lunes, 22 de julio de 2024

Misoneístas

Aunque estoy convencido de que no alcanzo a ser misoneísta, a menudo me siento próximo a esa realidad. Tal vez sorprenda un término relativamente ignoto, que eligió la RAE como la palabra del día el pasado 17 de julio. Una acertada iniciativa que nos acerca términos inusuales o desconocidos, cuyos significados merece la pena que se desvelen y se difundan. Hoy, por ejemplo, la palabra seleccionada es glosolalia, también llamada xenoglosia o «don de lenguas», que tiene dos acepciones según se pretenda aludir a la facilidad para hablar o aprender varios idiomas, o hacer referencia al lenguaje ininteligible, compuesto por palabras inventadas y secuencias rítmicas y repetitivas, propio del habla infantil, y también común en estados de trance o en ciertos cuadros psicopatológicos.

Pero volvamos al encabezamiento. Misoneísta es un adjetivo —utilizado también como sustantivo cuando se aplica a personas— que significa «hostil a las novedades». Realmente no soy contrario, enemigo, adversario o rival de ellas, pese a que habitualmente sostengo la opinión de que si algo funciona no hay por qué cambiarlo. ¿O acaso puede considerarse negativo tratar de conservar una experiencia, un estado de ánimo o una sensación exitosa o placentera? Bien al contrario, entiendo que lo inexplicable sería desecharlos sin más.

No obstante, pese a lo que digo y defiendo, considero que tan importante como tratar de repetir las cosas bien hechas es reconocer que cualquier asunto de la vida requiere renovación y cambio. De modo que aferrarse a los éxitos, como hacen muchos, y adoptar actitudes reactivas frente a las innovaciones, como propician otros, son estrategias que conducen frecuentemente a la obsolescencia y al fracaso. En mi opinión, cuando algo funciona lo idóneo es no tocarlo a corto plazo. No obstante, simultáneamente, debe empezarse a idear futuros escenarios que permitan seguir cosechando éxitos. Así pues, participo de este espíritu característico de las grandes iniciativas innovadoras, capaces de crear una cultura a partir de una sistematización consciente de los mecanismos de innovación, que permiten empezar a cambiar las cosas desde el mismo momento en que aparecen y alumbran resultados.

Es muy comprometido obsesionarse en no tocar lo que funciona porque tal actitud favorece las conductas ultraconservadoras, inocula el miedo en las personas y las incapacita para desafiar los convencionalismos y para imaginar que las cosas podrían ser de otra manera. Es evidente que las iniciativas innovadoras franquean los límites de la normalidad y exploran, con actitud tranquila y analítica, terrenos poco transitados, intentando descubrir lo que otros no han conseguido. En el mundo científico y empresarial cada vez se desaconseja más permanecer en la inmovilidad. Incluso cuando algo funciona, se considera imprescindible empezar a pensar que pasaría si dejara de funcionar o si alguien lograse mejorarlo de forma disruptiva. Si no lo hacemos nosotros, corremos el riesgo de que alguien se nos adelante.

Pero mucho más pernicioso que oponerse a las innovaciones, es ignorar lo sabido e intentar redescubrir el Mediterráneo cada mañana. Muchos son los escenarios donde esto sucede, pero resulta especialmente flagrante en el de la literatura y sus aledaños.

Una de las tentaciones del escritor novel es pretender no dejarse influir por nadie, ansiando crear una obra auténticamente original. Esa actitud conduce frecuentemente a repetir lo que otros ya dijeron mucho mejor. No resulta nada fácil encontrar un tono, una voz, singular. Ello demanda muchos requisitos, entre ellos trabajo arduo, imitación de los maestros y amplitud formativa.

En las primeras fases, de formación y mímesis, la lectura es esencial; sin un archivo extenso y muy diverso el escritor difícilmente avanza. Como se ha dicho reiteradamente «un escritor se hace con la lectura», o dicho con palabras de Borges «que otros se jacten de las páginas que han escrito; que a mí me enorgullecen las que he leído». Y es que no hay escritor relevante que no haya sido un lector voraz. Es más, muchos reconocen que las lecturas han sido un vigoroso desencadenante de su inspiración.

Aprender a leer y aprender a escribir son la cara y la cruz de la misma moneda. Escritura y lectura se complementan y se retroalimentan a través de un proceso irreductible. Descodificar, recomponer, comprender, expresar constituye un todo global en el que leer y escribir interactúan recíprocamente. Quien piense que se puede escribir una gran novela habiendo leído solamente unas cuantas, se equivoca. Y, desde luego, acertar a la hora de elegir las lecturas adecuadas para una formación competente es fundamental para la forja de un escritor exigente. De hecho son legión quienes reconocen que sus textos son hijos directos de sus lecturas.

Decía R.W. Emerson «Existe una lectura creativa así como existe una escritura creativa. Primero comemos, después engendramos; primero leemos, después escribimos [...] Pero leer es tan solo un medio, el fin es escribir». De modo que nadie piense que el hecho de leer nos convierte en escritores. «No hay otra manera de aprender a escribir que escribiendo», concluye Emerson.

Y en ese proceso infinito de leer y escribir, de releer y reescribir, resultan impagables los clásicos que nos allegan enfoques, términos y expresiones, diseños contrastados e innovaciones, iconoclasias y proselitismos, cuestionamientos y verificaciones. Nos sorprende y estimula contrastar como mudan los hechos en metáforas y viceversa, o como nos ayudan a aprender a leer el mundo como si fuera una obra de la imaginación.

En el fondo, tal vez pienso como Auster cuando asegura que «los libros nacen de la ignorancia, y si continúan viviendo después de escritos es solo en la medida en que no pueden entenderse». Me convence también cuando asegura que «La palabra más corta está rodeada de kilómetros de silencio». ¡Cuánto me cuesta escribir! 



2 comentarios:

  1. Molt ben escrit i interessant. La mateixa reflexió faria jo per pintar...
    «La palabra más corta está rodeada de kilómetros de silencio». Serviria igual
    amb "la imatge".
    Carme

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  2. Moltes gràcies, volguda Carme.
    M'alegra compartir reflexions.
    Una abraçada.

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