Está
próxima la cuarta convocatoria de elecciones generales de los últimos cuatro
años y, ciertamente, el panorama político resulta desolador. Los tres postreros
comicios tuvieron resultados contundentes y parejos, que pueden resumirse en la
quiebra del bipartidismo precursor, con la instauración del consiguiente
multipartidismo, y en la incapacidad de las fuerzas políticas mayoritarias
(tanto de la derecha como de la izquierda) para conformar gobiernos, que ha
contribuido a instaurar un clima social de hastío y desgobierno, que los medios
de comunicación azuzan, especialmente en las últimas semanas.
Si
reparamos en el espectro político actual, el extremo del flanco derecho lo
ocupa un partido cuyo nombre ni mentaré, dado que sus propuestas programáticas, inaceptables
para cualquier demócrata, son ajenas a mi consideración. Completan el centro
derecha el Partido Popular (PP) y Ciudadanos (Cs), o al revés, como se
prefiera, puesto que Cs es equiparable a una variable aleatoria, que toma diferentes
valores en función de la coyuntura, que interpretan discrecionalmente su ínclito
líder y quienes anónimamente le amparan. Empezaré por el PP eludiendo todos sus
planteamientos programáticos, se trate de compromisos verosímiles o de mero
humo propagandístico. Me referiré exclusivamente a los números globales de la
corrupción que le afecta, que me parecen argumentos cuya contundencia disipa
radicalmente cualquier tentación de apoyar a una organización criminal, como la ha calificado en su sentencia el
juez de la Audiencia Nacional encargado de la trama Gürtel, que ha
condenado al PP por un delito de
partícipe a título lucrativo, siendo el primer partido político europeo condenado
por corrupción. Pues bien, sin salir de aquí, de los 387 casos de corrupción que
se contabilizan en España, la
mitad (193) los ha protagonizado el PP, siendo 77 los que afectan al PSOE, y 15
al PNV. Estas cifras se agravan cuando descubrimos el coste de la corrupción distribuido
por partidos. El de Casado copa el 86%
del mismo, que supone 122.038 millones de euros. Muy por detrás le
siguen los socialistas, con un coste de 10.566 millones; y Convergencia
Democrática de Cataluña (CDC) con 5.078 millones. ¿Para qué seguir? Nos roban
para, además de enriquecerse algunos, alimentar una maquinaria partidista que
tiene como objetivo engañar a la ciudadanía para seguir robándole más descaradamente.
Claro que gentes del PSOE, CdC y otros partidos también nos han robado, pero ni
la décima parte, ni de la misma manera, porque se trata de personas con nombre
y apellidos, no son las propias organizaciones políticas las que buscan
financiarse y lograr mayores réditos electorales. Por eso, aunque se diga mil
veces que es lo mismo, no lo es, ni tiene la misma gravedad. En cualquier cesto
seguro que habrá casi siempre alguna manzana podrida pero, por más que se
insista en confundirnos, no es común que la podredumbre afecte tanto al cesto
como a su contenido.
A Ciudadanos
apenas le dedicaré un párrafo. Han dicho tantas cosas, han dado tantas
apariencias, han tratado de engatusarnos tantas veces, que es imposible creer
una sola palabra de cuanto dicen sus líderes. Es un partido sin ninguna
credibilidad, con una estrategia errática que, en su último trayecto, el de los
pactos con el PP, ha arruinado completamente una de sus hipotéticas señas de
identidad: regenerar la política. ¡Vaya
pareja de baile que se han buscado a tal efecto! ¿Cómo pretenden hacer
creer a nadie que van a lograrlo asociándose con el partido más corrupto de Europa? El partido de la regeneración y del cambio
permite que el PP siga gobernando en Andalucía, en Madrid y en Murcia… y en
España, si se terciase. Qué lejos queda aquel Albert Rivera que aseguraba que
"necesitábamos un cambio de etapa, de era y de gobierno".
Finalizando
el recorrido por el espectro, en el flanco que corresponde al centro-izquierda
aparece el histórico PSOE, el partido más vetusto de cuantos ocupan el espacio
político nacional. Ciento cuarenta años de trayectoria que dan para casi todo.
Incluso para que pueda darse por cierto lo que algunos aseguran: "que no
es de fiar y que no cumple siempre con las políticas progresistas que vende”. Aún
admitiendo la verosimilitud de esa sentencia, me parece acreditado que hoy por
hoy nadie puede demostrar que es una organización que ha robado para
financiarse y ganar elecciones. Es más, me parece que todavía puede aceptarse,
sin necesidad de retorcer los argumentos, que el peor gobierno del PSOE es más
aceptable que cualquiera de los de la derecha, al menos en materia de políticas
sociales y económicas.
Por
otro lado, considero poco discutible que, hoy por hoy, la franja que queda a la
izquierda del PSOE no tiene posibilidad alguna de ser la opción que voten
mayoritariamente los ciudadanos. Por tanto, carece de la legitimidad y de la
fuerza moral que exige encabezar o coparticipar un determinado gobierno. Si
además quién plantea esa pretensión es una coalición como Unidas Podemos (UP)
que, al decir de uno de sus más preclaros socios (Alberto Garzón), está
fragmentada en el fondo, aunque esté aparentemente unida en la forma, todavía
parece más disparatada tal pretensión. Y lo es más tras la reciente decisión de
quienes integran Más Madrid de concurrir a las elecciones con la marca Más País
(¿cuál de ellos, el Vasco, el Valenciano, el de Prisa, o el de Alicia… ?). Un
fenómeno que contribuye a fragmentar más la izquierda, haciendo prácticamente
inconcebible que se pueda materializar una opción unitaria que aglutine las
fuerzas a la izquierda del PSOE (Podemos, Izquierda Unida, En Marea, Adelante Andalucía,
Compromís, Más País, etc.).
La correlación
de fuerzas existente en el panorama político nacional coincide con otros
elementos que aportan rasgos específicos a la coyuntura política, que no cabe
desdeñar. Así, por ejemplo, se constata que la actitud personal de los
dirigentes de los partidos pesa cada vez más en las decisiones. De hecho
más de un analista ha dicho que, a la vista de sus propuestas, Pedro Sánchez
tiene dificultades para entender el sistema parlamentario porque lo que
realmente le agradaría es que fuese presidencialista. Por otra parte, los
comportamientos de los líderes de otros partidos demuestran lo mal que llevan
la horizontalidad de la gestión y la disidencia interna, siendo extremadamente
expeditivos a la hora de prescindir de sus adversarios.
Otro
rasgo característico de los tiempos actuales es la rapidez con que se suceden
los bandazos y los cambios de estrategia política, que adolecen de soporte
ideológico y que en la mayoría de los casos son respuestas reactivas a los
titulares y a los impactos mediáticos. A veces da la impresión de que somos
simples espectadores de una partida de naipes, en la que pocas veces se juega
con buenas cartas y muchas se va de farol. Ha cambiado la manera en que los
partidos o, mejor dicho, sus líderes conectan con la ciudadanía. Ya no responde
a los parámetros que utilizaban los clásicos partidos de masas. Ahora los
líderes se expresan en formato hipermediado, a través de procesos de
intercambio, producción y consumo simbólico que se desarrollan en un entorno
caracterizado por una gran cantidad de sujetos, medios y lenguajes
interconectados tecnológicamente entre sí de manera reticular. Es una tendencia
que se ha generalizado en todos las organizaciones y que deja sin contrapesos
la toma de decisiones, que cada vez se circunscribe más a la reducida camarilla
de gurús que arropa e influencia a los líderes. A esa propensión unos le llaman
narcisisismo, y otros presidencialismo o cesarismo.
En
otro orden de cosas, que se hayan celebrado cuatro elecciones generales en
menos de cuatro años refleja que el sistema político español tiene un evidente problema
de gobernabilidad. Como aseguran algunos desde la izquierda, parece que el “régimen”
ha entrado en crisis. No sé si tienen razón, de la misma manera que desconozco
si, como dicen, el PSOE esconde una estrategia a medio plazo para recuperar el
centro político, que cree que se ha vaciado por el desplazamiento a la derecha
de Ciudadanos y que, además, ha recibido muchas presiones para que el gobierno que
pudo ser y no fue respondiese a los parámetros requeridos por las grandes
empresas. Lo cierto es que esos sectores de la izquierda del PSOE consideran
que es el principal responsable del fracaso del pacto de gobierno que, según
ellos, no se ha producido por efecto de esa visión estratégica que se vislumbra
en la Moncloa respecto a que el futuro está en el centro y, por tanto, la
opción prioritaria de los socialistas es la ocupación del centro izquierda y no
la coalición con las fuerza a su izquierda para completar una opción inequívoca
de progreso. Utilizando el viejo léxico, diríamos que el PSOE se ha desclasado,
mientras que las tres derechas tienen mucho más claro lo que se denominan
intereses de clase, y de ahí su mayor facilidad para alcanzar pactos.
Desde
las anteriores consideraciones, me surgen infinidad de preguntas. ¿La auténtica
opción de los votantes de UP es apoyar un gobierno en solitario dado que Vox,
Pp y Cs son los males mayores y no es posible gobernar en su compañía, ni
tampoco con el mal menor (PSOE), salvo que se pliegue a sus exigencias? ¿Realmente
es esta es la concepción que tienen de la democracia y de la política los
votantes de UP? Dicho de otro modo: no al bipartidismo pero sí al partido único.
¿O es que creen que es posible aliarse con quienes tienen mayor peso político y
parlamentario para dictarles las políticas que deben emprender? ¿Piensan que se
van a dejar? Si como dicen algunos de sus socios, Unidas Podemos es un espacio
de unidad donde no hay homogeneidad, sino diferencias de opiniones, matices y
discrepancias, ¿creen que esta realidad es el punto de partida idóneo para
pactar exigentemente con una fuerza mayor? ¿En qué mundo viven quienes
defienden estas posiciones? En esta coyuntura, ¿qué van a hacer los votantes de
IU y de otras confluencias? ¿Continuar sobreviviendo en simbiosis con UP? ¿Qué
ganan? ¿Por cuánto tiempo podrán hacerlo? ¿Cuántos votantes de la izquierda
comparten la vocación por el narcisismo y las opciones personales, si no
directamente por el cesarismo, que caracterizan el comportamiento de algunos de
sus dirigentes políticos? ¿Se pueden tolerar tales actitudes en la izquierda
democrática?
Me
hago decenas de preguntas más que me tientan a emprender el camino del derrotismo,
como imagino que les sucede a multitud de ciudadanos. Sin embargo, pese a que
no tengo respuestas para muchos de los interrogantes que me formulo y pese a
los inaceptables comportamientos de amplios sectores de la clase política me
quedan todavía algunas certezas. La primera es que no va con mi carácter
sucumbir al derrotismo. Sigo pensando que la política es necesaria, que no
puede dejarse la gobernanza en manos de las leyes del mercado y de quienes
controlan sus pulsiones, con el único interés de lucrarse a costa de lo que sea.
Sigo creyendo que el voto es un pequeño poder al que no se debe renunciar. Ni
la historia de la lucha por los derechos humanos y democráticos, ni el
sacrificio de quienes la han protagonizado, ni siquiera el propio interés personal
merecen tal desprecio. Añadiré una apostilla: la derecha siempre vota. Y no es
precisamente por que crea firmemente en los valores democráticos.
Finalizaré
diciendo que votaré, y que pienso hacerlo en cuantas ocasiones se me convoque
al efecto. Votaré porque jamás alimentaré con mi absentismo a quienes no
creyendo en el sistema intentan reventarlo desde dentro o a quienes se sirven
de las instituciones para robar lo que pertenece a todos. Votaré en contra de
quienes cambian de careta cada mañana para decirnos lo que les parece que
queremos escuchar y seguir engañándonos después, cuando están en el poder.
Votaré por las opciones que me parezcan razonables y no por las quimeras que
plantean quienes saben que dificilmente obtendrán el apoyo mayoritario de la sociedad y, en consecuencia, tampoco tendrán responsabilidades de gobierno que les obliguen a hacer lo que dicen. Pese a todo, los respeto. Obviamente, siempre que no se alíen expresa o
tácitamente con quienes no tienen otros objetivos que reventar el sistema
democrático, robar y engañar sistemáticamente a la ciudadanía. Incluso les
invitaría a considerar aquello de que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Y tal
vez les sugeriría que quizá vale la pena sacrificar algunas cosas si con ello
se contribuye al logro del interés general, que representa lo que conviene a la
mayoría de los ciudadanos. Hay sobradas instancias y espacios
institucionales para controlar y exigir
responsabilidades a quienes ejercen la acción gubernamental y no les faltará en
ese empeño mi inequívoco apoyo. Pero por encima de todo hay que ir a votar
porque nos conviene a la inmensa mayoría.
Como siempre: "más razón que un santo". Yo también votaré, faltaría más.
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