Los párrafos siguientes son un burdo remedo, si no un mero plagio, como se prefiera, de la tribuna «Algunos hombres mayores», de Marina Perezagua, joven profesora y escritora española, publicada en el diario El País el pasado 30 de noviembre. Vayan por delante mis disculpas por semejante «atraco» y quede constancia de mi gratitud por un texto que trasuda humanidad, ternura, sensibilidad, vitalismo y un amplio concepto de la amistad. Todo está condensado en él. Es precisamente compartirlo desde mi perspectiva, y no otra cosa, lo que me motiva para escribir lo que sigue.
Diría, Marina, que igual que en tu vida hay hombres mayores, en la mía hay también algunas mujeres jóvenes, mucho más que yo. No son familiares, sino amigas que he conocido en etapas tempranas de sus vidas, casi siempre durante los mejores años de su juventud o de su incipiente madurez. Y cuando lo pienso, también tengo la impresión de haber llegado tarde a una fiesta sorpresa, aunque me consuela que al menos llegué. Tengo el privilegio de haber coincidido con ellas en el tiempo y estar vivo cuando casi todas también lo están.
Mi seducción real o imaginada por una determinada mujer la han estimulado normalmente cuatro cualidades: su beldad, su bondad, su inteligencia y su laboriosidad; no necesariamente por este orden. Llama la atención que las amigas a las que me refiero reúnen las cuatro. Quizá ese venturoso azar agudiza la sensación de haber llegado tarde a la fiesta. Y ello me hace temer, y a ellas también, que en algún momento inesperado les sonará el teléfono o recibirán un «guasap». Y mientras alguna apura una copa de vino, tal vez, al otro lado, una voz le pedirá que cruce la puerta. Y se irá. Sin abrigo ni despedidas. De hecho ya sucedió. Y quizá, mientras los teléfonos de las otras también empiezan a sonar, me iré quedando solo en esa fiesta. Aunque bien podría ser que fuera el mío el que sonase primero, pues por ley natural lo más probable es que sean ellas quienes se queden sin mí. Percibo que esa circunstancia condiciona nuestra amistad tiñéndola de una urgencia apremiante, de una tensión pertinaz. Tal vez por ello apreciamos cada momento compartido como algo frágil y sellamos cada despedida con un abrazo, que se agrieta a medida que nos separamos.
Tener amigas que podrían ser mis hijas me produce reparo, pero también me da vida. Contrariamente a lo que suele subrayarse, no destaco la vitalidad, el candor o la sencillez que los jóvenes aportan. Lo que me llena de estas relaciones es la emoción que las habita, la franqueza y la verdad que las recorre. Se me agotó el tiempo de ocultar los sentimientos íntimos y por eso confieso mi amistad con estas mujeres, que es una pasión desnuda, sin ornamentos, porque tiene el tiempo contado y una profundidad que apremia.
Sé que algunos se han preguntado si he tenido relaciones sentimentales con alguna de ellas. No, no las he tenido. No hablo de eso, sino de amistad. Aunque no me incomoda que una mujer de treinta o cincuenta años me diga que le resulto interesante. No lo tomo solo como un cumplido, sino también como una opinión libre expresada sin miedo a que yo pueda pensar que está fuera de lugar. He aprendido a no despojar a las mujeres de su peculiar sexualidad y me molesta cuando otros les niegan su derecho al deseo heterodoxo, o las degradan si intuyen que sienten atracción por los hombres mayores. Es profundamente incongruente vivir en una sociedad que patrocina lo fluido y simultáneamente pone fecha de caducidad al deseo.
En alguna ocasión me han dicho que parecía sentir atracción por las mujeres jóvenes, a lo que he respondido habitualmente con las socorridas evasivas. No iba a justificarme argumentando que mis amigas eran exclusivamente eso, porque hacerlo hubiese sido equivalente a negar que en otras circunstancias podrían haber sido amantes. Por otro lado, me importunan las teorías biológicas y culturales que explican la inclinación de los mayores hacia las mujeres jóvenes como resultado de una suerte de programación evolutiva para garantizar la supervivencia de la especie, o por los condicionamientos derivados de los estereotipos de género. Es justo lo contrario, lo que descubro en la propensión hacia mis amigas jóvenes es intensidad, desafío, agudeza y múltiples aristas.
Tengo la fortuna de haber coincidido en el tiempo con mujeres excepcionales con las que he compartido y disfrutado el trabajo, el ocio, las relaciones personales y los afectos. Su amistad es un espléndido regalo en esta fiesta que deberé abandonar el día que suene mi teléfono. Todavía en esta edad tardía sigo disfrutando de la alegría y los afectos que me procuran ahora esporádicas conversaciones y efímeros encuentros, que el implacable paso del tiempo hace cada vez más espaciados aunque no menos gratos.