¿Quién
no ha sentido el ardor de la atracción sexual? ¿Quién desconoce uno de los
condimentos esenciales de la existencia, si no el mejor? Todos, o casi todos,
hemos experimentado la pasión amorosa alguna vez en la vida, o en muchas, y hasta
en muchísimas ocasiones. La hemos disfrutado
y desentrañado en clave emocional, con la vehemencia de los arrebatos
irrefrenables, con avidez incontrolada, cautivos incluso del deseo más despótico.
Este
enardecido, y no dudo que compartido testimonio, parece diluirse frente a la fría
mirada de los científicos, esos seres taciturnos que a veces se revelan como acreditados
agoreros. ¿O acaso se les puede calificar de otra manera después de conocer su antepenúltimo
descubrimiento? Pues no viene a resultar que, según dicen, la madre de todas
las pasiones son los antígenos leucocitarios humanos (HLA), es decir, “unas sustancias
que surgen de la formación de anticuerpos y que están relacionadas con la
respuesta inmune ante cuerpos extraños”.
Tras
la perplejidad que me produce la noticia, instantáneamente, me surge una
pregunta tan ingenua como espontánea: ¿y
qué tendrá que ver esto con el deseo? Porque, que yo sepa, históricamente no ha
sido otra cosa que el interés o la apetencia por conseguir o disfrutar de/con
algo bello, valioso, generoso, atractivo. Y ahora, bueno, realmente hace ya un
par de años, unos investigadores de la Universidad de Dresde revitalizan la
conocida perogrullada de que los polos opuestos se atraen. O dicho con sus propias palabras, las parejas
sexuales que buscamos los seres vivos tienen antígenos leucocitarios muy
distintos a los nuestros. Este mecanismo, conocido con el nombre de complejo
mayor de histocompatibilidad (MHC), provoca que peces, aves o mamíferos
prefieran aparearse con individuos con códigos genéticos diferentes al suyo,
algo que consiguen mediante señales olfativas. Y lo hacen porque con ello logran
que sus descendientes desarrollen mayor resistencia frente a las agresiones
patógenas.
Los
investigadores alemanes demostraron en su estudio que cuanto mayor era la
diferencia entre los HLA de dos personas, más aumentaba entre ellos el deseo y
la satisfacción sexual. Y esa realidad la interpretaban en clave de estrategia
para la supervivencia y para la mejora de la especie. La mezcla de diferentes
genes de ambos progenitores da lugar a individuos más fuertes frente a las enfermedades.
De esta forma, nuestro cuerpo sabe antes que nosotros quién es nuestro/a
compañero/a idóneo/a.
¿Quién
nos iba a decir que los olores corporales acabarían siendo el elemento que
induce la atracción sexual? Mira por donde resulta que los vilipendiados
efluvios, que tanto desdén suscitan en la sociedad superperfumada e hiperhigienizada en que vivimos, que por cierto está
dejando sin trabajo a nuestro sistema inmunitario –un asombroso escudo que nos ha
protegido contra multitud de gérmenes y sustancias nocivas durante millones de
años–
son nuestro mejor photobook.
De
hecho, otras investigaciones han demostrado, también, que la atracción olfativa
es clave a la hora de optar por un/a compañero/a con una gran disimilitud del
antígeno leucocitario humano. Todavía queda mucho por indagar y no está claro
cómo los HLA influyen en la conformación del olor corporal, pero está probado
que ciertos componentes del mismo se encuentran en fluidos como el sudor y la
saliva.
Sabiendo
cuanto antecede, habrá que creer a pies juntillas en el viejo adagio que
asegura que el amor es ciego, aunque no insensible, por lo que parece. Personalmente
añadiré, con Mario Benedetti, que, además, me parece imprescindible que lo
acompañe una cierta dosis de locura; si no, sería otra cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario