domingo, 16 de septiembre de 2018

Crónicas de la amistad: Santa Pola (26)

Si no tuviese la certeza de que la elección de la fecha de hoy es fruto de la aleatoriedad, de la fortuita programación del vuelo Ibiza-Alicante y viceversa, diría que seguimos magnetizados por los tics de la profesión. Pensaría que somos gentes de la vieja escuela, ajenas a las ‘modernores’, fantasías y ocurrencias de snobs y mindundis, que siguiendo el rito ancestral abren sus aulas el 15 de septiembre, como Dios manda. Pero casi todos sabemos que no es así. Hace años que abandonamos la profesión y vivimos en otra galaxia en la que, dicho sea de paso, no se está mal. Así que, con vuestro permiso, solemnemente, declaro inaugurado el nuevo curso amistoso.

A lo largo y ancho de estas crónicas he abordado una de mis grandes quimeras, la amistad, en algunos de los formatos en los que se presenta, sea como realidad o sentimiento compartido, relación afectiva, o estado de ánimo. La he analizado en su dimensión de valor transcendental y omnipresente en las relaciones humanas que se dan en el seno de las culturas. La he enfocado desde múltiples puntos de vista que, a su vez, me han sugerido reflexiones más o menos conceptuales o teóricas, que pueden parecer relativamente ajenas al devenir cotidiano. Ciertamente no creo que sea así pero, por si a otros os lo parece, hoy me he propuesto examinarla en la distancia corta, observándola desde la proximidad que delimitan mi pensamiento y mis palabras, inscrita en el microcosmos que conforman mi mente y las extremidades que la prolongan hasta el teclado del ordenador.

Club Náutico de Santa Pola
Son muchos los que defienden el valor terapéutico que tiene escribir sobre los pensamientos, las emociones y los sentimientos que no somos capaces de transmitir a los demás. Me parece que tal recomendación no tiene mucho objeto en mi caso, dada la propensión natural que tengo a hacerlo con cierta regularidad. No obstante, por si acaso alguien opina de otro modo, estoy plenamente determinado, queridos amigos, a transcribir y trasladaros las reflexiones que me hago sobre lo que siento cuando os quiero. Y deseo expresároslo a las claras, justo ahora, en este final del verano, disfrutando del paradisiaco espacio que conforma el Club Naútico santapolero y sus aledaños. Hace algunos años que resolví exteriorizar mis sentimientos, expresarlos sin cortapisas, con palabras y gestos, especialmente los positivos, porque los negativos carecen de interés pues no contribuyen a otra cosa que no sea a reconcomernos y corroernos inútilmente. Me harté de perder abrazos y besos irrecuperables. Me cansé de contrariarme por haber aplazado o interrumpido sine die decenas de conversaciones que no podré retomar. No estoy dispuesto a desperdiciar ni una sola de tales oportunidades.

De modo que, advirtiéndoos de que lo que sigue no es una declaración de amor al uso, os diré que siento que os quiero porque no me cuesta esfuerzo alguno encontraros, abrazaros y conversar largamente con vosotros, ni tampoco reírme y disfrutar de las cosas que os parecen graciosas, o apenarme con las que os apesadumbran. Os quiero porque os admiro, a cada cual en vuestra singularidad. Me agrada la pluralidad de nuestros privativos pareceres, como valoro la creciente tolerancia y comprensión que ha ido impregnando nuestras relaciones amistosas con el paso de los años. Me impresiona la entereza y la resiliencia con que habéis afrontado o enfrentáis las aciagas adversidades de la vida. Me asombra y me vigoriza comprobar que, incluso cuando parecéis exhaustos, os quedan fuerzas para ofrecernos a los demás buenas palabras, o para mostrarnos la generosidad y la mejor disposición para la ayuda. Me enorgullece ser amigo de personas que tienen corazones nobles y austeros, tanto que a veces hasta parece que se olvidan de sí mismas. Me complace que seáis capaces de relegar o minimizar las vanidades que acompañan a los papeles que representamos en el teatro de la vida y que, en cambio, exhibáis la humildad, en lugar de las dignidades y méritos que os corresponden por derecho. Permitid, pues, amigos, que os diga bien alto y claro, desde la cercanía, que estoy orgulloso de pertenecer a esta especie de casta –entendida en el mejor sentido– que hemos construido con el paso de los años, que es tan sensible y temperamental como inteligente y justa.

Aquí, en Santa Pola –como lo haría en Aspe y Novelda, en Muro y Elx, en La Vila, Benilloba o Alacant–, reitero que os agradezco infinitamente la amistad que habéis contribuido a forjar a lo largo y ancho de nuestras vidas, estando próximos o distantes; viéndonos y conviviendo a menudo o visitándonos episódicamente. Y os pido disculpas por no haberos frecuentado, escuchado y abrazado más, y por no deciros que os admiro y que os quiero en muchas otras ocasiones. Hoy es un día especialmente propicio para ello porque concita la mayor concurrencia del año. Están con nosotros, como sucede regularmente, Loli y Marisol, las dos Paquis y Pepi, Rosana, Amalia y Maite, nuestras queridísimas compañeras, además de Paco y Domingo, el “pitiuso” por antonomasia. Y emerge así otro encuentro que nos permite verificar de nuevo que la amistad es uno de los pilares que sustentan las vidas porque allega bienestar psicológico y salud física. Aunque esto último, según quien, se aprecie con criterios desiguales. Así, el bienintencionado anfitrión advertía en vísperas de que quienes integramos el grupo tenemos cierta edad y acusamos grandes contenidos de colesterol, triglicéridos, kilos en exceso, alcohol en venas y arterias, corazones debilitados por las pasiones y un largo etcétera; rogando a nuestro insigne visitante que refrenase su natural propensión a proveernos de sobrasadas, ensaimadas, licores ibicencos, y otros objetos de peso y calorías, y advirtiéndole de que si no practicaba la virtud de la obediencia debía prepararse para aceptar el reproche de una general y cariñosa admonición. En cambio, el renuente susodicho hacía oídos sordos y aseguraba que obedecería “a medias”, como así se ha evidenciado, dado que no volvieron las alegres golondrinas sino las ensaimadas y los orejones, la Frígola y otras hierbas ibicencas de la Familia Mari Mayans, personalizadas, además, para los paladares de señoras y caballeros. En fin, apercibido queda, aunque no estoy seguro de que haya germinado en él propósito de la enmienda alguno.

Domingo Moro en El Altet
Pero no alteremos el curso de los acontecimientos. Tras despachar el piscolabis de rigor en Boulevard Puerto, una concurrida terraza atracada en el paseo Adolfo Suárez, que bordea el Puerto Deportivo de Santa Pola, nos dirigimos al Restaurante Vintage del Club Naútico, un lugar para relajarse, remodelado recientemente y anclado en un entorno excepcional, con un restaurante de buena cocina y vinos excelentes, un espacio concebido para disfrutar. En un comedor casi exclusivo, servido sobre una larga mesa copresidida por Elías y Antonio G. Botella, despenamos un menú compuesto por una secuencia interminable de entrantes, todos ellos exquisitos: ensaladilla de raya, tartar de atún, patatas fritas con lomo loncheado y pimientos de Padrón, pulpo asado sobre lecho de cachelos y tinta de calamar, zepelines de bacalao y ensalada de mango, que precedieron a unos entrecots a la plancha, trinchados y servidos al centro, y a unas gallinas a la espalda, igualmente dispuestas; ambos platos acompañados con cachelos recubiertos de pisto. Todo ello debidamente maridado con cerveza a discreción y un Finca Resalso 2017, de Bodegas Emilio el Moro. Unas milhojas de crema remataron el menú oficial que, para ser fieles a la que ya empieza a ser tradición, reforzaron ‘orelletes’ y ensaimada ibicenca, por obra y generosidad de Domingo Moro que, unilateralmente, ya había decidido y conseguido con antelación que abriésemos boca con una pequeña degustación del genuino e ibicenco aperitivo Palo aderezado con unas gotitas de ginebra y limón y un toque de agua de seltz. El remate final lo pusieron unas exquisitas chocolatinas y unas trufas vileras, de Marcos Tonda, que nuevamente nos obsequiaron Rosana y Tomás, que algunos acompañaron de la Frígola y otras de la Rumaniseta, un novedoso producto de la familia Mayans que agradó mucho a las féminas.

Llegados a ese punto, se dictó auto de sobreseimiento de la causa y se decretó el inicio de la dispensa alcohólica. Coñacs, güisquis, gintónics y demás libaciones espirituosas pusieron los prolegómenos a la postrera fase de estos encuentros, en la que emerge la vis artística que en ocasiones como esta embarga a los humanos. Unos y otras, otras y unos, con la superior dirección y los sones de la guitarra de Antonio Antón, desafinamos hasta donde era posible…, y un poco más. Quisimos cantar todas las canciones del mundo…, y hasta del universo. No lo logramos, pero sí alcanzamos a tararear temas intemporales como Colores, Al vent, Palabras para Julia o Mediterráneo. Disfrutamos de la interpretación que hace Antonio del poema Songoro Cosongo, de Nicolás Guillén, y nos tiramos como locos a Desalambrar, antes de recalar en la arena de la Costa Azul para interpretar Aline o Tous les garçons, etc. La inmortalidad de la canción italiana se hizo presente con Il Mondo, de Jimmy Fontana, que precedió a la postrera Alfonsina y el mar, que casi nos depositó en la dársena porque el staff del restaurante, discretamente, nos invitaba a ello. Las despedidas, como siempre. Los que siguen un rato más, a mayor gloria de sí mismos. Y el viaje de vuelta a casa. Por lo que sé esta mañana, plenamente satisfactorio.

De modo que, ¿qué más se puede pedir? Yo, desde luego, solo ansío que todos consigamos vivir cada día de la mejor manera posible, que las contrariedades nos sirvan para hacernos más resilientes y sabios, que logremos metabolizar con diligencia los quebrantos y los miedos, que conservemos y nos  sigan motivando las pequeñas ilusiones, que, pase lo que pase, no olvidemos sonreír ni practicar los quereres en todas sus formas. Ojalá seamos capaces de seguir haciendo grandes cosas con gestos pequeños, ojalá que podamos caminar hacia donde queremos estar, ojalá que nos sigan guiando los sueños, ojalá que logremos vivir entre gentes que nos quieran y nos hagan fácil la existencia durante muchos años, ojalá que seamos capaces de querernos a nosotros mismos, incluso cuando nos falten los motivos. Ese es hoy mi deseo, amigos. Y como despedida, ahí va, la letra de esa canción popular de Ses Illes, que ayer interpretamos e instituimos como himno del nuevo curso.

ANÀREM A SANT MIQUEL

Anàrem a Sant Miquel (bis),
una colla de gent bona,
xim pum, da-li, da-li, da-li, trum trum,
una colla de gent bona.

Sa iaia mos va dir: Entrau (bis),
jóvens, si heu de mester dona,
xim pum, da-li, da-li, da-li, trum trum,
jóvens, si heu de mester dona.

Ses meues filles ho són (bis),
convenientes per un pobre,
xim pum, da-li, da-li, da-li, trum trum,
convenientes per un pobre,

Perquè m'han sortit petites (bis),
i han de mester poca roba,
xim pum, da-li, da-li, da-li, trum trum,
i han de mester poca roba.

Així mateix també tenen (bis),
alguna altra cosa bona,
xim pum, da-li, da-li, da-li, trum trum,
alguna altra cosa bona.

Sa cosa no vos la dic (bis),
però ja hi deveu pensar-hi,
xim pum da-li, da-li, da-li, trum trum,
però ja hi deveu pensar-hi.

Tal volta valtros teniu (bis),
es jugaroll de posar-hi,
xim pum, da-li, da-li, da-li, trum trum,
es jugaroil de posar-hi.

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