La
reflexión de hoy está dedicada a mi amigo Luis Soler. Le he llamado a primera
hora de la tarde. Venía de Sella, su pueblo, de pasar unos días con su madre.
Me ha dicho que su salud está muy delicada. El médico, que la ha visitado esta
mañana, no le encuentra nada especial, más allá de lo que dan de sí sus 96 años. Probablemente, le queda vida para pocas semanas, tal vez sólo para algunos
días. La madre de Luis, cuyo nombre no recuerdo, tiene la fortuna de conservar
la cabeza a sus años y por eso, cuando se han despedido, le ha tranquilizado
diciéndole: “Vete tranquilo, hijo, que estoy bien y no me hace falta nada”. Mi
madre y todas las madres nos hubiesen dicho lo mismo y, por eso, cuando imagino
una escena de la que podíamos ser protagonistas todos, me siento un mucho como
mi amigo Luis: preso de la emoción y de la nostalgia. Él sabe que sus dos
primas atenderán a su madre en cuanto necesite, como si fuesen sus hijas, pero yo
sé que Luis, hombre de temple y mesura, tiene hoy el alma dolida, comprobando
por enésima vez la abnegación de su madre, incluso a las puertas de la muerte. Larga
vida a tu madre, Luis. Y a todas las madres.
21 de mayo de 2013
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