martes, 21 de abril de 2015

Quien sepa más, que lo diga.

La sociedad española se encuentra en una encrucijada. A un mes vista tenemos unas elecciones locales y autonómicas que parece que abrirán un escenario político que podía ser esperanzador, pero que no lo es. Al menos desde mi punto de vista.

PP y PSOE, los partidos que han administrado la política española de los últimos cuarenta años, están al borde del precipicio. Se han ganado a pulso despeñarse estrepitosamente y parece que, salvo que un milagro lo remedie in extremis, ello será inevitable. Seguramente el PP perderá menos en el envite porque tiene una clientela mucho más fiel que el PSOE, pero en ambos casos el desastre está casi asegurado. Unos perderán las mayorías absolutas en bastantes ayuntamientos y comunidades autónomas y otros darán gracias por no quedar relegados a la mera testimonialidad. Alternativamente, emergen dos nuevos partidos que parecen destinados a arrasar en los tiempos inmediatos: Ciudadanos y Podemos.

Empecemos por el primero. Su líder, Albert Rivera, es una excelente creación ‘marketiniana’, un icono generado desde la nada, adobado en los requerimientos de la sociedad efímera, mediática y consumista, que ha fabricado un político paradigmático: asexuado, desideologizado e insulso. Militante adscrito a la tendencia ni frío ni calor, sin sal ni azúcar, o todo lo contrario. Su discurso, sintetizado en la tribuna que le publicaba el diario El País anteayer, es esclarecedor porque viene a decir que el histórico eje izquierda-derecha está periclitado porque la socialdemocracia y el liberalismo pueden defenderse sin contradecirse, tomando lo mejor de cada cual. Preconiza que la libertad sin igualdad es tan insostenible, como insoportable es la igualdad sin libertad. Asegura que representa un proyecto para España y que Ciudadanos es una plataforma civil que se ve obligada a adoptar la forma de un partido político para lograr convertirse en una palanca de cambio. Declara solemnemente que su partido ofrece propuestas que levantarán el país y recuperarán la confianza de los ciudadanos, sin gritar, sin mentir y sin prometer quimeras. Asegura que su programa incuye una propuesta de cambio sensato basado en tres pilares: fortalecer los valores civiles, llevar a cabo las reformas democráticas y políticas que necesita el país y trsnsformar el modelo económico y social, orientándolo hacia la economía del conocimiento que proporcionará prosperidad y justicia social. El treintañero Albert asegura que hay que volver a poner de moda en España la libertad, la igualdad y la solidaridad. Por eso propone una ley electoral justa y proporcional, que permita elegir a los representantes ciudadanos en listas abiertas, en las que todos los votos valgan lo mismo. Y subraya que el dinero público es sagrado y que por eso hay que gestionarlo como si fuera propio, de la misma manera que deben racionalizarse los recursos para que los ciudadanos visualicen a qué se destinan los impuestos que pagan, que deben ser gestionados por administraciones puestas al servicio de todos, sin burocracias ni duplicidades. Y todo ello lo concibe permeabilizado por un pacto nacional por la educación, que concrete un acuerdo de todos los partidos para reconocer explícitamente que lo más importante es la formación de buenas personas, buenos profesionales y buenos ciudadanos. El párrafo lapidario que remata su ideario no tiene desperdicio: su proyecto para España lo mueve la esperanza, sin enfados ni venganzas, y concreta sus sueños y su compromiso para trabajar desde la convicción de que la ilusión es más poderosa que el miedo.

Afortunadamente, más allá de lo que precede y suele decir, Albert tiene una cierta historia. Revísense, sin acritud, videotecas y hemerotecas y se descubrirá que a menudo dice lo que su público objetivo quiere escuchar. Cambia su discurso según convenga, adecúa su perfil a las modas o los requerimientos de la estética del momento y tiene los brazos abiertos para recoger lo que sea, venga de donde venga, sea de UPyD, Falange o España 2000. Todo vale para difundir la imagen de una derecha joven, centrista, presuntamente moderna y civilizada, aséptica, descafeinada, en definitiva, lista para abrazar el poder. Debe reconocerse que Ciudadanos ha entendido perfectamente los códigos de la sociedad digital: dominan las plataformas digitales, la redes sociales, el marketing y el merchandising. Saben cambiar a conveniencia estrategias y sinergias, con un discurso incontinente y vacuo que jamás aborda lo importante: qué hacer con la ciudadanía, con el trabajo decente, con los derechos fundamentales, con el futuro de jóvenes y viejos, etc. Sin embargo, a poco que leamos entre líneas, más allá del recurrente discurso contra la corrupción y el despilfarro, adivinaremos la clave última de las soluciones que proponen: reactivar la actividad económica, disminuir el paro, mantener la estructura impositiva con ligeras modificaciones…. Lo de siempre, la economía como deus ex machina se encargará de arreglarlo todo. De nuevo, la economía. Mira por donde, se les vio el plumero.

La alternativa al bueno de Albert se llama Pablo Iglesias. Otro ‘niñato’ (lo digo con cariño) con pose entre enfadada y crispada, que hasta juega a ser maleducado en ocasiones. Podemos ha conseguido adentrarse en el corazón de la política del país, seduciendo a una importantísima cohorte de ciudadanos desencantados. Han sido maestros en aprovecharse de la profunda crisis de legitimidad que afecta a los partidos políticos tradicionales y han provocado un cambio en la percepción de los fenómenos, eso que ellos denominan apertura de un horizonte de posibilidad para construir una nueva hegemonía (¡Qué retórica tan ininteligible!) Dicen estos jóvenes universitarios y teóricos de la política que hay que crear hegemonías, ganar terreno en el marco de lo cultural y lo simbólico, para que la mayoría social se identifique con la lectura que hacen de los acontecimientos.

Para ellos, la política consiste en integrar los procesos sociales y las realidades en una narración e involucrar en ella a los ciudadanos. Marx explicó que la ideología, la visión que tenemos sobre las cosas, está absolutamente determinada por la estructura económica. Pero todo el revisionismo posterior, y muy especialmente las perspectivas específicas de las gentes de Podemos, explica que no es así. Ellos dicen que la hegemonía es la audacia para leer lo que está pasando en la sociedad y contarlo. Por eso, a la vista de la crisis de legitimidad política y de la desconfianza generalizada en lo concerniente a lo público, emergen con eslóganes como "no nos representan", que intentan capitalizar el descreimiento y estrenar un nuevo horizonte de posibilidad, disputando el sentido que tienen las cosas. Otro aspecto fundamental de su planteamiento es acotar el lugar donde hay que librar ese combate. Y descubren de inmediato que es en el terreno de los medios de comunicación y de las redes sociales. Sin duda, para materializar un mensaje determinado hay que encontrar la forma de llevarlo a cabo y ellos están convencidos de que ése es el camino mediático.

Otra pieza fundamental en el análisis de Podemos es el concepto de antagonismo que establecen a partir de la división dicotómica del ámbito político. Estos jóvenes visionarios, adalides de la política digital intentan, como Albert Rivera, desactivar el viejo orden de derecha frente a izquierda, proponiendo un hipotético marco cultural caracterizado por un código que publicita el nuevo orden dicotómico: los de arriba frente a los de abajo. Ello lo adoban con la apropiación espuria de conceptos, como libertad, decencia, gente corriente…, cuya significación vinculan con las coyunturas, usándolos y definiéndolos con significados que sirven a su presunto discurso hegemónico. O, dicho de otro modo, intentan configurar una voluntad colectiva que responda al discurso que han elaborado previamente. Porque, en suma, el último estadio de su teórico proceso de transformación consiste en activar el populismo urbi et orbi, publicitar exitosamente la imagen de un líder carismático que reclama para sí la legitimidad para interpretar la voluntad de la gente, del pueblo, encarnando los mitos que pertenecen al imaginario colectivo. Aproximadamente, eso es lo que pienso que representa la cuarta opción que nos ofrece la próxima confrontación electoral: un involucionismo reaccionario e incomprensible.

No diré nada de la primera y la segunda. Ya nos han dado suficientes muestras de lo que son capaces de prometer, dialogar, hacer y engañar. Incomprensiblemente, los todavía mayoritarios PP y PSOE, con lo que saben, con sus ‘aparatos’ y con cuarenta años de experiencia gubernamental siguen escondidos o viéndolas venir.  Mientras, obviamente, los alevines siguen a lo suyo. ¡Vaya panorama!

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