Hay
días infaustos. Días que uno preferiría que no existiesen en el calendario, que
se hubiesen erradicado del tiempo y suprimido del cómputo de la vida, porque
solo inspiran tristeza, sufrimiento, impotencia y rabia. Pero es imposible
olvidarlos porque sería injusto y absurdo. Por ello, aunque prácticamente hayan
desaparecido quienes vieron sus amaneceres, aunque se hayan esfumado las instantáneas
que los mantuvieron en su memoria y hasta los apasionados relatos que nos
contaron, debemos hacer un renovado esfuerzo por conservar sus improntas y las crónicas de sus vidas, que también son
las nuestras, aunque parezca que media una eternidad entre hoy y aquellas
funestas jornadas.
Uno
de los días más aciagos que se recuerdan en Alicante fue el 25 de mayo de 1938.
Todavía viven testigos que refrendan lo que digo, aunque son muchas más las
personas que no pueden hacerlo porque dejaron de estar con nosotros. Unos y
otros, oralmente y por escrito, han referido en distintos momentos, con versiones y formatos casi coincidentes, el paisaje más
desolador que se pueda imaginar. Nos han descrito una ciudad sembrada de sardinas
y verduras destripadas, de bártulos perdidos, de sangre por doquier, de cascotes
y pavor, de víctimas inocentes, de personas desesperadas y moribundas, de
destrucción y de terror.
Cuando
esas tragedias se ciernen sobre las personas, es tan enorme el dolor que
sienten que a menudo llegan a negarlas, intentando eludir el destrozo emocional
que les producen. Pero es más, sus causantes suelen ingeniárselas para
minimizar su terrible e indisculpable impacto, justificándolas y vinculándolas a situaciones ajenas o
imprevisibles que, a su juicio, los exculpan y los eximen de responsabilidad.
Pese a todo, por más que se intente evitarlo, siempre hay algo y alguien que perpetúa
el recuerdo de lo que sucedió y no debe olvidarse.
El
jueves por la tarde fueron diez actores dirigidos por Noemí Peidró y Josi
Alvarado quiénes hicieron una reconstrucción historicista y rigurosa,
distendida y vivaracha, de lo que aconteció aquel 25 de mayo. En el Taller Tumbao ofrecieron un espectáculo
músico-pictórico-teatral denominado Jaleo,
que incorpora cinco ‘microescenas’ sobre el final de la guerra civil en
Alicante, concebidas para acompañar la exposición Alicante 1936-1939. Historia de una guerra, que incluye ocho obras
pictóricas de Verónica Ribes.
El
sábado por la mañana, en la Plaza 25 de Mayo, Pedro Olivares puso voz al desgarrador relato
del profesor Gómez Serrano, que incluyen sus Diarios de la Guerra Civil. Una narración en primera persona que
desenmascara el intencionado propósito de los sublevados de causar un día de
intenso dolor a Alicante, matando a gentes indefensas e inocentes, en una
especie de premier de lo que
posteriormente se denominó “guerra total”. Miguel Ángel Pérez Oca prestó su voz
y su conocimiento para recalcar que han tenido que pasar 76 años desde que
ocurrieran tan lamentables sucesos -y 37 años de democracia- para poder
homenajear a nuestros conciudadanos frente a un monumento que recuerda su
sacrificio y su memoria, instalado por la Comisión Cívica de Alicante para la
Recuperación de la Memoria Histórica en la plaza, el pasado año. Dos canciones
de Txus Amat, que interpretó acompañado por Charli Moreno, y un poema inédito de Julia Díaz, que ella misma recitó, cerraron un acto sobrio, emotivo y justo. Un pequeño homenaje que debemos repetir año tras
año. Para no olvidar a nuestros muertos masacrados por las bombas y a todas las
víctimas de la Dictadura. Porque el olvido nos deja desarmados frente a
cualquier nuevo intento de expoliarnos la libertad. Y eso no podemos consentirlo,
ni nosotros ni las generaciones futuras.
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