Cualquier lector perspicaz que ojee este
blog reparará con presteza en sus pocas etiquetas. Más allá de la estricta consideración
numérica, incluso es probable que unas le parezcan más seductoras que otras, y que
hasta llegue a pensar que tal vez existe un marcado desequilibrio en las
entradas que acoge cada una de ellas. Si está relativamente familiarizado con la
bitácora, es posible que especule con que el autor ha dedicado escaso tiempo a evocar
los personajes que poblaron sus paisajes vitales, cuyas descripciones y glosas
se ofrecen más pródigas que las virtudes y provechos de aquéllos. Inclusive,
puede conjeturar con que sea persona de pocas amistades o de escasa parentela. Y
no le faltaría razón a ese curioso observador porque, efectivamente, solo se
encuentran en el blog dos etiquetas que genéricamente engloban la parcela de
los afectos y de los parientes, rotuladas como “personajes de mi galería” y “con
nombre propio”, que no sólo acogen la mayoría de las observaciones relativas a
los apegos y progenies del gacetillero, sino también reflexiones que aluden a
sus amistades, a sus colegas profesionales y hasta a algún que otro espécimen.
No sería de extrañar, por tanto, que cualquier
atento lector se preguntase si no faltarán personajes o nombres propios en la
profusa relación de entradas, que abordan aspectos que tienen menor calado en
la vida de las personas, como las vivencias fortuitas, algunos paisajes y
territorios bosquejados, y hasta otros avatares accesorios. Y no le faltaría
razón a ese cualificado leedor porque, efectivamente, son muchos, muchísimos,
los personajes no incluidos en las mencionadas etiquetas. Recontándolos, se
echan a faltar, injustificadamente, menciones merecidísimas a multitud de seres
que han habitado campiñas y predios que moldearon las hechuras del autor, pese
a que muchos de ellos no hayan reparado en semejante circunstancia.
Empezaré por los más próximos, que son quienes
integran mi parentela. El linaje del que provengo y la corta familia que he
logrado constituir han influenciado muy significativamente mi pensamiento, mi
afectividad, mis convicciones y aspiraciones, y muchos de mis rasgos
característicos. Tengo un tremendo pudor para expresar públicamente el caudal
de pensamientos, sentimientos y emociones que he tenido y tengo, que he sentido
y siento, que he dispensado y dispenso o que he recibido y recibo del núcleo
fundamental de las personas que me son más próximas. Hoy por hoy, no quiero
expresar abiertamente lo que significan para mí, porque considero que es asunto
que me pertenece privativamente. Sin embargo, en más de una ocasión me he visto
tentado a decirles a las claras lo que pienso y lo que siento de y por cada uno
de ellos, para que lo escuchasen, sin suposiciones, brotar directamente de mi
boca. La verdad es que siempre me he retraído en el último instante. Por otro
lado, estoy convencido de que lo saben y que decírselo no sería más redundar en
algo que conocen de sobra, aunque a nadie le desagrada que le regalen el oído con
buenas palabras y lisonjas, especialmente si son sinceras.
Pero, más allá del pudoroso reconcomio con
que preservo mis pensamientos y afectos a los familiares más próximos, debo advertir
a quienes pudiesen pensar que mi vida está falta de otros personajes que se
equivocan de plano, porque está cuajada de interlocutores de toda naturaleza. A
unos me vinculan y vincularon los afectos, a otros los admiro o admiré por sus
capacidades y su inteligencia, existen terceros a los que preferiría no haber
conocido y, por haber, hasta existen personajes singulares que son o han sido
parte del paisaje transitado en las seis décadas que llevo viviendo. Supongo
que, como la mayoría, he conocido y conozco personas y personajes de todo tipo.
Y no renuncio a conformar una elemental relación de ellos porque, aunque sé que
olvidaré a muchos y que probablemente retomaré la relación en algún otro
momento o capítulo de este cuaderno, merecen figurar en ella, como parte que
son de mi vida y de mis recuerdos, que he elaborado y reelaborado con muchas de
las vivencias, experiencias, sentimientos, dichas e incluso infortunios que he
compartido en mayor o menor medida con ellos.
En ese elenco de personajes que debieran figurar
en mi galería no pueden faltar muchos habitantes del pueblo en que nací,
particularmente mis vecinos más próximos, como la tía María la Gregoria, su
marido, el tío Eugenio; su padre, el tío Jesús; y sus hijos Vicente, Eugenio y
María Adela. El tío Vicente Fabián y su mujer, la tía María, una persona
entrañable a la que hacían sus confidencias las mujeres de la vecindad. ¿Cómo
olvidar a la Quintina, un personaje que superaba al más disparatado figurante de
la mejor película de Berlanga? Mis tíos María y Simeón y sus hijas Maricarmen y
Milagros. Mi abuela materna Magdalena (Malena, para todos) que dio nombre a la
estirpe de sus hijas “malenas”, María, Carmen y Elisa, mi madre. La tía Liduvina
y su marido, el tío Cortés, personas cordialmente unidas a la familia de mi
madre. En fin, avanzando por la calle Valencia en dirección a la entrada de la
población, encontraríamos otros muchos personajes que merecen al menos un
apresurado boceto en esa galería de mis recuerdos. Me refiero al tío
Estanislao, al tío Rafel, el hornero, al tío Ignacio el Carpintero, al tío
Rubio, al tío Celestino o al tío Frasquito, entre otros. Y si enfilamos la calle
en dirección a la plaza, hallaríamos también figurantes imprescindibles en mi
relato: la tía María de Elías; Claudio el Cherano y Concha la Quirubina, su
mujer; el tío Eliseo, buen aficionado taurino y gran amigo de mi padre; el tío
Vicente el Rocho, el tío Caguetas, el Barbero; el tío Pepote, la tía Angelica de la tienda, el tío Pepe el Prisquilla, el tío Chulillano y la tía Carmen la Morica…
Mi familia carnal merece otro capítulo de
menciones: mis abuelos Vicente y Carmen, a quienes apenas llegue a conocer pero
a los que siempre he sentido cercanos a través de los relatos de mi padre y sus
hermanas Vicenta y Carmen. Mis tíos y primos Leoncio, Josefina, Voro y Joselín;
mi tío Eusebio y sus hijas Doloricas y Eusebia. Mis abuelos maternos Esmeraldo
y Malena, junto a la saga de mis tíos maternos: Germán, Miguel, María, Carmen y
Vicente, con la consiguiente retahíla de primos que, además de las referidas
MariCarmen y Milagros, incluye a Miguel, Rupertina, Carmen, Manolita, Vicente,
Ernesto y Angelita.
No puedo olvidar los amigos y amigas de
mis padres. El tío Merienda, compañero de divertimentos y de muchas fatigas
agrícolas, pues echaba muchos jornales ayudando a mi progenitor. El tío Cañamizas y
el tío Juan de Longinos, el tío Faustino el Capador o el tío Antonio de
Ruperto. Y las tías Regina, María de Lino y Palmira, amigas de juventud de mi
madre. Tampoco quiero obviar otras amistades inmemoriales de mi familia como el
tío Félix de Rita o el tío Claudio de las Higuericas, cuyas familias siempre
estuvieron próximas a la mía. ¿Y cómo descuidar la mención a la matrona sin
título que asistió a mi madre –y a tantas otras mujeres– en sus partos, la
inefable tía Rufina, a la que nos enseñó a querer como a una más de la familia,
lo mismo que a sus hijas Lola y Elia?
Tampoco quiero olvidar a mis amigos de la
infancia: a Paco el Custodio, a mi primo Joselín, a Eugenio el Panarra, a
Vicente Quirubín, a Paco Marín, a José María o a Salvador Domingo. Una relación
que debo acrecentar con otros convecinos de alguna generación anterior como Paco el Guerra, Gerardo Torres, Pepe el Portugués o Juanchán el mayor, o la de
Rambla, Batiste, Piquete y otros, que nos enseñaron a jugar al fútbol con balón
de reglamento. Por último, debo mencionar algunos personajes cuyo recuerdo, por
diversas razones es, además de
patrimonio personal, pertenencia de la ciudadanía de Gestalgar, como es el caso
de Chicago, la tía Cabera, el tío Alguacil, Ignacio el Mimí, el Chato Baldomero o el tío Royo Pellejas, entre otros.
Debo referenciar en esta entrada a mi
familia chivana, a la que me vincula un afecto imperecedero que mis ancestros
supieron alimentar. La tía María la Corachana (tía de todos los “Corachanes”), mis
tíos Bernardo y Amparo; Fernando y Pura; Antonio y Amparo. Mis primos Amparín,
Manolo, Emilia y Bernardo; Fernando y Alfredo; Amparín, Pura y Fina. Y la tía
Doloricas, entrañable hermana de mi tío Bernardo.
No puedo olvidar a los compañeros de
fatigas de aquel Colegio Libre Adoptado Luis Vives, de Chiva: Aniceto y Paco Tarín Herráez, José Vicente García, los Juan Vicentes Muñoz y Hernández, Juanjo
Tarín, Armando Boullosa… Silvia, Maricarmen, Merceditas, Matilde, María Luisa, Bienve…
Las mil y una aventuras en aquel desvencijado “establecimiento educativo” y los
inefables personajes que probablemente soñaron con domeñarnos, sin conseguirlo:
Don José Morera, don Juan, doña Amparito, doña Maruja, don Fernando Galarza…
Todos ellos, que tan solo enmarcan el
retrato de mis primeros quince años, merecen como mínimo un apunte a lápiz de
su figura, aunque la mayoría podrían reclamar un retrato a la acuarela. Otros serían
justos pretendientes de una tela al óleo que hiciese justicia a sus virtudes y
méritos. Algunos incluso deberían lucir sus galas encuadrados en una escenografía de alegorías singulares que reclaman la solidez de sus méritos y contribuciones.
Espero tener tiempo y salud para pergeñar los
retratos de estos personajes, que han hecho merecimientos más que sobrados para estar
incorporados a mi galería y para figurar con nombre propio no solo en este blog
sino en otras crujías de mayor enjundia.
por este articulo de tu familia ya se todo sobre tus recuerdos de aquellos años. me encanta esa referencia que nos dedicas.conozco a toda tu familia,tu prima Fina me enseño a coser.tengo tambien todos esos albums de dibujo que Manuel Mora nos enseño a dibujar.incluida una retrato a corboncillo especial para cada una. y alguna foto tengo de aquellos años que tengo que revisar a ver si te encuentro.estaremos en contacto un abrazo.
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