sábado, 12 de septiembre de 2015

Emilio SP.

Es puramente fortuito que hoy, 11 de septiembre, repare en un barcelonés de pro, alicantino de adopción, cuyos orígenes familiares hay que buscar en la Canal de Navarrés, un territorio mestizo, como todos los espacios fronterizos, que seguramente no es ajeno a su carácter. Desconozco la influencia de esta circunstancia, pero estoy seguro de que sus convicciones le distancian radicalmente de la deriva identitaria que un día como hoy defenderán muchos de sus paisanos en la calle. Él, como otros muchísimos catalanes, piensa de diferente manera. En todo caso, se trata de un personaje único, cuya madre, como todas, rompió el molde cuando lo acabó de parir. No albergo duda de que en este caso ese lugar común resulta especialmente verídico.

Es un tipo delgaducho y con apariencia frágil, que empieza a ser mayor. Cuando lo miras detenidamente descubres en él un rostro fino, expresivo y curtido, con una frente amplia, lisa y contundente, que enmarca unos ojos vivos y profundos, embolsados en unas pronunciadas ojeras que a menudo ambicionan entristecerlos sin conseguirlo, escondidas como suelen estar tras unas clásicas gafas de concha. Una nariz proporcionada remata su boca de finos labios, escondidos parcialmente tras un bigote a lo Groucho Marx, aunque más corto y ceniciento, que contribuye a destacar la ironía de las sonrisas que a veces dibujan sus dientes desiguales. Sus cejas arqueadas, oscuras y gruesas, y sus largas orejas acreditan que los años no han pasado en balde por su corpórea geografía, asechanza que han sabido burlar exitosamente sus blancas y ágiles manos, su apariencia ligera y nerviosa, sus contrastados ademanes juveniles y una indumentaria discreta y desenfadada, en la que no faltan las cazadoras rojas, las camisas vaqueras y los Levis 501.

Haría falta un río de tinta para contar la rica y variopinta existencia de este personaje. Un individuo que siempre se reconoció vecino del Pla, como otras gentes de su cuadrilla, que hace tiempo que abdicaron de esa militancia porque casi nadie reside ya en el barrio. Sin embargo, se obstinan en perpetuar el apego juvenil, que con el paso del tiempo no ha hecho sino engrandecerse. Este colectivo que ahora se autodenomina “los jubilatas”, al que se han agregado otras personas ajenas, sigue urdiendo complicidades en los afectos, se compincha para sacar adelante inquietudes, quimeras y proyectos, practica el saludable placer de verse regularmente, una vez al mes, para comer juntos y celebrar como saben y pueden la alegría de estar vivos y juntos.

Mi amigo Emilio Soler es un individuo polifacético. Una de sus pasiones son los viajes, materia en la que es docto especialista. Pocos como él conocen a los viajeros españoles, especialmente a los del siglo XVIII. Pero no es menor su pasión por la música, singularmente por la música moderna, especialmente de los cincuenta, sesenta y setenta. Tiene una vastísima y enciclopédica cultura musical que abarca casi todos los registros y manifestaciones de esas décadas. No es menor su entusiasmo por el deporte, especialmente por el fútbol y, más concretamente, por el Barça, del que es un hooligan confeso, hasta el punto de que suele decir que realmente no le gusta el fútbol sino el Barcelona, y particularmente cuando gana.

Este fulano es un lector empedernido, además de un insaciable coleccionista de libros. Tiene en su casa más volúmenes que ideas, muchos más discos que canciones y bastantes más documentos que historias. Y no contento con ello, es un televidente insatisfecho, un devorador de películas y series, y de cuanta producción audiovisual tenga a su alcance. Alguien que, noche tras noche, desde hace años se acuesta a las tantas, visionando cuanto cae en sus manos. Un personaje con una cultura vastísima, que atesora en su portentosa memoria, en la que conserva infinitud de datos, anécdotas, historias, ideas, indagaciones o imaginaciones cuya extensión es imposible acotar.

Estamos ante a una persona cuyas ambiciones no podría concretar. Nunca he sabido si su mayor aspiración ha sido ser delantero centro del Barcelona en la época de “Dream Team” o emular a Marco Polo completando varias vueltas al mundo para disfrutar de sus viajes más que lo hizo él yendo a las proximidades de Cipango. Tampoco sé si hubiese gozado especialmente siendo una estrella del rock&roll o acompañando a Felipe González en su primer mandato como Presidente del Gobierno. Lo que sí sé es que es un genuino “animal político” que ambicionó ser Conseller de Cultura y Educación, sin conseguirlo. Y lo que añadiré de inmediato es que, sin duda alguna, ha sido el mejor Director General de Cultura que ha tenido la Generalitat Valenciana en toda su historia.

Emilio tiene una agenda amplísima porque ha mantenido relaciones con medio mundo y las conserva en buena medida. El teléfono y él son dos elementos indisociables, aunque no maneje muy expertamente los terminales de penúltima generación que se compra. Es tal su red de contactos y se aplica con tal cuidado a atenderlos que casi siempre está al corriente de la actualidad social y política en el ámbito de la ciudad y mucho más allá, aunque hayan transcurrido dos décadas desde que desapareciera de la primera línea política. Sé el valor que han tenido y tienen la opinión o el consejo de Emilio Soler para distinguidísimos cargos públicos que han ocupado y ocupan las instituciones. Y algo parecido sucede en el ámbito de algunos de los medios de comunicación.

Es fácil deducir la importantísima riqueza personal de mi amigo y su indiscutible proyección social y cultural. Su currículo incluye un sinfín de cargos y responsabilidades que ha desempeñado en su activísima vida política. En todos ellos ha destacado por su eficiencia y honestidad. No tengo noticia de un solo desliz en su trayectoria del tenor de los que ahora tanto abundan. Como otros que conozco, Emilio es un político que habría que incluir en los manuales que debieran estudiar quienes aspiran a ser servidores públicos. Y lo mismo puede decirse de su etapa como profesor universitario, una exitosa vida docente e investigadora, pese a no ser su primera opción profesional. Su gestión al frente de la Sede de la UA en la ciudad de Alicante ahí está, para estudiarla porque hay un antes y un después de la misma. Y ¿qué decir de su contribución a la trama cultural de la ciudad y la provincia? Su comportamiento con los artistas, su generosa aportación como patrono del MARQ o su colaboración con el Instituto Gil Albert son solo tres ejemplos que hablan por sí mismos.

Personaje entrañable en el terreno corto, es un encantador de serpientes, un contador de historias insuperable y un excelente conversador que anima hasta la tertulia más somnolienta. Por cierto, participa activamente en varias de ellas, en diferentes localidades de la provincia, en las que ha logrado embarcar a toda su familia.

Más allá de lo referido, en cierto modo podría decirse que Emilio es un niño grande al que le gustan todo tipo de dulces, especialmente el chocolate, contra más puro, mejor. Pero sería injusto no dejar constancia de que también es un paladar agradecido que disfruta comiendo de casi todo, excepción hecha del pescado, porque con las espinas no puede. Por eso le gusta el atún, y mucho más si está hecho con tomate y pimiento fritos. Pero, sobre todo, goza de la compañía de sus amigos. No conoce la pereza al respecto. A cualquier hora está dispuesto a salir de casa para ir a otra, o a cualquier restaurant o chiringuito, a conversar y a tomar lo que sea.

No obstante, la auténtica pasión de Emilio es su familia. Concha y Laura han sido y son su razón de ser. Los tres, al unísono, han logrado construir un potente núcleo humano que ha sabido aprovechar la claridad de su sabiduría y la fortaleza de su afecto para hacer exitosa la delicada empresa de la convivencia. Los tres han luchado a brazo partido contra las dificultades que les ha puesto delante la vida logrando salir airosos de cuantos retos han debido afrontar. Gracias a ello han logrado forjar una familia unida, fuerte y feliz. Ese es, desde mi humilde punto de vista, el mayor logro que ha conseguido Emilio. Y como es contumaz, tengo plena certeza de que seguirá desvelándose por conservarlo.

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