Este
año se conmemora el cincuentenario de la Cartelera
Turia, un proyecto cultural que impulsaron inicialmente jóvenes
universitarios de la Universitat, que
en plena Dictadura idearon una solución original y eficaz para tratar de influenciar
culturalmente la sociedad valenciana: la cartelera de espectáculos.
Curiosamente, un instrumento tradicionalmente despreciado por los popes de la
cultura. A lo largo de su dilatada trayectoria, la revista ha tenido que lidiar
con muchas cosas, muy especialmente con dos: la censura y las dificultades
económicas de la era digital. La Turia
y la ‘cultureta valenciana’ son indisociables, porque sin la primera difícilmente
se entiende la segunda. Pero no es solo referencia ineludible de la vida
cultural y social valenciana, hace años que tiene un lugar propio y merecido
entre la prensa crítica española.
Cincuenta
años es una cifra redonda y bien merece una celebración acorde. Por lo que voy
siguiendo en los medios y en las redes digitales, así está sucediendo.
Artistas, cineastas, músicos, creadores, críticos, ciudadanos de a pie,
instituciones… se han sumado a una efeméride que, como ha sucedido a lo largo
de su vida, la mayoría aplaude y algunos detestan. Y no es para menos porque,
como dijo Vázquez Montalbán “los de Cartelera Turia constituyen
una extraña y reducida secta de exterminadores, cultos, polícromos, rojos,
verdes, colorados… que cada semana nos envía la botella de náufrago con sus
críticas de espectáculos que rompen los moldes de los mensajes obvios”.
Aunque
en Alicante no solemos ojearla, muchos la hemos disfrutado cuando hemos
recalado en el ‘cap i casal’. Una revista de bolsillo, con portadas espléndidas,
artículos de opinión y críticas sugerentes, y omnipresentes anuncios
acompañando la programación de cines y teatros… Todo ello convenientemente
sazonado con gotas (a veces algo más) de humor crítico y desenfado. Un pequeño
(o gran, según se mire) aliviadero cultural en tiempos de la dictadura y
también durante la democracia. Una publicación que jamás se ha limitado a ser el
escaparate en el que consultar los espectáculos que ofrece la ciudad, sino que
ha incorporado reseñas tan eruditas como frecuentemente sesgadas que, con el
paso de los años, han contribuido a acrecentar la cultura cinematográfica de
los valencianos, muy especialmente en aspectos cinéfilo-sentimentales y críticos,
ayudándoles a entender y a gozar del cine, del teatro y de otras formas de
expresión cultural.
Sabemos
lo dados que son al fasto y al oropel los ciudadanos del ‘cap i casal’, pero en este caso hay sobradas razones para
justificar el homenaje que tributan. Solamente las portadas de la Cartelera (uno de sus elementos
característicos) lo justificarían. Los sucesivos editores las han encargado
casi siempre a pintores, ilustradores y artistas gráficos valencianos. Gentes
jóvenes e inconformistas, contrarios a la cultura y a los cánones de la oficialidad
y estéticamente sensibles a las corrientes foráneas, que han contribuido a la
modernización de la sociedad valenciana con su aportación creativa y desde su
compromiso con las libertades y con el cambio social y político. Más allá de todo
ello, en la Cartelera se ha conjugado armónicamente, aunque con altibajos, el
trabajo de periodistas y artistas plásticos y gráficos, que han generado un
patrimonio artístico y literario de gran valor e interés, que merece el
reconocimiento que se le otorga.
Pero
también se ha dicho que hay otras razones que explican que la Cartelera se conozca en toda España, que
enraízan con el furor valenciano, con la coentor y la irreverencia
que lo caracterizan, con el adobo del sarcasmo que a todos alcanza: ignorantes,
sabios e insignes. Ciertamente no les falta razón a quienes así piensan. La
fijación que han tenido en ocasiones con algunos personajes evidencia una patología
genuinamente valenciana, que va del cachondeo hasta el escarnio.
Todo
esto y mucho más es la Turia. Una
propuesta con la que se puede coincidir o discrepar, o ambas cosas según qué
momentos. Un espacio grato, donde se puede aprender mucho, que puede trocarse desagradable por su estridente mordacidad. En definitiva, una guía imprescindible
para la discrepancia, que no puede faltar. Al menos, en los próximos 50 años. ¡Felicidades!
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