domingo, 25 de agosto de 2013

¡Coñazo de vejez!

Hacía tiempo que no veía las avionetas sobrevolar la playa haciendo ondear tras su cola pancartas que anuncian de todo: refrescos, espectáculos, electrodomésticos y cualquier cosa imaginable. Ayer por la tarde, paseando por la orilla de la Playa de San Juan, me sorprendió el runrún de ese motor tan característico y miré al cielo. Allí estaba la avioneta y su pancarta con un sorprendente anuncio: “El abuelo de los melones”, que publicitaba una empresa que, según averigüé más tarde, comercializa esos frutos desde 1928. Una de esas inexplicables asociaciones de ideas trajo a mi mente un artículo que leí hace unos meses en Presseurop (http://www.presseurop.eu/es) con un rótulo llamativo: “Mandamos a la abuela a vivir a Eslovaquia”, firmado por Anette Dowideit. En él se redundaba en la constatación de que Alemania envejece a la carrera y en que, paradójicamente, carece de personal cualificado para ocuparse de sus jubilados y de sus viejos, que necesitan centros especializados y mucho dinero, en justa compensación a su dilatado y previo esfuerzo para incrementar la riqueza y el bienestar de los ciudadanos de un país que, todavía hoy, sigue siendo la admiración de Europa.

La demografía y la crisis son tozudos a más no poder. Cada vez hay más alemanes dependientes cuyas pensiones están estancadas o decrecen, mientras aumentan sus solicitudes de ayudas sociales. Las autoridades, en sintonía con el resto de Europa, han comenzado a instaurar los recortes y el copago. De modo que los mayores o sus familias deben atender parte del coste de sus necesidades asistenciales. Evidentemente, se trata de un problema que es necesario resolver. Lo dramático es cómo lo están haciendo algunos. La periodista constata que muchas familias han empezado a ‘desterrar’ a sus mayores, enviándolos, de momento, a países europeos donde su cuidado resulta más económico. Según ella, son muchos los alemanes cuyo 'último viaje' les lleva a una residencia para la tercera edad de países como Hungría, República Checa, Eslovaquia, Polonia, España… y hasta Tailandia. Residencias, dirigidas muchas veces por alemanes, cuyos servicios son equiparables a los propios, solo que cuestan la tercera parte del precio que se paga en casa.

Decía la periodista que hasta había surgido la figura del ‘intermediario’ para proveer la distribución de los viejos alemanes y austriacos en residencias del Este, con una relación calidad/precio muy correcta, según el estándar alemán. Podría decirse que se trata de ‘soluciones rentables’ porque lo que en Alemania cuesta 3.000 €/mes, en Eslovenia, por ejemplo, supone 1.100. De modo que, como el gobierno alemán asigna 700 € al interesado/a por su dependencia, con sólo añadir 400 a cuenta de su pensión tendría resuelto el problema. Incluso dispondría de un superávit que le alcanzaría para disfrutar de una conexión de televisión/video con tarifa plana o visitas filantrópicas semanales, retribuidas a discreción. Desconozco si estas iniciativas son puro emprendedurismo individual o están incentivadas con algún programa institucional, a modo de globo sonda para explorar nuevas fórmulas para incrementar la eficiencia en el gasto social. Visto lo visto, no seria de extrañar que los gestores de los servicios sociales alemanes estuviesen ideando concertar esas prestaciones con sus homónimos de los países europeos más baratos y con menores garantías legales.

Por otro lado, esta realidad está alumbrando nuevas perspectivas sociológicas. Muchas familias y personas de mediana edad, con familiares ‘residentes forzosos’ en países que no son los suyos, comentan en sus tertulias el fantástico clima mediterráneo que tienen Eslovenia o España, que papá o mamá disfrutan, y lo encantados que están con la amabilidad de sus gentes. Por otro lado, exponen lo maravilloso que resulta que Liubliana  o Alicante estén a dos horas de Múnich o de Viena, accesibles con un viaje de ida y vuelta que apenas cuesta 100 euros, con Ryanair o Air Berlín. De modo que una visita al trimestre está al alcance de cualquiera. Además, dicen que, como mamá tiene Alzheimer  o demencia senil, su noción del tiempo es diferente. Por eso, es lo mismo visitarla cada tres o cuatro meses que cada seis. Sin embargo, confiesan que les resultan más emotivas las visitas cuando las circunstancias se complican y tardan seis o más meses en reencontrarse con sus familiares. ¡Qué entrañables son estos piadosos teutones!

Claro que, bien mirado, los alemanes siguen siendo los ricos de Europa. Entonces, ¿a qué podemos aspirar los europeos del sur? Tal vez la adaptación de sus formulas de gestión eficiente nos lleven a vivir ‘destierros dorados’ en las residencias que proliferarán en las praderas de Angola, Mozambique, Tanzania, o Madagascar, donde gozaremos de la amabilidad y de las atenciones de trabajadores sociales autóctonos, bien uniformados, mal pagados y con una permanente sonrisa en sus rostros. Tal vez iniciativas como esta sean el principio de la solución para que África empiece a dejar de ser el continente olvidado.

Yo propongo algunas más para favorecer tan loable y justo empeño. La primera de ellas es convocar un concurso internacional de ideas para tal fin, en el que solo participen jubilados y personas mayores, dependientes o no. Además, propongo que a los políticos que aprueben recortes, se les apliquen con carácter inmediato y por triplicado a sus retribuciones íntegras (Por aquello de que “no hay mejor cuña que la de la misma madera”). Propongo que a los familiares o tutores legales que ‘confinen’ a sus mayores se les exija la solidaridad responsable, haciéndoles firmar sin retracto posible la aceptación explícita de la misma solución para ellos cuando se den las circunstancias. Tampoco podrán lucrarse con los bienes relictos de la persona expatriada, si los hubiese, que pasarán a formar parte del erario público. Propongo que se apruebe una directiva europea que obligue a los países que concierten servicios con otros más baratos a pagarles la compensación que corresponda. Todos los caudales provenientes de la implementación de estas iniciativas deberán transferirse a los países receptores de las personas mayores, mediante tratados e instrumentos de gestión de los recursos que supervisarán organizaciones humanitarias internacionales. Finalmente, propongo que las principales ideas que surjan del concurso planteado se sometan a referéndum de los participantes para su ratificación. Las que obtengan un refrendo mayoritario deberán ser aceptadas por las administraciones, que las pondrán en marcha con carácter preferente. A ver si así vamos acabando con la puñetera vejez y con sus problemas. No obstante, siempre nos quedara la expeditiva solución japonesa, expresada por el actual viceprimer ministro y titular de la cartera de finanzas Taro Aso: urgir a los ancianos para que se den prisa en morir, evitando que el Estado tenga que pagar su atención médica y asistencial. ¡Qué Dios los pille confesados!

No hay comentarios:

Publicar un comentario