Para Concha, con mi afecto.
Hace
muchos, muchísimos años, conocí a una persona muy especial que casi siempre estuvo
rodeada de niños. Vivía en un país oscuro y anticuado, gobernado con mano de
hierro por un tirano descomunal que cometía muchas tropelías. Por ser, era tan
ogro que decretó que las personas debían vivir tristes, sin hablar ni cantar. Incluso
dictó un bando prohibiendo expresamente que pudiesen ser felices y vivir
prósperamente.
Esta
persona abominaba vivir en país tan lúgubre y miserable y se propuso contribuir
a cambiarlo. Para ello decidió hacerse maestra. Estudió la carrera y, como era
inteligente y aplicada, logró ser una de las primeras de su promoción. Cuando
concluyó los estudios, encontró trabajo y empezó a ejercer su profesión. Dado
que era atenta observadora, a los pocos años reparó en que los libros de texto que
utilizaban sus alumnos eran feos y poco útiles, como casi todo en aquél país
lóbrego y casposo. Apenas tenían ilustraciones y sus textos incluían argumentos
o narraban hechos que no eran verdad en muchos casos, y casi no servían para
nada en otros. Las lecciones referían historias irreales o recomendaciones inútiles,
carentes de interés y de sentido para los niños.
Así
que, poco a poco, fue dejando a un lado los libros y empezó a ofrecer a sus
alumnos otros materiales más divertidos e interesantes. Ello no siempre fue del
agrado de sus jefes, por lo que encontró a menudo su incomprensión y también la
de algunos padres y madres. Un día, cansada de remar contracorriente, decidió
trabajar con los niños más pequeños de la escuela, con los parvulitos, los
únicos que podían prescindir de aquellos odiosos libros porque no tenían la
obligación de aprender a leer y escribir. Apenas pasaron unos meses y se había
entusiasmado tanto con las cosas que hacía con ellos que, casi sin darse cuenta,
a base de atender, escuchar y vivir con los pequeños se olvidó de leer y
escribir. Pero al mismo tiempo, también imperceptiblemente, aprendió a contar
historias maravillosas: había nacido la maestra que olvidó leer pero aprendió a
contar cuentos. Y un día me contó una fábula que recrearé a mi manera:
Antes de que el cambio climático convirtiese
el paisaje alicantino en la estepa que conocemos, en las laderas del Benacantil
había una enorme oquedad, hoy desaparecida bajo toneladas de escombros, que
cobijaba un lago subterráneo prodigioso. En él vivía una ninfa preciosa, hija
de Esón, un rey que visitó la gruta donde vivía su madre cuando los griegos
llegaron a las costas alicantinas. Allí se enamoró de Adara y, fruto de ese
amor, nació Náyade. Náyade, como su progenitora, también conoció a un príncipe,
Tansy, con el que se casó y tuvo otra hermosa niña, a la que llamaron Aglaia. Tansy
decidió enrolarse en la embarcación de los argonautas para ayudar a Jasón a
recuperar su reino. Mientras permaneció ausente, Aglaia vivía feliz en compañía
de su madre y de las pequeñas ninfas que habitaban junto a aquella laguna
azulada. Un día, cuando paseaba por sus orillas, resbaló y cayó en una hondonada,
donde permaneció inconsciente largas horas. Cuando la rescataron tardó en
despertarse varios días y al hacerlo descubrió que apenas se podía mover. Desde
entonces vivió en una zona ajardinada, sin obstáculos, que le permitía jugar y
cantar con sus amigas. En ella había una pérgola fabulosa, hecha de rosales
trepadores y madreselvas, donde solía dormir la siesta junto a su madre. Un
día, mientras descansaban plácidamente, una tarántula negra y odiosa salió de
su agujero y mordió a Náyade en un brazo, inoculándole un veneno lento y
terrible que amenazaba con acabar con ella. La ninfa tomó conciencia de la
gravedad de la situación y, completamente agobiada, pidió consejo a un viejo gnomo
que visitaba periódicamente la laguna. Cuando lo vio llegar le dijo:
— Amigo, tú que sabes tanto y eres
tan astuto dime: ¿qué podría hacer para salvarme de esta maldición?
El gnomo la miró atentamente, apretó
enérgicamente su cabeza con sus manos y le respondió:
— Dentro de pocos días oirás los
cencerros de un rebaño que suele pastar en estas laderas del Benacantil. Al
oírlos, debes redoblar tu canto hasta lograr ensimismar a su pastor y hacer que
venga a la gruta y te escuche. Cuando llegue junto a ti, cuéntale tu desdicha y
pídele que te ayude. Convéncelo para que viaje al Maigmó, al Puig Campana, a la
Serrella y a todas las montañas y sierras de Alicante. Arráncale la promesa de
que atenderá las necesidades que tengan las personas mayores que habitan en
esos lugares. Asegúrate también de que irá a las escuelas y contará a los niños
la auténtica historia de la ninfa Náyade y les enseñará la más bonita de sus
canciones.
Cuando haya realizado esta
encomienda esperaréis un tiempo, hasta que lleguen los temporales del otoño. Un
día se desatará una gran tormenta. Será tan grandiosa que se extenderá por toda
la provincia. Cuando escampe y asome tímidamente el sol, aparecerá en el
horizonte un gigantesco arco iris doble que embelesará a todos los habitantes
de esta tierra. Esa será la señal para que los niños de todos los pueblos
canten al unísono la melodía que les habrá enseñado el pastor. Sus voces se
expandirán por el éter y viajarán unidas hasta esta gruta del Benacantil. Aquí, resonarán con tal estruendo que tú, Náyade,
presa del miedo, gritarás con todas sus fuerzas, expulsando con tu aliento el
veneno que te inoculó la tarántula. Así escapará de tu cuerpo la ponzoña y se
quebrará el hechizo.
Para entonces, Tansy habrá regresado a casa y Aglaia habrá logrado recuperarse plenamente de su accidente. Tú ya serás mayor y estarás próxima a llegar a tu destino, pero eso es lo que menos importa. Lo importante será, como dijo Kavafis, que han sido muchas las mañanas de verano en que visitaste puertos nunca vistos y te detuviste en emporios donde conseguiste hermosas mercancías. Lo que importa es que habrás visto muchas ciudades y aprendido de sus sabios, que tienes a Ítaca en tu mente y que llegar a ella es tu destino. Pero no apresures el viaje, porque es mejor que dure algunos años y que atraques en la isla, enriquecida con cuanto ganaste en el camino...
Para entonces, Tansy habrá regresado a casa y Aglaia habrá logrado recuperarse plenamente de su accidente. Tú ya serás mayor y estarás próxima a llegar a tu destino, pero eso es lo que menos importa. Lo importante será, como dijo Kavafis, que han sido muchas las mañanas de verano en que visitaste puertos nunca vistos y te detuviste en emporios donde conseguiste hermosas mercancías. Lo que importa es que habrás visto muchas ciudades y aprendido de sus sabios, que tienes a Ítaca en tu mente y que llegar a ella es tu destino. Pero no apresures el viaje, porque es mejor que dure algunos años y que atraques en la isla, enriquecida con cuanto ganaste en el camino...
No hay comentarios:
Publicar un comentario