miércoles, 11 de septiembre de 2013

Por el laicismo en las escuelas.

Desde el lunes, 9 de septiembre, en las más de 55.000 escuelas e institutos públicos franceses, está expuesta en lugar bien visible la que se ha llamado Carta del Laicismo, una declaración de principios, derechos y deberes republicanos compuesta por quince preceptos, que los más de 8000 centros privados y concertados, mayoritariamente católicos, todavía no están obligados a publicitar. La Carta figura junto al lema de la República -Libertad, Igualdad, Fraternidad- y la Declaración de los Derechos Humanos y del Ciudadano. Es una de las novedades de la reforma educativa impulsada por el presidente Hollande y elaborada por su ministro de Educación, Peillon, aprobada el pasado mes de julio, que que se ha calificado como la “refundación de la escuela republicana”. El objetivo de la Carta es reforzar la enseñanza del laicismo y la promoción de la igualdad entre las alumnas y los alumnos. Se trata de un preámbulo al inicio de las clases de moral laica y ciudadana, que se retrasarán a 2015. El hecho es un hito importante, más allá de las críticas que ya ha recibido, tanto por parte de las opciones políticas ultraconservadoras como por una parte significativa de la comunidad islámica francesa, que entiende que se lanza una mirada oblicua sobre la religión musulmana y teme que los musulmanes franceses se sientan estigmatizados. Desde luego, hoy por hoy, representa una iniciativa impensable en nuestro país.

Como se sabe, la laicidad es un concepto político vinculado a la crisis del Antiguo Régimen y a la aparición de los estados modernos. El poder teocrático se trocó en “democrático” y, en consecuencia, el Estado dejó de privilegiar confesión alguna. Así pues, la laicidad no ignora el hecho religioso porque lo que vincula es la superación de dos estructuras de poder (la Iglesia y el Estado) y la libertad de las conciencias individuales. En España, esta separación entre Iglesia y Estado no se produce hasta la promulgación de la Constitución de 1978, exceptuando el paréntesis que significó la II República. Lamentablemente, todavía no es posible hablar de escuela pública y laica en nuestro país porque, a pesar de la secularización de la sociedad y de la separación de la Iglesia Católica y el Estado, desde 1978, la educación sigue lastrada por los acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede, firmados al año siguiente.

En nuestra historia se han desarrollado modelos escolares laicos muy destacables. Deben mencionarse singularmente dos iniciativas especialmente conocidas y valiosas, naturalmente de carácter privado, la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y la Escuela Moderna. La ILE se fundó en Madrid, en 1876, por un grupo de catedráticos de universidad a quienes se había separado de la actividad académica por defender la libertad de cátedra y no aceptar transmitir en sus clases ningún tipo de dogma oficial: ni religioso, ni político, ni filosófico. Por ello, su labor docente empezó en el ámbito universitario para ampliarse, posteriormente, a la educación primaria y secundaria. La ILE tuvo una gran influencia ideológica en las propuestas educativas de la II República, especialmente en su concepción de la escuela unificada.  Por su lado, la Escuela Moderna la fundó Ferrer i Guàrdia, en 1901, de acuerdo con principios libertarios, racionales y laicos. Su influencia se extendió por Cataluña y España e incluso llegó a países de América Latina. Hubo otras experiencias educativas que respondían a corrientes de pensamiento humanista y a una sensibilidad social laica. El laicismo era un principio común de todos estos movimientos, que generalmente iba acompañado de un enfoque científico de la educación, de metodologías renovadas, de la coeducación en algunas ocasiones y de la excelencia pedagógica en los casos de la ILE y de la Escuela Moderna. Las “escuelas activas” que aparecieron en los años sesenta del siglo pasado, vinculadas inicialmente a movimientos cristianos progresistas, fueron las herederas más recientes de esa tradición, que adquirieron bien pronto un marcado cariz laico y pluralista, que se sumaba a su carácter privado, a su laicismo y a su renovación pedagógica.

En España, fuera de la limitada incidencia de esos acontecimientos, la educación ha estado supeditada históricamente a un Estado confesional católico, que ha mantenido económicamente al clero, que ha garantizado la confesionalidad de la escuela pública, la formación católica de los niños y jóvenes, el control ideológico de los textos escolares y los privilegios para los centros religiosos. El nacional catolicismo que impregnó la sociedad y la escuela durante la dictadura franquista es la síntesis canónica de ello. Lamentablemente, igual que sucedió con otros espinosos asuntos, el debate constitucional eludió la laicidad, sustituyéndose por la aconfesionalidad y el pluralismo en la escuela. La consecuencia es que la Iglesia Católica obtuvo un estatus privilegiado en sus relaciones con el Estado, que además quedó condicionado por los acuerdos con la Santa Sede que se negociaron simultáneamente. Acuerdos que, con algunas correcciones propias de un estado aconfesional, mantienen la mayoría de sus privilegios históricos. Y esta situación de la educación hoy se ha complicado más con la progresiva diversidad cultural y religiosa de la sociedad española. Por ello, un planteamiento respetuoso con la pluralidad existente debe recobrar el protagonismo a la laicidad, desde el reconocimiento de los derechos de ciudadanía para todos, evitando reducir la diversidad a la multiconfesionalidad y a la tribalización.  En ese necesario recorrido no estaría mal, como punto de partida, considerar y debatir los quince preceptos que incluye la Carta francesa del laicismo, que son los que siguen:

1.  Francia es una República indivisible, laica, democrática y social que respeta todas las creencias.
2.  La República laica organiza la separación entre religión y Estado. No hay religión de Estado
3.  El laicismo garantiza la libertad de conciencia. Cada cual es libre de creer o de no creer.
4.  El laicismo permite el ejercicio de la ciudadanía, conciliando la libertad de cada uno con la igualdad y la fraternidad.
5. La República garantiza el respeto a sus principios en las escuelas.
6.  El laicismo en la escuela ofrece a los alumnos las condiciones para forjar su personalidad les protege de todo proselitismo y toda presión que les impida hacer su libre elección. 
7. Todos los estudiantes tienen garantizado el acceso a una cultura común y compartida. 
8. La Carta del Laicismo asegura también la libertad de expresión de los alumnos. 
9. Se garantiza el rechazo de las violencias y discriminaciones y la igualdad entre niñas y niños.
10. El personal escolar está obligado a transmitir a los alumnos el sentido y los valores del laicismo.
11. Los profesores tienen el deber de ser estrictamente neutrales.
12. Los alumnos no pueden invocar una convicción religiosa para discutir una cuestión del programa.
13. Nadie puede rechazar las reglas de la escuela de la República invocando su pertenencia religiosa.
14. Está prohibido portar signos o prendas con las que los alumnos manifiesten ostensiblemente su pertenencia religiosa.
15. Por sus reflexiones y actividades, los alumnos contribuyen a dar vida a la laicidad en el seno de su centro escolar.

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