miércoles, 5 de junio de 2013

Toledo

Este fin de semana hemos vuelto a Toledo. De ella dijo Tito Livio aquello de “parva urbs sed loco munitia”, ciudad pequeña, pero bien fortificada. Me parece que la vieja Toledo sigue siendo un poco así, aunque dos mil años después. Tal vez sea la última vez que retornemos a ella en un viaje con alumnos. Poco antes de la partida, Amalia recibió una misiva de sus jefes anunciándole que en pocas semanas dejará de trabajar. Por fin, se jubilará. Cuarenta y un cursos ininterrumpidos enseñando. ¡Ya está bien! ¡Enhorabuena!

Qué lejos queda aquel 1972 que me llevo a Toledo para hacer la “mili”. Tres meses de otoño interminables e insufribles. Tres meses perdidos en un destierro helado y deshumanizado. En mis vagos recuerdos de aquellos días se entremezclan sufrimiento, hartazgo,  desinterés y hasta afectos contenidos para los compañeros de fatigas y para las personas ausentes. Paseos semanales brevísimos, en las tardes de miércoles o jueves, por Zocodover y las calles adyacentes (Comercio, Nueva, Alfileritos, Sillería...). Imágenes desdibujadas del castillo de San Servando, puerta por donde escapábamos raudos de aquella gran mazmorra que era la Academia de Infantería (¡Ardor guerrero!, decían ellos y berreábamos nosotros: dos mil ochocientos soldados, aprendices de oficiales de mentirijillas). Viajes liberadores a Madrid los fines de semana que se podía en aquel 600 del amigo José Luis, cuyo apellido olvidé, con el que premonitoriamente me citaba para el regreso en la Puerta de Toledo. Domingos de Cuesta de Moyano y de comida con mi tía Carmen y mis primas, que entonces eran casaderas y buscaban piso  en las populosas barriadas que crecían junto a la carretera de Extremadura.

Tardé más de 15 años en transigir por volver a aquel lugar. Ahora lo he hecho mucho más distendidamente. Hasta me ha parecido ver otro Toledo. Más grande, más hermoso, más diáfano y más habitable. He accedido de nuevo a la ciudad por la Puerta del Sol, para continuar por las calles Gerardo Lobo, Armas y Cuesta de Carlos V. He experimentado el mismo desasosiego que sentí hace cuarenta años al plantarme frente al Alcázar. ¡Imponente! Sin embargo, esta vez encuentro hay algo más: he redescubierto Toledo. Su catedral, que sorprende en cada nueva visita con ignoradas perspectivas. San Juan de los Reyes, esa perla del gótico tardío que asombra, especialmente el claustro y las gárgolas de sus vierteaguas. He revisitado las sinagogas y he vuelto a patear calles y calles, estrechas y empinadas, con escaleras y barreras que ofenden a los hombres y a las mujeres imposibilitados. (¿Cómo se las arreglarán los toledanos?) Y lo he hecho en la hora violeta, cuando la luz tamizada del sol, perdiéndose en el horizonte, acaricia los muros de ladrillo y las tejas bermejas de las casas medievales, envolviéndolas en un calor amable que les da un bruñido generoso. ¡Qué disfrute para los sentidos contemplar la judería en el atardecer de mayo!

Todavía mayor es el deleite que proporciona un recorrido nocturno por el Toledo de leyenda. La suerte de dar con un guía excepcional -quizá excesivamente locuaz- que cuenta, incansable, las más bellas leyendas que se han tejido con los hechos y los amoríos, con los dimes y diretes, de una corte multirracial y pluricultural, de los que las paredes de los palacios y de las casas toledanas han sido testigos mudos. Leyendas hermosas y, a la vez, infaustas. Tan bellas que hasta parecen contradictorias con el carácter reservado y seco que se atribuye a los toledanos, tan encerrados en sí mismos como lo está la ciudad entre sus murallas inexpugnables. Leyendas amorosas, bucólicas, sanguinarias y hasta truculentas. Leyendas de un reino que lo fue y que los toledanos viejos fían en que volverá a ser. Lo esperan con la misma intensidad que desean recuperar el cuerpo de S. Ildefonso o los cuadros de El Greco desperdigados por el mundo entero. Incluso me han asegurado que están preparando una confabulación para materializar tal propósito. Sé de buena tinta que la celebración del IV centenario de su muerte, en 2014, es la “tapadera” ideada para recuperar el patrimonio perdido. Y yo hago votos para que les salga bien la artimaña y recobren a San Ildefonso y a su casulla, a los cuadros del Greco y a la Corte. Eso sí, limpia de chorizos y gañanes, "tuneada" y puesta al día. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario