sábado, 13 de julio de 2019

Segunda semana de julio

Llega la segunda semana de julio y es imposible sustraerse a la repercusión del evento que aflora en los noticiarios y ocupa una hora larga en el principal canal de la televisión pública cuando son poco más de las 7:00 de la mañana. Obviamente me refiero a los sanfermines. Podría justificar mi interés por esas fiestas amparándome en los efectos que me producen los distractores que refiero, u otros señuelos mercadotécnicos que utilizan quienes gestionan tan provechoso negocio, pero me pregunto por qué hacerlo si realmente la auténtica razón de mi apego a ellas es el entusiasmo que me producen los toros, a pesar de la creciente contestación social que concitan los espectáculos taurinos y pese a lo difícil que resulta justificarlos y argumentarlos. Por otro lado, no puede olvidarse que los sanfermines son la feria del toro por antonomasia. En Pamplona, junto con Madrid y Bilbao, se ofrece cada año lo mejor que se cría en las dehesas: toros con enorme trapío y con unas impresionantes cabezas que transforman en seres excepcionales a los valientes que tienen la osadía de correr ante ellos o enfrentárseles en un ruedo.

Este año la feria de San Fermín se ha visto envuelta en una importante polémica que se inició la temporada pasada y que ha regresado con un encono especial, hasta el punto de que el jueves, 11 de julio, secundando una convocatoria que se fraguó la tarde anterior en las redes sociales, algunos corredores decidieron expresar su protesta haciendo una sentada en las calles por las que iba a discurrir el encierro, tres minutos antes de que saliesen de los corrales de Santo Domingo los toros de Victoriano del Río. La cuestión la han suscitado principalmente los cabestros que guían los toros hacia la plaza durante los encierros, que han sido entrenados para que reduzcan su peligrosidad y que, en opinión de los mozos, merman y llegan casi a anular su principal aliciente, que es la espectacularidad. De modo que parece que los cabestros, supongo que bien a su pesar y especialmente del de sus dueños, se han convertido en los verdaderos protagonistas de los encierros.

El día de San Juan partieron hacia Pamplona, desde la localidad madrileña de Estremera, veinte cabestros que están al cuidado del personal de José María López de la Torre (Casa Chopera), para aclimatarse al nuevo territorio con algunos días de antelación e intentar desempeñar eficientemente sus funciones en las distintas tareas que requiere el manejo de los toros. Es el segundo año que la ganadería “El Uno” está presente en los sanfermines. Además de responder a nombre tan altanero, está considerada una de las punteras en la crianza de cabestros para encierros y festejos populares, no en vano su apelativo es sinónimo de velocidad. El año pasado, sin ir más lejos, uno de sus cabestros, de nombre Ronaldo, contribuyó decisivamente a que todas las carreras de San Fermín durasen menos de tres minutos, algo que solo sucedía anteriormente de vez en cuando. Este año se ha sumado al anterior otro buey, que atiende por Messi, que es la nueva estrella de la parada y que, como el anterior, está cubierto por una capa berrenda en colorado y, caprichos del destino, luce en su costillar el número siete (recordemos, Cristiano Ronaldo, CR7), quizá para desafiar en cada carrera a su competidor.

La parada pasta en la finca “El Maquilón”, junto con un largo centenar de bueyes y también con toros bravos. Su preparación comienza cuando apenas son unos becerros y su desempeño como cabestros se extiende entre los 5 y los 10 años, aunque los hay de mayor edad. Alcanzan un peso entre 600 y 700 kilos y su entrenamiento incluye carreras de 4 ó 5 kilómetros que realizan en días alternos. Sus propietarios han salido al paso de opiniones infundadas que sostienen que tienen genética de toros. Ellos aseguran que son mansos, que se asustan y que salen corriendo cuando se les increpa, como no puede ser de otro modo ya que, como se sabe, los cabestros no adquieren tal condición por efecto de la castración sino por pertenecer a una raza diferente a los toros de lidia. Un cabestro no es otra cosa que un buey manso adiestrado para ser utilizado con fines específicos en las ganaderías bravas. Como se suele decir, todos los cabestros son bueyes, pero la mayoría de los bueyes no son cabestros.

Premonitoriamente, los propietarios de la ganadería pusieron a los cabestros que corren en San Fermín nombres que parecen replicar los de otras estrellas del espectáculo. A los de Ronaldo y Messi se añaden Generoso, Cariñoso, Chino, Corredor, Pistolero, Distraído, Elegante, Hortelano, Lancero, Lolo, Perezoso, Sevillano y Tabernero, que son los responsables de que, transcurridos seis encierros, los calificativos más comunes para referirse a ellos sean rápidos y limpios. El problema se suscita porque los cabestros permanecen en cabeza desde la salida de los corrales hasta la plaza, lo que facilita que la manada de los toros corra agrupada y protegida por ellos, haciendo que los mozos apenas pueden acercarse a ella. Por tanto, los 400 ó 500 corredores cuasi profesionales que participan cada día tienen escasas oportunidades de encontrar hueco, ponerse en la cara del toro, hacer la carrera y salir de ella. Sin embargo, el efecto positivo es que disminuye la tensión en el encierro y se reducen espectacularmente los heridos. De hecho, el año pasado se registró un número de corneados equiparable a los que hubo el año 1984, recordado como uno de los menos accidentados. Así pues, la rapidez de las carreras que promueven unos cabestros atléticos a los que ningún toro consigue rebasar, así como haber logrado que los animales no resbalen, cayéndose y disgregándose la manada, fundamentalmente como consecuencia del producto antideslizante con que se impregna en los últimos años la curva de entrada a la calle Estafeta, son los elementos que explican ese fenómeno.

La polémica ha llegado a tal extremo que los propietarios de la parada de cabestros –supongo que en connivencia con los responsables de la Casa de Misericordia– determinaron que Messi y Ronaldo no serían titulares en los encierros restantes, correspondientes a los días 12, 13 y 14. ¿Tiene ello fundamento? Lo desconozco. Sin embargo, aportaré algún detalle. No sé si como consecuencia de lo anterior o como simple fruto de la casualidad, lo cierto y verdad es que en el encierro de ayer, viernes, la manada de los toros de Núñez del Cuvillo se disgregó y los mozos pudieron protagonizar muy buenas carreras. Y hoy, los toros debutantes de La Palmosilla han hecho un encierro rapidísimo, rebasando algunos de ellos a los cabestros antes de culminar la cuesta de Santo Domingo, yendo en cabeza durante más de la mitad del encierro y propiciando que los mozos ensayaran múltiples carreras. Pese a todo, toros y cabestros han entrado a la plaza muy agrupados, casi “en un pañuelo”, como se dice en el argot. Habrá que ver lo que sucede mañana con los Miura que tienen fama de estar entre los más rápidos; de hecho lo fueron en los dos últimos años. Luego vendrán las valoraciones y volverán a plantearse los eternos dilemas entre la necesaria seguridad y el aseguramiento del espectáculo. Ya se verá.

Pero antes llegará la medianoche. La mayoría cantará el “Pobre de mi”, encenderá sus velas y se quitará el pañuelo en la Plaza del Ayuntamiento. Otros, singularmente los integrantes de las Peñas, tendrán su particular fin de fiesta en la Plaza el Castillo, pertrechados con sus pancartas y al son de las charangas. Y hasta terceros se encontrarán en la plaza del Consejo y cantarán y bailarán con el pañuelo en la mano. Las tracas en la Plaza de los Burgos anunciarán sonoramente el final de las fiestas y todo volverá a empezar porque… faltará menos para San Fermín 2020.

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