Hoy tenía materia para garabatear mi cuaderno hasta casi acabar
sus hojas. Estuve meditando sobre cómo podía contar algo que, además de
conmoverme, desbordó mi capacidad de metabolizar tantos recuerdos, impresiones,
simpatías y afectos. Erais tantos los protagonistas, tan numerosas las anécdotas,
tan incontables los recuerdos que opté por salirme por la tangente. Decidí
reproducir el “discursito” que os largué mientras aguardabais pacientemente que
nos sirvieran el almuerzo. Pensé que tal vez os gustaría recordarlo en algún
momento y por ello aquí lo tenéis. Lo que sigue es más o menos lo que dije.
Queridas amigas y amigos.
Disculpad que interrumpa unos minutos esta animada conversación.
Alguien tiene que dar la bienvenida a la gran fiesta que hemos preparado para
hoy y me ha tocado a mi. Así que la comisión organizadora quiere daros las
gracias por estar aquí a todas y a todos: a Cayetano, Vicenta Antón, Antonio,
Tomás, Juanjo, Concha Azorín, Mª Rosa, Pedro Juan, Modest, Miguel, Carmina,
MariLuz, Juan José, Elías, Eduardo, María Dolores, Trini, Antonio García, Cuti,
Luis, Lola Gutiérrez, Mari Carmen Hernández, Concha Lucas, MariCarmen Llorca,
José Antonio, Amada, Guillermina, Domingo, Alfonso, María, José Joaquín, Lina, Consuelo,
MariCarmen Ruiz, Pascual, Joaquín, Elia, Vicenta, Pilar Tormo y Pilar Vera.
Gracias, también, a los que no están aquí, bien porque no han
podido venir, bien porque no hemos logrado localizarlos. Sabéis que forman
parte del grupo y queremos recordar a Mª Carmen Aracil, Antonio Blanco, José
Cerdá, Mati Giner, Nieves, Andrés, José Daniel, José Hernández, Mª Carmen
Hernández, Antonio Illán, Alfonso Marín, Marilé, Conchita Muñoz, Raimundo, Paco
Ochando, Joaquín Pérez, Vicente Rodríguez, Amelia, José Mª Rodríguez, Antonia
Rizo, Antonio Samper, Asun Verdú, Paquita Verduzco, Margarita
Bru y algunos más que seguro que se nos han escapado.
Restaurante Juan XXIII. Alicante. |
Creo que debemos evocar, reverente y emocionadamente, el recuerdo
de los compañeros que hoy no pueden estar aquí, físicamente, con nosotros,
aunque lo están permanentemente en nuestros corazones. Y, si no os importa, no
lo haremos guardando silencio, como proponía José Daniel (disculpa la
discrepancia, amigo) porque sabéis de sobra que soy hombre de palabras mucho
más que de silencios; todavía no he aprendido a callar, lo siento. Así que
permitidme que los recuerde tomando prestadas algunas estrofas de nuestro
paisano Miguel, especialmente aquéllas que dicen:
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupáis y estercoláis,
compañeros del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracoles
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré vuestro corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal os ha derribado.
No hay extensión más grande que mi
herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más vuestra muerte que mi vida.
Siempre volvéis a mi huerto y a mi
higuera:
y por los altos andamios de mis flores
pajarea vuestra alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
A las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata os requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañeros del alma, compañeros.
Como sabéis, preparar estos eventos requiere tiempo y dedicación.
Por ello, la comisión organizadora hace reuniones de trabajo, que suelo
glosar a posteriori. En una de esas crónicas, hace unos meses confesaba que a
veces no puedo evitar preguntarme: ¿por qué estamos aquí?, ¿qué hace que
concurramos tan contumazmente a estos encuentros? Y decía entonces y digo ahora
que, parafraseando el poema de Kavafis, más allá de las magníficas escalas que
jalonan el camino, por encima de cual sea su destino imaginado, lo que nos ha
amalgamado y nos cementa es la convicción de nuestra fortuna por tener la
oportunidad de recorrerlo juntos, todavía, en la plenitud de aventuras y
conocimientos, sin temer a nada porque mantenemos firme y elevado nuestro
pensamiento y nuestras convicciones.
Estamos persuadidos de que jamás encontraremos Lestrigones,
Cíclopes ni Poseidones porque son ajenos
a nuestras almas, más dadas a desperezarse en mañanas estivales, visitando
puertos recoletos y mercados repletos de sencillas mercancías y caldos
voluptuosos. No ansiamos llegar a Ítaca porque deseamos disfrutar del camino,
de su longitud y de su belleza. Y por eso no apuramos el viaje, y queremos
hacerlo duradero. Ítaca nos dio hace muchos años la oportunidad de emprender una
travesía que ha hecho de nosotros quienes somos. Cuando lleguemos a ella lo
comprenderemos.
De modo que os propongo que levantéis conmigo vuestras copas para que brindemos y nos felicitemos por estar aquí. ¡Salud y felicidad, compañeros! ¡Por
nosotros!
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