Durante los primeros días de enero escribí la última entrada en este blog referida a mis nietos. En ella confesaba que empezaba a hartarme de contrastar sus progresos a través del plasma y de las fotografías y que ansiaba retomar las buenas costumbres de encontrarnos, abrazarnos, besarnos y percibir a través de sus cálidos y menudos cuerpos el fluir de sus emociones. Absurdamente, insistía en que el tiempo desconoce la vuelta atrás, en que el pasado jamás regresa, y me lamentaba de la vida distante y distanciada a la que nos condenaba una pandemia que parecía interminable. Hacía votos por recuperar las viejas costumbres en el año nuevo y les prometí que, viniese como viniese, les escribiría algo antes de que llegasen sus cumpleaños. Que osadía la mía, por bienintencionada que fuese. Así que no perderé la ocasión para celebrar que nos ha acompañado la suerte, pues el dichoso Covid19 nos ha respetado hasta hoy.
Igual que sucedió quince días atrás, el pasado fin de semana volví a estrechar entre mis brazos a Fernando y Arizona, mis nietos, dos criaturas que dentro de pocas semanas cumplirán respectivamente cinco y tres años. Dos niños que no habíamos disfrutado «en directo» casi durante los últimos nueve meses, el intervalo equivalente a un embarazo desarrollado durante el periodo de más incertidumbre y mayor canguelo que he conocido. Naturalmente, en esos meses se han operado en ellos múltiples transformaciones. Las capacidades y desempeños han crecido enormemente en Fernandito, si bien son menos llamativos que los progresos de Arizona. Los adelantos de la niña son espectaculares. En pocos meses hemos pasado de acunar un bebé a estrechar el cuerpecito de una niña que empieza a ser tal en su morfología y en su psicología, en su manera de ser y en sus gustos e inclinaciones.
Son muchos los progresos que ha realizado Arizona a lo largo de este último medio año. Son particularmente importantes los que afectan a su lenguaje oral, pues ha aprendido a relacionarse con los demás con bastante eficacia. Habla continuamente, aunque a veces no la escuchemos, requiriendo la atención de los demás, especialmente de su hermano y de sus padres. Se enfada si no la entiendes porque ella entiende perfectamente lo que le decimos. Responde a pequeñas preguntas y sabe los nombres de los miembros de su familia (papi, mami, Tito, «abelo», «abela») de la misma manera que le gusta ugar con el teléfono inventándose conversaciones con alguien que se supone que está al otro lado del terminal. Contrastamos como ha acrecentado su vocabulario utilizando algunas palabras muy normalizadamente (eso, así, no, dame, agua…). También responde a su nombre y lo utiliza correctamente.
Durante este periodo se ha incorporado a tiempo completo a la escuela infantil, ampliando su mundo social, que ahora se extiende por encima de las relaciones con sus padres y su hermano alcanzando a otros niños, compañeros de colegio y vecinos. Juega con todos ellos desarrollando su dimensión social y empezando a conocer y respetar incipientemente las normas de los juegos.
A veces se muestra terca y recurre a las rabietas y pataletas para conseguir lo que quiere. Evidentemente pretende sentirse independiente y piensa que para ello debe ser quien tome sus propias decisiones. Nada ajeno a los comportamientos característicos de los niños de su edad a quienes no les gusta que sus padres les digan lo que pueden o deben hacer, y cuándo hacerlo. Ellos lo quieren todo y al momento, de la misma manera que sus padres saben que no pueden ceder a sus deseos por mucho que griten, pues no deben interiorizar ese procedimiento para conseguir lo que ansían.
Me ha vuelto a suceder lo mismo que en la entrada anterior dedicada a mis nietos. Sin percatarme, he completado cuarenta y tantos renglones refiriéndome a mi nieta y todavía no he aludido a los progresos de mi nieto Fernando, pese a que también ha evolucionado de manera espectacular en el último medio año. Particularmente notorios son sus avances en el área de la comunicación, pues ha perfeccionado la claridad de su expresión, siendo capaz de contar historias sencillas usando oraciones completas. Utiliza el tiempo futuro y conoce perfectamente su nombre apellidos y su dirección postal. En el área numérica ha aprendido a contar consecutivamente hasta el 50 y más allá, a la vez que entiende los conceptos de adicionar y sustraer, realizando mentalmente tales operaciones. Conoce y reproduce las grafías de todas las letras y guarismos, copia figuras geométricas, conoce infinidad de cosas de uso diario (dinero, comida, artículos de limpieza, establecimientos…), siendo capaz de dibujar una persona destacando en ella al menos seis u ocho partes de su cuerpo.
También ha progresado en su desarrollo físico: se mantiene sobre un solo pie durante seis o siete segundos, avanza dando saltos alternando ambos pies, brinca, da volteretas, se columpia y trepa. Usa autónomamente el tenedor y la cuchara para comer y, por otro lado, ha aprendido definitivamente a ir al baño solo, controlando plenamente los esfínteres. En el área socioemocional, además de querer complacer a sus amigos y ansiar parecerse alguno de ellos, respeta bastante las reglas en los juegos, reconoce perfectamente el sexo de las personas y distingue entre fantasía y realidad. Es una personita exigente y cooperadora, que se muestra cada vez más independiente.
En suma, que tras nueve meses sin hacerlo, en un intervalo de quince días hemos gozado de sendas oportunidades para disfrutar a nuestros nietos en vivo y en directo. Sus visitas nos han permitido contrastar su formidable crecimiento y sus innegables y sorprendentes progresos. Con incontenible alegría hemos comprobado que no sólo nos reconocen sino que nos llaman por nuestros nombres y nos expresan su afecto mediante gestos sinceros que no responden a actitudes vacuas o impostadas sino que son muestras espontáneas de cercanía y de apego, resultado probable de las indicaciones y recomendaciones paternas, cosa que agradecemos especialmente quienes sufrimos la distancia como variable idónea para mediatizar el afecto. Durante los últimos fines de semana hemos disfrutado de las carantoñas, los abrazos, los besos, las ocurrencias y las travesuras de los niños, hemos percibido intensamente su cercanía, hemos contrastado que nos quieren y que disfrutan de nuestra compañía. En suma, hemos sentido vigorosamente la felicidad, y eso a estas alturas de la vida no tiene precio. ¡Muchas gracias, familia!
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