Aunque
no sé nada de economía, me ilusiona que Janet Yellen triunfe como presidenta de
la Reserva Federal de los EE.UU. de América (FED). En mi ignorancia, me suena
bien el contenido de su discurso en el Senado de aquel país, aceptando la
nominación a la presidencia de la FED. Lo que en síntesis vino a decir en él es
que los principales cometidos del “banco central” que presidirá a partir del
próximo día 31 de enero son: promover el empleo todo lo posible, estabilizar
los precios y garantizar un sistema financiero estable y seguro. Yo firmo lo
mismo para este, nuestro país, desde ya y sin otras cautelas.
He
leído que Janet Yellen forma parte de la escuela de economistas de la prestigiosa
Universidad de Yale que, contrariamente a la de Chicago, ha sido históricamente
partidaria del activismo en la intervención económica y, por tanto, reacia a quedarse
cruzada de brazos esperando a que se resuelvan per se los grandes problemas
socioeconómicos, como el desempleo o la desigualdad. Verdaderamente, cuando hurgas un poco en su biografía
descubres que no le falta pedigrí a la señora Yellen, faltaría más. Su principal
mentor, James Tobin, la vincula directamente con el pensamiento de J. M.
Keynes. Otro de sus preceptores, Ted Truman, parece que es el principal inductor
de una de sus mayores obsesiones: estudiar el impacto social del desempleo. En
la relación de personas insignes que han acompañado su trayectoria académica
se incluyen otros dos premios Nobel de Economía: su marido, George
Akerlof, y Joseph Stiglitz, maestro suyo en Yale. De alguna manera,
todos ellos son responsables del principal mensaje que empapó su discurso en el
Senado que, a mi entender, es tremendamente esclarecedor: “la misión última del
banco central americano, la Reserva Federal, es servir a todos los ciudadanos”.
No es la penúltima ocurrencia del tertuliano de turno en cualquiera de las ignominiosas
cadenas de TV que nos intoxican cada mañana. Lo dijo ella, con la solemnidad que acompaña a una insigne profesora que será en breve la presidenta del banco central de la
principal economía mundial. No creo que hoy pueda emitirse mensaje más
progresista que el suyo: “las administraciones públicas tienen la obligación de asegurar
que todo el mundo tiene la oportunidad de trabajar y de prosperar”.
Pese
a que no tengo ni idea de economía, y mucho menos de política económica, me
alegra profundamente el discurso de la señora Yellen. Un mensaje que entiendo, con el que me identifico, y que resume
una línea de pensamiento que se distancia radicalmente de lo que parece ser la
norma rectora de los responsables de la política económica española y europea:
dejar que los bancos y los mercados hagan lo que quieran. O, dicho de otro modo, abandonar
la sociedad en sus manos, permitiendo que sea la economía el eje vertebrador de
la sociedad.
Humildemente, considero que los mercados son imperfectos y profundamente
insensibles e injustos. Es más, creo que las economías capitalistas son
incapaces de funcionar con tasas de pleno empleo y, por ende, con altos indicadores de justicia
social. Por ello, me parece que deben imponerse las soluciones políticas para dar respuesta a las grandes cuestiones que nunca resuelve la economía pura y
dura: el empleo, la desigualdad y la dignidad de las personas. Me alegra que
Janet Yellen sea partidaria de la intervención de los gobiernos en la solución de los grandes
problemas que afectan a las sociedades, como el paro, el mantenimiento del
estado del bienestar o la garantía de la atención sanitaria. Sinceramente, pienso que ese intervencionismo relativo, refrendado por otros insignes
economistas, es la respuesta responsable y sensible con la comprensión del coste humano que esconden las cifras macroeconómicas
y los datos del empleo. Si el mercado
financiero es imperfecto (y en esto creo que discreparemos poco), también lo es
el laboral. Por eso, se impone la intervención de un regulador que asegure la primacía del
interés general y que ponga freno a lo que ellos ni quieren ni pueden evitar.
Evidentemente, el juego económico es extremadamente complicado. También es obvio que los estímulos
institucionales o artificiales a la economía ni pueden ser infinitos ni
prolongarse sine die. Pero es
igualmente claro que algo hay que hacer cuando las cosas no se resuelven por
sí mismas. Y no parece que vaya a ser así en los próximos meses o años. Así que saludo con alegría el nombramiento de la señora Yellen como presidenta de
la FED, y hago votos porque su triunfo sea el nuestro. A ver si, al menos esta
vez, el faro de occidente nos ilumina con autenticidad y nos señala un camino bien
definido para salir de la puñetera crisis que nos machaca a todos. La verdad es que creo que estamos vendidos, aunque
albergo una tímida esperanza de que no lo debamos todo y de que todavía nos
quede algo con lo que apalancar nuestra libertad para decidir.
Janet Yellen
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