Leo
en el periódico una noticia que me conmueve. Un hombre de 67 años, enfermo de
cáncer desde hace seis, muere solo, como un perro sin dueño, en una tubería de desagüe
junto al río Ebro, que era la “casa” que compartía con otro indigente. Según recoge
la crónica, cuando le diagnosticaron la enfermedad decidió apartarse de la vida
y del mundo para evitar molestar a su familia. Pese a que cobraba una pensión
razonable, eligió como morada ese escondrijo de apenas un metro de diámetro,
que le ha servido para borrarse de la nómina social, evitando el sufrimiento a
su familia y a la sociedad en general, exonerándoles de compartir la angustia por
verle languidecer y consumirse. Ésa es la historia que recoge la noticia. ¿Qué más
hay detrás de ella? ¿Es exactamente lo sucedido o se omiten otros
detalles? Ni lo sé, ni creo que tenga la menor importancia. Lo relatado es más
que suficiente. Constata un suceso aterrador, que me avergüenza y que me escuece
como un hierro candente en la piel.
La
opulenta sociedad en que vivimos (aún a pesar de la crisis), que se rasga las
vestiduras porque se abandonan los animalitos de compañía (mascotas, les llaman
ahora), que gasta centenares de miles de euros en llenar las ciudades con árboles,
macetas o luces de colorines (a mayor lucro de los proveedores municipales), que
consume compulsivamente lo innecesario, lo superfluo y lo que se tercie (aunque
no sirva para nada), que aprovecha estas “entrañables” fiestas navideñas para practicar
la caridad más farisea, organizando rastrillos, bancos de alimentos y/o
juguetes por un día (como si los años tuviesen esa duración para quiénes
carecen de todo), contempla sin parpadear como un ciudadano que cobra su
pensión (colijo que porque ha cumplido a lo largo de su vida con sus deberes, y
no como tantos otros), enfermo de morir, lo hace en una alcantarilla, como si
fuese una piltrafa. Y nadie hace nada para evitarlo. ¿Acaso puede argüirse
desconocimiento de una situación que parece que persistió más de un
lustro? ¿Es tolerable tal nivel de eficiencia de nuestro sistema de
protección social?
Cada
vez soporto peor la indignidad en que vivimos. Lo que le ha sucedido a esta
persona es parangonable con lo que les acontece diariamente a otras decenas de miles,
cuyo sufrimiento y desesperación deberían conmover a las piedras. Y no es así,
conocemos habitualmente hechos que nos avergüenzan porque ponen en evidencia nuestra
condición de seres sociales, nuestra humanidad, nuestra capacidad de sentir
piedad y de sobrecogernos y ponernos en el lugar de los otros. Particularmente
reniego de esta sociedad de la egolatría, del despropósito, de la desmesura, de
la insensibilidad y de la sinrazón. No quiero ser ciudadano del cuarto mundo, de
un Estado que no es capaz de solucionar problemas y situaciones que no son permisibles
en un estado de derecho y menos en el estado del bienestar en que presuntamente
habitamos. No podemos seguir mirando para otro lado porque son urgentes las
soluciones. No hay dilaciones posibles y debemos ser combatientes en esta
dirección por encima de cualquier excusa.
Ya
está bien de pamplinas, de regalitos navideños y de tonterías. Es hora de
empeñar la energía y los recursos disponibles en afrontar e intentar resolver
los problemas auténticos de los ciudadanos. Ya está bien de vivir en una especie
de entelequia, que se obstina en ningunear o negar la realidad que tenemos cada
mañana ante nosotros.
Hace
muchos años que aborrezco la obscenidad religiosa de la Navidad. Repudio el
fariseísmo de una sociedad mentirosa, que glorifica unas virtudes mientras
practica las contrarias. Una sociedad en la que el mercado, como nuevo Deus ex maquina, se asocia con la
ideología religiosa condicionando la conciencia, la conducta y la propia
identidad de la ciudadanía. Aparecen valores y pautas de comportamiento,
adobadas con la ideología de la precariedad y la inseguridad como pautas
positivas, cuando realmente de lo que se trata es de vaciarnos los bolsillos y de arrebatarnos las
conciencias.
Yo
seguiré diciendo que es imprescindible construir un contradiscurso que
incorpore las miradas de los otros, de las otras realidades, de las otras
culturas, de las otras etnias…, miradas que aportarán explicaciones,
intuiciones y hasta redefiniciones de nuestra propia historia. Como dijo Paulo
Freire “la actividad de los ciudadanos no puede ser la de quiénes, reconociendo
la potencia de los obstáculos, los considera insuperables. Al contrario de lo
que piensan los irresponsables, el lenguaje de quien se inserta en una realidad
contradictoria, empujado por el sueño de hacerla menos perversa, es el lenguaje
de la posibilidad. Es el lenguaje comedido de quien lucha por su utopía de una
forma impacientemente paciente”. Ese es, otra vez, mi propósito para el nuevo
año: transformar algunas dificultades en posibilidades.
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