viernes, 27 de septiembre de 2019

Pese a que el panorama sea desolador…

Está próxima la cuarta convocatoria de elecciones generales de los últimos cuatro años y, ciertamente, el panorama político resulta desolador. Los tres postreros comicios tuvieron resultados contundentes y parejos, que pueden resumirse en la quiebra del bipartidismo precursor, con la instauración del consiguiente multipartidismo, y en la incapacidad de las fuerzas políticas mayoritarias (tanto de la derecha como de la izquierda) para conformar gobiernos, que ha contribuido a instaurar un clima social de hastío y desgobierno, que los medios de comunicación azuzan, especialmente en las últimas semanas.

Si reparamos en el espectro político actual, el extremo del flanco derecho lo ocupa un partido cuyo nombre ni mentaré, dado que  sus propuestas programáticas, inaceptables para cualquier demócrata, son ajenas a mi consideración. Completan el centro derecha el Partido Popular (PP) y Ciudadanos (Cs), o al revés, como se prefiera, puesto que Cs es equiparable a una variable aleatoria, que toma diferentes valores en función de la coyuntura, que interpretan discrecionalmente su ínclito líder y quienes anónimamente le amparan. Empezaré por el PP eludiendo todos sus planteamientos programáticos, se trate de compromisos verosímiles o de mero humo propagandístico. Me referiré exclusivamente a los números globales de la corrupción que le afecta, que me parecen argumentos cuya contundencia disipa radicalmente cualquier tentación de apoyar a una organización criminal, como la ha calificado en su sentencia el juez de la Audiencia Nacional encargado de la trama Gürtel, que ha condenado al PP por un delito de partícipe a título lucrativo, siendo  el primer partido político europeo condenado por corrupción. Pues bien, sin salir de aquí, de los 387 casos de corrupción que se contabilizan en España, la mitad (193) los ha protagonizado el PP, siendo 77 los que afectan al PSOE, y 15 al PNV. Estas cifras se agravan cuando descubrimos el coste de la corrupción distribuido por partidos. El de Casado copa el 86% del mismo, que supone 122.038 millones de euros. Muy por detrás le siguen los socialistas, con un coste de 10.566 millones; y Convergencia Democrática de Cataluña (CDC) con 5.078 millones. ¿Para qué seguir? Nos roban para, además de enriquecerse algunos, alimentar una maquinaria partidista que tiene como objetivo engañar a la ciudadanía para seguir robándole más descaradamente. Claro que gentes del PSOE, CdC y otros partidos también nos han robado, pero ni la décima parte, ni de la misma manera, porque se trata de personas con nombre y apellidos, no son las propias organizaciones políticas las que buscan financiarse y lograr mayores réditos electorales. Por eso, aunque se diga mil veces que es lo mismo, no lo es, ni tiene la misma gravedad. En cualquier cesto seguro que habrá casi siempre alguna manzana podrida pero, por más que se insista en confundirnos, no es común que la podredumbre afecte tanto al cesto como a su contenido.

A Ciudadanos apenas le dedicaré un párrafo. Han dicho tantas cosas, han dado tantas apariencias, han tratado de engatusarnos tantas veces, que es imposible creer una sola palabra de cuanto dicen sus líderes. Es un partido sin ninguna credibilidad, con una estrategia errática que, en su último trayecto, el de los pactos con el PP, ha arruinado completamente una de sus hipotéticas señas de identidad: regenerar la política. ¡Vaya pareja de baile que se han buscado a tal efecto! ¿Cómo pretenden hacer creer a nadie que van a lograrlo asociándose con el partido más corrupto de Europa? El partido de la regeneración y del cambio permite que el PP siga gobernando en Andalucía, en Madrid y en Murcia… y en España, si se terciase. Qué lejos queda aquel Albert Rivera que aseguraba que "necesitábamos un cambio de etapa, de era y de gobierno". 

Finalizando el recorrido por el espectro, en el flanco que corresponde al centro-izquierda aparece el histórico PSOE, el partido más vetusto de cuantos ocupan el espacio político nacional. Ciento cuarenta años de trayectoria que dan para casi todo. Incluso para que pueda darse por cierto lo que algunos aseguran: "que no es de fiar y que no cumple siempre con las políticas progresistas que vende”. Aún admitiendo la verosimilitud de esa sentencia, me parece acreditado que hoy por hoy nadie puede demostrar que es una organización que ha robado para financiarse y ganar elecciones. Es más, me parece que todavía puede aceptarse, sin necesidad de retorcer los argumentos, que el peor gobierno del PSOE es más aceptable que cualquiera de los de la derecha, al menos en materia de políticas sociales y económicas.

Por otro lado, considero poco discutible que, hoy por hoy, la franja que queda a la izquierda del PSOE no tiene posibilidad alguna de ser la opción que voten mayoritariamente los ciudadanos. Por tanto, carece de la legitimidad y de la fuerza moral que exige encabezar o coparticipar un determinado gobierno. Si además quién plantea esa pretensión es una coalición como Unidas Podemos (UP) que, al decir de uno de sus más preclaros socios (Alberto Garzón), está fragmentada en el fondo, aunque esté aparentemente unida en la forma, todavía parece más disparatada tal pretensión. Y lo es más tras la reciente decisión de quienes integran Más Madrid de concurrir a las elecciones con la marca Más País (¿cuál de ellos, el Vasco, el Valenciano, el de Prisa, o el de Alicia… ?). Un fenómeno que contribuye a fragmentar más la izquierda, haciendo prácticamente inconcebible que se pueda materializar una opción unitaria que aglutine las fuerzas a la izquierda del PSOE (Podemos, Izquierda Unida, En Marea, Adelante Andalucía, Compromís, Más País, etc.).

La correlación de fuerzas existente en el panorama político nacional coincide con otros elementos que aportan rasgos específicos a la coyuntura política, que no cabe desdeñar. Así, por ejemplo, se constata que la actitud personal de los dirigentes de los partidos pesa cada vez más en las decisiones. De hecho más de un analista ha dicho que, a la vista de sus propuestas, Pedro Sánchez tiene dificultades para entender el sistema parlamentario porque lo que realmente le agradaría es que fuese presidencialista. Por otra parte, los comportamientos de los líderes de otros partidos demuestran lo mal que llevan la horizontalidad de la gestión y la disidencia interna, siendo extremadamente expeditivos a la hora de prescindir de sus adversarios.

Otro rasgo característico de los tiempos actuales es la rapidez con que se suceden los bandazos y los cambios de estrategia política, que adolecen de soporte ideológico y que en la mayoría de los casos son respuestas reactivas a los titulares y a los impactos mediáticos. A veces da la impresión de que somos simples espectadores de una partida de naipes, en la que pocas veces se juega con buenas cartas y muchas se va de farol. Ha cambiado la manera en que los partidos o, mejor dicho, sus líderes conectan con la ciudadanía. Ya no responde a los parámetros que utilizaban los clásicos partidos de masas. Ahora los líderes se expresan en formato hipermediado, a través de procesos de intercambio, producción y consumo simbólico que se desarrollan en un entorno caracterizado por una gran cantidad de sujetos, medios y lenguajes interconectados tecnológicamente entre sí de manera reticular. Es una tendencia que se ha generalizado en todos las organizaciones y que deja sin contrapesos la toma de decisiones, que cada vez se circunscribe más a la reducida camarilla de gurús que arropa e influencia a los líderes. A esa propensión unos le llaman narcisisismo, y otros presidencialismo o cesarismo.

En otro orden de cosas, que se hayan celebrado cuatro elecciones generales en menos de cuatro años refleja que el sistema político español tiene un evidente problema de gobernabilidad. Como aseguran algunos desde la izquierda, parece que el “régimen” ha entrado en crisis. No sé si tienen razón, de la misma manera que desconozco si, como dicen, el PSOE esconde una estrategia a medio plazo para recuperar el centro político, que cree que se ha vaciado por el desplazamiento a la derecha de Ciudadanos y que, además, ha recibido muchas presiones para que el gobierno que pudo ser y no fue respondiese a los parámetros requeridos por las grandes empresas. Lo cierto es que esos sectores de la izquierda del PSOE consideran que es el principal responsable del fracaso del pacto de gobierno que, según ellos, no se ha producido por efecto de esa visión estratégica que se vislumbra en la Moncloa respecto a que el futuro está en el centro y, por tanto, la opción prioritaria de los socialistas es la ocupación del centro izquierda y no la coalición con las fuerza a su izquierda para completar una opción inequívoca de progreso. Utilizando el viejo léxico, diríamos que el PSOE se ha desclasado, mientras que las tres derechas tienen mucho más claro lo que se denominan intereses de clase, y de ahí su mayor facilidad para alcanzar pactos.

Desde las anteriores consideraciones, me surgen infinidad de preguntas. ¿La auténtica opción de los votantes de UP es apoyar un gobierno en solitario dado que Vox, Pp y Cs son los males mayores y no es posible gobernar en su compañía, ni tampoco con el mal menor (PSOE), salvo que se pliegue a sus exigencias? ¿Realmente es esta es la concepción que tienen de la democracia y de la política los votantes de UP? Dicho de otro modo: no al bipartidismo pero sí al partido único. ¿O es que creen que es posible aliarse con quienes tienen mayor peso político y parlamentario para dictarles las políticas que deben emprender? ¿Piensan que se van a dejar? Si como dicen algunos de sus socios, Unidas Podemos es un espacio de unidad donde no hay homogeneidad, sino diferencias de opiniones, matices y discrepancias, ¿creen que esta realidad es el punto de partida idóneo para pactar exigentemente con una fuerza mayor? ¿En qué mundo viven quienes defienden estas posiciones? En esta coyuntura, ¿qué van a hacer los votantes de IU y de otras confluencias? ¿Continuar sobreviviendo en simbiosis con UP? ¿Qué ganan? ¿Por cuánto tiempo podrán hacerlo? ¿Cuántos votantes de la izquierda comparten la vocación por el narcisismo y las opciones personales, si no directamente por el cesarismo, que caracterizan el comportamiento de algunos de sus dirigentes políticos? ¿Se pueden tolerar tales actitudes en la izquierda democrática?

Me hago decenas de preguntas más que me tientan a emprender el camino del derrotismo, como imagino que les sucede a multitud de ciudadanos. Sin embargo, pese a que no tengo respuestas para muchos de los interrogantes que me formulo y pese a los inaceptables comportamientos de amplios sectores de la clase política me quedan todavía algunas certezas. La primera es que no va con mi carácter sucumbir al derrotismo. Sigo pensando que la política es necesaria, que no puede dejarse la gobernanza en manos de las leyes del mercado y de quienes controlan sus pulsiones, con el único interés de lucrarse a costa de lo que sea. Sigo creyendo que el voto es un pequeño poder al que no se debe renunciar. Ni la historia de la lucha por los derechos humanos y democráticos, ni el sacrificio de quienes la han protagonizado, ni siquiera el propio interés personal merecen tal desprecio. Añadiré una apostilla: la derecha siempre vota. Y no es precisamente por que crea firmemente en los valores democráticos.

Finalizaré diciendo que votaré, y que pienso hacerlo en cuantas ocasiones se me convoque al efecto. Votaré porque jamás alimentaré con mi absentismo a quienes no creyendo en el sistema intentan reventarlo desde dentro o a quienes se sirven de las instituciones para robar lo que pertenece a todos. Votaré en contra de quienes cambian de careta cada mañana para decirnos lo que les parece que queremos escuchar y seguir engañándonos después, cuando están en el poder. Votaré por las opciones que me parezcan razonables y no por las quimeras que plantean quienes saben que dificilmente obtendrán el apoyo mayoritario de la sociedad y, en consecuencia, tampoco tendrán responsabilidades de gobierno que les obliguen a hacer lo que dicen. Pese a todo, los respeto. Obviamente, siempre que no se alíen expresa o tácitamente con quienes no tienen otros objetivos que reventar el sistema democrático, robar y engañar sistemáticamente a la ciudadanía. Incluso les invitaría a considerar aquello de que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Y tal vez les sugeriría que quizá vale la pena sacrificar algunas cosas si con ello se contribuye al logro del interés general, que representa lo que conviene a la mayoría de los ciudadanos. Hay sobradas instancias y espacios institucionales  para controlar y exigir responsabilidades a quienes ejercen la acción gubernamental y no les faltará en ese empeño mi inequívoco apoyo. Pero por encima de todo hay que ir a votar porque nos conviene a la inmensa mayoría.

2 comentarios:

  1. Como siempre: "más razón que un santo". Yo también votaré, faltaría más.

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  2. .e gusta. Iré a votar

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