Tres
meses después de las elecciones generales, en mi opinión, asistimos a una nueva
y extemporánea disputa política motivada por la necesidad imperiosa de resolver
la gobernabilidad del país. Unos y otros justifican con excusas variopintas la
larga inactividad parlamentaria que la ha propiciado. Que si después de las
elecciones generales se celebraron las locales, autonómicas y europeas, absorbiendo
buena parte de las energías de la clase política; que si debían constituirse
los gobiernos municipales y autonómicos; que si el Presidente del Gobierno tenía
que atender dos importantes compromisos internacionales (Reunión del G20, en
Osaka; y reparto del poder en las instituciones europeas, en Bruselas); que si
se mira bien tampoco es que haya transcurrido tanto tiempo (¡tres meses,
señores, tres meses!, cuando ahora se apremia a más no poder, asegurando que no
se puede esperar a septiembre porque para entonces el país se habrá ido al
garete o poco menos). Dicen y dicen, sin recato y con evidente descaro.
Por
más que nos quieran convencer con tan peregrinos argumentos, la realidad es
tozuda como ella sola y muestra a las claras que ha transcurrido en vano un
trimestre desde que el país entero se pronunció respecto a la gobernabilidad que
ansiaba. La misma noche electoral, una vez realizado el escrutinio y conocidos
los resultados, los ciudadanos intuimos las gravosas consecuencias que tendría el
multipartidismo resultante (por tercera vez consecutiva) a la hora de conformar
las mayorías parlamentarias que asegurasen el soporte a un gobierno que
estuviese en condiciones de dar respuesta al mandato ciudadano, normalizando la
nueva realidad política del país. Lo supimos quienes ni nos ocupamos de tareas
políticas ni sabemos de política. Mucho mejor debieron intuirlo quienes viven
de ella. Y si no es así, mucho peor. Lo incuestionable es que se nos ha echado
el tiempo encima y nos encontramos casi en el punto de partida. Con una importantísima
salvedad, mañana se volverá a votar la candidatura de Pedro Sánchez a la
Presidencia del Gobierno y solo pueden suceder dos cosas, que sea investido o
que continúe la accidentalidad del Gobierno, a resultas de las diversas
posibilidades que se abrirán en lo que resta de verano (nuevo pacto de investidura antes del 24 de septiembre, o nuevas elecciones el 10 de noviembre).
Inopinadamente,
en apenas dos semanas se han precipitado los acontecimientos y nos ha caído
encima una problemática que se intenta resolver inadecuadamente: con prisas,
desde la improvisación y con injustificada precipitación. Tan es así que, a
ratos, esta diatriba, o lo que de ella trasciende, se asemeja a las timbas que
acogen los tugurios de medio pelo que se muestran en las películas, tanto en lo
que hace a los roles de los protagonistas como en lo tocante a la supuesta escenografía.
Lo que salga de aquí difícilmente será bueno o de calidad equiparable, salvo
que medie intervención divina o una portentosa conjunción astral.
No
parece que la inexorabilidad del tiempo, presionando implacablemente a quienes
presuntamente negocian contra reloj sea la mejor compañera para encontrar las
mejores soluciones. Prisas, pretextos, meteduras de pata y lamentaciones son compañeros
frecuentes de las organizaciones ineficientes, huérfanas de planificación y
previsión, y carentes de perspectiva. En mi opinión, la atención al repertorio
de tareas que dicen los políticos que les han ocupado en las últimas semanas,
que debían atenderse inexcusablemente, era perfectamente compatible con la
activación de equipos negociadores, designados exprofeso que, conscientes de la
perspectiva del tiempo y de que antes o después debería conformarse el Gobierno,
podían haber avanzado muchísimo en la redacción, la discusión y hasta los
preacuerdos en materia de programas, proyectos, equipos y recursos para echarlos
adelante. En tal caso, estos últimos días se hubiesen reservado exclusivamente
para cerrar flecos y dar los últimos retoques a unos compromisos largamente
debatidos, argumentados y preacordados.
Cuanto
digo se agrava si, como sucede, nos enfrentamos a una situación novedosa,
difícil, y compleja, representada por los escenarios políticos que vienen
conformando los resultados electorales desde 2015, cuando el pluripartidismo se
instaló en el Parlamento. Cuatro años después a nadie nos cabe duda de que, de
momento, se acabó el tiempo del bipartidismo porque las urnas lo han
determinado reiteradamente. Y siendo así, no se entiende que nuestros políticos
no se hayan cambiado de anteojos. Tampoco parece que quieran enterarse de que
los problemas de la gobernabilidad deben enfocarse con una nueva óptica. Más,
si cabe, cuando en España no existen precedentes de gobiernos de coalición
(salvo que nos retrotraigamos a los tiempos de la II República) y, de
consolidarse el pretendido de PSOE/Unidas Podemos, se trataría del primer
gobierno coaligado de centro izquierda en la Europa contemporánea.
La
imagen que están trasladando a la ciudadanía PSOE y Unidas Podemos es cuanto
menos lamentable. El tira y afloja que sostienen no me gusta ni un pelo. A
ratos se asemeja a un patio de vecindad y otras veces parece una partida de naipes,
aireándose las trapacerías y multiplicándose los aspavientos. Un pacto es por
definición un compromiso entre las partes nacido del diálogo y la negociación
con el que todos los intervinientes ganan algo. Un pacto para asegurar la
gobernabilidad de una nación es por naturaleza una actividad que debe acometerse
desde la privacidad, la cautela y la discreción. Eso lo sabe cualquiera porque,
de otra manera, es prácticamente imposible que se acuerde nada relevante. Al
contrario, en lugar de imponerse las deliberaciones atinadas, aunque sean a
cara de perro, lo que se traslucirá a la opinión pública será el simple
“postureo” de los protagonistas, la exteriorización de los anecdotarios,
exabruptos y poses, que mostrarán en directo y debidamente sazonadas con los
comentarios de una legión de comentaristas a sueldo de las grandes corporaciones
de medios de comunicación que, para desgracia general, parecen autoerigidas en
los únicos reputados testigos y justos fedatarios de cuanto sucede sobre la faz
de la Tierra.
Poco
puedo añadir sobre los convidados de piedra que asisten a este relevante y a la
vez decepcionante evento. Realmente no hay por donde cogerlos. A las derechas
se les llena la boca con el patriotismo y la descalificación. Esas son sus
principales banderas, que izan sobre una genuina concepción de la política que
se asienta en un postulado primordial: mentir más que hablar y patrimonializar
el poder. Solo les interesa la gobernabilidad cuando son los concernidos para
protagonizarla, en los demás casos jamás moverán un pelo para facilitarla. Casado
ha aprendido la lección acerca del escaso rédito que produce la intemperancia y
la locuacidad desbocada y atraviesa una fase de enfriamiento, controlado por el
aparato de su partido, que está viéndolas venir y esperando una hipotética
convocatoria electoral en el otoño, que seguramente les beneficiará más que a ninguna
otra fuerza política.
Por
otro lado, qué decir de Albert Rivera. Es inagotable la capacidad de este
hombre para dar la matraca “con su particular banda de mariachis dando la nota
desde la tribuna”, como le dijo el otro día Aitor Esteban (PNV). A los cinco
minutos de haber iniciado su réplica a Pedro Sánchez ya había aludido 22 veces
a lo que llama el “plan de Sánchez y su banda”. Es como un disco rayado que diaria
o semanalmente repite un mantra, del que se hace eco toda su corte partidista,
que adereza con un léxico complementario entre catastrofista y patético (separatismo,
Torra, Sánchez, habitación del pánico…). En suma, una argumentación impropia de una
organización que aspira a erigirse como adalid de la derecha, que ha optado por
un lenguaje barriobajero, caracterizado por el exabrupto y la descalificación, no
sé si para enmascarar sus auténticas propuestas políticas, que a veces colindan
con las de Vox. Y precisamente a estos, a Abascal y compañía considero que les
doy más que cumplido reconocimiento con mentarlos. Sin más comentarios.
Termino de escribir estas líneas cuando los medios de comunicación aseguran que La Moncloa da por “rotas totalmente” las negociaciones con Unidas Podemos. Tiempo habrá para saber, ver y reflexionar, aunque se constata por enésima vez que en este país la derecha tiene un seguro de vida con la izquierda. Tan es así que ni necesita combatirla, ella sola se autoderrota. Estoy convencido de que este patético rifirrafe no le va a resultar gratis a ninguno de sus protagonistas. Se lo han ganado a pulso. El problema es que no solo ellos serán los paganos del desaguisado. Los auténticos paganos, y los muy cabreados, somos los más de once millones de ciudadanos y ciudadanas que pusimos nuestra confianza en quienes no la merecían.
Termino de escribir estas líneas cuando los medios de comunicación aseguran que La Moncloa da por “rotas totalmente” las negociaciones con Unidas Podemos. Tiempo habrá para saber, ver y reflexionar, aunque se constata por enésima vez que en este país la derecha tiene un seguro de vida con la izquierda. Tan es así que ni necesita combatirla, ella sola se autoderrota. Estoy convencido de que este patético rifirrafe no le va a resultar gratis a ninguno de sus protagonistas. Se lo han ganado a pulso. El problema es que no solo ellos serán los paganos del desaguisado. Los auténticos paganos, y los muy cabreados, somos los más de once millones de ciudadanos y ciudadanas que pusimos nuestra confianza en quienes no la merecían.
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