miércoles, 11 de septiembre de 2013

Aunque sea verdad, no me lo creo.

La sesión de control, que debía comenzar en el Congreso de los Diputados a las nueve de este miércoles, se ha iniciado después de las once. Cual premonición, la lluvia que caía en Madrid ha dejado en cueros a la Cámara que representa a la ciudadanía, parte de cuyos escaños se ‘chopaban’ con los chorros de agua que caían desde la cubierta del edificio. Curiosamente, los que ocupa la Izquierda Plural y algunos del PSOE. El Presidente ha informado a los diputados que había riesgo de electrocución y que por ello suspendía temporalmente la sesión, mientras miraba fijamente el techo, como lo hacían algunos de sus correligionarios. Por fin, parece que el Congreso hace aguas.

En los últimos días, los medios de comunicación continúan haciéndose eco de las actuaciones relativas al caso Bárcenas. Así, hemos sabido que las secretarias de los ex tesoreros del PP, Lapuerta y Bárcenas, reconocieron este martes ante el juez Ruz que se deshicieron de las agendas de sus jefes después de que estos dejaran el cargo. Ambas aseguran haber eliminado los dietarios por propia iniciativa. Esta destrucción de pruebas sobre la presumible financiación irregular del PP se une a la eliminación y borrado de los discos duros de los ordenadores de Bárcenas, custodiados en la sede central del PP, y a la destrucción de los libros de entradas al edificio. La coartada: los protocolos de seguridad internos  y la Ley de Protección de Datos. La conjetura: el posible delito de obstrucción a la justicia por destrucción de pruebas.

¡Ya está bien! Ya basta de tomar por discapacitada intelectual a la ciudadanía de este país. La historia acabará demostrando que lo que se dice es la enésima mentira, más bochornosa e impresentable que las anteriores. Porque el caso Bárcenas, que solo es la punta del iceberg, es el paradigma de lo que ha sido este país en los últimos veinticinco años. Un monumento al despropósito, a la sinvergonzonería, a la insensatez y a la desmesura. Un monolito, en suma, a lo que ni somos realmente ni queremos ser la inmensa mayoría de los ciudadanos. Lo que está significando el caso Bárcenas y cuanto lo adereza (centenares, miles de iniquidades similares) es el ejemplo de lo que no debería ser ningún contexto social. Por eso debemos enviar a casa a quienes han hecho posible semejante despropósito. Debemos devolver a su origen a los diputados y senadores de la nación, a los diputados en las Cortes Autonómicas, a los presidentes de los Gobiernos de España y de las CC.AA. También, a los alcaldes y concejales que representan a los partidos políticos que concurren a las elecciones con listas cerradas.  Lo justo es enviar a casa a cuantos ocupan los escaños y puestos del entramado jurídico-político, que hoy ostenta con legitimidad la representación ciudadana, eso no se discute. Naturalmente, antes de relevarlos, hay que debatir y adoptar acuerdos sobre la nueva legitimidad. Y una vez alcanzados los acuerdos, debe actuarse en consecuencia.

Es hora de empezar a construir los cimientos de un nuevo sistema formal de representación de la ciudadanía. El que tenemos no aguanta más. Especialmente en estos últimos tiempos, la exasperante actitud del señor Rajoy nos consume semana tras semana. Es tiempo para enviar al retiro a él, al PP y al PSOE.

Y también a los partidos minoritarios, a esa tropelía de ‘aprovechadillos’ que están engordando a costa del fracaso de los grandes. También ellos deben ponerse a elucubrar y a elaborar su discurso con coherencia y con sustento ideológico. Deben desterrar el manido vademécum de las cosas sabidas, de los oportunismos y de las ocurrencias del momento, y ofrecer propuestas orientadas a resolver los auténticos problemas y necesidades de la ciudadanía.

Finalmente, a la caterva de voluntariosos, voluntaristas y aficionados quiero decirles: “zapatero a tus zapatos”. Hacer política es algo complejo, que no suele estar al alcance de cualquiera, ni practicarse cuando nos plazca. Exige decencia, capacidad, formación, mérito y dedicación. Como dice el refrán, es imposible repicar y, a la vez, procesionar. Así que tenemos mucho de qué hablar y muchas cosas que acordar.




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