Hoy,
como ayer, las páginas de los periódicos están repletas de “sesudos” estudios
postelectorales en los que se diseccionan los resultados de los comicios
celebrados anteayer. Los analistas argumentan los números con juicios y opiniones,
que unas veces parecen alambicados y otras son meros comentarios de elementales
cálculos aritméticos. Es lo de siempre, “torear a todo pasado”, como lo hacen los
diestros ventajistas, cuando lo que de verdad tiene mérito es coger los ‘trastos’,
plantarse en el centro del ruedo, citar al adversario y esperar su acometida,
venga como venga, para recibirla, pararla, templarla y conducirla a los
terrenos adecuados para preparar la siguiente, la otra y la otra, y continuar
haciéndolo hasta lograr la conjunción de los esfuerzos, la sinergia deseada y,
definitivamente, la faena soñada. Pero eso es en la tauromaquia, disciplina
vetusta y costumbre anacrónica, y hoy lo que toca es otra cosa.
Hoy,
como ayer, se han escrito ríos de tinta e infinitas secuencias digitales que se
afanan en explicar desde diferentes -e incluso interesados- puntos de vista lo
que anteayer dijeron las urnas. De cuanto he leído y reflexionado me quedo con unos
cuantos argumentos.
Primero.
Es probable que estemos más ante una lucha generacional que frente a un combate
ideológico. Parece que los 12 millones de votantes menores de 40 años (el 34%
del censo) han sido determinantes para que Podemos
y Ciudadanos hayan obtenido juntos
129 diputados. Es un voto fundamentalmente (pero no solo) joven, duro y
probablemente leal que puede ir a más en los próximos años haciendo crecer su
influencia electoral. Por otro lado, ambas formaciones se han mostrado
extraordinariamente competitivas en las siete provincias grandes, que se
reparten 127 diputados, en las que se han hecho con el 40 % de los escaños. Por
tanto, cambio generacional pese a jugar con unas reglas que no lo favorecen.
Segundo.
El “voto del miedo” (a lo desconocido, a lo que viene, a la inexperiencia
política…) no ha funcionado. La participación se ha situado en términos de
“normalidad” (73 % del censo). PP, PSOE e IU-UP han sufrido una debacle sin
precedentes. Se ha quebrado el bipartidismo y hay dos ganadores claros: Ciudadanos
y Podemos, especialmente este último (aún considerando las matizaciones
derivadas de su confluencia con otras fuerzas). Entre ambos han roto el
blindaje forjado por el bipartidismo en torno a los 160 diputados distribuidos
en 31 provincias rurales, electoralmente
imposibles hasta ahora para los partidos emergentes. Estamos hablando de más
del 45 % del mercado electoral. Puede imaginarse lo que puede suceder si se
fuerza un cambio en la Ley electoral para hacerla más, o absolutamente, proporcional.
Tercero.
Si nadie lo remedia, parece que está alumbrando el fin de un ciclo. El PP y el
PSOE han perdido casi 6 millones de votantes. Ello ha provocado debacles
como que en Cataluña haya ganado Podemos, que el PSOE sea cuarto en Madrid o
que tanto populares como socialistas hayan retrocedido significativamente en
las doce circunscripciones nacionalistas, que se reparten la friolera de 69
diputados, es decir, el 20 % del Congreso. Pablo Iglesias es el gran vencedor
“simbólico”. Seguro que en esta legislatura, añadiendo el altavoz del Congreso
a los medios que habitualmente utiliza para amplificar su discurso, intentará
convertirse en la referencia de la oposición, continuando con su estrategia de
relegar al PSOE a una posición marginal, ahondando su táctica de presentarle
como un partido del establishment, no
muy diferente del PP.
Cuarto.
El panorama político resultante, que algunos califican de ingobernable, exige
incontestablemente grandes dosis de diálogo
y voluntad de alcanzar acuerdos y pactos para lograr formar gobierno y
no forzar una nueva convocatoria electoral, cuyos resultados, por mucho que se
especule al respecto, pueden resultar más sorprendentes que los actuales. Pero
esto es aventurarse en la política ficción y no creo que este país esté en este
momento para semejantes tentaciones.
Quinto.
Es momento de que los partidos progresistas hagan un esfuerzo importante de
reflexión y autocrítica, así como de que atiendan –siquiera sea por una vez- el
mensaje que han recibido de la ciudadanía: deben cambiar el estado de cosas
actual que se sintetiza en paro, corrupción, despilfarro y quiebra del estado
del bienestar. Y deben supeditar sus intereses partidistas, e incluso
personalistas, a esa finalidad. Si no es así, estoy convencido que lo
lamentarán por largo tiempo y mucho más la ciudadanía, que no merece ser
gobernada por quiénes no saben estar a la altura de lo que demanda una vida
social decente.
Por
todo lo anterior, mi propuesta sería que se conformase un gobierno de
concentración de PSOE, Podemos y Ciudadanos con un triple objetivo: asegurar el
cambio generacional real y echar definitivamente a la derecha involucionista y
corrupta de las instituciones, impulsar la reforma constitucional (modificación
de la ley electoral para hacerla lo más proporcional posible, atención de los
derechos básicos de los ciudadanos y solución de los desequilibrios
territoriales, reformulando el estado de las Autonomías) y, finalmente, controlar
la agenda política, manejando efectivamente los tiempos idóneos para realizar
una convocatoria de elecciones anticipadas, que no es cosa baladí ni improbable.
Aunque la aritmética parlamentaria no hiciese posible el cambio constitucional,
dado que el PP conserva más de un tercio de los escaños, la actividad del
legislativo podría permitir visualizar a los ciudadanos las auténticas opciones
de cambio, avaladas por una izquierda plural y unida, que podrían conformar un
programa electoral atractivo que concitase el apoyo de la mayoría social en una
hipotética convocatoria anticipada de elecciones. Es más que probable que el
nuevo parlamento surgido de ellas tuviese un color y unas posibilidades
radicalmente diferentes.
Ahora
bien, ello exige amplias dosis de generosidad y amplitud de miras por parte de
todos. Sin embargo, como se confunda el interés general con el propio, como se
instaure la estrategia cortoplacista de rematar al adversario para hacernos con
sus pertrechos, como el clientelismo y la egolatría sigan adueñándose del juego
político, preparémonos porque vamos a tener derecha para rato. Porque no
debemos olvidar que el PP lo tiene infinitamente más fácil: solo necesita
cambiar el cartel electoral y esperar a que se autodestroce la izquierda y se
maduren los imberbes muchachos de Ciudadanos para engullirlos y regresar
triunfante, pocos meses después, con otra mayoría absoluta.
Cada
cual verá lo que hace porque yo, desde luego, ya sé lo que haré, si es el caso.
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