Esta
semana se inició con auténticos días de perros, epílogo del temporal (ciclogénesis,
le llaman ahora los hombres y las mujeres del tiempo) que ha asolado España y
Europa. Sin embargo, ayer, miércoles, la climatología se alió con nosotros
contribuyendo a acrecentar el gozo de reencontrarnos. Amaneció un día
espléndido, diáfano y soleado. Parecía como si la atmósfera hubiese declarado
una tregua unilateral para ayudarnos a disfrutar de la amistad, en el quinto
cónclave de esta nueva era.
Y
ello sucedía justamente en Novelda, el doce de febrero, el día en que el doodle de Google homenajeaba a Clara
Campoamor, que nació esa misma fecha del año 1888. Gracias a su incansable
lucha por los derechos de las mujeres, votaron en las elecciones de 1933. Y no
fue sencillo porque, como es sabido, en los primeros años de la II República,
las mujeres podían ser diputadas, pero no podían votar. Las tesis de Clara
sobre el sufragio universal sin discriminación de raza y sexo no cuajaron entre
los políticos de izquierdas y, obviamente, mucho menos entre los de derechas.
Los primeros estaban convencidos de que el voto femenino sería más conservador
que el masculino. En ese sentido, es famosa su disputa con Victoria Kent, la
otra mujer de aquel primer parlamento democrático español. Y diréis, ¿a santo
de qué viene este excurso del cronista?
Pues, para disipar cábalas, os recordaré que ayer se incorporaron a la
celebración tres genuinas compañeras: Concha Azorín, María Pellín y Loli Gutiérrez. Y quiero subrayarlo como se merece porque, de
otra manera, ellas también han sido luchadoras como lo fueron Clara y Victoria.
Y, por ello, creo que merecen este pequeño reconocimiento.
El
periplo empezó en el bar Saoro, un clásico en Novelda. Era el lugar señalado,
justo al mediodía, para agrupar la concurrencia. A los habituales de encuentros
anteriores, se añadieron en esta ocasión las mujeres mencionadas y Raimundo
Muñoz, otro viejo compañero y noveldense de pro. Unas leves cervezas precedieron
al breve paseo por la calle Mayor que, de la mano de Luis y Loli (nuestros
anfitriones), nos condujo a dos de las mejores casas modernistas que pueden
disfrutarse en la localidad. Ambas son construcciones magníficas, que exhiben
los atributos que adornan las edificaciones levantadas siguiendo esta tendencia
arquitectónica. Concretamente, la Casa Museo Modernista, conocida popularmente
como “Casa de la Pichocha”(en alusión al apodo familiar de la inicial propietaria),
fue un proyecto personal de Antonia Navarro. Dicen las crónicas que era persona
de gran carácter, muy bien relacionada y con gran capacidad para los negocios,
cosa inhabitual en las mujeres de la época. Encargó el diseño y la construcción
de la obra a un arquitecto murciano, Pedro Cerdán Martínez, que la ejecutó,
entre 1900 y 1903, con la colaboración de algunos de los mejores artesanos del
momento, que trajo expresamente de sus lugares de origen. La casa resume en su
esplendor el momento que vivía la burguesía terrateniente de Novelda,
singularmente la familia Gómez Navarro, enriquecida al amparo de la crisis vitivinícola en Europa, asolada por la expansión
de la plaga de la filoxera en Francia, Austria y otros países durante el último
tercio del siglo XIX. Esos años que precedieron a la contaminación final de los
viñedos españoles fueron la época dorada de esta nueva burguesía del Vinalopó.
Aún
con el regusto de los escorzos y los dinteles, de las balaustradas tejidas con
alusivos zarzillos y pámpanos de vid y de los centenares de adornos y detalles
decorativos, labrados y torneados en
materiales nobles a lo largo y alto de las mansiones, nos dirigimos a completar
la novedad del día: el periplo cultural por la localidad de acogida. Los coches
nos llevaron al Santuario de Santa María Magdalena, una obra pretendidamente
modernista que diseñó el ingeniero textil José Sala Sala. Impactante en su
interior el órgano de piedra que construye el gemólogo y organero Iván Larrea. Un
instrumento muy peculiar, no sólo por su tamaño sino porque su mecanismo
instrumental es de mármol. Por último,
una mirada, casi de reojo, al castillo de la Mola, con su torre triangular,
despidió el recorrido cultural y nos encaminó al restaurante La Villa, asentado
a escasos metros de allí. Teníamos
apetito y, por ello, los doce nos dispusimos rápidamente en torno a una
estupenda mesa redonda. En un par de horas, sucumbieron aperitivos varios,
gazpachos manchegos y de mero, chuletones de buey y chuletillas de cordero,
postres varios y alguna copa final. Los recalcitrantes remataron el ágape con
algún cigarro o cigarrillo, a gusto de cada cual.
Un
nuevo desplazamiento, igualmente breve, nos llevó a la casa de Luis y Guti, que
tomamos inmisericordemente con su aquiescencia. Ocupamos literalmente su salón
para seguir con las copas y las canciones. Antonio Antón se había provisto de guitarra y empezó a desgranar algunas, cuyas letras -que no músicas- conserva en las decenas de folios, cuartillas y octavillas que
guarda en viejas carpetas azules, de aquellas que cierran con gomas elásticas. Unas están impresas y otras tipografiadas
con máquinas Olivetti en papel de cebolla. Muchas hojas amarillean y otras
denotan el paso del tiempo, que solo afecta al aspecto del soporte porque, lamentablemente, sus contenidos tienen plena actualidad, como acostumbra a remachar
Antonio.
En
fin, ¿qué contar que no sepáis? La voz de Antonio filtró (para mejor, según opinión unánime) las viejas canciones de
Raimon y de Lluís Llach, los poemas de Nicolás Guillén, Miguel Hernández y otros
insignes poetas que él mismo, Paco Armengol y Fernando Celdrán musicaron en su
día, y que hoy interpreta mejor que entonces. Los demás desafinamos y le
acompañamos en lo que pudimos porque otra cosa no, pero voluntad y ganas le
echamos. Y así concluyó este día, con un nuevo proyecto en mente para abril o
mayo, esta vez en Elx. Seguramente, todos lo esperamos ya. Abrazo para todas y
todos.
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