Hace
unos días que volvimos del País Vasco. Participamos en un pequeño viaje integrado
en los circuitos culturales que oferta el IMSERSO. Ha sido una escapadita
satisfactoria, bien organizada, con unas prestaciones muy ajustadas a lo que se
ofertaba y a un precio inmejorable. El conjunto de los viajeros conformábamos
un grupo inusualmente educado, tanto que nadie protagonizó un solo retraso o
salida de tono durante los seis días que duró el periplo. Un primor de civismo
que reconforta lo suyo, especialmente si lo contrastamos con las manifestaciones
de la reiterada bazofia mediática y arrabalera que nos circunda.
Pero,
tal vez, lo más satisfactorio del viaje haya sido la propia experiencia de
revisitar Euskadi. Creo recordar que la última ocasión en que estuvimos allí fue
durante el verano de 2005. Parece que fue ayer y, sin embargo, no hay duda alguna
de que eran otros tiempos. Basten unos cuantos detalles para refrescar la
memoria. Entonces, en muchas localidades, algunos bares y tabernas eran literalmente
intransitables. Las banderas, las pancartas y las pintadas alusivas a los presos y a la
situación sociopolítica abarrotaban los balcones y los muros. Cuando recorríamos lugares y
espacios públicos, sentíamos sobre nosotros las miradas inquisitoriales de muchos
lugareños, que nos escudriñaban desconfiadas. Intimidaban los ojos agazapados entre los grupos de personas que
poblaban las tabernas, las plazas o los muelles, que nos miraban desafiantes y hasta
amenazadores. Probablemente veíamos más de lo que realmente se mostraba ante
nosotros, pero no podíamos evitarlo.
Contrariamente,
en esta ocasión hemos encontrado una Euskadi mucho más relajada. Hemos visitado
las tres capitales de provincia y hemos recorrido pueblos emblemáticos de las
comarcas interiores, como el Duranguesado, el Goierri o el Alto Deva. En muchos
de estos lugares gobiernan las fuerzas abertzales. Hemos paseado tranquilamente
por las calles y plazas de esos pueblos y villas confundiéndonos entre los
visitantes y la multitud de niños, jóvenes y mayores que paseaban, jugaban, compraban,
charlaban o tomaban chiquitos, distendida y relajadamente, con la misma
apariencia de normalidad con que lo hacemos aquí.
Bilbao. Guggenheim y Puente de La Salve. |
Es
verdad que todavía penden de algunos balcones oficiales -y de otros
particulares- pancartas y enseñas que reclaman el acercamiento de los presos
etarras y que, en algunos casos, expresan la solidaridad con el independentismo
catalán. Sin embargo, nuestra impresión es que por primera vez en muchos años algo
esta cambiando allí, y para bien. Naturalmente, la normalidad no es plena
porque es imposible que una sociedad que ha vivido tantos años de horror y
crispación se normalice en tan breve espacio. Sin embargo, percibimos que se ha avanzado significativamente en la pacificación. Y aunque la crisis se nota, como
en todos los rincones del Estado, parece relegada a sus propias secuelas,
sin que adquiera mayores dimensiones por causa del efecto multiplicador que
produce la violencia.
Según
dicen, el turismo es uno de los elementos que evidencia el cambio de tendencia
a que aludimos. Aseguran que fue en el verano de 2009 cuando empezó la mudanza,
año y medio antes de que ETA declarase la tregua indefinida. Es evidente que la mayoría de los atractivos
naturales y culturales de Euskadi siempre estuvieron allí. Lo que ha cambiado
es la manera de venderlos y la potenciación y creación de nuevos iconos, como
el Guggenheim, que han ayudado a componer el esperanzador panorama actual.
Pero, sobre todo, de lo que no existe duda es de que la ausencia de violencia
es el factor que más ha contribuido a lograr que el País Vasco se visualice definitivamente
como un destino atractivo.
Euskadi
vive en la actualidad un auténtico boom
turístico, que sobrepasa la recurrente Donosti afectando a todas las capitales,
comarcas y lugares del territorio. Una tendencia que está dinamizando amplias
zonas lastradas por la reconversión industrial de las últimas décadas del siglo
XX, impulsada esencialmente por la práctica desaparición de los atentados y de los
actos de kale borroka. El ambiente tranquilo que hemos disfrutado estos días es
uno de los factores que influyen decisivamente en que el País Vasco ocupe un
lugar destacado en los mapas de los viajeros, como destino ineludible.
Obviamente, no es el único condicionante. Algunos factores que también están
favoreciendo el impulso turístico son la apuesta de los emprendedores por la
calidad, la estrategia unificada de las distintas instituciones y el
resurgimiento del turismo urbano, entre otros.
De
hecho, tampoco es ajena a esta pujanza la influencia de otras actuaciones, como
las que auspicia el Plan de Paz y Convivencia 2013-2016, cuyo objetivo es crear
un marco en el que quepan las inquietudes democráticas de todas las
sensibilidades políticas. El Plan diseña un proceso de paz y normalización de
la convivencia, que parece que ha iniciado un camino irreversible puesto que
concita las voluntades sociales mayoritarias. El primer informe del seguimiento
de su gestión y ejecución ofrecía un balance muy positivo, tanto desde una
perspectiva global, como específicamente en cada una de las actuaciones que
prevé.
De
modo que, además de disfrutar de nuestro viaje comprobando el magnífico espacio
urbano que es Vitoria, viendo la transformación radical de Bilbao, gozando de
nuevo las maravillas de Donosti, “descubriendo”
los santuarios vizcaínos y guipuzcoanos y el enorme patrimonio natural y cultural
que atesoran las comarcas interiores, volvemos esperanzados y contentos por el
triunfo de la civilidad que parece imponerse, y que tanto necesita y merece aquel
hermoso país.
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