ello les acarreará. Obviamente, otros muchos elementos inherentes a la competición (horarios de los partidos, incidencia en la actividad laboral y escolar, problemas de seguridad, tráfico, etc.) les preocupan mucho menos.

Y es que para qué engañarnos, el fútbol pierde progresivamente su condición de deporte en beneficio de su enfoque como lucrativo y gran negocio. Más allá de las mareantes cifras que acompañan a los traspasos y fichajes de las grandes estrellas del balompié,  la actividad económica de la Liga de fútbol profesional en España tiene un impacto económico anual equivalente al 1,4% del PIB, es decir, de unos 16.000 millones de euros, según un estudio que elaboró la consultora Prize Waterhouse Coopers (PwC) sobre la temporada 2016-17, presentado este mismo año. Esa astronómica cantidad la generan fuentes diversas: 3000 millones los propios clubs, directamente; 5500 millones son provisiones indirectas, producidas por los proveedores del fútbol; 4000 millones responden al impacto tractor que ejercen sectores que se relacionan con el fútbol; y 3000 millones son consecuencia del impacto inducido, es decir, el gasto que realizan los espectadores. De manera que puede asegurarse que el fútbol es un input para otras muchas empresas; no sólo se genera actividad económica porque el fútbol gaste dinero, sino porque muchos otros sectores lo usan como palanca para generar negocio (medios de comunicación, telefonía, merchadising, restauración, etc.).

El estudio de PwC evidencia que el impacto económico de La Liga se ha duplicado en los últimos cuatro años, creciendo su influencia en el empleo, que alcanzó un 25% más en este periodo, pasándose de 140.000 puestos de trabajo a casi 185.000. También la recaudación fiscal se ha visto incrementada en un 40%, alcanzando más de 4.000 millones de euros (y eso que muchos de los jugadores mejor pagados están litigando permanentemente con Hacienda a cuenta del impago de sus impuestos). Evidentemente, los gestores de La Liga, con su presidente a la cabeza, no tienen otra obsesión que mantener ese enorme crecimiento económico que, por una parte, está vinculado al enfoque empresarial de la gestión de la competición y, por otra, a la comercialización conjunta de los derechos televisivos, que hoy suponen la principal fuente de financiación de la mayoría de los clubs.

El deporte nacional por antonomasia, que domina abrumadoramente a las demás disciplinas deportivas, no es precisamente un caminito de rosas, aunque pueda parecerlo. Por definición, toda actividad económica debe contemplar la posibilidad de que aparezcan nubes en el horizonte. Y la mejor manera de neutralizar su hipotético impacto es conocer sus dimensiones y estimar sus posibles efectos. De modo que empecemos por el principio. Hoy la financiación de los clubs que, no cabe duda, son el motor que hace posible que exista todo este entramado económico-deportivo que representa La Liga, descansa fundamentalmente en los derechos televisivos que pagan las plataformas digitales y los medios de comunicación para poder retransmitir los partidos de fútbol. Esos derechos se reparten muy desigualmente dado que tres equipos se llevan más de las tres cuartas partes, prorrateándose el resto los demás. Se da una gran asimetría en la distribución que, en mi opinión, debería corregirse para equipararla a lo que sucede en otras latitudes, como el Reino Unido, donde ya se ha pinchado relativamente la burbuja financiera a la que me referiré. Allí la distribución de los recursos entre los clubs es muy diferente; de hecho, el equipo más modesto de la liga inglesa tiene unos ingresos anuales por los derechos televisivos equivalentes a los que en España recibe el Atlético de Madrid, que es el tercer club que más dinero ingresa por este concepto.

Pero, como decía, existe otra faceta que debe subrayarse especialmente porque repercute mucho más allá de los contornos del fútbol y de los intereses y responsabilidades de los clubs, de sus aficionados y de sus gestores. Es un hecho incontrovertible que el Real Madrid y el Barcelona son los equipos que reciben la mayoría de los recursos provenientes de los derechos televisivos, pero la realidad es que el impacto que producen en sus respectivas economías es infinitamente menor que el que acarrean a los equipos modestos, en los que alcanza hasta el 70 o el 75% de las mismas, estando la media en torno al 60 ó 65%. Por tanto, si por cualquier razón (porque las televisiones pierden interés en el deporte, porque en lugar de competir por comprar los derechos, se asocian y los negocian a la baja, etc.) se produjese una burbuja especulativa, cuando reviente, la catástrofe será enorme para los clubs modestos y mucho menor para los grandes equipos, pese a que hoy por hoy son los que más se benefician de este inmenso negocio. Pero, es más, si se materializase este hipotético y nada descabellado escenario –de hecho en el Reino Unido ya se ha producido en cierta manera–, seríamos el conjunto de la ciudadanía quienes pagaríamos los platos rotos de tan lucrativo comercio, ya que, para neutralizar sus efectos, tirios y troyanos saldrán a la palestra a justificar lo injustificable y a exigir la adopción de las medidas necesarias para minimizar los efectos de lo que no dudarán en denominar “catástrofe nacional”, como sucedió con el rescate de la banca y con otros acontecimientos similares.

Por tanto, cuidado con el fútbol que, además de ser un espectáculo fenomenal (especialmente cuando lo practican jugadoras y jugadores de las categorías alevines, infantiles y juveniles), tiene derivaciones y consecuencias que pueden afectarnos a todos, incluidos quienes no tienen interés alguno en el llamado deporte rey.

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