sábado, 22 de octubre de 2016

Crónicas de la amistad: Novelda (15)

Aunque no lo supieseis, yo ayer tenía dos citas: la primera con vosotros, la otra me esperaba cuando el día se perdiera en las tinieblas.

Nos despedimos cuando concluía la primera a las puertas del Dalton, un garito con reminiscencias que hace guardia junto al curso del Vinalopó, que hoy nos ofreció las penúltimas copas y que acogió nuestras postreras conversaciones en un adiós deshilvanado, inusualmente encogido por las prisas y las juveniles sorpresas.

Me esperaba en Alicante la otra cita: Luis García Montero y sus amigotes, Sabina, Miguel Ríos, Ángel González, Enrique Morente, Almudena Grandes, Benjamín Prado, Quique González, Ismael Serrano… Aunque tú no lo sepas. La poesía de Luis García Montero, un lujo de documental que han codirigido Charlie Arnaiz (casi de mi familia) y Alberto Ortega sobre el poeta y su obra. Un título que han tomado prestado de uno de sus poemas, que ha sido canción en bocas diferentes (El Canto del Loco, Quique González) y que lo dice casi todo de él y de sus poco recomendables compañías –como podría decirse de nosotros–, en cuya última estrofa se asegura que:

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

Pero no adelantemos acontecimientos. Ayer tocaba Novelda. Eran apenas las once y media y ya nos habíamos constituido en asamblea permanente a las puertas del Panach, el meeting point preferido de nuestro amigo Luis, donde tiene habilitada la particular oficina de gestión o sede social, como se prefiera, de sus asuntos varios: amistosos, políticos, ciudadanos, etc. Un breve refrigerio precedió a un interesante paseo cultural que tuvo dos estaciones. La primera puso ante nuestros ojos la fábrica de la primera mezquita que hubo en Novelda, posteriormente convertida a la “auténtica” fe y explotada como templo y enterramiento cristiano. Carmen Payá nos explicó la evolución histórica del lugar y los detalles de su restauración. Un lujo de acompañamiento y una grata sorpresa encontrar estos céntricos lugares recuperados para los usos ciudadanos. A pocos pasos, la segunda obligada estación era el casino. Un soberbio espacio que recorrimos mientras escuchábamos las pormenorizadas explicaciones de Carmen y Luis, que antecedieron a un segundo refrigerio, obligado por el contexto y exigido por la necesaria pausa para mitigar la sed y el cansancio provocado por tan exigente recorrido.

En la puerta del Casino
de Novelda 
Regresamos al meeting point y nos acomodamos en los vehículos para dirigirnos al destino que había previsto el anfitrión: el restaurante Asunción, en las Casas del Señor, una exigua población vecina de un territorio que jalonan otros lugares como Las Encebras, el Culebrón o el Xinorlet, bajo la atenta vigilancia del Monte Coto, junto al Mañá. Un paisaje adusto y estepario que ofrece una sorprendente compenetración de innovación y tradición, siendo perceptibles en él tanto las huellas humanas del pasado como las señales que dejan las nuevas explotaciones. Un paisaje interior, azoriniano, íntimamente ligado al carácter de sus habitantes, a los rasgos distintivos de su tradición y de su historia, a su identidad colectiva. Un territorio seco y áspero que culinariamente ofrece dos suculentos manjares: el arroz con conejo y caracoles y los gazpachos que, como no podía ser de otro modo, constituyeron la columna vertebral de la colación que degustamos en este mediodía. Excelentes ambas especialidades, regadas con un buen caldo del terreno, un par de botellas de Juan Gil, que hizo las delicias de casi todos porque, ya se sabe, algunos son de fidelidad extrema y permanecieron leales a sus cervezas.

El programa inicial que había previsto Luis contemplaba una interesantísima visita a una cantera de mármol. Sin embargo, a juicio de los expertos, las condiciones meteorológicas aconsejaban desistir del propósito. En nuestro ir y venir de Novelda a las Casas del Señor veía en lontananza el Monte Coto y los lugares aledaños y evocaba otros momentos en que tuve oportunidad de contemplar la ciclópea magnitud de las canteras.

La mente es como una olla presión, como un cumulonimbo desbocado, como un torrente desmadrado, capaz de imaginar cualquier cosa y de recorrer itinerarios inexistentes, de modelar minuciosamente lo que ni siquiera existe. No puedo deciros otra cosa sino que mi enrevesado cerebro insistía en convencerme de que el periplo que emprendimos hace más de un trienio está consolidándose como una construcción genuina, que nos pertenece y que en cierto modo se asemeja, al menos en sus postreras aspiraciones, a la ruta de la amistad que inventaron los aztecas hace muchos años.  Sin duda, recordáis que corría el año 1968 cuando empezábamos a conocernos. Ese mismo año vio la luz uno de los proyectos más destacados de las olimpiadas que se celebraron en México: la Ruta de la Amistad. Una magnífica propuesta ideada por Mathias Goeritz que materializó conjuntamente con el gran arquitecto mejicano Ramírez Vázquez. Se trata del corredor escultórico más grande del mundo, con una longitud que rebasa los diecisiete kilómetros. Un singularísimo camino de geometrías y colores creadas por artistas de los cinco continentes que comunicaba los escenarios olímpicos, propiciando que los espectadores hiciesen su particular interpretación de las diecinueve obras allí alineadas. Sin duda, aquellos juegos representaron el último esfuerzo auténticamente creativo del olimpismo moderno, el intento postrero por compaginar a la griega intelecto y fuerza mediante un programa que incluía dos semanas de atletismo y todo un año de actividades culturales.

Aunque la climatología había impedido que completásemos el programa inicial, era tan atractiva la propuesta que mi mente se había autoprogramado para materializarla. De modo que, mientras recorríamos la serpenteante carretera que enlaza Novelda con Monóvar y las Casas del Señor perdí la mirada en el horizonte e imaginariamente visualicé grandes bloques de mármol de color crema marfil y rojo Alicante. En una fantasiosa e inmaterializable transposición aparecían formando parte del maravilloso corredor que conforma la Ruta de la Amistad, dando cuerpo a 10 de las 19 esculturas que jalonan esa singular travesía. En los diez bloques vi esculpidas el Ancla, la Torre de los Vientos, el Hombre de Paz, el Disco Solar, la Rueda Mágica, Jano, el Muro Articulado, el Sol Bípedo, la Puerta al Viento y hasta un Hombre Corriendo. Sorprendido, miré con más atención sus detalles para acabar descubriendo que aquellos bloques inmortalizaban nuestra inefable cuadrilla. ¿Cuál era quién? Eso lo dejo a la imaginación de cada uno.

Llegaba a Alicante con Alfonso, Sofo y Tomás cuando la noche había caído sobre la ciudad. Me dirigí raudo a la Sede de la UA para reencontrarme con los sueños, con García Montero y sus poemas, con su humanidad y su compromiso, con su menuda figura agrandada en un inaudito y poético olor de multitudes (más de trescientas personas de abigarrado reflujo humano) y recordé por enésima vez a Gabriel Celaya: “la poesía es un arma cargada de futuro”. Elx nos espera el próximo 2 de diciembre, amigos.

2 comentarios:

  1. Felicitats, Vicent, per una vida tant "conviscuda"... i amb sensibilitat poètica, a més.
    Una abraçada.
    Marc

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    1. Moltes gràcies, Marc. Una forta abraçada també per a tu.

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