miércoles, 6 de abril de 2022

Remembranzas de un gestalguino

El pasado sábado, 2 de abril, presenté en mi pueblo el libro Remembranzas de un gestalguino, que recoge algunas de las reflexiones que en los últimos años he anotado en este blog. A continuación os dejo el contenido de mi intervención inicial.

"Quiero empezar dando las gracias a Emilio Soler y a Miguel Aguilar, que aceptaron prologar e ilustrar mi libro cuando se lo propuse, sin duda porque, como podéis imaginar, son mis amigos. Hoy no pueden estar aquí físicamente, pero estoy seguro que sus respectivos avatares estarán perdidos por algún rincón de esta sala. Quiero dar las gracias a Alfons Cervera por la acogida que ha dispensado a este libro, un honor que valoro especialmente viniendo de él. También quiero dar las gracias al Ayuntamiento de Gestalgar, muy especialmente a Raúl y a Nacho por su sensibilidad con mi trabajo y por la calidez con la que lo atendieron desde que lo compartí con ellos. Gracias a mi familia y a cuantos han hecho posible que hoy estemos aquí, presentando este pequeño libro, es verdad que bastante a destiempo, como sucede últimamente con tantas cosas, por razones de todos conocidas. Gracias, en suma, a cuantos estáis aquí.

Permitidme que inicie estas reflexiones recordando las palabras de un ilustre convecino de Alicante, Enrique Cerdán Tato, un insigne escritor, periodista y cronista de la ciudad, que falleció hace casi una década y al que oí decir en una de sus conferencias algo parecido a lo siguiente: «Cuando eché el cierre a los cincuenta tuve la impresión de que dejaba atrás todo un mundo, que ahora la memoria me devuelve no tan chato ni tan insípido como se me figuraba (…)  Fue justamente por entonces cuando levanté la mirada por encima del recogido horizonte y descubrí, con asombro, la vida. Y con la vida, el compromiso de expresarla». 

Pienso que algo similar me ha sucedido a mí, aunque es verdad que con algunos años más de los que tenía él. Y a la postre, en buena medida, me parece que ello es lo que me ha traído hoy por aquí: presentar un breve texto en el que cuento algunos retazos de mi vida. Obviamente, con mis limitaciones y mis inclinaciones, pero siempre con absoluta sinceridad. Sabemos por experiencia que las cosas no son lo que son, sino como cada cual las vive. Y así, con esa aparente simplicidad, decidí relatar algunos retales de mí aventura existencial en el blog «ababolesytrigo» que, posteriormente, trasladé corregidos a las páginas del libro que hoy presentamos.

No siento rubor alguno al deciros que estoy satisfecho por haber decidido difundir esas parcelas de mi vida de manera sencilla y franca. Estoy contento por compartir públicamente algunos de mis recuerdos, pensamientos y emociones. Nunca imaginé que abordar estos asuntos, contarlos en los pequeños relatos que incluye este libro, produjese tanta satisfacción.

Para que se entienda lo que intento decir, precisaré que he ocupado mi vida profesional ejerciendo el oficio de educador. He ayudado a aprender a miles de personas, pero sobre todo me he esforzado en motivarlas a ser tales, a convertirse en gentes de bien formándose a través de la práctica de los valores y de las convicciones cívicas y humanitarias. Los educadores estamos habituados a compartir con los demás muchas facetas de nuestras vidas, aunque no lo hacemos con frecuencia a través de los libros.

Mirándolo bien me reconozco en ese prototipo de personaje público que ha sido más actor de improvisaciones y monólogos que autor o intérprete consumado. Escribir este librito ha supuesto para mí muchas cosas. Quizá una de las más importantes sea que probablemente me ha permitido saldar una deuda que, de alguna manera, percibía que tenía con vosotros, con la gente de mi pueblo. He dicho en reiteradas ocasiones que soy quien soy porque provengo de donde provengo. Jamás he olvidado donde nací y siempre he presumido de ser de pueblo… y pequeño. Sí, siempre he reconocido y agradecido la generosa contribución que ha hecho esta comunidad a la forja de mi carácter y de algunas de mis mayores convicciones.

Ahora bien, como decía, lo que me ha ocupado en la vida no ha sido la escritura sino más bien el activismo. He hecho muchísimas cosas y he escrito bastante menos a propósito de ellas. Además, he sido intencionadamente parco para expresar las que me atañen en privado. De ahí que mis reflexiones y mi escritura se hayan deslizado habitualmente hacia los asuntos de la profesión y de la vocación. 

Por otra parte, no soy un virtuoso de la pluma. Más bien he sido un crédulo en el progreso, un optimista realista. Alguien que piensa y actúa proactivamente, que cree que lo mejor está por llegar, pero que no olvida provocar, incentivar, hacer, movilizar recursos y capacidades para que sucedan las cosas deseables.

Nuestro paisano Alfons ha dicho en alguna de las entrevistas que le han hecho a propósito de su último libro «Algo personal», que «uno es lo que leyó, que somos los libros que leímos, más que los libros que leemos recientemente». ¡Qué poco pudimos leer en aquellos años de tanta precariedad e incuria! Decía también que en su caso —que es el mío y el de tantísimos otros— se trata de los libros que leía un joven que creció en una casa sin libros, como casi todas las nuestras, apostillo. Y que tardó mucho tiempo en tener una pequeña biblioteca propia. Que leía lo que le dejaban los amigos, lo que compraba en los mercadillos cuando vivía en pueblos más grandes que Gestalgar (…). Sobre todo, aquellas viejas novelitas del Oeste, del FBI, de ciencia-ficción… Efectivamente, ¡cuántos nos reconocemos en ese paisaje!, ¡cuánto nos costó llegar a conocer los universos que nos muestran los libros, sean los que sean, los hayan contado quienes los hayan contado! 

Afortunadamente hoy estamos aquí para celebrar que tenemos otro libro entre las manos que habla de nosotros y de cuanto nos rodea. El registro que he utilizado para componerlo nada tiene que ver con los enfoques literarios porque insisto una vez más en que no soy un escritor. En el mejor de los casos puedo ser un escribano o un escribiente aceptable, con cierto relativo oficio, aprendido a lo largo de mi dilatada trayectoria como maestro y profesor. 

Así pues, no es la pretensión de contar historias lo que generalmente me ha estimulado para ponerme frente a la hoja en blanco. Más bien ha sido la necesidad de abordar reflexivamente situaciones profesionales o académicas que me pareció que debían escribirse, argumentarse o resolverse. De ahí que me mueva más cómodamente en el ámbito de la descripción que en ningún otro. Y tal vez por ello he sido frecuentemente un cronista de la cotidianeidad, un relator curioso atento a lo que acaecía a su alrededor. Y ello ha propiciado que haya dejado testimonio escrito de algunos de los efímeros viajes sentimentales que emprendí o compartí, entre ellos los que se desgranan en los pasajes que encierran las páginas de este libro que, como sabéis, no es otra cosa que un breviario de valiosos recuerdos.

Recientemente reflexionaba en torno a la necesidad que tengo de escribir, una necesidad casi diaria. La misma que siento de lavarme la cara, tomar el primer café o ponerme a empezar el día cuando despierto. Escribir es una experiencia muy personal y por eso tiene tantos significados. La única manera de responder con honestidad al sentido que tiene la escritura es expresar lo que significa para uno mismo. Para mi, la actitud de escribir refleja múltiples intenciones, algunas bastante simples y otras mucho más pretenciosas. A veces escribo simplemente para dejar correr el pensamiento e intentar ponerlo negro sobre blanco en una hoja de papel o en un archivo digital. Otras escribo para concretar lo que siento o lo que medito, como si radiografiase mi raciocinio o mis emociones. A veces escribir me permite dejar escapar la conciencia o la pasión, la preocupación o la petulancia, la memoria casi olvidada o las sensaciones más vegetativas. Y casi siempre, escribir significa para mi decir lo que no se puede o no se debe callar. ¡Cuántas cosas se concretan en la acción de escribir! Como dijo alguien, escribir es poner la cara, hablar de frente. Y todo el que escribe se juega algo en sus palabras.

Por otro lado, es innegable que escribir resulta una aventura fascinante, aunque frecuentemente sea más resultado de la transpiración que de la inspiración. La escritura exige esfuerzo, dedicación, hacer y deshacer, buscar, corregir, reescribir... Y no una, sino decenas de veces. Y no hay que buscar excusas ni pretextos.  Lo que corresponde es disciplinarse cada día y dedicarse a la tarea: diez minutos, media hora o dos horas, lo que haga falta. A propósito de la misma o de cien cosas diferentes; lo que se tercie o lo que corresponda.

Me alegra haber encontrado espacio para retomar la escritura, me complace recuperar las palabras, recordarlas, utilizarlas, componerlas entre sí para intentar conformar mi pensamiento. No quiero olvidar las palabras y menos lo que significan. Y solo por eso merece la pena escribir.

He descubierto que la escritura tiene para mí una función antioxidante y hasta propiedades curativas que me distraen del proceso de envejecer, de huir de las hermanas Cloto, Láquesis y Átropos, y de acercarme a la muerte. Es como si las palabras acogiesen entre sus trazos retazos de mi existencia, lo que pienso que ha sido y cómo he creído vivirla. Es como si me ayudasen a disociar el vivir del morir, lo que es de lo que ya no será. Como si solo acogiesen la parte briosa de mi ser, la que permanece, aquello que no quiero abandonar y que me hace sentir en este mundo. Eso es para mí la escritura. Y tal vez por eso escribo, para sentirme vivo y renegar de la parca.

Espero que quienes todavía no lo hayáis hecho disfrutéis del pequeño itinerario que ofrecen las páginas de este libro. Un recorrido muy personal y nada neutral que hace años transitó un viajero sentimental, proclive al disfrute emocional y amante de su tierra y de sus gentes.






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