sábado, 10 de agosto de 2024

No todo el oro reluce

Recta final de las Olimpiadas de París 2024. El medallero va adquiriendo forma definitiva. Hoy sábado, cuando escribo estas líneas, encabezan la clasificación los Estados Unidos de América (111 medallas: 33 de oro, 39 de plata y 39 bronces), seguidos de cerca por China (83 medallas: 33 de oro, 27 de plata y 23 de bronce). A creciente distancia de los dos colosos se desgrana una decena de países: Australia, Japón, Reino Unido, Francia, Corea del Sur, Países Bajos, Alemania, Italia y Canadá, que corresponden a lo más destacado de la economía mundial. Es posible que se produzca alguna ligera variación en el ranking final, aunque estoy seguro de que tendrá escasa relevancia.

Como todo el mundo sabe, la medalla de oro es el galardón más codiciado en los Juegos Olímpicos porque simboliza la excelencia deportiva. Aunque comúnmente se cree que está hecha completamente de ese metal, no es así. Desde los Juegos de 1912, se conforma principalmente con plata, que se recubre con una fina capa de oro de aproximadamente 6 gramos. Pese a ello, por encima de su estricto valor económico (entre 800 y 1000 euros), su simbolismo es formidable porque no solo representa la excelencia deportiva sino que encarna, además, el esfuerzo, la dedicación y el sacrificio de los atletas. De ahí el enorme impacto emocional que les produce la presea, pues representa la culminación de años de sacrificio y abnegación, que concluyen en una especie de sueño hecho realidad.

Aunque no todo es tan idílico como puede parecer. Es verdad que ganar una medalla de oro puede tener importantes consecuencias para los atletas, e incluso llegar a cambiarles la vida. Generalmente, les multiplica las oportunidades de patrocinio y de publicidad y los convierte en figuras públicas reconocidas internacionalmente, con los correspondientes beneficios y desafíos para su vida privada y sus expectativas deportivas. Pero no solo de idealismo y emocionalidad viven los atletas. Algunos de los medallistas olímpicos ganan muchísimo dinero, aunque debe precisarse que el premio económico que reciben depende de su país de origen y de la modalidad del deporte en que compiten, y no, como parece lógico, del Comité Olímpico Internacional (COI).

Desde 2008, en España los ganadores de una medalla de oro reciben alrededor de 100.000 euros, los que han conseguido la de plata 50.000 y los que se han llevado la de bronce 30.000. Para los deportes en pareja las cifras cambian. El oro se recompensa con 75.000 euros, la plata con 37.000 y con 25.000 euros el bronce. También varían las cuantías para los deportes colectivos: 50.000, 29.000 y 18.000 euros reciben respectivamente el oro, la plata y el bronce. Además, disfrutan de las conocidas becas del Plan ADO, inauguradas en 1988, de cara a las Olimpiadas de Barcelona en 1992, que aseguran a quienes las obtienen un sustento económico de 60.000 euros durante dos años. Aunque puedan parecer cifras importantes, lo cierto es que nuestros deportistas no engrosan la lista de los mejor pagados de los Juegos Olímpicos. El ranking lo encabeza Singapur, cuyos atletas ganarán 750.000 euros por cada oro olímpico que consigan. En el otro extremo están el Reino Unido, Noruega, Suecia o Croacia, cuyos deportistas no recibirán retribución extra alguna, lo que no impide que disfruten de otras compensaciones. En suma, en París 2024 han competido juntos, en igualdad, atletas que ganan millones de dólares al año y deportistas que tienen que hacer rifas para financiar sus entrenamientos.

Como sabemos el espectro de financiación de los deportistas olímpicos es muy amplio y oscila desde los patrocinadores, a los premios económicos que habilitan sus respectivos países. La entidad que controla el atletismo en el mundo (World Athletics) anunció antes del inicio de las Olimpiadas parisinas que a los ganadores de la medalla de oro se les iba a dar un premio de 50.000 dólares. Días después, la Asociación Internacional de Boxeo (que no es reconocida por el Comité Olímpico Internacional, ni tampoco organiza el torneo de boxeo dentro de las Olimpiadas), anunció un premio de 100.000 dólares para los medallistas de oro en esa especialidad. Debo precisar que, anteriormente, todo este dinero se gastaba en programas más amplios de desarrollo de los atletas, por lo que algunos se han preguntado si la introducción de estos premios en metálico a los deportistas exitosos es la opción correcta. En consecuencia, han surgido críticas que apuntan a que el dinero podría utilizarse para forjar atletas, entregando fondos para formar deportistas jóvenes en lugar de ayudar a quienes están consagrados.

Sea como sea, tras París 2024, muchos países compensarán con dinero a sus medallistas. Naciones como Brasil, México y Colombia premiarán a sus olímpicos con sumas que oscilan desde 154.000 a los 42.000 dólares. Para los franceses el premio previsto es de 80.000 dólares por cada medalla de oro, mientras que los marroquíes esperan ganar 200.000. En EE.UU. los medallistas de oro recibirán unos 40.000 dólares. Sin embargo, como se ha dicho, hay otros países, como Reino Unido, que no ofrecen premios en efectivo. Obviamente, aunque estas cifras no son despreciables, tampoco son comparables al dinero que ganan los deportistas más famosos (futbolistas, tenistas, jugadores de baloncesto, boxeadores...).

Así pues, en París 2024 han competido deportistas que reciben salarios desorbitados (equipo de baloncesto de Estados Unidos, Djokovic o el golfista Jon Rahm) y atletas que trabajan a tiempo parcial para financiar sus entrenamientos. De hecho, en 2022 se realizó una investigación en Australia descubriéndose que el 40% de los atletas que se preparan para competir en los Juegos Olímpicos de 2028 tienen un trabajo a tiempo parcial. Incluso en Estados Unidos, un estudio reciente del Comité Olímpico y Paralímpico de ese país evidenció que el 26,5% de sus atletas actuales ganan menos de 15.000 dólares al año.

El debate sobre si la entrega de sumas de dinero a los mejores atletas es el mejor uso que puede hacerse de los fondos de las federaciones deportivas continuará. Como continuarán las presiones sobre ellas para que paguen premios en metálico. Para algunas disciplinas será fácil encontrar financiadores y patrocinios (atletismo, boxeo, tenis), otros deportes lo tendrán más crudo (piragüismo, escalada...).

La realidad es que los atletas de la mayoría de los 206 países representados en los Juegos Olímpicos de París se han preparado en condiciones de manifiesta desigualdad con sus competidores de los países más ricos. De ahí que entre las muchas asignaturas pendientes que quedan tras París 2024 (aspirar a neutralizar la brecha de género en las competiciones, contextualizar la materia con que se fabrican las medallas...), propondré inventar y activar en las Olimpiadas de Los Ángeles 2028 una fórmula que corrija las desigualdades de partida que existen entre los competidores. Más allá de la heroicidad que supone que los sudaneses del sur perdiesen por 17 puntos contra el redivivo Dream Team americano, me parece que debemos aspirar a ser algo más serios y ecuánimes.

Porque, aunque la idea de igualdad es uno de los parámetros fundamentales del pensamiento y de la organización social, económica, política y jurídica de las sociedades de nuestro tiempo, y de que es una de las principales aspiraciones de los sistemas democráticos, es evidente que no puede tratarse lo igual desigualmente, ni igualmente lo desigual. Todos somos diferentes, pero no tenemos por qué ser desiguales. Cuando las diferencias obedecen a causas naturales no se produce injusticia alguna; pero cuando la desigualdad tiene su origen en factores sociales provoca graves agravios comparativos que dan lugar a situaciones radicalmente injustas.

Rousseau partía de la existencia de dos desigualdades: las naturales, consistentes en la diferencia de edades, salud y fuerza; y las que corresponden al espíritu y al alma, que se pueden llamar morales o políticas, y se establecen con el consentimiento de los hombres. En mi opinión, únicamente las primeras son propiamente diferencias y las segundas, por tanto, desigualdades. Y, precisamente por el hecho de ser diferentes, estamos obligados a luchar contra la desigualdad. Ojalá sea ese uno de los ejes que vertebren el camino hacia Los Ángeles 2028.



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