¡Qué
terca es la historia! Aunque estamos en enero y no en plena canícula, hoy, más
de 50 años después, tiene plena vigencia el encendido discurso que Martín
Luther King pronunció el 28 de agosto de 1963, al final de la marcha sobre
Washington, por el trabajo y la libertad. Qué sarcasmo reivindicar a estas
alturas sus fantasías, que parecían arcaísmos ajenos a la vida actual y que,
sin embargo, han cobrado nueva actualidad en los últimos tiempos, con consecuencias
virulentas y dramáticas.
No
me alegra escribir estas cosas. Por desgracia, ni hoy ni mañana, ni seguramente
en muchos meses, veremos el día que pasará a la historia por señalar el inicio inequívoco
de la recuperación de la libertad plena y de los derechos fundamentales de las
personas en este país. Lamentablemente, en pleno siglo XXI, cuando creíamos
haber desterrado definitivamente de nuestra sociedad las vergüenzas más
descarnadas, debemos reivindicar nuevamente el derecho que tienen todas las personas
a salir de la pobreza y a vivir con una prosperidad razonable, que les evite la
afrenta de la indignidad.
El
cheque que nos dio la Constitución a todos los españoles, reconociendo y
amparando nuestros derechos fundamentales, es un efecto que se nos devuelve a menudo
cuando vamos a cobrarlo. Su librador dice que no tiene fondos. Hoy, después de permitir
que unos pocos hayan saqueado la nación, los dóciles, timoratos e inoperantes administradores que
ocupan las instituciones nos dicen que los recursos disponibles no permiten
hacer efectivos los derechos que emanan de la Carta Magna. Por eso, de la misma
manera que Luther King y sus conciudadanos fueron a Washington a reclamar el
pagaré que respaldaban la Constitución Americana y la Declaración de
Independencia, asegurando a todos los americanos los derechos inalienables a la
vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad; de la misma manera, digo,
yo también reclamo desde este foro el pago de la factura que comprometió la
Constitución. Yo tampoco me creo que el banco de la justicia esté en bancarrota
y me niego a aceptar que no haya fondos suficientes para garantizar las
oportunidades que los ciudadanos merecemos y que se nos adeudan. Porque la
mayoría nos hemos hecho justos acreedores a ellas con las contribuciones que
hemos realizado durante toda nuestra vida, incluida la vertiente laboral. Por
eso escribo este post reclamando,
como lo hacía el señor Luther King, que se cumplan con premura las promesas que
la democracia española comprometió con la ciudadanía. No se puede pasar por
alto la urgencia y la gravedad del momento y tampoco subestimar la
determinación que acabaremos teniendo los ciudadanos, con las consecuencias que
de ello se deriven. No es posible seguir actuando como si nada sucediese porque
estamos hartos de tanta impotencia, de tanta inoperancia, de tanta corrupción y
de tanto empobrecimiento, y acabaremos tomando las calles y lo que ello simboliza.
Por
eso, antes de que no quede otra salida, es inaplazable que todos nos comprometamos
con el solemne propósito de que caminaremos hacia adelante porque no es justo ir
hacia atrás. No podemos aceptar que la injusticia y la sinrazón dominen los
comportamientos económicos, sociales y políticos. No tiene aplazamiento el encarnizado
sufrimiento que soportan tantísimas personas y familias, que merecen vivir
mejor, y deben lograrlo. La situación puede y debe ser revertida y la sociedad ha
de conseguirlo por vías educadas y democráticas. Como Martin Luther King, yo
también tengo un sueño que está profundamente arraigado en el anhelo
democrático y de progreso que representó la promulgación de la Constitución. Reniego
de la involución a la que nos someten y reivindico que el paro deje de quitarnos
el sueño a casi todos los españoles, reclamo que se resuelvan los problemas
económicos que hacen insufrible la vida de mucha gente, sueño con que los
políticos, los partidos y la propia política recuperen el lugar en la sociedad
que nunca debieron abandonar, y que contribuyan a resolver sus problemas y no a
agravarlos. Tengo el sueño de que la sanidad vuelva a ser lo que fue, e incluso
que mejore; también sueño que la vivienda no sea un quebradero de cabeza para
nadie, como sueño con que se recuperen los derechos de los trabajadores y la
calidad de sus empleos, y con que desaparezcan el fraude y la corrupción. Tengo
el sueño de que la justicia sea tal y no un cachondeo, de que se diluyan los
problemas de índole social, de que desaparezca el racismo y se acabe de una vez
por todas con la violencia de género. Sueño con que los valores se sitúen en el
epicentro de las conductas personales y sociales y con que la educación sea de
verdad un valor socialmente reconocido y amparado. Tengo el sueño de que logremos
acabar con todos los nacionalismos y de que se resuelvan los problemas
relacionados con el terrorismo y sus secuelas. Sueño con que nadie tenga que
pedir para comer, con que desaparezcan los problemas de las drogas, con que se
garanticen las pensiones a todos y con que se adopten soluciones razonables a
los problemas medioambientales. Sueño, en fin, con que se hagan funcionar de
verdad los servicios públicos y que los ciudadanos encuentran en la sociedad la
acogida que merecen.
Esa
es hoy mi esperanza, la que me hace confiar en que seremos capaces de
transformar y revertir las disonancias e inequidades que nos golpean. Juntos
debemos ser capaces de ponernos frente a ellas y vencerlas. Solo así lograremos
que la libertad y demás derechos fundamentales sean las piedras angulares de la
convivencia. Solo así podremos sentirnos orgullosos de ser ciudadanos libres en
una sociedad moderna y democrática. Ese es el sueño que quiero compartir hoy,
anotándolo en el post número 100 de este blog.
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