sábado, 14 de diciembre de 2024

Algunas mujeres jóvenes

Los párrafos siguientes son un burdo remedo, si no un mero plagio, como se prefiera, de la tribuna «Algunos hombres mayores», de Marina Perezagua, joven profesora y escritora española, publicada en el diario El País el pasado 30 de noviembre. Vayan por delante mis disculpas por semejante «atraco» y quede constancia de mi gratitud por un texto que trasuda humanidad, ternura, sensibilidad, vitalismo y un amplio concepto de la amistad. Todo está condensado en él. Es precisamente compartirlo desde mi perspectiva, y no otra cosa, lo que me motiva para escribir lo que sigue.

Diría, Marina, que igual que en tu vida hay hombres mayores, en la mía hay también algunas mujeres jóvenes, mucho más que yo. No son familiares, sino amigas que he conocido en etapas tempranas de sus vidas, casi siempre durante los mejores años de su juventud o de su incipiente madurez. Y cuando lo pienso, también tengo la impresión de haber llegado tarde a una fiesta sorpresa, aunque me consuela que al menos llegué. Tengo el privilegio de haber coincidido con ellas en el tiempo y estar vivo cuando casi todas también lo están.

Mi seducción real o imaginada por una determinada mujer la han estimulado normalmente cuatro cualidades: su beldad, su bondad, su inteligencia y su laboriosidad; no necesariamente por este orden. Llama la atención que las amigas a las que me refiero reúnen las cuatro. Quizá ese venturoso azar agudiza la sensación de haber llegado tarde a la fiesta. Y ello me hace temer, y a ellas también, que en algún momento inesperado les sonará el teléfono o recibirán un «guasap». Y mientras alguna apura una copa de vino, tal vez, al otro lado, una voz le pedirá que cruce la puerta. Y se irá. Sin abrigo ni despedidas. De hecho ya sucedió. Y quizá, mientras los teléfonos de las otras también empiezan a sonar, me iré quedando solo en esa fiesta. Aunque bien podría ser que fuera el mío el que sonase primero, pues por ley natural lo más probable es que sean ellas quienes se queden sin mí. Percibo que esa circunstancia condiciona nuestra amistad tiñéndola de una urgencia apremiante, de una tensión pertinaz. Tal vez por ello apreciamos cada momento compartido como algo frágil y sellamos cada despedida con un abrazo, que se agrieta a medida que nos separamos.

Tener amigas que podrían ser mis hijas me produce reparo, pero también me da vida. Contrariamente a lo que suele subrayarse, no destaco la vitalidad, el candor o la sencillez que los jóvenes aportan. Lo que me llena de estas relaciones es la emoción que las habita, la franqueza y la verdad que las recorre. Se me agotó el tiempo de ocultar los sentimientos íntimos y por eso confieso mi amistad con estas mujeres, que es una pasión desnuda, sin ornamentos, porque tiene el tiempo contado y una profundidad que apremia.

Sé que algunos se han preguntado si he tenido relaciones sentimentales con alguna de ellas. No, no las he tenido. No hablo de eso, sino de amistad. Aunque no me incomoda que una mujer de treinta o cincuenta años me diga que le resulto interesante. No lo tomo solo como un cumplido, sino también como una opinión libre expresada sin miedo a que yo pueda pensar que está fuera de lugar. He aprendido a no despojar a las mujeres de su peculiar sexualidad y me molesta cuando otros les niegan su derecho al deseo heterodoxo, o las degradan si intuyen que sienten atracción por los hombres mayores. Es profundamente incongruente vivir en una sociedad que patrocina lo fluido y simultáneamente pone fecha de caducidad al deseo.

En alguna ocasión me han dicho que parecía sentir atracción por las mujeres jóvenes, a lo que he respondido habitualmente con las socorridas evasivas. No iba a justificarme argumentando que mis amigas eran exclusivamente eso, porque hacerlo hubiese sido equivalente a negar que en otras circunstancias podrían haber sido amantes. Por otro lado, me importunan las teorías biológicas y culturales que explican la inclinación de los mayores hacia las mujeres jóvenes como resultado de una suerte de programación evolutiva para garantizar la supervivencia de la especie, o por los condicionamientos derivados de los estereotipos de género. Es justo lo contrario, lo que descubro en la propensión hacia mis amigas jóvenes es intensidad, desafío, agudeza y múltiples aristas.

Tengo la fortuna de haber coincidido en el tiempo con mujeres excepcionales con las que he compartido y disfrutado el trabajo, el ocio, las relaciones personales y los afectos. Su amistad es un espléndido regalo en esta fiesta que deberé abandonar el día que suene mi teléfono. Todavía en esta edad tardía sigo disfrutando de la alegría y los afectos que me procuran ahora esporádicas conversaciones y efímeros encuentros, que el implacable paso del tiempo hace cada vez más espaciados aunque no menos gratos.



domingo, 8 de diciembre de 2024

¡Ay de la política democrática!

Decía recientemente el ilustre e ilustrado periodista Enric Juliana que «la política democrática se está desgarrando en Europa». Comparto su opinión porque entiendo que, como he sugerido en otros comentarios del blog, hace tiempo que son evidentes las costuras, los parches y los remiendos que ha exigido la construcción y supervivencia del proyecto europeo, que quizá se ha expandido más de lo deseable y, lo que es peor, lo ha hecho a una velocidad inadecuada, condicionado por factores ajenos a las motivaciones subyacentes al proyecto fundacional de la UE.

Es conocido que el objetivo principal de los padres fundadores fue establecer la paz en el continente y acabar de una vez por todas con los conflictos entre los Estados, que venían atormentando a los europeos durante trescientos años. La solución que se les ocurrió fue la integración económica y política, subrayando y reforzando los vínculos comunes que los unían y anulando o neutralizando los factores de división y enfrentamiento. La idea primordial era la creación de una unidad política supranacional que englobase a los Estados, suprimiendo las fronteras y las barreras políticas y económicas entre ellos. El objetivo final era la creación de una federación de Estados europeos, los «Estados Unidos de Europa». Y el cemento que debía afianzar esa unión eran los valores comunes que hipotéticamente compartían.

Como sabemos, seis fueron los países fundadores del embrión de la UE: Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos (Tratado de Roma, 1951). Desde entonces, se han producido siete ampliaciones, que han conformado una Unión con 27 países miembros de pleno derecho, a los que deben añadirse 10, que tienen el estatuto de país candidato, y un candidato potencial (Kosovo). Por tanto, se trata de un conglomerado que abarca a casi cuarenta países.

En el ámbito de la gestión empresarial e institucional, se reconoce comúnmente que algunas de las principales causas del fracaso de los proyectos que se emprenden son la opacidad de sus objetivos, las expectativas poco realistas (inviabilidad), la limitación de los recursos, la mala comunicación, los retrasos en el cronograma de ejecución y la falta de transparencia. Me parece que todas ellas, en mayor o menor medida, con más o menos intensidad, confluyen en la concreción del proyecto europeo. Es tan ambiciosa la empresa que solo parece factible desarrollarla al amparo de coyunturas muy favorables, especialmente en épocas de bonanza económica y en aquellas otras en las que la gobernanza de las instituciones nacionales y comunitarias la gestionan partidos políticos de marcado sesgo europeísta. Y es evidente que en la coyuntura actual no se dan ni una ni otra cosa.

El creciente vendaval reaccionario e involucionista de la ultraderecha, espoleado por sus pactos con la derecha tradicional en España y en Europa, así como el triunfo de los regímenes ultramontanos que han proliferado allende el océano (Bolsonaro, Milei, Trump y sus secuelas), han ido quebrando las resistencias de las formaciones tradicionales (socialdemócratas, liberales, verdes...), que sobreviven agrupadas en un artificioso bloque pluripartidista crecientemente debilitado, que refleja la fractura democrática en los países occidentales.

El desgarro democrático al que alude Juliana amenaza cada vez más a España, con un Pedro Sánchez aferrado a posiciones que podrían calificarse de resistencia superviviente. Como decía Ramoneda en una reciente columna en El País, la avalancha de sobreactuaciones agresivas contra él, tanto desde el PP y su entorno como por parte de algunos de sus viejos melancólicos compañeros, es ya un ruido que no cesa y que cuenta con el apoyo evidente de Vox. Autócrata, totalitario, despreciativo, mafioso, corrupto, dictador o gánster, son algunas de las guindas con que lo premian diariamente, mientras él, inasequible al desaliento, porfía por lograr mayorías de gobierno apoyándose en un fragmentadísimo y polifacético parlamento, que cada vez se lo pone más difícil.

En Francia, el presidente Macron creyó que su primer ministro Michel Barnier podría contener por la derecha al Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, pero su gobierno apenas ha durado tres meses y ella tiene la llave de la gobernabilidad. Los extremos políticos —La Francia Insumisa (LFI) y la Agrupación Nacional (RN)— han desempeñado un papel clave en la destitución de Barnier. La polarización de la Asamblea Nacional, con bloques contrapuestos que mantienen luchas encarnizadas por sus diferencias ideológicas, hace que la tarea de elegir a un nuevo primer ministro sea muy compleja, una nueva prueba de fuego para Macron, cuya popularidad se encuentra en mínimos históricos. Según la ley electoral, la Asamblea Nacional no podrá volver a disolverse hasta que pase un año desde su última constitución, por lo que el presidente carece de esa herramienta para intentar reconducir la política del país. Así pues, también aquí el desgarro democrático está servido y una escalada de tensiones amenaza con agravar la crisis en un momento en que la estabilidad es vital para Francia y para la Unión Europea. La inestabilidad constitucional francesa añade más incertidumbre si cabe a un periodo ya de por sí crítico para las democracias occidentales.

En Alemania, la coalición del llamado Gobierno semáforo formada por el SPD, los Verdes y los Liberales (FDP) se ha derrumbado a un año de las elecciones federales. El adelanto electoral para febrero de 2025 se produce en un momento de profunda crisis económica (fundamentalmente en el sector industrial), de enorme inestabilidad internacional y de extrema polarización social, generadas por el hundimiento de los servicios públicos, los despidos masivos y una importante caída de los salarios frente a una inflación disparada. Las políticas del gobierno de coalición han asfaltado el terreno para el crecimiento de la AfD (Alternativa para Alemania), cuya demagogia influencia notoriamente a los sectores desmoralizados de la clase obrera, especialmente en el Este. Detrás de este colapso, motivándolo, están los intereses de diferentes sectores de la economía germánica que, desde el estallido de la guerra de Ucrania, se debaten por lograr una estrategia que les permita posicionarse ventajosamente en el conflicto económico global entre los EE. UU., China y Rusia. En este contexto, se está produciendo un fortalecimiento de la CDU y, especialmente, de la ultraderecha neofascista de AfD. Según las últimas encuestas, AfD podría obtener hasta un 19% de los votos, duplicando su apoyo, y pasar de quinta a segunda fuerza, por delante del SPD (socialdemocracia alemana). La CDU también obtendría buenos resultados, pudiendo ganar las elecciones con más de un 32% de respaldo. En este escenario, todo parece indicar que continuará profundizándose la crisis de la democracia burguesa y del parlamentarismo en la principal nación de la UE con enormes consecuencias en todos los terrenos.

Podría ampliar el foco analizando la situación que atraviesan otros países de la Unión, como Italia, Austria, Hungría, Bélgica, los Países Bajos, la República Checa o Polonia. No lo haré porque me parece inoportuno e irrelevante, pues me extendería en exceso y concluiría en lo mismo: si la ciudadanía no lo remedia, se avecina un buen desgarro en la democracia europea.

Y, si nos proponemos evitarlo, debiéramos hacer memoria, y recordar y revitalizar los objetivos prístinos de los padres fundadores de la UE. Si seguimos aspirando a vivir en paz, a construir un espacio político y económico integrado y armónico, si deseamos asegurar la prevalencia de los valores compartidos (respeto de la dignidad y los derechos humanos, libertad, democracia, igualdad y Estado de derecho), la política democrática y la unión de los ciudadanos europeos me parece que, hoy por hoy, todavía son las mejores recetas.