lunes, 7 de abril de 2014

Cantautores.

El fin de semana pasado tuve la fortuna de convivir durante bastantes horas con dos seres excepcionales. Dos personas que en su momento, cuando eligieron sus itinerarios vitales, optaron por caminos tan singulares como complejos. Ambos nacieron y crecieron en épocas y contextos diferentes, y en el seno de familias distintas. Sin embargo, tomaron derroteros que se parecen como dos gotas de agua. Ambos son cantautores. Al mayor de ellos lo conocí hace muchos años a través de sus canciones. Del más joven empecé a tener noticias concretas hace unos días, cuando me encargaron presentarlo en el concierto que celebramos el sábado, 29 de marzo, en la Universidad de Alicante. Veinte años de vida, que son muchos, separan a uno del otro, y así se aprecia en el empuje y en la fuerza física que los diferencian. Pero apenas difieren en el fondo, porque lo que les mueve, lo que les motiva, lo que les hace vivir cada minuto es su pasión por la música.

Inicié mi relación con el mayor sobre el mantel de la mesa de un restaurante. Lo recogí en el aeropuerto, dejamos sus cosas en el hotel (la guitarra y una pequeña bandolera) y nos dirigimos a un restaurante que reservamos precipitadamente desde la recepción. Correspondiendo a nuestra imprevisión, cuando llegamos, todavía no se había liberado mesa alguna y nos invitaron a esperar. Un desagradable y habitual vocerío mezclado con la música ambiente contaminaba aquel espacio con estrépito, haciéndolo insalubre y desagradable. Tanto que a mi invitado le sobraron razones para sugerir que buscásemos otro sitio, arguyendo educadamente que era tarde y que tenía que descansar antes del concierto. Justo en el local de al lado encontramos lo que buscábamos, un restaurante anodino, sin público alguno, con el hilo musical amenizando el mediodía de nadie, y que el camarero interrumpió apenas se lo sugerimos, porque mi acompañante aborrece el ruido tanto como el inglés. Comimos satisfactoriamente y el músico se retiró a descansar un rato.

Yo me quedé reflexionando sobre su música, su compromiso personal y profesional, su coherencia, sus vínculos con la palabra y con la libertad, su activismo militante... sobre todo lo cual se ha escrito cuanto se pueda imaginar. Pensadores, poetas, profesionales, diarios y revistas del mundo entero han dicho de él que es el alma de los poetas o que es un resistente, un combatiente por la verdad y la libertad. Otros han asegurado que permanece siempre a punto de ser descubierto por quienes, nacidos en el ruido y la prisa, buscan lo que todos seguimos necesitando: la palabra. Se ha escrito de él que es una persona que nos convence de que podemos tener veinte años toda la vida y de que la utopía puede y debe sobrevivir a todas las circunstancias. En fin, se ha dicho y se ha escrito que su obra es una propuesta de libertad contra la injusticia, la violencia y el horror y, también, que es la antología poética más completa y comprometida de la conciencia humana.Yo únicamente añadiré que le doy las gracias por ayudarnos a soñar durante años que un futuro diferente era posible y que podíamos conseguirlo, por emocionarnos tantas veces, por recordarnos con su obstinación la belleza de las palabras y de las emociones, y la necesidad ineludible de las convicciones. Gracias por dejarnos canciones que pasan de generación en generación y por acercarnos la eternidad que albergan todas ellas.

Luis Pastor y Paco Ibáñez en el Puerto de Alicante
Al otro trovador lo recogió un amigo en la estación del ferrocarril y lo encontré en el camerino del paraninfo, junto con su compañera, cuando llegué con el primero. Apenas cinco minutos fueron suficientes para calar a la persona que tenía enfrente: sencilla, generosa y cabal. Alguien que vive pegado a la piel de los poetas y a su propia inspiración desde hace más de cuatro décadas, plenamente comprometido con sus convicciones y su tiempo, cantautor precoz, autor prolífico, poeta, teatrero, compositor y concertista, ilusionista de las emociones, etc.

Un artista que nunca ha renegado de su condición, ni ha perdido el sentido del humor, pese a su vocación de cronista social de un tiempo y de un país tantas veces ingrato e injusto con la cultura y con los creadores. Un tiempo al que alude precisamente una de sus últimas canciones: Que fue de los cantautores. Un tema que recorre medio siglo de la canción de autor en España sin dejar títere con cabeza, con el orgullo del resistente y poniendo los puntos sobre las íes en forma de verdades como puños. Sin nostalgias ni amarguras, asumiendo el rol y mirando siempre al frente con esperanza, pero llamando al pan, pan, y al vino, vino.

A pesar de los más de veinte discos que nos ofrece su carrera, se ha mantenido leal al premonitorio título de su primer álbum: Fidelidad. Sigue fiel a una actitud, a unos principios, a un compromiso y a una manera abierta de hacer música, que amalgama en sus canciones diferentes geografías, formas distintas de hacer música, instrumentaciones imaginativas y colaboraciones cosmopolitas. Es uno de los grandes músicos de este país porque es un ser humano sencillo, que no vive acelerado y que sabe disfrutar de sus silencios y, además, alberga en sí mismo la música y el ritmo, que no consigue disociar de su comportamiento espontáneo. Ni para de cantar, ni deja de inventar.

Más tarde, tuve el honor de presentarlos en un paraninfo a rebosar, lleno de un público entregado que los acogió con un silencio reverencial tras la ovación de bienvenida, y que atronó con aplausos el final de cada tema. Un auditorio que cantó con ellos emocionado y emocionantemente. Entre bambalinas comprobé el enorme respeto y admiración que se profesan. Les oí cantar a cada uno los temas que el otro interpretaba en el escenario. Les sorprendí comentando los matices de las canciones, sus impresiones sobre el auditorio, las novedades que desconocían… Atendieron amabilísimamente a los seguidores que les abordaron en los camerinos, repartiendo con generosidad besos, abrazos y dedicatorias que, a veces, estamparon en auténticos documentos históricos, que acreditaban retazos de su vida artística pretérita. Cenamos distendidamente, como si tal cosa, recordando detalles del concierto y hablando de proyectos y de futuro, como si la vida empezase al día siguiente. Nos despedimos de madrugada y quedamos para el mediodía.

Los recogí en el hotel y me acompañaron al acto que habíamos programado en el Puerto. Allí concurrieron gustosísimamente, aguantando con humor y estoicismo el asedio de niños, medianos y grandes, que los llenaron de besos, abrazos y achuchones correspondidos y les robaron centenares de fotografías. Sin un mal gesto, ni un renuncio. Y lo que es peor, después de haber pactado con ellos que interpretarían un tema como parte del acto, la insensibilidad y el egoísmo de ciertos oradores lo alargó innecesariamente y se nos echó el tiempo encima, impidiendo que pudiesen hacerlo. Y es de justicia que diga que ni se quejaron.

Por todo ello, creo firmemente que, más allá de todos los méritos que atesoran ambos artistas, lo que les distingue especialmente es su humanidad, su capacidad de emocionarse, de disfrutar, de reírse, de compartir con quienes les admiramos su arte y su diversión, sus venturas y desventuras diarias. La grandeza de personas tan excepcionales es justamente lo normales que son.  Muchas gracias Luis Pastor y Lourdes Guerra, muchas gracias Paco Ibáñez. Larga y saludable vida tengáis.

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