martes, 7 de enero de 2014

El viento que sopla del oeste.

Aunque no sé nada de economía, me ilusiona que Janet Yellen triunfe como presidenta de la Reserva Federal de los EE.UU. de América (FED). En mi ignorancia, me suena bien el contenido de su discurso en el Senado de aquel país, aceptando la nominación a la presidencia de la FED. Lo que en síntesis vino a decir en él es que los principales cometidos del “banco central” que presidirá a partir del próximo día 31 de enero son: promover el empleo todo lo posible, estabilizar los precios y garantizar un sistema financiero estable y seguro. Yo firmo lo mismo para este, nuestro país, desde ya y sin otras cautelas.

He leído que Janet Yellen forma parte de la escuela de economistas de la prestigiosa Universidad de Yale que, contrariamente a la de Chicago, ha sido históricamente partidaria del activismo en la intervención económica y, por tanto, reacia a quedarse cruzada de brazos esperando a que se resuelvan per se los grandes problemas socioeconómicos, como el desempleo o la desigualdad. Verdaderamente, cuando hurgas un poco en su biografía descubres que no le falta pedigrí a la señora Yellen, faltaría más. Su principal mentor, James Tobin, la vincula directamente con el pensamiento de J. M. Keynes. Otro de sus preceptores, Ted Truman, parece que es el principal inductor de una de sus mayores obsesiones: estudiar el impacto social del desempleo. En la relación de personas insignes que han acompañado su trayectoria académica se incluyen otros dos premios Nobel de Economía: su marido, George Akerlof, y Joseph Stiglitz, maestro suyo en Yale. De alguna manera, todos ellos son responsables del principal mensaje que empapó su discurso en el Senado que, a mi entender, es tremendamente esclarecedor: “la misión última del banco central americano, la Reserva Federal, es servir a todos los ciudadanos”. No es la penúltima ocurrencia del tertuliano de turno en cualquiera de las ignominiosas cadenas de TV que nos intoxican cada mañana. Lo dijo ella, con la solemnidad que acompaña a una insigne profesora que será en breve la presidenta del banco central de la principal economía mundial. No creo que hoy pueda emitirse mensaje más progresista que el suyo: “las administraciones públicas tienen la obligación de asegurar que todo el mundo tiene la oportunidad de trabajar y de prosperar”.

Pese a que no tengo ni idea de economía, y mucho menos de política económica, me alegra profundamente el discurso de la señora Yellen. Un mensaje que entiendo, con el que me identifico, y que resume una línea de pensamiento que se distancia radicalmente de lo que parece ser la norma rectora de los responsables de la política económica española y europea: dejar que los bancos y los mercados hagan lo que quieran. O, dicho de otro modo, abandonar la sociedad en sus manos, permitiendo que sea la economía el eje vertebrador de la sociedad. 

Humildemente, considero que los mercados son imperfectos y profundamente insensibles e injustos. Es más, creo que las economías capitalistas son incapaces de funcionar con tasas de pleno empleo y, por ende, con altos indicadores de justicia social. Por ello, me parece que deben imponerse las soluciones políticas para dar respuesta a las grandes cuestiones que nunca resuelve la economía pura y dura: el empleo, la desigualdad y la dignidad de las personas. Me alegra que Janet Yellen sea partidaria de la intervención de los gobiernos en la solución de los grandes problemas que afectan a las sociedades, como el paro, el mantenimiento del estado del bienestar o la garantía de la atención sanitaria. Sinceramente, pienso que ese intervencionismo relativo, refrendado por otros insignes economistas, es la respuesta responsable y sensible con la comprensión del coste humano que esconden las cifras macroeconómicas y los datos del empleo. Si el mercado financiero es imperfecto (y en esto creo que discreparemos poco), también lo es el laboral. Por eso, se impone la intervención de un regulador que asegure la primacía del interés general y que ponga freno a lo que ellos ni quieren ni pueden evitar.

Evidentemente, el juego económico es extremadamente complicado. También es obvio que los estímulos institucionales o artificiales a la economía ni pueden ser infinitos ni prolongarse sine die. Pero es igualmente claro que algo hay que hacer cuando las cosas no se resuelven por sí mismas. Y no parece que vaya a ser así en los próximos meses o años. Así que saludo con alegría el nombramiento de la señora Yellen como presidenta de la FED, y hago votos porque su triunfo sea el nuestro. A ver si, al menos esta vez, el faro de occidente nos ilumina con autenticidad y nos señala un camino bien definido para salir de la puñetera crisis que nos machaca a todos. La verdad es que creo que estamos vendidos, aunque albergo una tímida esperanza de que no lo debamos todo y de que todavía nos quede algo con lo que apalancar nuestra libertad para decidir.
Janet Yellen

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