Aunque
no lo supieseis, yo ayer tenía dos citas: la primera con vosotros, la otra me esperaba
cuando el día se perdiera en las tinieblas.
Nos
despedimos cuando concluía la primera a las puertas del Dalton, un garito con reminiscencias que hace guardia junto al curso
del Vinalopó, que hoy nos ofreció las penúltimas copas y que acogió nuestras postreras conversaciones en un
adiós deshilvanado, inusualmente encogido por las prisas y las juveniles
sorpresas.
Me
esperaba en Alicante la otra cita: Luis García Montero y sus amigotes, Sabina,
Miguel Ríos, Ángel González, Enrique Morente, Almudena Grandes, Benjamín Prado, Quique González, Ismael
Serrano… Aunque tú no lo sepas. La poesía de Luis García Montero,
un lujo de documental que han codirigido Charlie Arnaiz (casi de mi
familia) y Alberto Ortega sobre el poeta y su obra. Un título que han tomado
prestado de uno de sus poemas, que ha sido canción en bocas diferentes (El
Canto del Loco, Quique González) y que lo dice casi todo de él y de sus poco
recomendables compañías –como podría decirse de nosotros–, en cuya última estrofa se asegura
que:
Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.
Pero
no adelantemos acontecimientos. Ayer tocaba Novelda. Eran apenas las once y
media y ya nos habíamos constituido en asamblea permanente a las puertas del Panach, el meeting point preferido de nuestro amigo Luis, donde tiene
habilitada la particular oficina de gestión o sede social, como se prefiera, de
sus asuntos varios: amistosos, políticos, ciudadanos, etc. Un breve refrigerio
precedió a un interesante paseo cultural que tuvo dos estaciones. La primera
puso ante nuestros ojos la fábrica de la primera mezquita que hubo en Novelda,
posteriormente convertida a la “auténtica” fe y explotada como templo y
enterramiento cristiano. Carmen Payá nos explicó la evolución histórica del
lugar y los detalles de su restauración. Un lujo de acompañamiento y una grata
sorpresa encontrar estos céntricos lugares recuperados para los usos
ciudadanos. A pocos pasos, la segunda obligada estación era el casino. Un
soberbio espacio que recorrimos mientras escuchábamos las pormenorizadas
explicaciones de Carmen y Luis, que antecedieron a un segundo refrigerio,
obligado por el contexto y exigido por la necesaria pausa para mitigar la sed y
el cansancio provocado por tan exigente recorrido.
En la puerta del Casino de Novelda |
Regresamos
al meeting point y nos acomodamos en
los vehículos para dirigirnos al destino que había previsto el anfitrión: el
restaurante Asunción, en las Casas del Señor, una exigua población
vecina de un territorio que jalonan otros lugares como Las Encebras, el Culebrón
o el Xinorlet, bajo la atenta vigilancia
del Monte Coto, junto al Mañá. Un paisaje adusto y estepario que
ofrece una sorprendente compenetración de innovación y tradición, siendo
perceptibles en él tanto las huellas humanas del pasado como las señales que
dejan las nuevas explotaciones. Un paisaje interior, azoriniano, íntimamente
ligado al carácter de sus habitantes, a los rasgos distintivos de su tradición
y de su historia, a su identidad colectiva. Un territorio seco y áspero que
culinariamente ofrece dos suculentos manjares: el arroz con conejo y caracoles
y los gazpachos que, como no podía ser de otro modo, constituyeron la columna
vertebral de la colación que degustamos en este mediodía. Excelentes ambas
especialidades, regadas con un buen caldo del terreno, un par de botellas de Juan Gil, que hizo las delicias de
casi todos porque, ya se sabe, algunos son de fidelidad extrema y permanecieron
leales a sus cervezas.
El
programa inicial que había previsto Luis contemplaba una interesantísima visita
a una cantera de mármol. Sin embargo, a juicio de los expertos, las condiciones
meteorológicas aconsejaban desistir del propósito. En nuestro ir y venir de
Novelda a las Casas del Señor veía en lontananza el Monte Coto y los lugares
aledaños y evocaba otros momentos en que tuve oportunidad de contemplar la
ciclópea magnitud de las canteras.
La
mente es como una olla presión, como un cumulonimbo desbocado, como un torrente
desmadrado, capaz de imaginar cualquier cosa y de recorrer itinerarios
inexistentes, de modelar minuciosamente lo que ni siquiera existe. No puedo deciros
otra cosa sino que mi enrevesado cerebro insistía en convencerme de que el
periplo que emprendimos hace más de un trienio está consolidándose como una
construcción genuina, que nos pertenece y que en cierto modo se asemeja, al menos
en sus postreras aspiraciones, a la ruta de la amistad que inventaron los aztecas
hace muchos años. Sin duda, recordáis
que corría el año 1968 cuando empezábamos a conocernos. Ese mismo año vio la
luz uno de los proyectos más destacados de las olimpiadas que se celebraron en
México: la Ruta de la Amistad. Una magnífica propuesta ideada por Mathias
Goeritz que materializó conjuntamente con el gran arquitecto mejicano Ramírez
Vázquez. Se trata del corredor escultórico más grande del mundo, con una
longitud que rebasa los diecisiete kilómetros. Un singularísimo camino de
geometrías y colores creadas por artistas de los cinco continentes que
comunicaba los escenarios olímpicos, propiciando que los espectadores hiciesen
su particular interpretación de las diecinueve obras allí alineadas. Sin duda,
aquellos juegos representaron el último esfuerzo auténticamente creativo del
olimpismo moderno, el intento postrero por compaginar a la griega intelecto y
fuerza mediante un programa que incluía dos semanas de atletismo y todo un año
de actividades culturales.
Aunque
la climatología había impedido que completásemos el programa inicial, era tan
atractiva la propuesta que mi mente se había autoprogramado para materializarla.
De modo que, mientras recorríamos la serpenteante carretera que enlaza Novelda
con Monóvar y las Casas del Señor perdí la mirada en el horizonte e
imaginariamente visualicé grandes bloques de mármol de color crema marfil y
rojo Alicante. En una fantasiosa e inmaterializable transposición aparecían
formando parte del maravilloso corredor que conforma la Ruta de la Amistad, dando
cuerpo a 10 de las 19 esculturas que jalonan esa singular travesía. En los diez
bloques vi esculpidas el Ancla, la Torre de los Vientos, el Hombre de Paz, el
Disco Solar, la Rueda Mágica, Jano, el Muro Articulado, el Sol Bípedo, la
Puerta al Viento y hasta un Hombre Corriendo. Sorprendido, miré con más
atención sus detalles para acabar descubriendo que aquellos bloques
inmortalizaban nuestra inefable cuadrilla. ¿Cuál era quién? Eso lo dejo a la
imaginación de cada uno.
Llegaba
a Alicante con Alfonso, Sofo y Tomás cuando la noche había caído sobre la
ciudad. Me dirigí raudo a la Sede de la UA para reencontrarme con los sueños,
con García Montero y sus poemas, con su humanidad y su compromiso, con su menuda
figura agrandada en un inaudito y poético olor de multitudes (más de
trescientas personas de abigarrado reflujo humano) y recordé por enésima vez a
Gabriel Celaya: “la poesía es un arma cargada de futuro”. Elx nos espera el
próximo 2 de diciembre, amigos.
Felicitats, Vicent, per una vida tant "conviscuda"... i amb sensibilitat poètica, a més.
ResponderEliminarUna abraçada.
Marc
Moltes gràcies, Marc. Una forta abraçada també per a tu.
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