martes, 22 de diciembre de 2015

Aritmética electoral.

Hoy, como ayer, las páginas de los periódicos están repletas de “sesudos” estudios postelectorales en los que se diseccionan los resultados de los comicios celebrados anteayer. Los analistas argumentan los números con juicios y opiniones, que unas veces parecen alambicados y otras son meros comentarios de elementales cálculos aritméticos. Es lo de siempre, “torear a todo pasado”, como lo hacen los diestros ventajistas, cuando lo que de verdad tiene mérito es coger los ‘trastos’, plantarse en el centro del ruedo, citar al adversario y esperar su acometida, venga como venga, para recibirla, pararla, templarla y conducirla a los terrenos adecuados para preparar la siguiente, la otra y la otra, y continuar haciéndolo hasta lograr la conjunción de los esfuerzos, la sinergia deseada y, definitivamente, la faena soñada. Pero eso es en la tauromaquia, disciplina vetusta y costumbre anacrónica, y hoy lo que toca es otra cosa.

Hoy, como ayer, se han escrito ríos de tinta e infinitas secuencias digitales que se afanan en explicar desde diferentes -e incluso interesados- puntos de vista lo que anteayer dijeron las urnas. De cuanto he leído y reflexionado me quedo con unos cuantos argumentos.

Primero. Es probable que estemos más ante una lucha generacional que frente a un combate ideológico. Parece que los 12 millones de votantes menores de 40 años (el 34% del censo) han sido determinantes para que Podemos y Ciudadanos hayan obtenido juntos 129 diputados. Es un voto fundamentalmente (pero no solo) joven, duro y probablemente leal que puede ir a más en los próximos años haciendo crecer su influencia electoral. Por otro lado, ambas formaciones se han mostrado extraordinariamente competitivas en las siete provincias grandes, que se reparten 127 diputados, en las que se han hecho con el 40 % de los escaños. Por tanto, cambio generacional pese a jugar con unas reglas que no lo favorecen.

Segundo. El “voto del miedo” (a lo desconocido, a lo que viene, a la inexperiencia política…) no ha funcionado. La participación se ha situado en términos de “normalidad” (73 % del censo). PP, PSOE e IU-UP han sufrido una debacle sin precedentes. Se ha quebrado el bipartidismo y hay dos ganadores claros: Ciudadanos y Podemos, especialmente este último (aún considerando las matizaciones derivadas de su confluencia con otras fuerzas). Entre ambos han roto el blindaje forjado por el bipartidismo en torno a los 160 diputados distribuidos en  31 provincias rurales, electoralmente imposibles hasta ahora para los partidos emergentes. Estamos hablando de más del 45 % del mercado electoral. Puede imaginarse lo que puede suceder si se fuerza un cambio en la Ley electoral para hacerla más, o absolutamente, proporcional.

Tercero. Si nadie lo remedia, parece que está alumbrando el fin de un ciclo. El PP y el PSOE han perdido casi 6 millones de votantes. Ello ha provocado debacles como que en Cataluña haya ganado Podemos, que el PSOE sea cuarto en Madrid o que tanto populares como socialistas hayan retrocedido significativamente en las doce circunscripciones nacionalistas, que se reparten la friolera de 69 diputados, es decir, el 20 % del Congreso. Pablo Iglesias es el gran vencedor “simbólico”. Seguro que en esta legislatura, añadiendo el altavoz del Congreso a los medios que habitualmente utiliza para amplificar su discurso, intentará convertirse en la referencia de la oposición, continuando con su estrategia de relegar al PSOE a una posición marginal, ahondando su táctica de presentarle como un partido del establishment, no muy diferente del PP.

Cuarto. El panorama político resultante, que algunos califican de ingobernable, exige incontestablemente grandes dosis de diálogo y voluntad de alcanzar acuerdos y pactos para lograr formar gobierno y no forzar una nueva convocatoria electoral, cuyos resultados, por mucho que se especule al respecto, pueden resultar más sorprendentes que los actuales. Pero esto es aventurarse en la política ficción y no creo que este país esté en este momento para semejantes tentaciones.

Quinto. Es momento de que los partidos progresistas hagan un esfuerzo importante de reflexión y autocrítica, así como de que atiendan –siquiera sea por una vez- el mensaje que han recibido de la ciudadanía: deben cambiar el estado de cosas actual que se sintetiza en paro, corrupción, despilfarro y quiebra del estado del bienestar. Y deben supeditar sus intereses partidistas, e incluso personalistas, a esa finalidad. Si no es así, estoy convencido que lo lamentarán por largo tiempo y mucho más la ciudadanía, que no merece ser gobernada por quiénes no saben estar a la altura de lo que demanda una vida social decente.

Por todo lo anterior, mi propuesta sería que se conformase un gobierno de concentración de PSOE, Podemos y Ciudadanos con un triple objetivo: asegurar el cambio generacional real y echar definitivamente a la derecha involucionista y corrupta de las instituciones, impulsar la reforma constitucional (modificación de la ley electoral para hacerla lo más proporcional posible, atención de los derechos básicos de los ciudadanos y solución de los desequilibrios territoriales, reformulando el estado de las Autonomías) y, finalmente, controlar la agenda política, manejando efectivamente los tiempos idóneos para realizar una convocatoria de elecciones anticipadas, que no es cosa baladí ni improbable. Aunque la aritmética parlamentaria no hiciese posible el cambio constitucional, dado que el PP conserva más de un tercio de los escaños, la actividad del legislativo podría permitir visualizar a los ciudadanos las auténticas opciones de cambio, avaladas por una izquierda plural y unida, que podrían conformar un programa electoral atractivo que concitase el apoyo de la mayoría social en una hipotética convocatoria anticipada de elecciones. Es más que probable que el nuevo parlamento surgido de ellas tuviese un color y unas posibilidades radicalmente diferentes.

Ahora bien, ello exige amplias dosis de generosidad y amplitud de miras por parte de todos. Sin embargo, como se confunda el interés general con el propio, como se instaure la estrategia cortoplacista de rematar al adversario para hacernos con sus pertrechos, como el clientelismo y la egolatría sigan adueñándose del juego político, preparémonos porque vamos a tener derecha para rato. Porque no debemos olvidar que el PP lo tiene infinitamente más fácil: solo necesita cambiar el cartel electoral y esperar a que se autodestroce la izquierda y se maduren los imberbes muchachos de Ciudadanos para engullirlos y regresar triunfante, pocos meses después, con otra mayoría absoluta.

Cada cual verá lo que hace porque yo, desde luego, ya sé lo que haré, si es el caso.

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