martes, 20 de enero de 2015

Laura Durand.

Hace cincuenta años que una canción que contaba las preocupaciones y problemas de unos chicos y chicas casi adolescentes, que soñaban con las heroínas de Françoise Sagan, se convertía en la balada fundacional de una nueva época: Tous les garçons et les filles. Su interprete, Françoise Hardy. Un himno que acompañó a una generación que proclamaba su derecho a ver el mundo con otros ojos. A la rebeldía existencialista del mundillo de Juliette Gréco le sucedían los susurros -y los gritos- de la marea ye-yé, que giraba a 45 rpm. Primero en Francia, y después en el resto del mundo. Era 1962, una era prodigiosa para los jóvenes y para la mujer en el Primer Mundo, para los negros en los EE.UU, para la independencia de las naciones en África y para la guerrilla de liberación en América Latina. También para la puesta al día de la Iglesia Católica con el Concilio Vaticano II.

La revista Vogue la señaló como la french girl, el símbolo de la modernidad made in France, que se presentaba en el Hotel Savoy de Londres como embajadora de la nouvelle vague, la moda francesa, enfundada en un esmoquin de Yves Saint-Laurent o luciendo futuristas minifaldas metálicas de Paco Rabanne. Era Françoise Hardy, la princesa del pop melancólico, transformada en estrella sofisticada, de rostro andrógino y cuerpo de cover girl revestido con trajes-astronauta de Courréges, que sedujo a los objetivos de los fotógrafos y a los directores de arte de todas las revistas de moda, transformándose en poco tiempo en un auténtico objeto de deseo a ambos lados del Atlántico, inmortalizada como icono pop por su novio, el fotógrafo Jean-Marie Périer.

Laura Durand
Pero Françoise no estaba sola. Formaba parte de una amplísima comunidad artística que aportó bastante más que música a la cultura francófona. Una  constelación de estrellas que ponen cara a la última gran década protagonizada por Francia, la nación progre de los 60, que representa bastante más que una banda sonora excepcional, que la tiene y por derecho propio. ¿Cómo no recordar a Serge Gainsbourg y sus canciones interpretadas por Françoise Hardy y France Gall, o la música que compuso para más de cuarenta películas? ¿A quién no le suena su Je t’aime… moi non plus (1969) cantada y/o susurrada con quién fue su esposa, Jane Birkin, aunque antes la grabase con Brigitte Bardot, que se echó atrás por miedo a perjudicar su imagen? ¿Cómo olvidar a este mito, que encarna la sensualidad del siglo XX y que aún revolotea de vez en cuando para regocijo de los mass media? ¿Qué añadir de Sylvie Vartan o de sus temas Panne d’essenceComme un garçon o J’ai un problème?.

¿Cómo ignorar a France Gall, que llegó al mundo entre la música, siendo como es hija de un compositor renombrado que trabajó para Charles Aznavour? Aquella inefable Poupée de cire, poupée de son con que ganó Eurovisión en el 65. Por cierto, una canción que le compuso Gainsbourg, que también le regaló Les Sucettes (Las Piruletas), una pieza que incorporaba un juego de palabras que la puso en el ojo del huracán y que acabó truncando su relación profesional. En fin, como no acordarse de Mireille Mathieu, “el ruiseñor de Aviñon”, un símbolo que ha vendido más de 120 millones de discos y grabado en once idiomas. Canciones como Mon Credo y C’est ton nom la catapultaron al estrellato en Francia y en toda Europa, mientras consolidaba su triunfo en Norteamérica y en México con su versión francesa de The Last Waltz, de Engelbert Humperdinck.

En suma, una cohorte de grandes interpretes que evoco periódicamente. La última vez, hace pocas semanas, al oír por primera vez la voz y las canciones que interpreta una joven artista, Laura Durand, que me recordaron las melodías sesenteras que tanto nos embriagaron a las gentes de mi generación.

He escuchado y me he descargado en su web (www.lauradurand.es) algunas de ellas, cuyas letras, acordes y matices me transportan a un tiempo y a unas circunstancias que me resultan familiares. Temas como Tan pequeño frente a mi, Gira, Fotos antiguas o ¿Por qué te vas? son auténticos ‘revivals’, que me devuelven a una realidad revisitada que, curiosamente, parece actualizarse en algunas de sus facetas. Y es que verdaderamente corren tiempos que reverdecen antiguas reivindicaciones en otras dimensiones de la vida social. Los viejos eslóganes parisinos: Seamos realistas, pidamos lo imposible, Debajo de los adoquines está la playa o No trabajes jamás, que inundaron las calles en el 68, tienen un cierto correlato en los que se corean estos días en las avenidas de Atenas o de Madrid: Abriendo un camino a la esperanza, Su odio, nuestra sonrisa ó  2015, comienza el cambio. Son voces que reivindican hoy, como otras lo hicieron ayer, el derecho a ver el mundo con otros ojos. Espero que Laura Durand y su éxito nos acompañe en los próximos años, poniendo su música en la banda sonora de esta parte de mi particular largometraje, que espero vivir tan esperanzado como lo estaba en mayo del 68.

2 comentarios:

  1. Primero decirte que he quedado encantada con tus palabras.. qué menos que alegrarme por que te hayan gustado las canciones, por supuesto agradecerte que me hayas comparado con artistas tan grandes... por último darte las gracias de corazón! Y felicitarte por tu gran blog! Laura Durand,

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