martes, 10 de diciembre de 2019

Definitivamente, el amor es ciego

¿Quién no ha sentido el ardor de la atracción sexual? ¿Quién desconoce uno de los condimentos esenciales de la existencia, si no el mejor? Todos, o casi todos, hemos experimentado la pasión amorosa alguna vez en la vida, o en muchas, y hasta en muchísimas ocasiones. La hemos disfrutado  y desentrañado en clave emocional, con la vehemencia de los arrebatos irrefrenables, con avidez incontrolada, cautivos incluso del deseo más despótico.

Este enardecido, y no dudo que compartido testimonio, parece diluirse frente a la fría mirada de los científicos, esos seres taciturnos que a veces se revelan como acreditados agoreros. ¿O acaso se les puede calificar de otra manera después de conocer su antepenúltimo descubrimiento? Pues no viene a resultar que, según dicen, la madre de todas las pasiones son los antígenos leucocitarios humanos (HLA), es decir, “unas sustancias que surgen de la formación de anticuerpos y que están relacionadas con la respuesta inmune ante cuerpos extraños”.

Tras la perplejidad que me produce la noticia, instantáneamente, me surge una pregunta tan ingenua como espontánea: ¿y qué tendrá que ver esto con el deseo? Porque, que yo sepa, históricamente no ha sido otra cosa que el interés o la apetencia por conseguir o disfrutar de/con algo bello, valioso, generoso, atractivo. Y ahora, bueno, realmente hace ya un par de años, unos investigadores de la Universidad de Dresde revitalizan la conocida perogrullada de que los polos opuestos se atraen.  O dicho con sus propias palabras, las parejas sexuales que buscamos los seres vivos tienen antígenos leucocitarios muy distintos a los nuestros. Este mecanismo, conocido con el nombre de complejo mayor de histocompatibilidad (MHC), provoca que peces, aves o mamíferos prefieran aparearse con individuos con códigos genéticos diferentes al suyo, algo que consiguen mediante señales olfativas. Y lo hacen porque con ello logran que sus descendientes desarrollen mayor resistencia frente a las agresiones patógenas.

Los investigadores alemanes demostraron en su estudio que cuanto mayor era la diferencia entre los HLA de dos personas, más aumentaba entre ellos el deseo y la satisfacción sexual. Y esa realidad la interpretaban en clave de estrategia para la supervivencia y para la mejora de la especie. La mezcla de diferentes genes de ambos progenitores da lugar a individuos más fuertes frente a las enfermedades. De esta forma, nuestro cuerpo sabe antes que nosotros quién es nuestro/a compañero/a idóneo/a.

¿Quién nos iba a decir que los olores corporales acabarían siendo el elemento que induce la atracción sexual? Mira por donde resulta que los vilipendiados efluvios, que tanto desdén suscitan en la sociedad superperfumada e hiperhigienizada en que vivimos, que por cierto está dejando sin trabajo a nuestro sistema inmunitario –un asombroso escudo que nos ha protegido contra multitud de gérmenes y sustancias nocivas durante millones de años– son nuestro mejor photobook.

De hecho, otras investigaciones han demostrado, también, que la atracción olfativa es clave a la hora de optar por un/a compañero/a con una gran disimilitud del antígeno leucocitario humano. Todavía queda mucho por indagar y no está claro cómo los HLA influyen en la conformación del olor corporal, pero está probado que ciertos componentes del mismo se encuentran en fluidos como el sudor y la saliva.

Sabiendo cuanto antecede, habrá que creer a pies juntillas en el viejo adagio que asegura que el amor es ciego, aunque no insensible, por lo que parece. Personalmente añadiré, con Mario Benedetti, que, además, me parece imprescindible que lo acompañe una cierta dosis de locura; si no, sería otra cosa.

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