Ayer
Francia se levantó tranquila, respiró. La victoria en las elecciones
presidenciales de Emmanuel Macron lo permitió. Presuntamente, se frena la enorme
e imparable ola populista que impulsan las derechas en las democracias occidentales:
el Brexit; el triunfo de Trump; el Partido por la Libertad de Geert Wilders, en Holanda; el movimiento
5 estrellas en Italia; Alternativa para Alemania (AfD); el partido de la
Libertad en Austria (FPÖ); Derecho y Justicia (PiS) en Polonia; el Fidesz de Viktor
Orbán, en Hungría... Por fin, el movimiento En marche! derrota claramente al
Frente Nacional de Marine Le Pen. Como alguien ha dicho, la elección de Macron
es un mensaje global.
Hace
solo unos meses que se habría calificado de auténtico chiflado a quien hubiese
pronosticado que Francia iba a elegir a un presidente defensor de la
globalización y partidario de la apertura de las fronteras a las personas y a
las mercancías, europeísta y liberal, ex banquero de inversiones (Lehman
Brothers sigue ahí, en la mente de todos) y ex ministro de Economía de
Hollande, el Presidente más impopular de la V República. Es decir, a Emmanuel
Macron.
Emmanuel Macron proclamando su victoria. |
Lo
que demuestra una vez más que la historia jamás sigue un curso rectilíneo, como evidencia –al menos en mi opinión– que los ciudadanos estamos cada vez más
desorientados. La elección de Macron es una muestra inequívoca de ello. El
triunfo del joven político es un sinsentido, aunque tenga apariencia y aspire a
representar la resistencia cívica a la enorme ola que se ha instalado en el
mundo occidental impulsada por el populismo, los tics nacionalistas, el
hartazgo y la desazón con las élites políticas, el escepticismo sobre el orden
liberal internacional, etc.
En
este tiempo en que ha eclosionado una larga y profunda crisis en el proceso de
integración europea, en el que se aboga por los nacionalismos y los
proteccionismos, y prima el miedo a los inmigrantes, refugiados, etc.,
paradójicamente, Francia ha elegido al patrocinador de una presunta nueva vía,
En Marcha!, que representa justo lo contrario de lo que aparenta, porque lo que
realmente encarna es la promoción de las políticas que la Europa más
comunitaria cuestionaba y cuestiona. De modo que, aunque buena parte del
triunfo del joven presidente lo explique la determinación reactiva de una parte
importante del electorado para evitar el triunfo de Le Pen, no deja de ser un
contrasentido que se vote a algo que representa lo contrario de lo que parece.
Creo
que Macron encarna a la perfección el paradigma de la nueva política, la que se
impone hoy en el mundo. Una especie de combinación de audacia, suerte, triunfo de
lo efímero y de la posverdad. Macron, que es un producto del establishment,
aparentemente ha quebrado algunas de las reglas características del statu quo, como
la primacía de la juventud sobre la recurrente veteranía o el haber sintonizado con la Francia más
cosmopolita y educada en lugar de con los partidos tradicionales, con la vieja
clase política y con las estructuras venerables. Aunque es innegable que su discurso adopta un
tono optimista y esperanzado, en el fondo no pierde de vista los viejos
objetivos, vinculándose como sus competidores al denominado centro político, es
decir, a ese amplio espectro sociológico que se extiende desde el centroderecha
al centroizquierda que no es otra cosa que la masa crítica de ciudadanos que,
al menos hasta hoy, es imprescindible para pilotar el sistema político y poder
materializar políticas reformistas.
Por
otro lado, Macron es un fulano con una suerte enorme. Sin mover un pelo, ha
visto caer a sus principales rivales, víctimas de las elecciones primarias, de
los escándalos o de la defección inducida por las circunstancias. Por otra
parte, un buen porcentaje del apoyo que ha cosechado proviene de la adhesión
militante en contra de Le Pen, es decir, es un voto prestado que le pedirá
cuentas antes que después. Todo ello son hipotecas que pasarán facturas, pero
eso no debe importar demasiado a Macron que representa una opción política para
la que el futuro termina mañana.
En
mi opinión Macron es un ejemplo paradigmático del triunfo de la posmodernidad, del
pensamiento débil. En una época caracterizada por la decadencia de los grandes
sistemas ideológicos, En Marche! representa la victoria del nuevo pragmatismo, de quienes dicen ofrecer lo mejor de la derecha y de la izquierda, es decir,
más libertad económica y a la vez más justicia social, una incongruencia difícil
de explicar e imposible de practicar.
Como se ha dicho, Macron representa el triunfo de las candidaturas que
encumbran la individualidad del actor político, sin partidos ni mayorías. Una singularidad que no le impide alinearse
con las tesis de las corrientes ideológicas dominantes, cediendo a la pulsión
centralizadora y tendiendo inequívocamente hacia la continuidad de las
políticas liberales, cuya materialización exige contar con los viejos partidos,
a los que paradójicamente aspira a debilitar e, incluso, a hacerlos desaparecer.
Sin embargo, pienso que ello no le resultará fácil, entre otras razones porque probablemente
tendrá complicado lograr una mayoría parlamentaria suficiente para materializar
sus pretensiones.
Aunque quizás lo peor de todo es que el triunfo de Macron significa la derrota
de lo que tradicionalmente se ha considerado el “gran frente republicano”, esa
especie de salvaguarda temperamental de los valores de la modernidad que
históricamente ha deslegitimado y combatido las opciones de extrema derecha y
otros intentos de desdibujar la idiosincrasia francesa. Estas postreras elecciones
las han protagonizado políticos ciegos y mediocres, que han competido para
intentar convencer a la ciudadanía de que todas las opciones eran iguales y
valían lo mismo. Y se han equivocado porque ni lo eran, ni lo son, ni mucho
menos.
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