miércoles, 4 de enero de 2017

Una aclaración necesaria.

Cualquier lector perspicaz que ojee este blog reparará con presteza en sus pocas etiquetas. Más allá de la estricta consideración numérica, incluso es probable que unas le parezcan más seductoras que otras, y que hasta llegue a pensar que tal vez existe un marcado desequilibrio en las entradas que acoge cada una de ellas. Si está relativamente familiarizado con la bitácora, es posible que especule con que el autor ha dedicado escaso tiempo a evocar los personajes que poblaron sus paisajes vitales, cuyas descripciones y glosas se ofrecen más pródigas que las virtudes y provechos de aquéllos. Inclusive, puede conjeturar con que sea persona de pocas amistades o de escasa parentela. Y no le faltaría razón a ese curioso observador porque, efectivamente, solo se encuentran en el blog dos etiquetas que genéricamente engloban la parcela de los afectos y de los parientes, rotuladas como “personajes de mi galería” y “con nombre propio”, que no sólo acogen la mayoría de las observaciones relativas a los apegos y progenies del gacetillero, sino también reflexiones que aluden a sus amistades, a sus colegas profesionales y hasta a algún que otro espécimen.

No sería de extrañar, por tanto, que cualquier atento lector se preguntase si no faltarán personajes o nombres propios en la profusa relación de entradas, que abordan aspectos que tienen menor calado en la vida de las personas, como las vivencias fortuitas, algunos paisajes y territorios bosquejados, y hasta otros avatares accesorios. Y no le faltaría razón a ese cualificado leedor porque, efectivamente, son muchos, muchísimos, los personajes no incluidos en las mencionadas etiquetas. Recontándolos, se echan a faltar, injustificadamente, menciones merecidísimas a multitud de seres que han habitado campiñas y predios que moldearon las hechuras del autor, pese a que muchos de ellos no hayan reparado en semejante circunstancia.

Empezaré por los más próximos, que son quienes integran mi parentela. El linaje del que provengo y la corta familia que he logrado constituir han influenciado muy significativamente mi pensamiento, mi afectividad, mis convicciones y aspiraciones, y muchos de mis rasgos característicos. Tengo un tremendo pudor para expresar públicamente el caudal de pensamientos, sentimientos y emociones que he tenido y tengo, que he sentido y siento, que he dispensado y dispenso o que he recibido y recibo del núcleo fundamental de las personas que me son más próximas. Hoy por hoy, no quiero expresar abiertamente lo que significan para mí, porque considero que es asunto que me pertenece privativamente. Sin embargo, en más de una ocasión me he visto tentado a decirles a las claras lo que pienso y lo que siento de y por cada uno de ellos, para que lo escuchasen, sin suposiciones, brotar directamente de mi boca. La verdad es que siempre me he retraído en el último instante. Por otro lado, estoy convencido de que lo saben y que decírselo no sería más redundar en algo que conocen de sobra, aunque a nadie le desagrada que le regalen el oído con buenas palabras y lisonjas, especialmente si son sinceras.

Pero, más allá del pudoroso reconcomio con que preservo mis pensamientos y afectos a los familiares más próximos, debo advertir a quienes pudiesen pensar que mi vida está falta de otros personajes que se equivocan de plano, porque está cuajada de interlocutores de toda naturaleza. A unos me vinculan y vincularon los afectos, a otros los admiro o admiré por sus capacidades y su inteligencia, existen terceros a los que preferiría no haber conocido y, por haber, hasta existen personajes singulares que son o han sido parte del paisaje transitado en las seis décadas que llevo viviendo. Supongo que, como la mayoría, he conocido y conozco personas y personajes de todo tipo. Y no renuncio a conformar una elemental relación de ellos porque, aunque sé que olvidaré a muchos y que probablemente retomaré la relación en algún otro momento o capítulo de este cuaderno, merecen figurar en ella, como parte que son de mi vida y de mis recuerdos, que he elaborado y reelaborado con muchas de las vivencias, experiencias, sentimientos, dichas e incluso infortunios que he compartido en mayor o menor medida con ellos.  

En ese elenco de personajes que debieran figurar en mi galería no pueden faltar muchos habitantes del pueblo en que nací, particularmente mis vecinos más próximos, como la tía María la Gregoria, su marido, el tío Eugenio; su padre, el tío Jesús; y sus hijos Vicente, Eugenio y María Adela. El tío Vicente Fabián y su mujer, la tía María, una persona entrañable a la que hacían sus confidencias las mujeres de la vecindad. ¿Cómo olvidar a la Quintina, un personaje que superaba al más disparatado figurante de la mejor película de Berlanga? Mis tíos María y Simeón y sus hijas Maricarmen y Milagros. Mi abuela materna Magdalena (Malena, para todos) que dio nombre a la estirpe de sus hijas “malenas”, María, Carmen y Elisa, mi madre. La tía Liduvina y su marido, el tío Cortés, personas cordialmente unidas a la familia de mi madre. En fin, avanzando por la calle Valencia en dirección a la entrada de la población, encontraríamos otros muchos personajes que merecen al menos un apresurado boceto en esa galería de mis recuerdos. Me refiero al tío Estanislao, al tío Rafel, el hornero, al tío Ignacio el Carpintero, al tío Rubio, al tío Celestino o al tío Frasquito, entre otros. Y si enfilamos la calle en dirección a la plaza, hallaríamos también figurantes imprescindibles en mi relato: la tía María de Elías; Claudio el Cherano y Concha la Quirubina, su mujer; el tío Eliseo, buen aficionado taurino y gran amigo de mi padre; el tío Vicente el Rocho, el tío Caguetas, el Barbero; el tío Pepote, la tía Angelica de la tienda, el tío Pepe el Prisquilla, el tío Chulillano y la tía Carmen la Morica… 

Mi familia carnal merece otro capítulo de menciones: mis abuelos Vicente y Carmen, a quienes apenas llegue a conocer pero a los que siempre he sentido cercanos a través de los relatos de mi padre y sus hermanas Vicenta y Carmen. Mis tíos y primos Leoncio, Josefina, Voro y Joselín; mi tío Eusebio y sus hijas Doloricas y Eusebia. Mis abuelos maternos Esmeraldo y Malena, junto a la saga de mis tíos maternos: Germán, Miguel, María, Carmen y Vicente, con la consiguiente retahíla de primos que, además de las referidas MariCarmen y Milagros, incluye a Miguel, Rupertina, Carmen, Manolita, Vicente, Ernesto y Angelita. 

No puedo olvidar los amigos y amigas de mis padres. El tío Merienda, compañero de divertimentos y de muchas fatigas agrícolas, pues echaba muchos jornales ayudando a mi progenitor. El tío Cañamizas y el tío Juan de Longinos, el tío Faustino el Capador o el tío Antonio de Ruperto. Y las tías Regina, María de Lino y Palmira, amigas de juventud de mi madre. Tampoco quiero obviar otras amistades inmemoriales de mi familia como el tío Félix de Rita o el tío Claudio de las Higuericas, cuyas familias siempre estuvieron próximas a la mía. ¿Y cómo descuidar la mención a la matrona sin título que asistió a mi madre –y a tantas otras mujeres– en sus partos, la inefable tía Rufina, a la que nos enseñó a querer como a una más de la familia, lo mismo que a sus hijas Lola y Elia?

Tampoco quiero olvidar a mis amigos de la infancia: a Paco el Custodio, a mi primo Joselín, a Eugenio el Panarra, a Vicente Quirubín, a Paco Marín, a José María o a Salvador Domingo. Una relación que debo acrecentar con otros convecinos de alguna generación anterior como Paco el Guerra, Gerardo Torres, Pepe el Portugués o Juanchán el mayor, o la de Rambla, Batiste, Piquete y otros, que nos enseñaron a jugar al fútbol con balón de reglamento. Por último, debo mencionar algunos personajes cuyo recuerdo, por diversas razones es, además de patrimonio personal, pertenencia de la ciudadanía de Gestalgar, como es el caso de Chicago, la tía Cabera, el tío Alguacil, Ignacio el Mimí, el Chato Baldomero o el tío Royo Pellejas, entre otros.

Debo referenciar en esta entrada a mi familia chivana, a la que me vincula un afecto imperecedero que mis ancestros supieron alimentar. La tía María la Corachana (tía de todos los “Corachanes”), mis tíos Bernardo y Amparo; Fernando y Pura; Antonio y Amparo. Mis primos Amparín, Manolo, Emilia y Bernardo; Fernando y Alfredo; Amparín, Pura y Fina. Y la tía Doloricas, entrañable hermana de mi tío Bernardo. 

No puedo olvidar a los compañeros de fatigas de aquel Colegio Libre Adoptado Luis Vives, de Chiva: Aniceto y Paco Tarín Herráez, José Vicente García, los Juan Vicentes Muñoz y Hernández, Juanjo Tarín, Armando Boullosa… Silvia, Maricarmen, Merceditas, Matilde, María Luisa, Bienve… Las mil y una aventuras en aquel desvencijado “establecimiento educativo” y los inefables personajes que probablemente soñaron con domeñarnos, sin conseguirlo: Don José Morera, don Juan, doña Amparito, doña Maruja, don Fernando Galarza… 

Todos ellos, que tan solo enmarcan el retrato de mis primeros quince años, merecen como mínimo un apunte a lápiz de su figura, aunque la mayoría podrían reclamar un retrato a la acuarela. Otros serían justos pretendientes de una tela al óleo que hiciese justicia a sus virtudes y méritos. Algunos incluso deberían lucir sus galas encuadrados en una escenografía de alegorías singulares que reclaman la solidez de sus méritos y contribuciones.

Espero tener tiempo y salud para pergeñar los retratos de estos personajes, que han hecho merecimientos más que sobrados para estar incorporados a mi galería y para figurar con nombre propio no solo en este blog sino en otras crujías de mayor enjundia.

1 comentario:

  1. por este articulo de tu familia ya se todo sobre tus recuerdos de aquellos años. me encanta esa referencia que nos dedicas.conozco a toda tu familia,tu prima Fina me enseño a coser.tengo tambien todos esos albums de dibujo que Manuel Mora nos enseño a dibujar.incluida una retrato a corboncillo especial para cada una. y alguna foto tengo de aquellos años que tengo que revisar a ver si te encuentro.estaremos en contacto un abrazo.

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