Es
un lugar común decir que Europa envejece rápidamente. Se calcula que en apenas diez
años uno de cada cinco ciudadanos europeos tendrá más de sesenta y cinco. Además,
se prevé que habrá un incremento importantísimo de los mayores de ochenta.
Naturalmente, este aumento de la longevidad se dará en paralelo a la incidencia
de las enfermedades crónicas: cardiovasculares, cáncer, afecciones pulmonares,
problemas psiquiátricos, diabetes, etc.
Así
que es más que probable que, en pocos años, esta situación tenga una colosal
incidencia y suponga una enorme carga económica, social y humana en el ámbito
de la Unión Europea. Obviamente, las autoridades no son ajenas a esa
problemática. Por ello, regularmente, convocan y realizan encuentros y
conferencias en los que estudian los problemas que derivan actualmente de esas
enfermedades y los que acarrearán a muy corto plazo. Según lo que he podido
leer, en algunas de esas últimas convenciones, los expertos han coincidido
en que es importantísimo prevenir para lograr gastar menos en los tratamientos
de las enfermedades. Algo que, además de parecer una obviedad, expresa la
realidad existente. Tal es así que, actualmente, las enfermedades
crónicas originan entre el 70 y el 80% del gasto sanitario. Los expertos en
salud pública saben y dicen que la prevención es barata y útil, pero también aseguran
que es difícil aplicar las medidas preventivas y mucho más extenderlas socialmente.
Por
si faltaba algo, la crisis económica no ha ayudado en nada a la necesidad de
avanzar en la prevención porque los recortes han afectado sustantivamente a la política sanitaria. Y ello es demoledor porque esas 'no-políticas' tendrán
costes adicionales en el futuro, que no solo serán sanitarios sino que
tendrán una marcada incidencia económica. Los expertos aseguran que lo
singularmente característico de la prevención es que es una inversión para las generaciones futuras. Y
que hay muchas acciones baratas y efectivas a medio y largo plazo, pero hay que
tener convicción para invertir con ese horizonte temporal. Algunas de las
medidas que proponen son, por ejemplo, incorporar la educación para la salud en
los currículos escolares, imponer mayores tasas tributarias a determinados
productos (alcohol, bollería…), formar a los empleadores en el cuidado de la
salud de sus trabajadores, etc.
Y
deben tener razón en lo que dicen porque estos problemas no son nuevos en Europa.
Leí hace años un reportaje que aludía a lo que, en los años 60 del siglo pasado,
se denominaban “enfermedades de la prosperidad”. En él se analizaban muy
especialmente las dolencias cardiovasculares, que ya constituían entonces un
problema crucial para la sanidad pública en los países industrializados. En
Finlandia, al inicio de la década de los setenta, la tasa de fallecimientos por
enfermedad coronaria o cardíaca era la mayor de Europa. Los datos de mortalidad
por causa del colesterol o la hipertensión eran especialmente preocupantes en
la provincia de Karelia del Norte, cuyas autoridades solicitaron la
intervención del gobierno que, con la ayuda de la OMS y de varios expertos,
puso en marcha un proyecto que intentó cambiar el estilo de vida de la
comunidad de aquella zona para evitar los mencionados factores de riesgo. Las
claves de la intervención que se llevó a cabo fueron dos: prevención e
información.
El
éxito de esa acción comunitaria fue tal que ha logrado ser una de las
más célebres de las estudiadas en el ámbito de la salud pública: el llamado
Proyecto Karelia del Norte. Y lo fue porque en sólo cinco años la incidencia
de la enfermedad cardiovascular se redujo notablemente. Se consiguió que se
fumara menos, que se usará menos mantequilla y que se consumiese más aceite
vegetal al cocinar. Su éxito en la región hizo que se se extendiese, finalmente, a todo el país. Las consecuencias fueron increíbles: entre 1972 y 1976, la
mortalidad por enfermedades coronarias en hombres de 35 a 64 años descendió
hasta un 80% en Finlandia. Puede expresarse de otro modo: la población había ganado
10 años de vida extra y saludable. Y el mensaje que de ello se deriva inequívoco: la
prevención es barata y funciona.
Evidentemente no podemos permanecer impasibles ante la problemática que se avecina. La
lista de soluciones que apuntan los expertos es amplia: dar más poder a los
pacientes para que conozcan bien su enfermedad y asuman la responsabilidad de
gestionarla adecuadamente, intervenciones que mejoren la salud de la población
general, reorganizar la asistencia para potenciar la atención primaria y los
equipos de salud, etc.
Es
tiempo de abandonar la retórica y el 'cortoplacismo' y de emprender acciones para
prevenir las enfermedades crónicas, que afectan a ocho de cada diez personas mayores
de 65 años. Cerrar plantas en los hospitales públicos, recortar plantillas, limitar el acceso a la
sanidad, establecer el copago, gestionar privadamente los hospitales públicos y
no hacer prácticamente nada en materia de prevención no es lo que
conviene. Lo que nos interesa es revitalizar la “marea blanca” hasta convertirla
en un sunami, universal e imparable, que obligue a los gobiernos a atender las necesidades
de la sociedad y no las de los insaciables lobbys que dirigen desde siempre la
política sanitaria.
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