Es
puramente fortuito que hoy, 11 de septiembre, repare en un barcelonés de pro,
alicantino de adopción, cuyos orígenes familiares hay que buscar en la Canal de
Navarrés, un territorio mestizo, como todos los espacios fronterizos, que seguramente
no es ajeno a su carácter. Desconozco la influencia de esta circunstancia, pero
estoy seguro de que sus convicciones le distancian radicalmente de la deriva
identitaria que un día como hoy defenderán muchos de sus paisanos en la calle.
Él, como otros muchísimos catalanes, piensa de diferente manera. En todo caso,
se trata de un personaje único, cuya madre, como todas, rompió el molde cuando
lo acabó de parir. No albergo duda de que en este caso ese lugar común resulta
especialmente verídico.
Es
un tipo delgaducho y con apariencia frágil, que empieza a ser mayor. Cuando lo
miras detenidamente descubres en él un rostro fino, expresivo y curtido, con
una frente amplia, lisa y contundente, que enmarca unos ojos vivos y profundos,
embolsados en unas pronunciadas ojeras que a menudo ambicionan entristecerlos
sin conseguirlo, escondidas como suelen estar tras unas clásicas gafas de
concha. Una nariz proporcionada remata su boca de finos labios, escondidos
parcialmente tras un bigote a lo Groucho Marx, aunque más corto y ceniciento,
que contribuye a destacar la ironía de las sonrisas que a veces dibujan sus
dientes desiguales. Sus cejas arqueadas, oscuras y gruesas, y sus largas orejas
acreditan que los años no han pasado en balde por su corpórea geografía, asechanza
que han sabido burlar exitosamente sus blancas y ágiles manos, su apariencia
ligera y nerviosa, sus contrastados ademanes juveniles y una indumentaria
discreta y desenfadada, en la que no faltan las cazadoras rojas, las camisas
vaqueras y los Levis 501.
Haría
falta un río de tinta para contar la rica y variopinta existencia de este
personaje. Un individuo que siempre se reconoció vecino del Pla, como otras
gentes de su cuadrilla, que hace tiempo que abdicaron de esa militancia porque casi
nadie reside ya en el barrio. Sin embargo, se obstinan en perpetuar el apego
juvenil, que con el paso del tiempo no ha hecho sino engrandecerse. Este
colectivo que ahora se autodenomina “los jubilatas”, al que se han agregado otras
personas ajenas, sigue urdiendo complicidades en los afectos, se compincha para
sacar adelante inquietudes, quimeras y proyectos, practica el saludable placer
de verse regularmente, una vez al mes, para comer juntos y celebrar como saben
y pueden la alegría de estar vivos y juntos.
Mi
amigo Emilio Soler es un individuo polifacético. Una de sus pasiones son los
viajes, materia en la que es docto especialista. Pocos como él conocen a los
viajeros españoles, especialmente a los del siglo XVIII. Pero no es menor su
pasión por la música, singularmente por la música moderna, especialmente de los
cincuenta, sesenta y setenta. Tiene una vastísima y enciclopédica cultura
musical que abarca casi todos los registros y manifestaciones de esas décadas.
No es menor su entusiasmo por el deporte, especialmente por el fútbol y, más
concretamente, por el Barça, del que es un hooligan
confeso, hasta el punto de que suele decir que realmente no le gusta el fútbol
sino el Barcelona, y particularmente cuando gana.
Este
fulano es un lector empedernido, además de un insaciable coleccionista de
libros. Tiene en su casa más volúmenes que ideas, muchos más discos que
canciones y bastantes más documentos que historias. Y no contento con ello, es
un televidente insatisfecho, un devorador de películas y series, y de cuanta
producción audiovisual tenga a su alcance. Alguien que, noche tras noche, desde
hace años se acuesta a las tantas, visionando cuanto cae en sus manos. Un personaje
con una cultura vastísima, que atesora en su portentosa memoria, en la que
conserva infinitud de datos, anécdotas, historias, ideas, indagaciones o
imaginaciones cuya extensión es imposible acotar.
Estamos
ante a una persona cuyas ambiciones no podría concretar. Nunca he sabido si su
mayor aspiración ha sido ser delantero centro del Barcelona en la época de
“Dream Team” o emular a Marco Polo completando varias vueltas al mundo para
disfrutar de sus viajes más que lo hizo él yendo a las proximidades de Cipango.
Tampoco sé si hubiese gozado especialmente siendo una estrella del
rock&roll o acompañando a Felipe González en su primer mandato como
Presidente del Gobierno. Lo que sí sé es que es un genuino “animal político”
que ambicionó ser Conseller de Cultura y Educación, sin conseguirlo. Y lo que añadiré
de inmediato es que, sin duda alguna, ha sido el mejor Director General de Cultura
que ha tenido la Generalitat Valenciana en toda su historia.
Emilio
tiene una agenda amplísima porque ha mantenido relaciones con medio mundo y las
conserva en buena medida. El teléfono y él son dos elementos indisociables,
aunque no maneje muy expertamente los terminales de penúltima generación que se
compra. Es tal su red de contactos y se aplica con tal cuidado a atenderlos que
casi siempre está al corriente de la actualidad social y política en el ámbito
de la ciudad y mucho más allá, aunque hayan transcurrido dos décadas desde que
desapareciera de la primera línea política. Sé el valor que han tenido y tienen
la opinión o el consejo de Emilio Soler para distinguidísimos cargos públicos
que han ocupado y ocupan las instituciones. Y algo parecido sucede en el ámbito
de algunos de los medios de comunicación.
Es
fácil deducir la importantísima riqueza personal de mi amigo y su indiscutible
proyección social y cultural. Su currículo incluye un sinfín de cargos y responsabilidades
que ha desempeñado en su activísima vida política. En todos ellos ha destacado
por su eficiencia y honestidad. No tengo noticia de un solo desliz en su trayectoria del
tenor de los que ahora tanto abundan. Como otros que conozco, Emilio es un
político que habría que incluir en los manuales que debieran estudiar quienes
aspiran a ser servidores públicos. Y lo mismo puede decirse de su etapa como
profesor universitario, una exitosa vida docente e investigadora, pese a no ser
su primera opción profesional. Su gestión al frente de la Sede de la UA en la
ciudad de Alicante ahí está, para estudiarla porque hay un antes y un después
de la misma. Y ¿qué decir de su contribución a la trama cultural de la ciudad y
la provincia? Su comportamiento con los artistas, su generosa aportación como
patrono del MARQ o su colaboración con el Instituto Gil Albert son solo tres
ejemplos que hablan por sí mismos.
Personaje
entrañable en el terreno corto, es un encantador de serpientes, un contador de
historias insuperable y un excelente conversador que anima hasta la tertulia
más somnolienta. Por cierto, participa activamente en varias de ellas, en
diferentes localidades de la provincia, en las que ha logrado embarcar a toda
su familia.
Más
allá de lo referido, en cierto modo podría decirse que Emilio es un niño grande
al que le gustan todo tipo de dulces, especialmente el chocolate, contra más
puro, mejor. Pero sería injusto no dejar constancia de que también es un
paladar agradecido que disfruta comiendo de casi todo, excepción hecha del
pescado, porque con las espinas no puede. Por eso le gusta el atún, y mucho más
si está hecho con tomate y pimiento fritos. Pero, sobre todo, goza de la
compañía de sus amigos. No conoce la pereza al respecto. A
cualquier hora está dispuesto a salir de casa para ir a otra, o a cualquier
restaurant o chiringuito, a conversar y a tomar lo que sea.
No
obstante, la auténtica pasión de Emilio es su familia. Concha y Laura han sido
y son su razón de ser. Los tres, al unísono, han logrado construir un potente núcleo
humano que ha sabido aprovechar la claridad de su sabiduría y la fortaleza de
su afecto para hacer exitosa la delicada empresa de la convivencia. Los tres
han luchado a brazo partido contra las dificultades que les ha puesto delante la
vida logrando salir airosos de cuantos retos han debido afrontar. Gracias a
ello han logrado forjar una familia unida, fuerte y feliz. Ese es, desde mi
humilde punto de vista, el mayor logro que ha conseguido Emilio. Y como es
contumaz, tengo plena certeza de que seguirá desvelándose por conservarlo.
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