Hoy
me levantado con el cuerpo y la mente hechos trizas. Así que después de
desayunar, hacer la cama y cumplimentar las tareas propias de mi condición y
sexo –como algunos dicen- me he ‘tirado’ en el sillón y me he descerrajado una
breve siesta, que ni ha sido del borrego ni de nada, pero que me parecía
imprescindible para sobrevivir a la empanada con que me he despertado. La breve
estancia en el limbo me ha repuesto algo y, sin moverme del aposento, he decidido revisar el correo y navegar un
poquito con la tableta (los mínimos de las servidumbres que impone la sociedad
digital). Uno de los mensajes que había en la bandeja de entrada me ha llevado
a una referencia que ha despertado mi curiosidad. Un pequeño artículo sobre la
financiación de proyectos a través de plataformas online (http://tlife.guru/hogar/tecnologias-record-crowdfunding/). Según
lo que asegura su redactora, existen dos que lideran ese todavía bastante
desconocido mundo de la ‘microfinanciación’: Kickstarter e Indiegogo.
Empecé
a tener noticias de este recurso en 2012, cuando supe del ‘micromecenazgo’, un
procedimiento que está sustituyendo a las antiguas donaciones y que parece que va
viento en popa gracias a la atención que le dispensan comerciantes y
empresarios. En estos tiempos, las redes sociales, las comunidades online y las tecnologías de micropagos
hacen que sea mucho más sencillo y seguro obtener así las donaciones de un
grupo de personas interesadas en determinadas iniciativas porque, además, se
consiguen a precios muy asequibles. Tal es así que, en España, este mercado ha
pasado de mover 19 millones de euros en 2013 a 62 millones en 2014, un cifra
que califica por sí misma el imparable avance de la financiación ‘desintermediada’
(¡Hay que ver que palabras inventamos últimamente!). Ingenuo de mi, creía que
estas plataformas servían exclusivamente para lograr objetivos filantrópicos u
otros equiparables. A poco que me he documentado descubro que, además de
atender a esas finalidades, auxilian mucho más recurrentemente a otras más prosaicas,
que son acciones estrictamente lucrativas -productivas o intermediarias- y,
en ocasiones, sociales y políticas. Por ejemplo, el nuevo partido político Podemos tiene una larga trayectoria de
financiación de sus necesidades con este nuevo negocio.
Pero,
a lo que vamos, esta mañana he conocido que el proyecto que ha recaudado mayores
recursos y de la manera más rápida con las plataformas de micro-financiación ha
sido un reloj, cuyo nombre es Peble Time.
¿Qué ofrece esta nueva versión de un recurso tan antiquísimo? Pues, un atractivo
diseño y una batería que dura hasta siete días. Una pantalla de tinta
electrónica de color y un micrófono con el que se pueden enviar notas de voz. Además,
puede recibir notificaciones desde el móvil, facilita respuestas prefijadas e incluye
aplicaciones para practicar deporte y fitness.
Asimismo, es resistente al agua y su correa se puede personalizar a gusto del
usuario. El juguetito se venderá en España por unos 200 €. Peble Time ha recaudado más de 18 millones de euros en un mes. Su
precedente, también financiado a través de crowfunding,
fue un frigorífico inteligente -Coolest-
que consiguió recaudar 12 millones de euros en el mismo periodo de tiempo.
Todavía
no repuesto del impacto, mi dedo deslizante me ha llevado a otro site que me ofrecía información relativa
a necesidades bastante más primarias. Efectivamente, mi descoordinado surfing matinal por la ‘digitalidad’ me
ha trasladado desde el crowfunding al
frutero. Sin apenas percibirlo, he abandonado los artilugios digitales y me he
sumergido en un vademécum de trucos para salir victorioso de la compra en el
mercado. He redescubierto -porque ya lo sabía- que, dándole unas palmaditas
cariñosas a la sandía, si oímos que suena hueca, es porque está madura y lista
para consumir. También he conocido un consejo interesante relativo a los melones.
Aseguran que cuanto más rayada esté su piel más dulces y más maduros estarán.
Esto debo comprobarlo experimentalmente porque siempre utilizo el celebérrimo
truco de darles unas palmaditas, igual que a las sandías, olerlos y presionar
ligeramente su ‘culete’. Si las tres pruebas me transmiten sensaciones positivas me los
llevo y si no los dejo donde estaban. Otro detalle que he vuelto a releer se
refiere a la piña. Parece que la prueba infalible para saber que no nos
equivocamos al seleccionarla consiste en coger una de las hojas interiores de
su característico penacho y tirar ligeramente. Si se arranca con relativa
facilidad significa que está en su punto. Lo terrible es que todos nos
aprendamos el truquito, porque presumo que habrá que estudiar para encontrar
hojas que deshojar.
Pero
la argucia más llamativa de cuantas he leído se refiere a las peras.
Verdaderamente, hay que reconocer que se trata de una de las frutas más sosas
que existen, si no están maduras. Para cerciorarnos de que lo están aconsejan
recurrir a la prueba de la uña, que consiste en rayar suavemente la piel de la
pera con una de ellas: si sale líquido o vemos la carne brillante es
que está en el punto correcto de maduración. ¿Cuál es el problema? Evidentemente,
que es una técnica que sólo se puede practicar con la fruta que ya tenemos en
casa. Pero todavía me quedaba algo por saber: existe tecnología específica para
facilitar la selección de la fruta idónea. Tal es el caso de una especie de
puntero láser, que mide su composición química proyectando luz sobre ella. Un
sensor óptico analiza su composición y determina su calidad, madurez, deterioro
e incluso proporciona la información nutricional de la pieza. Parece que
existen dos compañías que comercializan sus respectivos dispositivos, denominados
Scio y Tellspec. Son como ‘microrradares’ de mano que desvelan la
composición química de los alimentos y, también, de los medicamentos y plantas. La
información que obtienen llega directa e inalámbricamente a una aplicación que debemos
instalar previamente en nuestro smartphone.
El precio de estos artefactos está entre los 200 y los 300 € y su tamaño es equiparable
al de un pendrive.
De modo que he pasado un rato la mar de productivo y entretenido. Tanto es así que
he mirado el reloj y he comprobado que se había hecho la hora de ir a recibir mi
clase semanal de acordeón. Y hacia allá me he dirigido para intentar acabar de aprovechar
la mañana. ¿Podía hacer algo mejor?
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