sábado, 7 de septiembre de 2024

Esperanza

La esperanza es un estado de ánimo que fluye cuando se visualiza como alcanzable aquello que se desea. En el ámbito religioso, singularmente en el catolicismo, es una virtud teologal por la que se espera que Dios otorgue los bienes que ha prometido. En general, de manera muy esquemática, puede decirse que existen tres tipos de esperanza: el mencionado sentimiento; la expectativa respecto a las cosas buenas que tiene la vida; y finalmente, la esperanza cristiana, es decir, la virtud aludida.

Se ha dicho que la esperanza es el armazón de la existencia del ser humano y que su primera condición es el optimismo. Ciertamente, no hay esperanza sin optimismo porque es difícil mantener la expectativa sin suponer que puede alcanzarse un futuro que será mejor que el presente. Consecuentemente, el optimismo implica insatisfacción, disconformidad con lo que se posee o nos viene dado. Por eso, la esperanza se corresponde con un modo de entender la vida, denominado crecimiento, que es distinto del mero concepto de transcurso. Crecer no es solamente dejarse llevar por el torrente de la existencia, supone exprimir el tiempo y las oportunidades poniéndolos al servicio de la vida, rentabilizando facultades que tenemos las personas, como la inteligencia y la voluntad, susceptibles de un crecimiento prácticamente ilimitado. Y el optimismo esperanzado al que aludimos se basa en este desarrollo que, por irrestricto, atañe y se extiende a todas las etapas de la vida.

El segundo componente de la esperanza es la convicción de que el futuro depende de las actuaciones que llevan a cabo las personas. Si se desecha esta certidumbre, la esperanza supone la mera espera de un desenlace que llegará como consecuencia de un dinamismo ajeno a nuestro actuar. Es la esperanza característica de las utopías, que ciertamente ofrecen un futuro mejor, pero siempre concebido como realidad extrahumana, pues obedece a un proceso determinista en el que la libertad está ausente.

Así pues, si se parte del supuesto de que la esperanza se instaura en el tránsito hacia el futuro y del convencimiento de que lo mejor está por llegar (obviamente, con nuestro esfuerzo), se llega a una obligación ineludible: el ser humano debe mejorar creciendo como tal. Y esa aventura esperanzada es imposible afrontarla en soledad, no se puede acometer sin la ayuda de los demás, que reside esencialmente en la cooperación.

Viene esta introducción a cuento de los comentarios que estos días han hecho algunos de mis amigos acerca de un artículo que inserté en el grupo de wasap que compartimos, redactado por Josep Ramoneda y publicado en el diario El País con el título «La extrema derecha en el aparador», que concluye con una profunda reflexión y dos preguntas categóricas: «[...] La cuestión de fondo, sobre la que Macron creyó asentar su poder y no lo ha conseguido, está en el paso del capitalismo industrial al capitalismo financiero y digital, que cambia radicalmente la estructura social, de la dialéctica entre burguesía y clases populares a una sociedad más atomizada con poderes globales de incidencia directa en la vida cotidiana y un sistema de comunicación que es como una selva de participación masiva, controlada, paradójicamente, por muy pocas manos. ¿Es posible adaptar la democracia a este panorama? ¿O es imparable el triunfo del autoritarismo posdemocrático?».

Decía uno de mis amigos: «Muy acertado, como casi siempre, el bueno de Ramoneda». Y precisaba otro: «Sí, acertado; pero durísimo y con pocas opciones para seguir luchando. ¿Habrá que ‘chutarse’ democracia y libertad en vena?». Todavía apostillaba un tercero: «La última pregunta da pavor. Y ya lo estamos oliendo». Y concluía finalmente otro: «Espero que los pueblos a la hora de la verdad sepan rectificar».

En mi opinión, la lucha frontal contra los nuevos populismos no tiene más espera. Son fenómenos que han ido medrando en el interior de las democracias desde hace años y que han sido ignorados hasta que han eclosionado estrepitosamente, sin que ni los viejos regímenes ni las jóvenes democracias hayan propiciado una reflexión densa sobre la naturaleza de las grietas que presentan y las razones que los han convertido un sustrato fértil para que prospere la involución.

El proceso reflexivo que propongo no puede eludir las consecuencias de la recurrente fricción entre la idealización democrática y su articulación práctica como detonante de un creciente desencanto y escepticismo ciudadano ante principios democráticos básicos como la legitimidad, la representatividad, la transparencia o la igualdad ante la ley. Asimismo, el déficit de representación y participación se ha ido acentuando por mor de una partidocracia que domina la vida democrática, y en última instancia llega a comprometer uno de los baluartes fundamentales de toda sociedad democrática: la división de poderes. La desafección de la ciudadanía ha ido creciendo frente a unas instituciones cada vez más débiles y erráticas en su misión de atender al interés general, garantizar la paz y promover la justicia social.

Constato una suerte de percepción por parte de muchos ciudadanos de que se ha fracturado el viejo contrato social, apareciendo una insalvable línea divisoria entre gobernantes y gobernados. Estos últimos se sienten desposeídos de su soberanía al advertir cómo la clase dirigente privilegia los intereses del capitalismo transnacional, que no ha producido sino el debilitamiento sostenido del estado del bienestar.

Los próximos años pueden ser determinantes para el futuro de Europa. La respuesta frente al auge de los partidos populistas y euroescépticos pasa por sellar las grietas que se han abierto en la vida democrática de los países miembros. En mi opinión, para afrontar este reto, la Unión Europea debe revisitar y profundizar, mucho, el proyecto de integración con la mirada puesta en la defensa de los derechos humanos y del modelo social europeo. Creo que no hay otro modo de renovar el contrato social con los ciudadanos y de alejarse de su inveterada connivencia con el capitalismo financiero y digital para recuperar, o más bien reconquistar, su «licencia para gobernar», que indudablemente ha de provenir de los ciudadanos, de una ciudadanía europea construida sobre los valores democrático-liberales conquistados con esfuerzo y que nos han asegurado décadas de paz y prosperidad. Disminuir el avance de la retórica populista exige la revitalización de la democracia, fortaleciendo los valores europeos y defendiendo los derechos humanos, sin miedos ni titubeos.

Borges, en uno de los versos de su composición Los espejos, nos dice: «Que haya sueños es raro...». Será raro, pero los tuvimos y los tenemos. Y lucharemos por ellos mientras nos quede aliento para clamar y mientras tengamos a mano un ordenador y acceso a internet para decir y argumentar lo que pensamos y en lo que creemos.




11 comentarios:

  1. Es necesario tener esperanza sino es muy difícil vivir en estos tiempos

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    1. Efectivamente, en estos y en prácticamente todos los tiempos. Estoy de acuerdo.

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  2. Magnífic i reflexiu article...i molt ben escrit, que s'agraeix.
    Jo, optimista empedernida, crec que revertir el procés de pèrdua de drets i benestar és possible, no sols desitjable.
    Carme

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    1. Moltes gràcies, benvolguda Carme. Bàsicament estem d'acord. Una abraçada.

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  3. Sin esperanza la persona no tiene ilusión de buscar y realizar todo lo que fortalezca la democracia y el bien común. Es la lucha permanente .

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  4. Efectivamente. Estoy de acuerdo.
    Saludos.

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  5. Siempre es un placer leerte con verdades de nuestros tiempos

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  6. Perdre l'esperança seria caure en l'abisme, i això mai. Gràcies.

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  7. Estemos d'acord, Paco.

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