Este
fin de semana hemos vuelto a Toledo. De ella dijo Tito Livio aquello de “parva
urbs sed loco munitia”, ciudad pequeña, pero bien fortificada. Me parece que la vieja Toledo sigue siendo un poco así, aunque dos
mil años después. Tal vez sea la última vez que retornemos a ella en un viaje
con alumnos. Poco antes de la partida, Amalia recibió una misiva de sus jefes anunciándole que en pocas semanas dejará de trabajar. Por fin, se jubilará. Cuarenta y un cursos
ininterrumpidos enseñando. ¡Ya está bien! ¡Enhorabuena!
Qué lejos queda aquel 1972 que me llevo a Toledo para hacer la “mili”. Tres meses
de otoño interminables e insufribles. Tres meses perdidos en un destierro helado
y deshumanizado. En mis vagos recuerdos de aquellos días se entremezclan sufrimiento,
hartazgo, desinterés y hasta afectos
contenidos para los compañeros de fatigas y para las personas ausentes. Paseos semanales
brevísimos, en las tardes de miércoles o jueves, por Zocodover y las calles adyacentes (Comercio, Nueva, Alfileritos, Sillería...). Imágenes desdibujadas del castillo de San Servando, puerta por donde escapábamos raudos de aquella gran mazmorra que era la
Academia de Infantería (¡Ardor guerrero!, decían ellos y berreábamos nosotros: dos mil ochocientos soldados, aprendices de oficiales de mentirijillas). Viajes
liberadores a Madrid los fines de semana que se podía en aquel 600 del amigo José Luis, cuyo apellido olvidé, con el que
premonitoriamente me citaba para el regreso en la Puerta de
Toledo. Domingos de Cuesta de Moyano y de comida con mi tía Carmen y mis
primas, que entonces eran casaderas y buscaban piso en las populosas
barriadas que crecían junto a la carretera de Extremadura.
Tardé más de 15 años en transigir por volver a aquel lugar. Ahora lo he hecho mucho más distendidamente. Hasta me ha parecido ver otro Toledo. Más grande, más hermoso, más diáfano y más habitable. He accedido de nuevo a la ciudad por la Puerta del Sol, para continuar por las calles Gerardo Lobo, Armas y Cuesta de Carlos V. He experimentado
el mismo desasosiego que sentí hace cuarenta años al plantarme frente al Alcázar. ¡Imponente! Sin embargo, esta vez encuentro hay algo más: he redescubierto Toledo. Su catedral, que sorprende en cada nueva visita con ignoradas perspectivas. San Juan de los Reyes, esa perla
del gótico tardío que asombra, especialmente el claustro y las gárgolas de sus vierteaguas. He revisitado
las sinagogas y he vuelto a patear calles y calles, estrechas y empinadas, con
escaleras y barreras que ofenden a los hombres y a las mujeres imposibilitados. (¿Cómo se las arreglarán los toledanos?) Y
lo he hecho en la hora violeta, cuando la luz tamizada del sol, perdiéndose en el horizonte, acaricia los muros de ladrillo y las tejas bermejas de las
casas medievales, envolviéndolas en un calor amable que les da un bruñido
generoso. ¡Qué disfrute para los sentidos contemplar la judería en el
atardecer de mayo!
Todavía mayor es el deleite que proporciona un recorrido nocturno por el Toledo de leyenda. La
suerte de dar con un guía excepcional -quizá excesivamente locuaz- que cuenta, incansable, las más bellas leyendas que se han tejido con los hechos y los
amoríos, con los dimes y diretes, de una corte multirracial y pluricultural, de los que las paredes de los palacios y de las casas toledanas han sido testigos mudos. Leyendas hermosas
y, a la vez, infaustas. Tan bellas que hasta parecen
contradictorias con el carácter reservado y seco que se atribuye a los
toledanos, tan encerrados en sí mismos como lo está la ciudad entre sus murallas inexpugnables. Leyendas amorosas, bucólicas, sanguinarias y
hasta truculentas. Leyendas de un reino que lo fue y que los toledanos
viejos fían en que volverá a ser. Lo
esperan con la misma intensidad que desean recuperar el cuerpo de S. Ildefonso o los cuadros de El
Greco desperdigados por el mundo entero. Incluso me han asegurado que están preparando una
confabulación para materializar tal propósito. Sé de buena tinta que la celebración del IV centenario de su muerte, en 2014, es la “tapadera” ideada para recuperar el patrimonio perdido. Y yo hago votos para que les salga bien
la artimaña y recobren a San Ildefonso y a su casulla, a los cuadros del Greco y
a la Corte. Eso sí, limpia de chorizos y gañanes, "tuneada" y puesta al día. Amén.
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