viernes, 16 de enero de 2015

Tengo un sueño.

¡Qué terca es la historia! Aunque estamos en enero y no en plena canícula, hoy, más de 50 años después, tiene plena vigencia el encendido discurso que Martín Luther King pronunció el 28 de agosto de 1963, al final de la marcha sobre Washington, por el trabajo y la libertad. Qué sarcasmo reivindicar a estas alturas sus fantasías, que parecían arcaísmos ajenos a la vida actual y que, sin embargo, han cobrado nueva actualidad en los últimos tiempos, con consecuencias virulentas y dramáticas.

No me alegra escribir estas cosas. Por desgracia, ni hoy ni mañana, ni seguramente en muchos meses, veremos el día que pasará a la historia por señalar el inicio inequívoco de la recuperación de la libertad plena y de los derechos fundamentales de las personas en este país. Lamentablemente, en pleno siglo XXI, cuando creíamos haber desterrado definitivamente de nuestra sociedad las vergüenzas más descarnadas, debemos reivindicar nuevamente el derecho que tienen todas las personas a salir de la pobreza y a vivir con una prosperidad razonable, que les evite la afrenta de la indignidad.

El cheque que nos dio la Constitución a todos los españoles, reconociendo y amparando nuestros derechos fundamentales, es un efecto que se nos devuelve a menudo cuando vamos a cobrarlo. Su librador dice que no tiene fondos. Hoy, después de permitir que unos pocos hayan saqueado la nación, los dóciles,  timoratos e inoperantes administradores que ocupan las instituciones nos dicen que los recursos disponibles no permiten hacer efectivos los derechos que emanan de la Carta Magna. Por eso, de la misma manera que Luther King y sus conciudadanos fueron a Washington a reclamar el pagaré que respaldaban la Constitución Americana y la Declaración de Independencia, asegurando a todos los americanos los derechos inalienables a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad; de la misma manera, digo, yo también reclamo desde este foro el pago de la factura que comprometió la Constitución. Yo tampoco me creo que el banco de la justicia esté en bancarrota y me niego a aceptar que no haya fondos suficientes para garantizar las oportunidades que los ciudadanos merecemos y que se nos adeudan. Porque la mayoría nos hemos hecho justos acreedores a ellas con las contribuciones que hemos realizado durante toda nuestra vida, incluida la vertiente laboral. Por eso escribo este post reclamando, como lo hacía el señor Luther King, que se cumplan con premura las promesas que la democracia española comprometió con la ciudadanía. No se puede pasar por alto la urgencia y la gravedad del momento y tampoco subestimar la determinación que acabaremos teniendo los ciudadanos, con las consecuencias que de ello se deriven. No es posible seguir actuando como si nada sucediese porque estamos hartos de tanta impotencia, de tanta inoperancia, de tanta corrupción y de tanto empobrecimiento, y acabaremos tomando las calles y lo que ello simboliza.

Por eso, antes de que no quede otra salida, es inaplazable que todos nos comprometamos con el solemne propósito de que caminaremos hacia adelante porque no es justo ir hacia atrás. No podemos aceptar que la injusticia y la sinrazón dominen los comportamientos económicos, sociales y políticos. No tiene aplazamiento el encarnizado sufrimiento que soportan tantísimas personas y familias, que merecen vivir mejor, y deben lograrlo. La situación puede y debe ser revertida y la sociedad ha de conseguirlo por vías educadas y democráticas. Como Martin Luther King, yo también tengo un sueño que está profundamente arraigado en el anhelo democrático y de progreso que representó la promulgación de la Constitución. Reniego de la involución a la que nos someten y reivindico que el paro deje de quitarnos el sueño a casi todos los españoles, reclamo que se resuelvan los problemas económicos que hacen insufrible la vida de mucha gente, sueño con que los políticos, los partidos y la propia política recuperen el lugar en la sociedad que nunca debieron abandonar, y que contribuyan a resolver sus problemas y no a agravarlos. Tengo el sueño de que la sanidad vuelva a ser lo que fue, e incluso que mejore; también sueño que la vivienda no sea un quebradero de cabeza para nadie, como sueño con que se recuperen los derechos de los trabajadores y la calidad de sus empleos, y con que desaparezcan el fraude y la corrupción. Tengo el sueño de que la justicia sea tal y no un cachondeo, de que se diluyan los problemas de índole social, de que desaparezca el racismo y se acabe de una vez por todas con la violencia de género. Sueño con que los valores se sitúen en el epicentro de las conductas personales y sociales y con que la educación sea de verdad un valor socialmente reconocido y amparado. Tengo el sueño de que logremos acabar con todos los nacionalismos y de que se resuelvan los problemas relacionados con el terrorismo y sus secuelas. Sueño con que nadie tenga que pedir para comer, con que desaparezcan los problemas de las drogas, con que se garanticen las pensiones a todos y con que se adopten soluciones razonables a los problemas medioambientales. Sueño, en fin, con que se hagan funcionar de verdad los servicios públicos y que los ciudadanos encuentran en la sociedad la acogida que merecen.

Esa es hoy mi esperanza, la que me hace confiar en que seremos capaces de transformar y revertir las disonancias e inequidades que nos golpean. Juntos debemos ser capaces de ponernos frente a ellas y vencerlas. Solo así lograremos que la libertad y demás derechos fundamentales sean las piedras angulares de la convivencia. Solo así podremos sentirnos orgullosos de ser ciudadanos libres en una sociedad moderna y democrática. Ese es el sueño que quiero compartir hoy, anotándolo en el post número 100 de este blog.

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