sábado, 8 de febrero de 2014

Carlos III.

El título de ese post puede parecer una humorada, especialmente en el día en que una infanta de España ha comparecido como imputada ante la Justicia, por segunda vez. ¿Qué diría uno de sus ancestros: Carlos III, hijo de Felipe V, y rey de Nápoles y de España?

¡Ay de aquel Carolus Rex!  Uno de los pocos borbones que aportaron aires renovadores a la monarquía española y que, como dicen las crónicas, reinó larga y fructíferamente. ¿Qué diría el monarca icono de lo que los manuales de Historia llaman “despotismo ilustrado”, aquel rey (excelso alcalde de Madrid) que ansiaba “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”? (Lo mismo que ahora, vamos).

Hay que reconocer que Carlos III impulsó importantes reformas que, aunque cueste creerlo, fueron bastante respetuosas con el orden social, político y económico de la época. Supo rodearse de un lúcido equipo de ministros y colaboradores que le ayudaron a diseñar el camino a seguir. Esquilache, Aranda, Campomanes, Floridablanca, Wall y Grimaldi fueron algunos de los que contribuyeron a reorganizar los gobiernos y las haciendas municipales y pusieron cierto coto a los poderes de la Iglesia, recortando la jurisdicción de la Inquisición y limitando su capacidad para adquirir bienes raíces. En síntesis, podría decirse que Carlos III fue un monarca reformista y hasta moderno. ¡Quién lo diría en los tiempos que corren! ¡Cómo hemos cambiado!

Pero lo que quiero decir no tiene relación alguna ni con la monarquía ni con la tradición. Hoy he conocido a Carlitos, que nada tiene que ver con Carlos III, aunque sus progenitores lo conozcan ya como Carlitos tercero, según le ha bautizado mi hijo, con la aquiescencia de su progenitora.  Nació hace nueve días y es el tercer varón de una saga iniciada por Carlos Arnaiz, que engendró un vástago, conocido como Charlie, que es el padre del mencionado Carlitos.

Los apenas siete u ocho minutos que hemos compartido en la acera de mi casa, junto al coche de sus padres, han sido suficientes para verificar que Carlitos es un ser encantador. Es una criatura sonrosada, tranquila, silenciosa, preciosa y muy buena (esto lo acreditan sus padres). Yo también lo he percibido así. No ha dicho ni pío en el breve intervalo que hemos compartido. Nos ha mirado a todos con los ojos extraviados e inteligentes que tienen los bebés recién nacidos y, cuando se ha hartado de aguantar nuestras carantoñas, los ha cerrado displicentemente y se ha dormido. ¿Puede ofrecerse mejor muestra de inteligencia y cordura?

Carlitos es hijo de Elena y de Charlie, unas personas a las que conozco desde hace muchos años y que son como de mi familia. Son unos de los mejores amigos de Vicente y María, mis hijos, con los que han compartido muchísimas experiencias  que les han llevado a quererse profundamente. Obviamente, no somos ajenos a ese afecto y por eso nos hemos alegrado tanto de conocer a un niño que encarna la continuidad de esa familia.

Hablando, hablando… Charlie me ha confesado que su padre, hombre bregado y largo, al que han visitado esta tarde antes de pasar por nuestra casa, lloraba cuando se ha despedido de su nieto: de su primer y único nieto. Mientras él lo decía, yo pensaba para mis adentros: ¡Ay Carlos, Carlos… que los años no perdonan! (¿pueden perdonar algo los años?). En ese momento he recordado a Trini, la abuela paterna del bebé, que hace años que nos dejó, pero que estará viendo a su nieto con sus ojos vivarachos y amorosos. Y se alegrará, como nosotros, de que un niño sano, pacífico, rubicundo y guapo se haya incorporado a la familia.

Y le complacerá, como a nosotros, que no sea un monarca ni un aristócrata, de esos que tienen todo sin otro mérito que el de haber nacido. Se alegrará de que sea un niño que debe pelear por encontrar su lugar en el mundo, que debe aprender a ganarse la vida y a ser una persona decente, y a vivir como tal. Vamos, como corresponde a la amplia estirpe que acoge su nombre. Salud y suerte en la vida, Carlitos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario