jueves, 9 de abril de 2015

Empanada.

Hoy me levantado con el cuerpo y la mente hechos trizas. Así que después de desayunar, hacer la cama y cumplimentar las tareas propias de mi condición y sexo –como algunos dicen- me he ‘tirado’ en el sillón y me he descerrajado una breve siesta, que ni ha sido del borrego ni de nada, pero que me parecía imprescindible para sobrevivir a la empanada con que me he despertado. La breve estancia en el limbo me ha repuesto algo y, sin moverme del aposento,  he decidido revisar el correo y navegar un poquito con la tableta (los mínimos de las servidumbres que impone la sociedad digital). Uno de los mensajes que había en la bandeja de entrada me ha llevado a una referencia que ha despertado mi curiosidad. Un pequeño artículo sobre la financiación de proyectos a través de plataformas online (http://tlife.guru/hogar/tecnologias-record-crowdfunding/). Según lo que asegura su redactora, existen dos que lideran ese todavía bastante desconocido mundo de la ‘microfinanciación’: Kickstarter e Indiegogo.

Empecé a tener noticias de este recurso en 2012, cuando supe del ‘micromecenazgo’, un procedimiento que está sustituyendo a las antiguas donaciones y que parece que va viento en popa gracias a la atención que le dispensan comerciantes y empresarios. En estos tiempos, las redes sociales, las comunidades online y las tecnologías de micropagos hacen que sea mucho más sencillo y seguro obtener así las donaciones de un grupo de personas interesadas en determinadas iniciativas porque, además, se consiguen a precios muy asequibles. Tal es así que, en España, este mercado ha pasado de mover 19 millones de euros en 2013 a 62 millones en 2014, un cifra que califica por sí misma el imparable avance de la financiación ‘desintermediada’ (¡Hay que ver que palabras inventamos últimamente!). Ingenuo de mi, creía que estas plataformas servían exclusivamente para lograr objetivos filantrópicos u otros equiparables. A poco que me he documentado descubro que, además de atender a esas finalidades, auxilian mucho más recurrentemente a otras más prosaicas, que son acciones estrictamente lucrativas -productivas o intermediarias- y, en ocasiones, sociales y políticas. Por ejemplo, el nuevo partido político Podemos tiene una larga trayectoria de financiación de sus necesidades con este nuevo negocio.

Pero, a lo que vamos, esta mañana he conocido que el proyecto que ha recaudado mayores recursos y de la manera más rápida con las plataformas de micro-financiación ha sido un reloj, cuyo nombre es Peble Time. ¿Qué ofrece esta nueva versión de un recurso tan antiquísimo? Pues, un atractivo diseño y una batería que dura hasta siete días. Una pantalla de tinta electrónica de color y un micrófono con el que se pueden enviar notas de voz. Además, puede recibir notificaciones desde el móvil, facilita respuestas prefijadas e incluye aplicaciones para practicar deporte y fitness. Asimismo, es resistente al agua y su correa se puede personalizar a gusto del usuario. El juguetito se venderá en España por unos 200 €. Peble Time ha recaudado más de 18 millones de euros en un mes. Su precedente, también financiado a través de crowfunding, fue un frigorífico inteligente -Coolest- que consiguió recaudar 12 millones de euros en el mismo periodo de tiempo.

Todavía no repuesto del impacto, mi dedo deslizante me ha llevado a otro site que me ofrecía información relativa a necesidades bastante más primarias. Efectivamente, mi descoordinado surfing matinal por la ‘digitalidad’ me ha trasladado desde el crowfunding al frutero. Sin apenas percibirlo, he abandonado los artilugios digitales y me he sumergido en un vademécum de trucos para salir victorioso de la compra en el mercado. He redescubierto -porque ya lo sabía- que, dándole unas palmaditas cariñosas a la sandía, si oímos que suena hueca, es porque está madura y lista para consumir. También he conocido un consejo interesante relativo a los melones. Aseguran que cuanto más rayada esté su piel más dulces y más maduros estarán. Esto debo comprobarlo experimentalmente porque siempre utilizo el celebérrimo truco de darles unas palmaditas, igual que a las sandías, olerlos y presionar ligeramente su ‘culete’. Si las tres pruebas me transmiten sensaciones positivas me los llevo y si no los dejo donde estaban. Otro detalle que he vuelto a releer se refiere a la piña. Parece que la prueba infalible para saber que no nos equivocamos al seleccionarla consiste en coger una de las hojas interiores de su característico penacho y tirar ligeramente. Si se arranca con relativa facilidad significa que está en su punto. Lo terrible es que todos nos aprendamos el truquito, porque presumo que habrá que estudiar para encontrar hojas que deshojar.

Pero la argucia más llamativa de cuantas he leído se refiere a las peras. Verdaderamente, hay que reconocer que se trata de una de las frutas más sosas que existen, si no están maduras. Para cerciorarnos de que lo están aconsejan recurrir a la prueba de la uña, que consiste en rayar suavemente la piel de la pera con una de ellas: si sale líquido o vemos la carne brillante es que está en el punto correcto de maduración. ¿Cuál es el problema? Evidentemente, que es una técnica que sólo se puede practicar con la fruta que ya tenemos en casa. Pero todavía me quedaba algo por saber: existe tecnología específica para facilitar la selección de la fruta idónea. Tal es el caso de una especie de puntero láser, que mide su composición química proyectando luz sobre ella. Un sensor óptico analiza su composición y determina su calidad, madurez, deterioro e incluso proporciona la información nutricional de la pieza. Parece que existen dos compañías que comercializan sus respectivos dispositivos, denominados Scio y Tellspec. Son como ‘microrradares’ de mano que desvelan la composición química de los alimentos y, también, de los medicamentos y plantas. La información que obtienen llega directa e inalámbricamente a una aplicación que debemos instalar previamente en nuestro smartphone. El precio de estos artefactos está entre los 200 y los 300 € y su tamaño es equiparable al de un pendrive.

De modo que he pasado un rato la mar de productivo y entretenido. Tanto es así que he mirado el reloj y he comprobado que se había hecho la hora de ir a recibir mi clase semanal de acordeón. Y hacia allá me he dirigido para intentar acabar de aprovechar la mañana. ¿Podía hacer algo mejor?

No hay comentarios:

Publicar un comentario