jueves, 25 de julio de 2019

Panorama de actualidad.

Tres meses después de las elecciones generales, en mi opinión, asistimos a una nueva y extemporánea disputa política motivada por la necesidad imperiosa de resolver la gobernabilidad del país. Unos y otros justifican con excusas variopintas la larga inactividad parlamentaria que la ha propiciado. Que si después de las elecciones generales se celebraron las locales, autonómicas y europeas, absorbiendo buena parte de las energías de la clase política; que si debían constituirse los gobiernos municipales y autonómicos; que si el Presidente del Gobierno tenía que atender dos importantes compromisos internacionales (Reunión del G20, en Osaka; y reparto del poder en las instituciones europeas, en Bruselas); que si se mira bien tampoco es que haya transcurrido tanto tiempo (¡tres meses, señores, tres meses!, cuando ahora se apremia a más no poder, asegurando que no se puede esperar a septiembre porque para entonces el país se habrá ido al garete o poco menos). Dicen y dicen, sin recato y con evidente descaro.

Por más que nos quieran convencer con tan peregrinos argumentos, la realidad es tozuda como ella sola y muestra a las claras que ha transcurrido en vano un trimestre desde que el país entero se pronunció respecto a la gobernabilidad que ansiaba. La misma noche electoral, una vez realizado el escrutinio y conocidos los resultados, los ciudadanos intuimos las gravosas consecuencias que tendría el multipartidismo resultante (por tercera vez consecutiva) a la hora de conformar las mayorías parlamentarias que asegurasen el soporte a un gobierno que estuviese en condiciones de dar respuesta al mandato ciudadano, normalizando la nueva realidad política del país. Lo supimos quienes ni nos ocupamos de tareas políticas ni sabemos de política. Mucho mejor debieron intuirlo quienes viven de ella. Y si no es así, mucho peor. Lo incuestionable es que se nos ha echado el tiempo encima y nos encontramos casi en el punto de partida. Con una importantísima salvedad, mañana se volverá a votar la candidatura de Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno y solo pueden suceder dos cosas, que sea investido o que continúe la accidentalidad del Gobierno, a resultas de las diversas posibilidades que se abrirán en lo que resta de verano (nuevo pacto de investidura antes del 24 de septiembre, o nuevas elecciones el 10 de noviembre).

Inopinadamente, en apenas dos semanas se han precipitado los acontecimientos y nos ha caído encima una problemática que se intenta resolver inadecuadamente: con prisas, desde la improvisación y con injustificada precipitación. Tan es así que, a ratos, esta diatriba, o lo que de ella trasciende, se asemeja a las timbas que acogen los tugurios de medio pelo que se muestran en las películas, tanto en lo que hace a los roles de los protagonistas como en lo tocante a la supuesta escenografía. Lo que salga de aquí difícilmente será bueno o de calidad equiparable, salvo que medie intervención divina o una portentosa conjunción astral.

No parece que la inexorabilidad del tiempo, presionando implacablemente a quienes presuntamente negocian contra reloj sea la mejor compañera para encontrar las mejores soluciones. Prisas, pretextos, meteduras de pata y lamentaciones son compañeros frecuentes de las organizaciones ineficientes, huérfanas de planificación y previsión, y carentes de perspectiva. En mi opinión, la atención al repertorio de tareas que dicen los políticos que les han ocupado en las últimas semanas, que debían atenderse inexcusablemente, era perfectamente compatible con la activación de equipos negociadores, designados exprofeso que, conscientes de la perspectiva del tiempo y de que antes o después debería conformarse el Gobierno, podían haber avanzado muchísimo en la redacción, la discusión y hasta los preacuerdos en materia de programas, proyectos, equipos y recursos para echarlos adelante. En tal caso, estos últimos días se hubiesen reservado exclusivamente para cerrar flecos y dar los últimos retoques a unos compromisos largamente debatidos, argumentados y preacordados.

Cuanto digo se agrava si, como sucede, nos enfrentamos a una situación novedosa, difícil, y compleja, representada por los escenarios políticos que vienen conformando los resultados electorales desde 2015, cuando el pluripartidismo se instaló en el Parlamento. Cuatro años después a nadie nos cabe duda de que, de momento, se acabó el tiempo del bipartidismo porque las urnas lo han determinado reiteradamente. Y siendo así, no se entiende que nuestros políticos no se hayan cambiado de anteojos. Tampoco parece que quieran enterarse de que los problemas de la gobernabilidad deben enfocarse con una nueva óptica. Más, si cabe, cuando en España no existen precedentes de gobiernos de coalición (salvo que nos retrotraigamos a los tiempos de la II República) y, de consolidarse el pretendido de PSOE/Unidas Podemos, se trataría del primer gobierno coaligado de centro izquierda en la Europa contemporánea.

La imagen que están trasladando a la ciudadanía PSOE y Unidas Podemos es cuanto menos lamentable. El tira y afloja que sostienen no me gusta ni un pelo. A ratos se asemeja a un patio de vecindad y otras veces parece una partida de naipes, aireándose las trapacerías y multiplicándose los aspavientos. Un pacto es por definición un compromiso entre las partes nacido del diálogo y la negociación con el que todos los intervinientes ganan algo. Un pacto para asegurar la gobernabilidad de una nación es por naturaleza una actividad que debe acometerse desde la privacidad, la cautela y la discreción. Eso lo sabe cualquiera porque, de otra manera, es prácticamente imposible que se acuerde nada relevante. Al contrario, en lugar de imponerse las deliberaciones atinadas, aunque sean a cara de perro, lo que se traslucirá a la opinión pública será el simple “postureo” de los protagonistas, la exteriorización de los anecdotarios, exabruptos y poses, que mostrarán en directo y debidamente sazonadas con los comentarios de una legión de comentaristas a sueldo de las grandes corporaciones de medios de comunicación que, para desgracia general, parecen autoerigidas en los únicos reputados testigos y justos fedatarios de cuanto sucede sobre la faz de la Tierra.

Poco puedo añadir sobre los convidados de piedra que asisten a este relevante y a la vez decepcionante evento. Realmente no hay por donde cogerlos. A las derechas se les llena la boca con el patriotismo y la descalificación. Esas son sus principales banderas, que izan sobre una genuina concepción de la política que se asienta en un postulado primordial: mentir más que hablar y patrimonializar el poder. Solo les interesa la gobernabilidad cuando son los concernidos para protagonizarla, en los demás casos jamás moverán un pelo para facilitarla. Casado ha aprendido la lección acerca del escaso rédito que produce la intemperancia y la locuacidad desbocada y atraviesa una fase de enfriamiento, controlado por el aparato de su partido, que está viéndolas venir y esperando una hipotética convocatoria electoral en el otoño, que seguramente les beneficiará más que a ninguna otra fuerza política.

Por otro lado, qué decir de Albert Rivera. Es inagotable la capacidad de este hombre para dar la matraca “con su particular banda de mariachis dando la nota desde la tribuna”, como le dijo el otro día Aitor Esteban (PNV). A los cinco minutos de haber iniciado su réplica a Pedro Sánchez ya había aludido 22 veces a lo que llama el “plan de Sánchez y su banda”. Es como un disco rayado que diaria o semanalmente repite un mantra, del que se hace eco toda su corte partidista, que adereza con un léxico complementario entre catastrofista y patético (separatismo, Torra, Sánchez, habitación del pánico…).  En suma, una argumentación impropia de una organización que aspira a erigirse como adalid de la derecha, que ha optado por un lenguaje barriobajero, caracterizado por el exabrupto y la descalificación, no sé si para enmascarar sus auténticas propuestas políticas, que a veces colindan con las de Vox. Y precisamente a estos, a Abascal y compañía considero que les doy más que cumplido reconocimiento con mentarlos. Sin más comentarios.

Termino de escribir estas líneas cuando los medios de comunicación aseguran que La Moncloa da por “rotas totalmente” las negociaciones con Unidas Podemos. Tiempo habrá para saber, ver y reflexionar, aunque se constata por enésima vez que en este país la derecha tiene un seguro de vida con la izquierda. Tan es así que ni necesita combatirla, ella sola se autoderrota. Estoy convencido de que este patético rifirrafe no le va a resultar gratis a ninguno de sus protagonistas. Se lo han ganado a pulso. El problema es que no solo ellos serán los paganos del desaguisado. Los auténticos paganos, y los muy cabreados, somos los más de once millones de ciudadanos y ciudadanas que pusimos nuestra confianza en quienes no la merecían.
 

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